La envenenadora de Valencia: La última mujer ejecutada en el garrote vil en España

Portada de EL CASO dando cuenta de la detención de Pilar Prades, la envenenadora de Valencia

La España de los cincuenta era un país en blanco y negro por muchas cosas, pero tendiendo más a lo oscuro que a lo claro, principalmente por los escasos atractivos que ofrecía a una sociedad que se levantaba tímidamente de los efectos de una dura posguerra. Si la vida estaba mal para los hombres, mucho peor estaba para las mujeres, quienes solamente tenían una salida, que era la de contraer matrimonio y ser madres de una extensa prole. La única oportunidad de empleo para muchas de ellas, mayoritariamente analfabetas y con escasísima formación, era la de colocarse de sirvientas en viviendas de familias pudientes para escapar de un mundo rural con prácticamente nulas posibilidades de prosperar y muy estigmatizado por falsos estereotipos y decadentes prejuicios.

Entre ese medio millón largo de muchachas que buscaban el porvenir en la ciudad, según datos del Consejo Superior de Mujeres de Acción Católica, se encontraba una joven castellonense, Pilar Prades Santamaría, que había nacido el municipio de Bejis a finales de la década de los años veinte del siglo pasado. Su vida en aquel pequeño núcleo, que apenas contaba con poco mas de un millar de habitantes en aquel entonces, había estado dominada por múltiples privaciones y una muy dura y cruel existencia desde niña, en cuya infancia hubo ya de trabajar muy duramente transportando sacos de estiércol y cubos de agua para ganarse un nimio sustento.

Dados los estrictos cánones que imperaban en la época, Pilar Prades, al igual que aquellas 500.000 mujeres que como ella trabajaban de «chachas», solamente aspiraba a casarse. No obstante, no era una mujer agraciada físicamente y había recibido muchas calabazas de los jóvenes de su tiempo, quienes ni siquiera la sacaban a bailar las canciones que interpetraba una orquesta en la sala valenciana «El Farol», en la que se reunía con otras mujeres de su misma condición. Sentía como si la vida le diese la espalda en cualquier proyecto que emprendía y que irremisiblemente podría quedar condenada para «vestir santos», como rezaba el viejo adagio popular en una rígida y moralista sociedad que apenas ofrecía otras posibilidades a las mujeres de la época.

Un envenenamiento mortal

Al llegar a Valencia, Pilar Prades entró a trabajar en casa de un conocido charcutero valenciano, Enrique Vilanova, quien regentaba un negocio junto con su esposa Adela Pascual. El matrimonio no tenía hijos y al poco tiempo de ser contratada para llevar el servicio doméstico de aquella casa, la señora se comenzó a sentir mal. Sufría vómitos y mareos. Los médicos no acertaban con el diagnóstico de la enfermedad que podría aquejar a aquella pobre mujer. Mientras, la criada le suministraba caldos y tisanas aderezados con un veneno que contenía arsénico, que entonces se usaba para matar hormigas y otros insectos, cuyo nombre comercial era el de Diluvión. La dolencia de la ama iba empeorando un día tras otro, aunque Adela Pascual no dudaba ni un solo instante en agradecer el desinteresado trabajo de su empleada doméstica, quien hasta le llevaba las hostias para que pudiese comulgar, además de hacer constantes rogativas para que se respusiese su señora, o eso le decía. Lo que menos podía sospechar es que detrás de aquella mujer, que hasta le cantaba canciones de Celia Gámez y Conchita Piquer, se escondiese un verdadero lobo que se revestía hábilmente de manso corderillo.

A mediados de mayo de 1955, Pilar Prades escuchó decir a Enrique Vilanova, su señor, -en conversación con un médico- que sería necesario ingresar a Adela en un centro sanitario con el fin de encontrar una solución definitiva a los problemas de salud que arrastraba su esposa. Fue entonces cuando la criada decidió incrementar las dosis del letal insecticida en las tisanas y caldos que a diario le proporcionaba a su señora ama. A consecuencia de ello, Adela Pascual fallecería el día 28 de mayo de 1955, convirtiéndose en la única víctima mortal en el camino de la envenenadora, pese a que después proseguiría con su cruel trayectoria, aunque sin los resultados que buscaba.

El punto culminante de su trayectoria con la familia Vilanova-Pascual lo constituyó el día del entierro de la señora de la casa, a quien ella perseguía sustituir, pero sin ningún atisbo de alcanzar su propósito. Le dijo al dueño de la chacineria que ella se encargaría del negocio y atender a los clientes, que no había necesidad de cerrarlo mientras él le daba sepultura a su esposa. Al regresar de la despedida definitiva de Adela Pascual, su marido se encontró a Pilar Prades luciendo uno de los delatales almidonados que ella había vestido en vida, lo que disgustaría de sobremanera a Enrique Vilanova, quien, sin dudarlo un solo instante, decidió despedir a aquella mujer por la grave falta de respeto que había cometido. No era para menos.

Durante un pequeño lapso de tiempo estuvo en la vivienda de la familia Alpere-Greus. Al igual que había hecho con el primer matrimonio, intentó envenenar a la dueña de la casa, a quien le comenzaron a salir por el cuerpo algunas manchas. Los médicos que la atendieron le diagnosticaron que sufría alguna alergia. Sin saber muy bien como, lo cierto es que Pilar Prades decidió abandonar a aquella familia antes de que fuese demasiado tarde o porque vio las cosas muy mal paradas.

Dos intentos frustrados más

Tras pasar un breve período de tiempo sin trabajo, en el año 1957 una amiga que había hecho en la sala «El Farol» le propuso que se fuese a trabajar con ella a la casa de un médico militar, Manuel Berenguer Terraza, quien estaba casado con Carmen Cid y eran padres de una numerosa prole. Muy pronto, al igual que había hecho en los otros domicilios en los que había prestado su servicio, las mujeres de aquella casa comenzaron a sentirse mal. La primera fue su amiga, la cocinera Aurelia Sanz, con quien mantenía una agria disputa a causa de un joven del que se había enamorado perdidamente. Inmediatamente hubo de ser ingresada en un centro sanitario a causa de una rara dolencia que le afectaba a las extremidades y que le había provocado una parálisis generalizada.

Mientras estaba ingresada su compañera, la señora de la casa, Carmen Cid, comenzó a sufrir unos síntomas muy similares, desconociéndose a que podía obedecer aquella extraña enfermedad. El doctor Berenguer decidió ingresar a su esposa, quien había experimentado una notable mejoría a los pocos días de haber ingresado en el hospital, circunstancia esta que levantó sus lógicas sospechas. Lo primero que hizo fue despedir a la nueva criada, alegando que el trabajo de aquella casa lo podía hacer tranquilamente la cocinera y no se precisaban más empleadas domésticas.

Posteriormente, junto con un colega de profesión, realizarían a su esposa la prueba del propatiol, con el objetivo de detectar algún tóxico sin necesidad de efectuar otros análisis. Los resultados no pudieron ser más concluyentes ni contundentes. En el cuerpo de Carmen Cid detectaron la presencia de arsénico. Fue entonces cuando Manuel Berenguer presentó una denuncia en comisaría contra quien había estado trabajando en su casa, además de investigar en que otros lugares habían estado prestando sus servicios. Se daba la circunstancia de que apenas un par de años antes había fallecido una mujer en uno de los domicilios en los que había estado trabajando Pilar Prades, sin que nunca estuviesen claras las causas de su muerte. Lo que también ignoraba esta criada era que el veneno que ella usaba contribuía a la conservación de los cadáveres, por lo que fue muy fácil deducir la causa por la que había muerto Adela Pascual.

Detención y setencia de muerte

Ante las evidencias que se encontraron y que involucraban Pilar Prades, la Policía de la capital valenciana procedió a su detención en la pensión en la que se hospedaba. Entre sus pertenencias se hallaría su veneno homicida, comercializado bajo el nombre de Diluvión, un potente tóxico compuesto de arsénico y melaza, sustancia esta última que le confería un sabor dulzón, de ahí que sus víctimas notasen el sabor dulce en los distintos caldos y tisanas que les suministraba con el objetivo de eliminarlas y así ocupar su puesto.

Durante el «hábil interrogatorio» al que fue sometida, Pilar Prades negaría, en un principio, los cargos de los que la acusaban, un asesinato y dos en grado de tentativa. Su abogado le aconsejaría de forma reiterada que reconociese los hechos, para así obtener una condena que oscilase entre los doce y los veinte años de prisión, pero decidió seguir una estrategia totalmente equivocada, aunque terminaría por reconocer que uitlizó el arsénico para eliminar a la carnicera. Tampoco le fue muy favorable la declaración de quien había sido último señor, el doctor Berenguer, quien manifestaría que vio un extraño gesto en Pilar Prades, cuando dejó muy clara su intención de no rehacer su vida en el supuesto de que su esposa falleciese a causa de la enfermedad que la aquejaba.

En el juicio que se siguió en su contra en el año 1959 volvería a proclamar su inocencia, tal y como había sostenido de manera reiterada ante la Policía. Sin embargo, eran demasiadas las pruebas que se habían reunido en su contra y su estrategia equivocada. Adujo en su defensa que se había quedado sin azúcar y probó de los distintos productos que estaban a su alcance y utilizó uno que le ofrecía un sabor dulzón y lo empleó para dárselo a su señora, con el objetivo de que esta no se enterase de que se había olvidado de comprar azúcar. Sin embargo, los jueces no se creyeron esta versión. Pilar Prades sería condenada a una pena de muerte y otras dos de cuarenta años de cárcel, que difícilmente podría cumplir si se ejecutaba la primera.

Sus últimos días en prisión fueron dolorosos, penosos y patéticos, pues no llegaba el ansiado indulto que su abogado había solicitado del Tribunal Supremo. Aquella psicópata en toda regla, clamaba ahora por su existencia y se lamentaba que fuese a morir con tan solo 31 años, en una vida plagada de sufrimientos y estrecheces que ahora veía como la condenaba a la peor de las sentencias. Sus llantos y suplicas no serían escuchados por nadie y se convertiría en una víctima de un cruel sistema en todos sus órdenes.

El 19 de mayo de 1959 fue la fecha marcada para su triste cita con el dramático garrote vil. La ejecución correría a cargo del verdugo, Antonio López Sierra, «El Corujo» quien expresó su disgusto por tener que dar muerte a una mujer y su ajusticimiento se demoró varias horas en la espera de un indulto que jamás llegaría, levantando la compasión de quienes asistieron a tan deleznable y dramático espectáculo. De hecho, al verdugo le darían de beber en abundancia para que se armase de valor y así proceder a la ejecución de aquella mujer, la última fémina que se ajustició en España. Con ello, muy joven, tal y como ella proclamaba, se despidió de un mundo cruel que, definitivamente, le había dado la espalda y se había burlado de su exisencia de una forma muy miserable.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Prescribe con total impunidad el asesinato de una joven de Zamora

Susana Acebés Carballés, la joven asesinada en Zamora en septiembre del año 2000

La tradicional tranquilidad que desde siempre se había respirado en Zamora se vió bruscamente alterada el 16 de septiembre del año 2000. Aquel día aparecía en su piso del barrio de San José Obrero el cuerpo sin vida de Susana Acebés Carballés, en la calle de la Salud. La consternación y la consiguiente zozobra se apoderarían de una capital de provincia que cuenta con poco más de 60.000 habitantes, que casi se podría asegurar que se conocen todos o, cuando menos la mayoría. El caso, en apariencia, podría ser sencillo de resolver, sin embargo, algunas maniobras que nunca fueron del agrado de la familia de la víctima contribuyeron de manera decisiva a que el crimen prescribiese en la más absoluta impunidad, lo que no debe suceder nunca, aunque suele ocurrir con más frecuencia de lo que todos deseasemos.

La última persona en ver con vida a Susana fue su hermana Estrella, con quien estuvo hablando el día anterior a ser hallado su cadáver. El encuentro entre ambas tuvo lugar a las cinco de la tarde del día 15 de septiembre del año 2000. A la jornada siguiente, en vista de que Susana no respondía a las llamadas que le estaba efectuando, Estrella se dirigió a su vivienda, donde encontraría el cuerpo exangüe de su hermana en medio de un gran charco de sangre, lo que sin lugar a dudas constituía un brutal crimen del que todavía se sigue hablando en Zamora y del que se han hecho eco a lo largo de los últimos tiempos diferentes medios de comunicación.

La autopsia revelaría que la muerte de Susana Acebés Carballés, de 26 años y madre de un hijo de corta edad en aquel entonces, se produjo después de que su agresor le propinase hasta cuatro fortísimos golpes en la cabeza con algún objeto punzante, arma que jamás fue encontrada. También se sabe que el asesino para cerciorarse de hacer bien su trabajo, la estranguló con una camiseta. En el escenario del crimen se encontraron también muchas colillas de distintas marcas de tabaco y algunos botellines de cerveza, lo que no dejaba lugar a dudas que el autor del asesinato era un conocido de la víctima, con quien se encontraría en la cama en el momento en que se produjo el crimen. No obstante, parte del material de desechó probablemente fue extraído del cubo de la basura, entre ellos los botellines, para de algún modo tratar de entorpecer la investigación, pues los restos de ADN hallados y que fueron idententificados correspondían además de a la propia víctima, a su hermana, un amigo de ambas y un tercer individuo que siemper ha estado en el punto de mira de la investigación, pero cuyas coartadas le han servido para salir indemnes de esta situación

250 interrogados

La Policía, en un principio, realizó una minuciosa investigación, llegando a interrogar hasta 250 personas que pudiesen tener relación con la víctima del brutal crimen, utilizando para ello la agenda del móvil de Susana Acevés, así como otros documentos en los que constase los datos de terceras personas. Asimismo llegarían a estar pinchados los teléfonos de un numeroso grupo de personas, entre ellos el de su ex-marido, Jesús, quien estaría detenido en los calabozos policiales durante 24 horas. Al parecer, sus separación de la víctima del crimen había sido traumática y la joven lo había denunciado por abandono del hogar, además de las amenazas de muerte que le había proferido. Sin embargo, la Policía desechó desde un primer instante la posibilidad de que su antiguo cónyuge fuese el autor del asesinato de Susana, pues enseguida comenzaron a encontrar en su testimonio algunas piezas que no encajaban ni tampoco respondían al perfil del supuesto asesino.

La otra figura clave en este entramado sería una persona con la que Susana había mantenido una relación sentimental, con la que supuestamente habría roto hacía poco más de dos semanas antes cometerse el crimen. De hecho, algunos restos biológicos hallados en la vivienda de la víctima coincidían con su ADN, aunque para ello esgrimió la coartada de que dos días antes del asesinato habría mantenido relaciones sexuales con Susana y habría estado en su piso departiendo con ella. Además, su declaración pondría en el disparadero a terceras personas. Este individuo tenía cuatro hijos de dos anteriores relaciones, cuya separación distó mucho de ser modélica, llegando a amenazar con una escopeta y un cuchillo a la última de sus parejas. A pesar de las coartadas presentadas, que fueron aceptadas por la Policía y los jueces que llevaban el caso, una vecina del barrio de San José Obrero aseguró haber visto la furgoneta de este hombre en la tarde previa a encontrarse el cadáver de Susana Acevés.

En vista de que las investigaciones no daban resultado, el caso entraría en punto muerto. Se volvería a reabrir en el año 2006, después de las presiones y el denodado esfuerzo realizado por la familia de la víctima, aunque sin ofrecer resultados satisfactorios. Solamente se daban palos de ciego que no conducían a ninguna parte. La familia de Susana Aceves siempre ha mostrado su convencimiento de que su última pareja sentimental fue el autor material del crimen. De hecho, según unas declaraciones efectuadas por Estrella Aceves a Telecinco, esta mostraría su indignación por unas supuestas grabaciones realizadas por la Policía a ese sujeto, en el que le revelaría a su madre algunos detalles que ni siquiera ella conocía.

Impunidad total

Sea como fuere, nos encontramos otra vez ante un caso en el que el autor del crimen se ha ido de rositas y el caso prescribió definitivamente el 16 de septiembre de 2020, al cumplirse los veinte años que la Ley de Enjuiciamiento Criminal estipula para los casos de homicidios y asesinatos, aunque en países de nuestro entorno los crímenes no prescriben nunca. Tal vez debería ser el espejo en que debieramos mirarnos e ir reformando una legislación que se nos antoja un tanto anticuada con estos plazos.

La familia de Susana Acebes, que ha luchado de manera incansable para que se hiciese justicia a lo largo de dos décadas que probablemente se les hayan hecho eternas, ha cargado sus tintas contra la Policia, por lo que consideran como una «investigación fallida y deficiente». Es lógica y comprensible su indignación, ya que cuando esto ocurre no cabe ninguna duda que nos encontramos ante un falló que termina pagando toda una sociedad, que no está libre de que ese criminal vuelva a actuar. Y es que como ha dicho Estrella Acevés Carballés, cargada con toda la razón del mundo «Un asesino anda suelto en Zamora». Y eso, lamentablemente, es muy grave.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Asesina y descuartiza a sus padres para después suicidarse en Alcanar (Tarragona)

La Guardia Civil frente a la lujosa mansión en que ocurrió el trágico episodio

A principios de marzo del año 2007 los trabajadores de una conocida empresa de compresores de la localidad de Alcanar, municipio costero catalán muy próximo a la demarcación de Castellón, mostraron su preocupación por la incomparecencia de su patrón, un ciudadano de origen alemán de 57 años, que se había instalado en el sur catalán a comienzos de los años setenta del pasado siglo y que residía en una lujosa urbanización del pueblo junto con su esposa, once años menor que él, y uno de sus hijos, un muchacho de 19 años. Durante casi una semana la empresa se mantuvo cerrada, desconociéndose las causas que motivaban aquel injustificado cierre. Los empleados trasladaron esa misma inquietud al hijo de los propietarios, pues les resultaba muy extraño que su jefe no acudiese a la factoría que regentaba como solía ser habitual. La respuesta que obtuvieron del vástago fue que sus padres se habían ido a Alemania y que pronto regresarían. Sin embargo, tal contestación no les resultó satisfactoria ni mucho menos, por lo que procedieron a poner los hechos en conocimiento de la Guardia Civil a fin de que indagase sobre lo que realmente les había acontecido al conocido empresario y su esposa.

Al llegar los agentes de la Benemérita se encontrarían con una imagen que superaba lo dantesco, pues en el interior de la lujosa mansión que ocupaba el matrimonio y su vástago había sangre y restos humanos por todas partes. No hacía falta que nadie les confirmase que allí se había producido un macabro y cruel crimen. En el interín que tardaron en llegar al domicilio, el muchacho, que respondía al nombre de Alenxander, había aprovechado la ocasión para poner fin a su vida de un disparo de escopeta.

Al reconstruir mínimamente los hechos, se percataron que además del brutal crimen, su agresor había descuartizado y despedazado los cuerpos, en lo que parecía una verdadera orgía de sangre que más bien podría recordar a algún ritual de tipo satánico como otros que habían acontecido en Tenerife, Almasa o Córdoba en distintas épocas en las tres décadas precedentes. No obstante, aquí no había indicio alguno de que aquella familia, de posición acomodada, perteneciese a alguna secta satánica ni formase parte de ninguna organización milenaria, que tanto habían proliferado en los lugares donde se asentaron personas procedentes de otros países del norte de Europa, principalmente. Al albur de los hechos, se llegó a la inmediata conclusión de que el autor de aquel brutal crimen era su hijo, quien se había quitado la vida hacía apenas unas horas. La Guardia Civil buscaría asimismo a la otra hija del matrimonio por el temor a que corriese la misma suerte que sus progenitores, pero no fue el caso.

Malas relaciones y peleas

El móvil del crimen, que muy probablemente se hubiese producido en torno al 23 del febrero de 2007 estaría relacionado con la tensa relación que mantenían padres e hijo acerca de la situación en la que se encontraba este último. El chaval se había negado en todo momento a trabajar o a estudiar, que era lo que requería su padre de él. Sin embargo, siempre se había salido por peteneras y no se inclinó por ninguna de las dos opciones.

La semana anterior a la comisión del macabro crimen, cuyos restos fueron hallados en el jardín de la vivienda residencial que ocupaba la familia germana, el vecindario de la zona escuchó una gran escandalera en la que el padre estaba reprochando al hijo sus andanzas habituales, saliendo de nuevo a colación la actitud pasiva que estaba tomando ante la vida. Quienes trataban al empresario y su familia señalaron también que las peleas entre padre e hijo eran frecuentes. El prestigioso periodista y criminólogo .-el desaparecido Francisco Pérez Abellán- consideraba que la actitud del hijo vendría motivada de un «niño rico», que lo ha tenido todo o prácticamente todo en su vida y que se desentiende de las ocupaciones primordiales de su vida. A ello se sumaba el hecho de haberse convertido en un «pqueño tirano» que buscaba por encima de todo un modo de vida fácil y que pretendiese imponer su criterio. Es así como se explica su brutal actitud, que muchos se atrevieron a calificar de «arrebato agresivo», y que en un momento dado tomase la escopeta con la que dio muerte a sus padres, para posteriormente descuartizarlos.

De la misma manera, también resulta grotesco que el joven viviese durante seis días con los cadáveres de sus progenitores, hasta que los empleados de la empresa que poseía decidieron tomar cartas en el asunto y aclarar lo que realmente le había sucedido a la pareja de aquellos empresarios alemanes afincados en el sur de Cataluña. Asimismo, no resultaría menos sorprendente que días posteriores a la comisión del crimen, el muchacho campase a sus anchas y no expresase alteración ninguna como si nada hubiese pasado, alternando como había hecho siempre con sus amigos y conocidos. Esto corroboraría la tesis de que se estaba ante un psicópata, como muchos otros, que tan solo se descubre su verdadero rostro cuando cometen el crimen. Y este, todo es justo manifesarlo, fue muy macabro. Tal vez demasiado.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

El periodista Alfons Quintá asesina a su mujer y después se suicida

Alfóns Quintá al teléfono cuando se puso en marcha TV3 en Cataluña

El día 19 de diciembre de 2016 familiares de la doctora Victória Bertrán, de 57 años de edad, alertaron a las fuerzas de seguridad que no había acudido a su trabajo como era costumbre en ella, por lo que se supusieron que algo le podría haber ocurrido, aunque jamás se imaginaron que horas después de esta alerta se encontrasen los cadáveres de la médica junto a quien había sido su esposo, el periodista Alfons Quintá, nacido en la localidad gerundense de Figueres en el año 1943. La escena, como todas en la que está presente la violencia machista no podía ser más desagarradora. Dos cuerpos exangües y una escopeta de caza con la que se había cometido el crimen y el posterior suicidio. Era una de las últimas mujeres fallecidas en el año que estaba a punto de finalizar como consecuencia de la violencia de género, pero no era una cualquiera, como lo tampoco era el hombre que le había dado muerte, uno de los periodistas más influyentes de Cataluña durante las más de dos décadas que Jordi Pujol estuvo al frente de los destinos de la Generalitat.

La noticia de aquel trágico suceso sobresaltó a la sociedad catalana dada la categoría personal y profesional del autor del desgraciado crimen que tiñó de luto la Navidad de Barcelona en el año 2016. Alfons Quintá era un hombre raudo, con un marcado carácter, que no dejaba indiferente a nadie. Su matrimonio con la doctora Bertran, con quien al parecer ya no convivía cuando se produjo el fatal suceso, se remontaba a treinta años atrás. Para ella era su primer matrimonio, en tanto que para él era el tercero, después de haberse divorciado de una ciudadana japonesa, con quien no había tenido hijos, al igual que de sú última pareja. Sus dos hijos fueron concebidos en su primer matrimonio.

El día de autos los vecinos escucharon un disparo, por lo que alertaron a la policía. Sin embargo, desde las dependencias policiales achaccaron el letal ruido a que esa noche el FC Barcelona había derrotado por cuatro goles a uno al Español y sus aficionados estaban tirando petardos. El suceso se produjo en el exclusivo barrio de Las Corts, uno de los más caros y envejecidos de la Ciudad Condal, que se encuentra muy próximo al Camp Nou, el recinto deportivo que había sido escenario del derbi en que los blaugranas habían derrotado a su eterno rival, los pericos.

El autor de aquel asesinato machista dejó una nota manuscrita en la que alegaba que había tomado aquella trágica determinación, debido a que la mujer con la que había compartido su vida durante los últimos treinta años pretendía dar por concluida una relación en la que hubo de soportar toda clase de insultos, humillaciones y vejaciones. Con ello, la policía resolvía definitvamente que se encontraban ante un crimen y no ante un sucidio conjunto como también llegaría a especularse.

Amargada

Quienes conocían a la doctora Bertrán la definían como una persona afable, con don de gentes y agradable, que dispensaba un inmejorable trato a sus pacientes en el que destacaba su humanidad, además de su innata galantería. No obstante, había alguna persona de su entorno más próximo que aseguraban que la médica se encontraba preocupada por algo, cuando no amargada. De hecho, su madre ya había detectado en su hija que algo no marchaba bien hacía ya diez años. Y dicen que son los padres quienes primero descubren cuando un vastago se encuentra mal, y muy especialmente las madres, como era este caso. Sin embargo, debido a su carácter, nadie quiso inferir en la vida personal de la galena, aunque ya había algunos dedos que apuntaban directamente a su marido, un hombre sin escrúpulos, capaz de utilizar cualquier arma que estuviese a su alcance para destruir a quien quiera que fuese. Así lo había demostrado en sus muchos años de carrera profesional, en los que además de destacar por sus grandes conocimientos en materia informativa, se haría también célebre por utilizar unos métodos escasamente ortodoxos con sus subordinados, quienes no guardan precisamente un recuerdo entrañable de aquel sujeto que aguaría las fiestas navideñas a los catalanes en 2016.

Muchos que conococían de cerca a Alfons Quintiá se preguntaban como la mujer con la que compartía su vida podría aguantar a un ser de una naturaleza tan ingrata, que había hecho del chantaje su bandera predilecta con los periodistas y personas que lo trataron y soportaron. Precisamente, ese arma la emplearía de nuevo con Victoria Bertrán, cuando esta tenía decidido abandonarlo después de haber soportado una vida infame durante seis lustros. Aquel año, 2016, el periodista había sido sometido a una intervención quirúrgica en el corazón, que utilizaría como chantaje, acusando a su esposa de abandonarlo en un momento tan delicado de su vida. De nuevo, la doctoría sucumbiría ante quien sería su verdugo por humanidad y compasión, desconociendo seguramente que lo único que hacía era cavar su propia tumba, tal y como ocurriría tan solo unos meses más tarde.

Terror en la profesión periodística

Si es costumbre hablar bien o incluso muy bien de casi todas las personas que fallecen, no lo fue en el caso de Alfons Quintiá, quien había experimentado un ascenso fulgurante en la carrera periodistica, con distintos cargos de responsabilidad, entre ellos el de poner en marcha la televisión autonómica de Cataluña, TV-3. Casi nadie de quien estuvo bajo sus órdenes guarda buen recuerdo de él. Abuso y ostentación de poder son las dos palabras que definirían a este sujeto. A ello se añadían los insultos y burlas que solía proferir contra sus subordinados. A todo ello se sumaba el carácter despótico en el trato con quienes le trataban. Nadie ponía en duda su extraordinaria capacidad profesional, abrumadora y arrolladora en muchos ámbitos, principalmente en los del poder, en los que se movía como pez en el agua. De hecho, esa forma de ser le acarreraría ciertos beneficios en lo profesional, pues de ser uno de los periodistas que más atizó a Jordi Pujol con el «caso Banca Catalana». posteriormente comenzaría a trabajar para él desde un puesto en el que pudo volver a demostrar de nuevo su poder omnípodo, sirviéndose para ello de las más crueles patrañas,

En su dilatada carrera periodística Quintiá acumuló una gran cantidad de información que la utilizó en su propio beneficio, una información que era ante todo poder. De hecho, disponía de una gran cantidad de dossiers que atemorizaban a personas que, en teoría, gozaban de un mayor poder que el suyo. Incluso se llegó a sospechar que este individuo pudo haber trabajado para la CIA, aunque no se sabe si es una falacia que alguien comentó en tono de broma si era algo cierto. Cualquiera sabe. Lo que sí está demostrado es que, al igual que el caballo de Atila, por donde el pasaba no volvía a crecer la hierba, y era temido a diestro y siniestro, precisamente por ese carácter embaucador y prepotente, adobado por su gran mezquindad y eterna grosería, a lo que se añadía sus innumerables fuentes informativas, algunas inventadas y otras ciertas. Sea como fuere, lo cierto es que había conseguido que a su alrededor se generase un clima de terror que se empezó a airear cuando ya había perpetrado el abominable crimen. En definitiva, un psicópata con todas las letras, al que muchos no quisieron desenmascarar hasta que dio verdaderamente la cara.

Como colofón, sirvan estas líneas que escribía en el Diari de Girona en su edición del 2 de octubre de 2016, poco más de dos meses antes de perpertar el horrible crimen y poner fin a su vida, que son como un preludio de lo que ocurriría en el mes de diciembre. Entre otras cosas decía «Aquel que muera intentando coger la mano de la persona a la que ame siempre obrará mejor que aquel que no lo intente«. Añadía para concluir que «En definitiva, morir, todos lo haremos. Los que tendremos suerte seremos aquellos que al hacerlo tendremos en nuestras manos aquellas en las que soñamos y deseamos. ¿Habrá suerte? ¿’Chi lo sa’? Pero es preferible al mejor seguro de entierro«.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Impunidad para el salvaje asesinato de un matrimonio de sexagenarios en Logroño

Calle de Pérez Galdós, donde tuvo lugar el bárbaro asesinato

En 1978 habían cambiado ya bastante muchas cosas en España. Entre otras, el país se encontraba en pleno proceso de transformación y cambio para una democracia que prometía mucho.Durante el verano las costas españolas se inundaban de turistas extranjeros que venían a disfrutar del calor y el buen tiempo reinante. En esto no había cambiado la situación con relación a los últimos años del anterior régimen, solo que ahora los españoles ya imitaban sin pudor a aquellos atrevidos veraneantes. En el interior de la Península, la época estival tenía fama de aburrida, ya que mucha gente buscaba refrescarse en cualquier de sus muchos kilómetros de costa. En Logroño esa tradicional tranquilidad se vería bruscamente interrumpida al aparecer una pareja de sexagenerios brutalmente asesinados en el número 39 de la calle Pérez Galdós de la capital riojana. La brutalidad y la saña con que se había cometido aquel doble crimen llevó a titular al diario ABC, en su edición del día 10 de agosto de 1978, que «solo un sádico o un loco pudo asesinar al matrimonio logroñés».

A las diez y media de la noche de aquel 8 de agosto de 1978 un sobrino del matrimonio compuesto por Benito Fernández, de 65 años, y Juana Soto, de 62, presentaría una denuncia ante la Policía Local de Logroño, preocupado por el hecho de que su tío no acudiese aquella tarde a su trabajo como era costumbre. La pareja de sexagenarios vivía sola y estaban sufriendo el duelo de la pérdida de su único hijo, de 32 años y guardia civil de profesión, al igual que su progenitor. No sé les conocían enemigos ni tampoco se sabe que estuviesen enfrentados con terceras personas de sus círculos más próximos, además de ser muy sociables y agradables con el resto del vecindario.

Una vez dada la voz de alarma, una patrulla de la Policia Local riojana se dirigió hacia el lugar de autos. Al llamar a la puerta, se encontraron que nadie respondía a sus requerimientos, por lo que hubieron de idear algún sistema para ingresar al domicilio de los dos sexagenarios. Un joven de una vivienda del inmueble se ofreció para entrar a través de la ventana que daba a la escalera. Una vez dentro, abrió la puerta para que pudiesen acceder los familiares y los agentes. El muchacho, despavorido y fuera de sí, solamente les acertó a decir «están los dos muertos».

Ensañamiento atroz

El panorama que pudieron contemplar tanto la policía como quienes le acompañaba no podía ser más pantagruélico y macabro. El asesino o asesinos del matrimonio se habían cebado cruelmente con sus víctimas hasta extremos difícilmente sospechables. Los cadáveres de ambos sexagenarios estaban en distintas estancias de la vivienda. Él de Juana Soto se hallaba en el pasillo, en medio de un gran charco de sangre, con varias puñaladas y el hundimiento de la base craneal. El cuerpo de su esposo, Benito Fernández, estaba en el cuarto de aseo. Al igual que su esposa, había sido degollado y presentaba grandes heridas en la cabeza, hechas con un objeto cortante que jamás sería encontrado. Por las circunstancias en que fue hallado el cadáver del hombre, se supuso también que había habido un forcejeo con el agresor y que la víctima habría intentado huir.

El criminal o criminales revolvieron los cajones de la vivienda y los dormitorios, hallándose todas sus pertenencias en desoden. Se suspuso que el móvil del crimen bien pudiera ser el robo, aunque debido a que se desconocían aspectos personales del matrimonio asesinado, se desconocería si el autor o autores del crimen se llevaron algunos objetos de valor. Aunque en un principio se había barajado la hipótesis del suicidio, estar sería descartada prácticamente de inmediato por la forma en que se habían encontrado los cuerpos de Benito Fernández y su esposa.

Los hechos, según la reconstrucción realizada por la Policía, se produjeron entre la una y cuarto del mediodía y las tres de la tarde, ya que a esas horas era cuando el ex-guardia civil regresaba de su trabajo a su casa para almorzar. Igualmente, todo parecía indicar que quien o quienes perpetraron aquel terrible crimen eran conocidos de sus víctimas, pues entraron al interior de la vivienda que ocupaban con total normalidad y no había señales de que la puerta de acceso estuviese forzada.

Impunidad

En aquel entonces, se comentaba ya desde diversas fuentes policiales que se encontraban ante «un caso difícil de resolver», pues no se acertaba a dar con la clave de quien podría estar detrás de aquel horrendo y brutal asesinato, que removió los tranquilos cimientos de la capital riojana en pleno verano del año 1978. Al igual que muchos casos similares, jamás se encontraría al autor o autores de aquel salvaje crimen y tampoco se detuvo a ningún sospechoso. Transcurridas ya más de cuatro décadas, el suceso ha prescrito en total impunidad y el presunto autor autores han campado libremente a sus anchas, saliéndose una vez con la suya.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Treinta años de misterio en torno a la desaparición de dos niñas en Aguilar de Campoo

Las jóvenes desaparecidas en Aguilar de Campoo

Como si se las tragara la tierra. Esa es la principal conclusión a la que se llega cuando se cumplen ya tres décadas de la desaparición de dos niñas en la localidad palentina de Aguilar de Campoo. Respondían a los nombres de Manuela Torres Bougeffa y Virginia Guerrero Espejo y contaban catorce y trece años de edad respectivamente. La única pista fiable fue que las muchachas se subieron a un vehículo, marca SEAT 127, de color blanco el día 23 de abril de 1992, la fecha de su desaparición. En un principio su caso no fue tan mediático como otras desapariciones que tuvieron lugar por la misma época, tal como podría ser el «caso Alcásser». tomando fuerza en tiempos posteriores cuando el trágico hecho de la localidad levantina había sido ya resuelto.

Las familias de las pequeñas vivieron a lo largo de estos treinta durísimos años un eterno que calvario que todavía continúa dominado por la incertidumbre, ya que todas las pistas que conducían a lo que parecía ser su resolución daban al traste definitivamente por unas circunstancias u otras. La Guardia Civil llegaría a inspeccionar más de 7.000 coches en seis provincias, todos similares al que supuestamente se habían subido las dos jóvenes. Incluso, el propietario del automóvil al que presuntamente se habían subido fue identificado por agentes de la Benemérita y su teléfono sería pinchado durante largo tiempo. Sin embargo, esta acción no daría ningún resultado. La misma se llevaría a cabo a raíz de la denuncia presentada por una mujer quien había sido víctima de un supuesto secuestro en compañía de una amiga, con la diferencia de que consiguieron obligar al conductor que diera un volantazo, saliéndose de la carretera y aprovechando la circunstancia para poder huir.

A lo largo de los últimos treinta años no han cesado de llegar llamadas a los familiares de las pequeñas dando cuenta de que habían sido vista en tal sitio o tal otro, aunque no dejaban de ser falsas alarmas que carecían de un mínimo de veracidad, además de carecer de cualquier rigor. A consecuencia de ello, el sumario instruido por la desaparición de Manuela y Virginia nunca ha dejado de crecer, principalmente cuando cualquier programa de televisión se hacía eco de algún reportaje acerca de su supuesto destino. No obstante, muchas veces, cuando se incrementaba el número de llamadas telefónicas, no hacían otra cosa que incrementar el dolor de las familias, que han soportado la situación con una resignación a prueba de bomba, no exenta de esa incertidumbre de la que jamás han podido escapar.

Dos cráneos

Cuando se cumplían dos años de su desparición en 1994 unos paseantes encontraron dos cráneos en la zona del pantano de la Requejada, en Cervera de Pisuerga, pero una vez más las pistas resultarían en vano, pues las pruebas forenses a las que fueron sometidos descartarían que tuvieran algo que ver con las jóvenes desaparecidas en Aguilar de Campoo. puesto que ambas partes del cuerpo humano pertenecían a dos mujeres adultas.

Otro indicio, carente de toda fiabiliad, fue la declaración de una mujer que supuestamente había visto subir a un autobús a Manuela y Virginia con un grupo de personas de estética okupa. La persona que hizo estas declaraciones se basó en el retrato robot de las jóvenes divulgado por las fuerzas de seguridad en el año 1997, cuando se ofreció una imagen detallada de la evolución que habrían experimentado las dos desaparecidas en aquellos primeros cinco años desde su desaparición.

Al año siguiente, el entonces secretario de Estado para la Seguridad, Ricardo Martí Fluxá, manifestaría en el Congreso de los Diputados que «el caso seguía abierto», expresando su confianza en que los avances tecnológicos que se estaban experimentando contribuyesen a resolver aquel suceso, principalmente con los distintos retratos robots que permitían contemplar la evolución que en aquellos seis años había expermintado la fisonomía de las dos jóvenes, quien ya se encontraban en proceso de convertirse en mujeres adultas.

Desesperanza

A partir del año 2006 la desesperanza se apdoderó de las familias de las jóvenes, cuando ya supuestamente rondarían la treintena. A partir de ese momento desecharon ya la posibilidad de la reapertura del caso, pues consideraban que las posibilidades de encontra algún indicio fiable eran muy escasas. Eso sí, con razón, solicitiban de los medios de comunicación que respetasen el dolor de los familiares de las muchachas desaparecidas, pues a lo largo de aquellos catorce años habían sufrido un terrible dolor que se vio acrecentado por la incertidumbre de desconocer el paradero.

Casi tres décadas después se reabriría de nuevo el caso, a raíz de la denuncia hecha en un programa de televisión, como se ha señalado anteriormente. Sin embargo, una vez más, la falta de pruebas contundentes y fiables no hizo otra cosa que revivir un dolor innecesario a sus familias, rotas por el dolor de una espera que parece poco menos que eterna.

Sea como fuere, lo cierto es que ambas mujeres, en el hipotético caso de que continuasen con vida, tendrían ya 44 y 43 años, respectivamente. Aunque es muy difícil, por no decir imposible, que se pueda averiguar ya su paradero, que la Interpol llegó a situar en Francia, aunque no pasaba de ser una mera conjetura como muchas otras. Lo cierto es que las dos niñas de Aguilar de Campoo desaparecieron en una primavera de 1992 cuando fueron vistas por la última vez en la discoteca «Cocos» de Reinosa, en Cantabria, a 30 kilómetros de Aguilar de Campoo. Nadie sabe como pudieron llegar hasta allí, aunque se supone que tal vez se desplazasen haciendo auto-stop, una práctica muy habitual en un tiempo en el que todavía había que esperar entre 24 y 48 horas para denunciar la desaparición de una persona. Actualmente, ese anticuado protocolo ha pasado a la historia. No así Virginia y Manuela, que continúan en el recuerdo permanente de sus allegados y amigos, sin saber cual pudo ser su paradero en aquella tarde noche en que mintieron a sus respectivas familias diciendo que iban al cumpleaños de una amiga y probablemente subiesen con el primero que se encontrasen, una práctica que demostraría ser muy peligrosa en casos posteriores.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Violada y asesinada una niña en Campo de Criptana (Ciudad Real)

Paraje donde fue encontrado el cuerpo de la niña asesinada

A las once de la mañana del día 18 de marzo de 2001 un joven denunciaba la desaparición de su hermana menor, Inmaculada Arteaga López, de 14 años de edad, en las dependecias de la Policía Local de Campo de Criptana, en la provincia de Ciudad Real. La joven era una persona ejemplar y modélica, hija de un profesor del colegio de Educación Primaria de la localidad, que siempre había demostrado un exquisito comportamiento con su familia, por lo que se desechó desde un principio una marcha voluntaria.

Tan solo hora y media después, un vecino daba la voz de alarma al dar cuenta de que había encontrado un cadáver en el quijotesco paraje de la Sierra de los Molinos, en las inmediaciones de la ermita de San Pedro. Aunque no se había procedido a su identificación oficial, todo hacía presgiar que el cuerpo hallada pertenecía a la joven cuya desparición se había denunciado aquel mismo día. Quienes acudieron al lugar de autos relatarían que contemplaron una escena dantesca, pues la cabeza de la joven estaba completamente destrozada con la boca hacia arriba. A su lado se encontraron unas piedras ensangrentadas con las que supuestamente se había cometido aquel atroz crimen. La autopsia confirmaría también que Inmaculada Arteaga había sido también violada por su agresor.

Una gran ola de indignación recorrería la siempre tranquila localidad de Campo de Criptana, pues nadie se explicaba como podía haber alguien tan malnacido para asesinar a una ejemplar adolescente que aquella misma tarde había estado en el cumpleaños de una amiga, siendo a partir de ese instante cuando se le pierde la pista. Las calles del municipio, de 14.000 habitantes, serían escenario de una gran manifestación en apoyo de la familia de la víctima y en contra de la barbarie que ahora se había cebado cruelmente con aquel precioso territorio manchego.

La delación del ADN

Durante un largo periodo de tiempo se creyó que este brutal crimen pasaría a la historia como un caso sin resolver, pues pasaban los días, los meses y hasta los años y no había ninguna pista que condujese hasta el terrible criminal. No obstante, algunos restos biológicos hallados en el cuerpo de Inmaculada Artega serían de gran utilidad para los investigadores de este trágico suceso que había consternado profundamente a todo el territorio de La Mancha.

Debido a unas características científicas un tanto especiales, los investigadores llegaron a la conclusión de que el autor del crimen era un familiar directo de uno de los amigos de Inmaculada Artega. Los restos de ADN indicaban que las muestras recogidas eran suficientemente claras como para descartar a ciertas personas, pues las mismas se transmiten por vía paterna. Hasta un total de 350 personas serían convocadas en Campo de Criptana para un análisis de ADN, cuyo coste ascendía a 300 euros, aunque nadie debería abonar nada por el mismo. Los convocados eran todos varones cuyo apellido era M.Q., a raíz de lo cual se armaría un gran revuelo en la localidad, pues había muchos presuntos culpables del asesinato de Inmaculada Arteaga.

La detención del asesino causaría una gran conmoción y sorpresa en Campo de Criptana. Nadie se esperaba que un joven albañil de 24 años, S.M.Q. fuese el responsable de aquel horrible crimen. El 17 de marzo de 2006, cinco años después de haberse perpetrado aquel horripilante y macabro asesinato, dos policías vestidos de paisano se encaminaron hacia un bar de la localidad que frecuentaba muy a menudo y que seguramente estaría en el mismo al ser viernes. Ambos agentes se sentaron junto a él, mientras apuraba los últimos tragos de una copa.que estaba tomando. Lo invitaron a que los acompañase, una vez se hubieron identificado. El detendido les preguntó a los agentes que hacía con su moto, a lo que le respondieron que la dejase que no la iba a necesitar. Era un ciclomotor Vespino, de color blanco, el mismo al que había invitado a subir a Inmculada cinco años atrás, antes de cometer el crimen.

Confesión

Ante las evidentes pruebas que lo incriminaban y sintiéndose completamente acorralado, Santiago Muñoz- Quirós se derrumbaría y terminaría confesando el crimen que le había costado a la joven Inmaculada Artega, justo cinco años antes. Según la confesión que hizo a la Policía, el día de autos habría invitado a subir a su víctima a su ciclomotor y posteriormente la trasladaría hasta un descampado. Al parecer, allí le habría propuesto mantener relaciones sexuales, a lo que la joven se negó de forma taxativa, siendo en ese momento cuando aprovechó para violarla y posteriormente asesinarla de una forma que supera al peor terror cinematográfico jamás asesinado.

La detención de Santiago Muñoz-Quirós causaría una gran sorpresa en Campo de Criptana, pues prácticamente nadie lo ponía en la diana de este horroroso crimen que causaría gran estupefacción en la localidad. Se sabía que era un joven muy similar a los del resto de su generación, que trabajaba en una empresa que poseía el novio de su hermana. Entre sus aficiones se encontraba el fútbol-sala, jugando en un equipo del pueblo en el que compartía alineación con un agente de la Guardia Civil, quien nunca llegó a sospechar de aquel muchacho, que aparentemente mostraba siempre muy buenas formas, además de ser honrado y muy trabajador.

Ante la evidencia de las pruebas, S.M.Q. optaría por llegar a un acuerdo con la fiscalía, además de expresar su arrepentimiento por aquel descorazonador suceso. A raíz del pacto al que llegó su abogado con el ministerio fiscal, aceptó una pena de 14 años de cárcel por el asesinato y violación de Inmaculada Arteaga López, además de afrontar una cuantiosa responsabilidad civil con la que resarcir a la familia de su víctima.

Un hecho como este, y dados los avances técnicos y científicos de la sociedad en la que vivimos, debe servir para recordar a quienes sientan en el cogote el aliento de la Justicia que en cualquier momento pueden ser detenidos y que cualquier hecho delictivo, por mucho tiempo que pase, siempre puede ser descubierto. Este es sin duda un buen ejemplo que debería hacer reflexionar a quienes sientan tentación de realizar actos tan execrables e indignos que tan solo sirven para descorazonar a la sociedad en la que viven.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Asesinadas dos jóvenes de forma brutal en Cuenca (El doble crimen de Sergio Morante)

Las dos jóvenes asesinadas en una fotografía de FACEBOOK

No cabe ninguna duda que fue el triste y trágico culebrón del verano de 2015. Todo comenzaba el día 5 de agosto con la desaparición de jóvenes en Cuencia. Se trataba de Marina Okarynska y su amiga Laura del Hoyo. Se les había perdido la pista cuando la primera de elllas se dirigió a la casa de quien era su pareja, un muchacho de buen aspecto y aparentemente formal, que respondía al nombre de Sergio Morante, pero que ya había pasado por la cárcel, condenado por agresión sexual. Dadas las circunstancias de la desaparición de las muchachas, sus respectivas familia fueron presa de la desconfianza y sospecharon que algo grave podría haberles sucedido, aunque mantenían las esperanzas de que fuesen encontradas con vida. De hecho repartirían pasquinas por distintos puntos de la geografía española con la ilusión de que alguien pudiese dar alguna pista sobre su hipotético paradero.

Desgraciadamente los peores pronósticos se confirmarían a los seis días de la desaparición de ambas muchachas. El día 11 de agosto de 2015 un ciudadano daba cuenta de la aparición de dos cadáveres en las inmediaciones del río Huécar, en el municipio de Palomera, distante diez kilómetros de la capital conquense. Tanto las familias como la propia autopsia confirmaría que los cuerpos hallados pertenecían a Laura y Marina. Previamente al hallazgo de sus cadáveres, la familia de Sergio Morante había denunciado la desaparición de este último, quien había huido a Rumania, gracias la colaboración prestada por otro joven de origen rumano, Itsvan Horvarth.

Mientras Sergio Morante emprendía la huida, hasta llegar a la localidad rumana de Lugoj, por lo que sería preciso solicitar su extradición, la autopsia revelaba que las dos amigas habían sido brutalmente asesinadas, extranguladas con una cuerda. Sus cuerpos presentaban algo de corrosión a consecuencia de que habían sido embadurnados con cal por parte de su asesino, con el ánimo de dificultar las investigaciones. Su sepelio, que tendría lugar al día siguiente, sería una gran manifestación de duelo a la que acudirían varios miles de ciudadanos conquenses que querían expresar así su repulsa por tan execrable y cruel crimen.

Extradición de Morante

El peregrinaje del entonces presunto autor de aquel doble asesinato que tiñó de luto las vacaciones de los españoles en el añó 2015 terminaría pronto, siendo inmediatamente detenido por la policía del país de los Cárpatos a los pocos días de llegar. Como era de esperar, negó los cargos de los que se le acusaba, aunque el Estado español ya había emitido una orden internacional de extradición. A Rumanía llegó a bordo de un viejo SEAT Ibiza, cruzando por la frontera de Girona. En su declaración ante la corte de Justicia de Timisoara pidió no ser extraditado a territorio hispano por considerar que su vida correría peligro. Sin embargo, su petición quedaría en agua de borrajas debido a la existencia recíproca de un tratado bilateral entre ambos países.

Aunque siempre le había gustado presumir de su cuerpo atlético y de deportista, su llegada a los juzgados de Cuenca, no fue precisamente por la puerta grande. Allí le esperaba un buen número de ciudadanos que le increparon constantemente, llamándole asesino y otras lindezas, tal como él mismo le había expresado a un policía que lo custodió en el avión de regreso a España. Terminaba así su breve odisea en torno a un suceso que mantuvo viva la expectación de muchos españoles en aquel triste verano de 2015 en el que todavía resonaban los ecos de la fuerte crisis económica que sacudía al país.

48 años de cárcel

A pesar de que ya había entrado en vigor la Ley de prisión permanente revisable, el fiscal encargado del caso no consideró este hecho acreedor de la máxima condena que condena el ordenamiento jurídico español. Soliticó desde el principio y así lo mantendría durante todo el proceso una pena de 48 años de cárcel para Sergio Morante, a lo que se debían añadir otras accesorias así como debería enfrentarse a una responsabilidad civil superior al medio milón de euros en concepto de indemnización a las familias de ambas jóvenes. Además, quedaría de manifiesto su cruel actitud, al revelar diversas pruebas que el asesinato de la que había sido su pareja, Marina Okarynska, había obedecido a un plan premeditado. La muerte de su compañera, Laura del Hoyo obedeció exclusivamente al ánimo de eliminar cualquier testigo al perpetrar el primer crimen. Como si de un verdadero profesional se tratase.

El Jurado popular encargado de dirimir el caso consideraría por unanimidad culpable de dos delitos de asesinato a Sergio Morante en el transcurso de la vista oral que se celebró en el otoño de 2017. En la sentencia, hecha pública el 7 de noviembre del mismo año se condenó al asesino de Marina Okarynska y Laura del Hoyo a la pena de 48 años de cárcel y a hacer frente a una responsabilidad civil de 620.000 euros en concepto de indemnización a las familias de ambas jóvenes asesinadas. Por haber dado muerte a su ex-pareja se le imponía la pena máxima, 25 años de prisión, al ser considerado un delito de violencia de género, mientras que se rebajadaba en dos años la condena que debía cumplir por asesinar a Laura del Hoyo. Igualmente se le imponían otras penas accesorias, entre ellas la de destierro durante diez años, en los que no podría residir en Cuenca, contados a partir de su excarcelación definitiva. También deberá cumplir una orden de alejamiento de 500 metros de las familias de las víctimas durante el mismo periodo de tiempo.

Algunas personas que lo conocían como una personas agradable y encantadora. Quizás esas personas desconozcan, tal vez sin mal fe, que los psicópatas suelen tener un carácter engatusador y llegan a hacer las delicias de quienes les tratan. No obstante, no engañaba a nadie, pues su misma familia repudió su actitud y manifestó sus deseos de que fuese duramente castigado. Y es que al igual que los de su misma condición, tienen el defecto de no aprender de la experiencia. Tras una agresión sexual llegó un doble crimen que conmocionó a España entera. Es de esperar que en su larga estancia entre los muros de la cárcel en la que está internado aprenda que todo el mundo tiene derecho a la vida. Sería una buena lección.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

Asesinados tres funcionarios municipales en Zaragoza cuando reparaban unas farolas

Entierro de las víctimas del triple crimen de Zaragoza

A comienzos de la década de los años veinte del pasado siglo Zaragoza estaba siendo sacudida por una fuerte conflictividad social, que se traducía en constantes altercados públicos y una ola de violencia que amenaza con socavar los cimientos de la sociedad de la época. Una gran parte de los gremios de la capital maña hacían constantes huelgas, alentadas por grupos violentos en los que destacaban unos no menos agresivos piquetes que recurrían a las coacciones y a la fuerza si lo consideraban necesario.

Quien más notaba las consecuencias de aquel enrarecido clima era su Ayuntamiento, pues gran parte de sus operarios se encontraban de brazos caídos y había que recurrir a quien se ofreciese voluntariamente para hacer determinados trabajos que requerían de algún tipo de mantenimiento. Eso sucediió con su alumbrado público en el verano de 1920. Una gran parte de las farolas presentaban un deficiente mantenimiento, mientras que otras estaban destrozadas a raíz de las pedradas que habían sufrido por parte de algunos huelguistas y gamberros. Su entonces alcalde, el prestigioso médico Ricardo Horno, recurrió a diversos estamentos, entre ellos los propios bomberos, para proceder a la reparación de la iluminación pues la gente tenía miedo de transitar por las calles zaragozanas de noche. A la vista de las negativas, buscó voluntarios y se ofrecieron tres funcionarios, el arquitecto, José de Yarza, el escribano Joaquín Octavio de Toledo y el ingeniero César Boente, quien en aquel momento se encontraba disfruntado de sus vacaciones en la localidad guipúzcoana de Zarauz, pero que al conocer los efectos de las huelgas suspendió su periodo de descanso y regresó a la capital maña.

Se decía que para que tres funcionarios de cuello blanco tuviesen que efectuar este tipo de tareas las cosas debían de andar muy mal, pero a aquellos hombres les pudo más su vocación de servicio público que las posibles miradas hacia su honrado trabajo. En torno a las doce menos diez de la mañana del día 23 de agosto de 1920 llegaron al paseo de la Independencia para proceder a la reparación de una farola. Joaquín Octavio tendió sobre una farola la escalera que portaban para que su compañero César Boente pudiese subir a repararla. La mañana estaba transcurriendo conforme a lo previsto y ya habían reparado gran parte del alumbrado público. Estaban acompañados de unos guardias municipales que les hacían de escolta ante una eventual agresión de los huelguistas, aunque se encontraban situados a cierta distancia de quienes hacían las veces de operarios.

«Un hombre raro»

Cuando estaban acometiendo el último arreglo de la mañana, para luego disponerse a comer, un hombre -no muy alto de estatura- vestido con un pantalón blanco y una camisa azul miraba fijamente para los tres funcionarios, aunque aparentemente no se esperaba que aquel individuo les hiciese daño alguno. Sin embargo, de forma traicionera desenfundó una pistola star de 1919 de nueve milímetros con la que efectuó varios disparos a corta distancia, hiriendo mortalmente a dos de los funcionarios, en tanto que otro exangüe en el mismo lugar de autos. Los viandantes y los guardias que les acompañaban trataron de socorrerlos llevándolos inmediatamente a una farmacia próxima. Sin embargo, nada se pudo hacer por la vida de José de Yarza, un hombre de 45 años que dejaba viuda y cuatro hijos; Joaquín Octavio de Toledo, de 27 años, y que además de esposa dejaba dos niñas de corta edad, una nacida hacía escasos días.También perecería en el mismo lugar el ingeniero César Boente, un joven veinteañero gallego afincado en Zaragoza, que se había casado recientemente y que pertenecía a una familia gallega de noble estirpe, pues era hijo del abogado y periodista José Boente Sequeiros, quien había sido presidente de la Diputación provincial de Pontevedra entre 1901 y 1903.

La autopsia practicada a las tres víctimas dictaminaría que fallecieron prácticamente en el acto, pues los disparos efectuados por aquel energúmeno les habían alcanzado de lleno en el corazón. El sujeto en cuestión era Inocencio Domingo de la Fuente, un conocido sindicalista y anarquista que había llegado en mayo de 1920 a Zaragoza. No obstante, utilizaba una identidad falsa y se ocultaba bajo el nombre de Isidro Delgado.

Tanto las fuerzas del orden como los ciudadanos se lanzaron detrás del autor del triple crimen.en una persecución en la que el comandante de artillería, Hernando de la Cal intentaría derribarlo con su bastón, pero su intento resultó en vano. El asesino le efectuó un disparo sin consecuencias para la integridad física del militar. Inocencio Domingo, cansado y sin fuerzas trató de esconderse en el edificio de coloniales Francisco Bielsa. Allí se refugiaría en la portería del inmueble, lugar este en el que arrojaría su arma por el desagüe del fregadero, siendo aquí donde fue reducido y conducido a prisión.

El triple crimen provocaría una ola de indignación, no solo en Zaragoza sino en el resto de España. Ese mismo día, a las tres de la tarde, en torno a un millar de ciudadanos se manifestaron de forma espontánea por las calles de la capital maña solicitando que el general Arribas se hiciese cargo de la situación, pues resultaba prácticamente insostenible, ya que las huelgas y la inseguridad asolaban por completo a la ciudad. A consecuencia del atentado, el Ayuntamiento suspendió a 112 guardias de empleo y sueldo, por negarse a hacer las tareas que habían realizado voluntariamente los tres funcionarios que habían sido brutalmente asesinados.

El sepelio de las tres víctimas mortales tendría lugar al día siguiente en medio de una gran manifestación de duelo en la capital maña. Se calcula que unas 8.000 personas acompañaron a la comitiva fúnebre, a pesar de las amenazas que se habían lanzado desde distintos sectores que agitaban cada vez más la capital maña. Incluso, consiguieron que los enterradores municipales no hicieran su trabajo debido a las represalias que puediesen producirse, así como el miedo que les inspiraban los últimos acontecimientos. Los tres funcionarios recibieron sepultura gracias al esfuerzo de médicos y prácticantes, quienes hiceron voluntariamente este trabajo.

Condenado a 90 años de cárcel

Inocencio Domingo de la Fuente sería condenado a tres cadenas perpetuas, aunque el Tribunal Supremo le rebajaría su pena dejándola en 90 años de cárcel, 30 por cada uno de los tres asesinatos. El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Zaragoza en diciembre de 1921.En aquel entonces regía la Ley del Jurado de 1888, vigente hasta 1923. Los llamados a cumplir con esta obligación ciudadana refutaron su presencia y quien podía trataba de eludirla, debido al miedo que inspiraban las amenazas de diversos grupos sindicalistas y anarquistas, así como la ola de violencia que sacudía la ciudad aragonesa, pues a finales de 1920 había sido asesinado el periodista de HERALDO DE ARAGÓN, Adolfo Gutiérrez.

Del autor del triple crimen se supo después que había protagonizado otro altercado con arma de fuego en la localidad asturiana de Laviana y que era un gran activista en el seno de las manifestaciones y huelgas obreras. En el juicio negó conocer a ninguna de sus tres víctimas. También se especuló con la posibilidad de que contase con algún cómplice, pues un joven de 24 años, Benedicto Alonso le había llevado comida cuando estaba en prisión. Este último sería detendido y terminaría sucidándose en su celda, A él le dedicaría uno de sus poemas el poeta Antonio Machado, «el quinto detenido y las fuerzas vivas».

Inocencio Domingo de la Fuente se vería beneficiado por la proclamación de la IIª República, pues obtendría el indulto y apenas estuvo poco más de una década en prisión, aunque regresaría de nuevo a consecuencia de otros altercados y enfrentamiento que protagonizaría. El 18 de julio de 1936 sería liberado para combatir con el Ejército Popular Republicano. Al terminar la contienda se refugió en suelo francés, donde terminaría sus días en el año 1966, cerca de medio siglo después de haber escrito una de las páginas más oscuras y terribles de la historia de Aragón y de España.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias

El doble crimen de Don Benito: Un sangriento suceso que cambió la historia

Cartel de la época alusivo al trágico episodio acaecido en la localidad pacense de Don Benito

Hay sucesos que de alguna manera cambian la historia de los pueblos o, cuando menos, influyen en ella de manera decisiva. Uno de esos trágicos acontecimientos ocurriría en la localidad extremeña de Don Benito el día 19 de junio de 1902, que pasaría a la historia más por la actitud de los ciudadanos de la villa en la que se cometió que por la extrema crueldad de la que hiceron gala aquellos dos truhanes de medio pelo a la hora de dar muerte a dos honradas mujeres que vivían solas y, que como las gentes de su tiempo, recurrían a los medios que estaban a su alcance para poder hacer frente a las muchas vicisitudes que sufrían.

En la mañana de aquel penúltimo día de primavera la lechera que habitualmente abastecía de leche a aquellas dos mujeres llamó reiteradamente a Catalina Barragán. En vista de que no respondía, decidió entrar en el domicilio, situado en la calle Padre Cortés, actualmente calle de la Virgen. Al adentrarse en el interior de la casa se encontrará con un brutal panorama. La ama de la casa, una mujer de 60 años yacía muerta en el suelo. Inmediatamente pone el caso en conocimiento de la Guardia Civil, cuyos miembros se dirigen lo más rápido que pueden hasta el domicilio, pues todo indica que se encuentran ante un sanguinario crimen, tal como se demostrará más tarde. Sin embargo, aquella mujer que repartía la leche entre el vecindario no lo había visto todo, pues en una de las habitaciones del piso superior del edificio hallan el cadáver de su hija, Inés María Calderón Barragán, una apuesta muchacha de tan solo dieciocho años que tiene muchos pretendientes en la localidad debido a su gran hermosura.

En aquel domicilio se hospedaba un médico oftalmólogo que ejercía su profesión en el vecino municipio de Villanueva de la Serena, que responde al nombre de Carlos Suárez. Son muchos quienes dirigen las miradas hacia el joven galeno, quien incluso será detenido y sometido a las torturas del tercer grado, entonces permitidas. Otras fuentes apuntan a otro joven de la localidad, Saturio Guzmán, de quien se dice que miraba de forma lasciva a la bella María Inés.

Indignación popular

En la localidad pacense la indignación vecinal va en aumento a medida que transcurren los días, pues se sospecha que puede haber gato encerrado en las investigaciones de la Guardia Civil. Desde el Gobierno Civil de Badajoz se teme que se produzca un levantamiento popular. Son muchos los vecinos de Don Benito, que incriminan a un cacique local, muy bien relacionado con las altas esferas del poder,Carlos García de Paredes, un individuo joven, que posee grandes extensiones de terreno y al que le gusta la juerga, la parranda y la buena vida. Se decía de él que había violado a una joven deficiente y que incluso le había agredido a su madre con una navaja.

El día 3 de julio de 1902 ya había cinco detenidos. Todos claman por su inocencia. En la prisión se encuentran el médico Carlos Suárez, que había una falsa prueba que lo delataba; Carlos García de Paredes, su criado Juan Rando, acusado este último de haber lavado algunas prendas ensagrentadas de su señor, Saturio Guzmán y Pedro Cidoncha, quien era sereno en Don Benito y que la noche de autos había jugado una función fundamental en el asesinato de aquellas dos mujeres.

Mientras tanto, continúan las alagaradas y las protestas en la localidad que acusan directamente al cacique García de Paredes de ser el autor material del crimen. Al parecer, este energúmeno, vividor a más no poder, había intentado, sin ningún atisbo de éxito, ganarse los favores de la joven asesinada hasta el extremo de llegar a provocarle pesadillas y así se lo había hecho saber a su madre, quien se lo contaría a sus vecinas. Si aquel hombre se hallaba en la cárcel había sido por la presión del vecindario donbetitense, entre quienes se había granjeado innumerables enemigos, tanto por su fanfarronería como por su carácter arisco, pendenciero y petulante.

Un testigo incómodo e inesperado

Casi mes y medio después de haberse cometido el brutal y sanguinario crimen que ha costado la vida a las dos mujeres, aparecerá un inesperado testigo, un joven veinteañero llamado Tomás Benito Alonso Camacho, quien asegurará ante la Guardia Civil que lo había visto todo y puede relatar ante el juez lo que ha ocurrido la madrugada en la que habían sido asesinadas aquellas dos mujeres. Tampoco se sabrá nunca porque había esperado tanto en ofrecer su versión de los hecho. Si por temor a García de Paredes o la recompensa de 500 pesetas, que se ofrecía a quien facilitase algún dato sobre el crimen que había conmocionado a la villa pacense y que había enardecido los ánimos de sus vecinos. Él maniestará ante el juez que si se había demorado tanto en su declaración obedecía a que su madre se encontraba delicada de salud y no quería darle un disgusto. Por cierto, este hombre moriría a puñaladas, víctima de otro crimen, en tierras argentinas, a donde emigraría años después.

En la declaración ante el juez, el joven labrador manifestará que había sido testigo de los hechos desde la calle de Valdivia, cuando se dirigía hacia su domicilio aquella aciaga noche de junio. En la versión que ofrece del suceso dice que los asesinos de las mujeres son dos, uno de los cuales no se encontraba en el disparadero. En torno a la una de la madrugada del 19 de junio, Tomas Benito Alonso aseguró haber visto al sereno Pedro Cidoncha, quien se encontró con otros dos hombres, con quienes después de convenir algo se dirigieron a la calle Padre Cortés, frente a la casa de la viuda Catalina Barragán. Aunque los saludó cuando pasó junto a ellos, estos ni siquiera le correspondieron al saludo. Debido a que había una luna clara, el labrador pudo ver perfectamente a los tres hombres, a quienes reconocería posteriormente en el transcurso de una rueda de reconocimiento.

Según su relato, el sereno se dirigió a aquella hora a la vivienda que ocupaban las dos mujeres para solicitarle a la viuda el maletín del médico que se hospedaba en su vivienda, pues el recado era muy urgente. Posteriormente, Cidoncha solicitaría un vaso de auga a Catalina Barragán. Mientras esta se dirige a la cocina por el encargo que le hace el sereno, este les hace una señal con el farol a sus compinches, Carlos García de Paredes y Ramón Martín de Castejón, un cincuentón que otrora había pretendido a la viuda que terminaría asesinando. Es entonces, cuando ambos crápulas penetran en el interior del edificio en el que habitan las dos mujeres, a quienes asesinan de una manera cruel y despidiada, cosiéndolas literalmente a navajazos.

El testimonio de Benito Alonso Camacho es fundamental en la resolución del caso. Gracias a él,se pone en libertad a los otros tres acusados. Aunque Martín de Castejón negará su implicación en el trágico suceso, en su casa se encuentra una prueba de carga, que son unos pantalones manchados de sangre, que no ha cedido a pesar de haber sido lavado en diversas ocasiones.

Juicio y ejecución

Ambos individuos, Carlos García de Paredes y Ramón Martín de Castejón, además del serendo Pedro Cidoncha son sometidos a un proceso judicial que se dilata bastante en el tiempo con la aportación de pruebas por parte de las diversas partes y que se celebra durante la segunda semana de noviembre de 1903. Durante este tiempo que ha estado ingresado en la cárcel, se sabe que el cacique local donbenitense ha cambiado radicalmente su carácter y que, según se puso de relieve, habría mostrado su sincero arrepentimiento por aquel brutal crimen que sigue estando muy presente en la sociedad extremeña. No hará así su colega de correrías, Martín de Castejón, otro adinerado crápula que mantendrá su carácter tosco y arrogante, propio de quien se cree que está por encima del bien y el mal, tal como lo demostrará en el transcurso del juicio, en el que negará todos los cargos que se le imputan y tachará de mentiroso al labrador Tomás Benito Alonso Camacho.

La decisión del tribunal de la Audiencia Provincial de Badajoz es dura y contundente con los acusados del doble crimen. El 18 de noviembre de 1903 se hace público que los dos encausados son condenados a muerte. El sereno Pedro Cidoncha es condenado a 20 años de prisión, siendo trasladado al penal de San Miguel de los Reyes, en Valencia, en el que fallecería en el año 1923, el mismo en que se finiquitaba su condena. A pesar de la severidad de la Justicia, que no se ha andado por las ramas, son muchos los vecinos de Don Benito que no creen que aquello acabe sucediendo, pues son conocedores de los amigos y de la influencia que gozan ambos condenados en las distintas esferas de poder.

Despues de varios recursos y contrarrecursos, ninguna instancia judicial muestra clemencia para con los dos sentenciados a muerte, que serán ejecutados al amanecer del día 5 de abril de 1905. Según quienes presenciaron la ejecución,García de Paredes será incapaz de controlar sus esfínteres en el momento de subirse al cadalso. Tiene suerte porque su ejecución se desarrolla de prisa y el verdugo consigue darle muerte en un breve lapso de tiempo. No sucederá lo mismo con Martín de Castejón, quien sufre un pronunciado bocio, que dificulta el trabajo del ejecutor de la sentencia. Debido a ello, su muerte se prolonga más de lo previsto, en medio de insultos y constantes escupitajos, convirtiéndose así en víctima de la Justicia, a pesar de haber sido un cobade asesino.

No obstante, la cosa no termina con las ejecuciones de ambos reos. Sus cadáveres serán expuestos en público debido a las exigencias que hace el pueblo de Don Benito, para demostrar que realmente los dos sentenciados a muerte habían sido verdaderamente ejecutados.La práctica totalidad de sus vecinos asisten a una morbosa exposición, inimaginable en nuestros días, en la que pueden contemplar los cuerpos sin vida de García de Paredes y Martín de Castejón, los dos protagonistas de un brutal y sanguinario crimen que de alguna manera cambió la historia de Extremadura.

Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias