Asesinados tres funcionarios municipales en Zaragoza cuando reparaban unas farolas
A comienzos de la década de los años veinte del pasado siglo Zaragoza estaba siendo sacudida por una fuerte conflictividad social, que se traducía en constantes altercados públicos y una ola de violencia que amenaza con socavar los cimientos de la sociedad de la época. Una gran parte de los gremios de la capital maña hacían constantes huelgas, alentadas por grupos violentos en los que destacaban unos no menos agresivos piquetes que recurrían a las coacciones y a la fuerza si lo consideraban necesario.
Quien más notaba las consecuencias de aquel enrarecido clima era su Ayuntamiento, pues gran parte de sus operarios se encontraban de brazos caídos y había que recurrir a quien se ofreciese voluntariamente para hacer determinados trabajos que requerían de algún tipo de mantenimiento. Eso sucediió con su alumbrado público en el verano de 1920. Una gran parte de las farolas presentaban un deficiente mantenimiento, mientras que otras estaban destrozadas a raíz de las pedradas que habían sufrido por parte de algunos huelguistas y gamberros. Su entonces alcalde, el prestigioso médico Ricardo Horno, recurrió a diversos estamentos, entre ellos los propios bomberos, para proceder a la reparación de la iluminación pues la gente tenía miedo de transitar por las calles zaragozanas de noche. A la vista de las negativas, buscó voluntarios y se ofrecieron tres funcionarios, el arquitecto, José de Yarza, el escribano Joaquín Octavio de Toledo y el ingeniero César Boente, quien en aquel momento se encontraba disfruntado de sus vacaciones en la localidad guipúzcoana de Zarauz, pero que al conocer los efectos de las huelgas suspendió su periodo de descanso y regresó a la capital maña.
Se decía que para que tres funcionarios de cuello blanco tuviesen que efectuar este tipo de tareas las cosas debían de andar muy mal, pero a aquellos hombres les pudo más su vocación de servicio público que las posibles miradas hacia su honrado trabajo. En torno a las doce menos diez de la mañana del día 23 de agosto de 1920 llegaron al paseo de la Independencia para proceder a la reparación de una farola. Joaquín Octavio tendió sobre una farola la escalera que portaban para que su compañero César Boente pudiese subir a repararla. La mañana estaba transcurriendo conforme a lo previsto y ya habían reparado gran parte del alumbrado público. Estaban acompañados de unos guardias municipales que les hacían de escolta ante una eventual agresión de los huelguistas, aunque se encontraban situados a cierta distancia de quienes hacían las veces de operarios.
«Un hombre raro»
Cuando estaban acometiendo el último arreglo de la mañana, para luego disponerse a comer, un hombre -no muy alto de estatura- vestido con un pantalón blanco y una camisa azul miraba fijamente para los tres funcionarios, aunque aparentemente no se esperaba que aquel individuo les hiciese daño alguno. Sin embargo, de forma traicionera desenfundó una pistola star de 1919 de nueve milímetros con la que efectuó varios disparos a corta distancia, hiriendo mortalmente a dos de los funcionarios, en tanto que otro exangüe en el mismo lugar de autos. Los viandantes y los guardias que les acompañaban trataron de socorrerlos llevándolos inmediatamente a una farmacia próxima. Sin embargo, nada se pudo hacer por la vida de José de Yarza, un hombre de 45 años que dejaba viuda y cuatro hijos; Joaquín Octavio de Toledo, de 27 años, y que además de esposa dejaba dos niñas de corta edad, una nacida hacía escasos días.También perecería en el mismo lugar el ingeniero César Boente, un joven veinteañero gallego afincado en Zaragoza, que se había casado recientemente y que pertenecía a una familia gallega de noble estirpe, pues era hijo del abogado y periodista José Boente Sequeiros, quien había sido presidente de la Diputación provincial de Pontevedra entre 1901 y 1903.
La autopsia practicada a las tres víctimas dictaminaría que fallecieron prácticamente en el acto, pues los disparos efectuados por aquel energúmeno les habían alcanzado de lleno en el corazón. El sujeto en cuestión era Inocencio Domingo de la Fuente, un conocido sindicalista y anarquista que había llegado en mayo de 1920 a Zaragoza. No obstante, utilizaba una identidad falsa y se ocultaba bajo el nombre de Isidro Delgado.
Tanto las fuerzas del orden como los ciudadanos se lanzaron detrás del autor del triple crimen.en una persecución en la que el comandante de artillería, Hernando de la Cal intentaría derribarlo con su bastón, pero su intento resultó en vano. El asesino le efectuó un disparo sin consecuencias para la integridad física del militar. Inocencio Domingo, cansado y sin fuerzas trató de esconderse en el edificio de coloniales Francisco Bielsa. Allí se refugiaría en la portería del inmueble, lugar este en el que arrojaría su arma por el desagüe del fregadero, siendo aquí donde fue reducido y conducido a prisión.
El triple crimen provocaría una ola de indignación, no solo en Zaragoza sino en el resto de España. Ese mismo día, a las tres de la tarde, en torno a un millar de ciudadanos se manifestaron de forma espontánea por las calles de la capital maña solicitando que el general Arribas se hiciese cargo de la situación, pues resultaba prácticamente insostenible, ya que las huelgas y la inseguridad asolaban por completo a la ciudad. A consecuencia del atentado, el Ayuntamiento suspendió a 112 guardias de empleo y sueldo, por negarse a hacer las tareas que habían realizado voluntariamente los tres funcionarios que habían sido brutalmente asesinados.
El sepelio de las tres víctimas mortales tendría lugar al día siguiente en medio de una gran manifestación de duelo en la capital maña. Se calcula que unas 8.000 personas acompañaron a la comitiva fúnebre, a pesar de las amenazas que se habían lanzado desde distintos sectores que agitaban cada vez más la capital maña. Incluso, consiguieron que los enterradores municipales no hicieran su trabajo debido a las represalias que puediesen producirse, así como el miedo que les inspiraban los últimos acontecimientos. Los tres funcionarios recibieron sepultura gracias al esfuerzo de médicos y prácticantes, quienes hiceron voluntariamente este trabajo.
Condenado a 90 años de cárcel
Inocencio Domingo de la Fuente sería condenado a tres cadenas perpetuas, aunque el Tribunal Supremo le rebajaría su pena dejándola en 90 años de cárcel, 30 por cada uno de los tres asesinatos. El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Zaragoza en diciembre de 1921.En aquel entonces regía la Ley del Jurado de 1888, vigente hasta 1923. Los llamados a cumplir con esta obligación ciudadana refutaron su presencia y quien podía trataba de eludirla, debido al miedo que inspiraban las amenazas de diversos grupos sindicalistas y anarquistas, así como la ola de violencia que sacudía la ciudad aragonesa, pues a finales de 1920 había sido asesinado el periodista de HERALDO DE ARAGÓN, Adolfo Gutiérrez.
Del autor del triple crimen se supo después que había protagonizado otro altercado con arma de fuego en la localidad asturiana de Laviana y que era un gran activista en el seno de las manifestaciones y huelgas obreras. En el juicio negó conocer a ninguna de sus tres víctimas. También se especuló con la posibilidad de que contase con algún cómplice, pues un joven de 24 años, Benedicto Alonso le había llevado comida cuando estaba en prisión. Este último sería detendido y terminaría sucidándose en su celda, A él le dedicaría uno de sus poemas el poeta Antonio Machado, «el quinto detenido y las fuerzas vivas».
Inocencio Domingo de la Fuente se vería beneficiado por la proclamación de la IIª República, pues obtendría el indulto y apenas estuvo poco más de una década en prisión, aunque regresaría de nuevo a consecuencia de otros altercados y enfrentamiento que protagonizaría. El 18 de julio de 1936 sería liberado para combatir con el Ejército Popular Republicano. Al terminar la contienda se refugió en suelo francés, donde terminaría sus días en el año 1966, cerca de medio siglo después de haber escrito una de las páginas más oscuras y terribles de la historia de Aragón y de España.
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