Teruel: mata a su esposa y a su suegra y hiere a gravemente a dos personas más en la Sierra del Javalambre

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La noticia del suceso en el periódico LA VOZ DE ARAGÓN

Nadie duda ya que aquel fue un año muy convulso en toda Europa, no siendo en esta ocasión España ajena a las sacudidas que experimentaba Europa, en la que el auge de los extremismos parecían prepararla para una nueva era que no iba a ser precisamente próspera. En la vieja Iberia se estaba experimentando un nuevo sistema político que parecía no terminar de asentarse debido a las presiones y a las fuertes divergencias de unos y otros en un país que, a pesar de los avances políticos de aquel tiempo, seguía fiel a unas ancestrales costumbres y predominaba una distribución demográfica eminentemente rural.

Sería precisamente en una de esas localidades del inmenso mundo rural de la España de la época, hoy mal llamada España vaciada, donde tendría lugar un sangriento episodio, en lo que se puede considerar desde el punto de vista actual como un precioso paraje, aunque entonces solo reflejase el atraso de un tiempo felizmente superado. El escenario se sitúa en la aragonesa Sierra del Javalambre, otrora escasamente comunicada y olvidada de los dirigentes de aquellos remotos tiempos. El pequeño pueblo de Fuentes de Rubielos, que en la actualidad apenas cuenta con algo más de 150 habitantes -aunque hace ya más de 90 años la cifra se acercaba a los 700-, fue el lugar que se vio afectado por un suceso que solamente recordarán, y muy probablemente de oídas, de un sangriento episodio que pasaría a los anales de la crónica negra española.

Corría el mes de septiembre del año 1933, en una época en la que España era noticia la famosa masacre de Casas Viejas, y en una pequeña casa de este municipio fronterizo con la provincia de Castellón un joven matrimonio formado por Pedro Manuel Salvador y Magdalena Alegre llevaban ya algún tiempo separado debido a desavenencias provocadas por el rudo y áspero carácter del primero. La mujer, de tan solo 21 años de edad, hacía tan solo cinco meses que había dado luz a una niña y se encontraba enferma de los pechos, probablemente por algún problema de maternidad.

Un cuchillo enorme

Para tratar de paliar los efectos de su dolencia acudió a visitarle el doctor Soler en compañía del practicante del pueblo. Les acompañaba también Pedro Manuel Salvador. Su esposa se encontraba en cama y el médico le solicitó que se incorporase para realizarle un reconocimiento, siendo en este momento cuando ambos cónyuges se empiezan a dirigir palabras obscenas y malsonantes, lo que era una muestra clara de las dificultades de convivencia entre ambos. En un momento dado, el galeno consiguió que el marido de su paciente abandonase la alcoba, bajase las escaleras y saliese a la calle.

Mientras esto sucedía, su mujer proseguía con la sarta de insultos que había iniciado hacía quien formalmente era todavía su marido, aunque aquella relación naufragaba en el peor de los sentidos. Al escuchar aquellas palabras de desprecio, Pedro Manuel, incapaz de contenerse, sacó un cuchillo de enormes dimensiones de una faja y volvió a encaminarse escaleras arriba hacia el cuarto en el que se encontraba su mujer. Sin poder hacer nada quienes la acompañaban, aquel individuo, con fama de violento, inició una escalada de terror en aquel domicilio dando puñaladas a diestro y siniestro. Nadie se salvaba de su carácter pendenciero e irascible.

Las primeras cuchilladas alcanzaron mortalmente a Magdalena Alegre, pues le seccionaron la yugular. Igualmente fallecería prácticamente en el acto su madre Cristina Iriarte, quien trató de interponerse entre el criminal y su propia hija, pero aquella inútil mediación se convirtió en su sentencia de muerte. Mejor suerte corrió una vecina, quien también trató de detener al asesino, pero sin suerte. Asimismo, también acometería con el mismo cuchillo a su suegro, Martín Alegre, un hombre de avanzada edad, que resultaría gravemente herido.

Mejor suerte corrieron el doctor Soler y el practicante que le acompañaba. Ambos huyeron escaleras abajo para refugiarse en un lugar seguro de las terribles acometidas de un hombre que se había convertido en algo así como una fiera humana y quería imponer a toda costa sus violentas razones, que para nada eran las mejores.

Huida, detención y condena

Con una desmedida serenidad y sin importale el desolador panorama que había provocado en aquella vivienda que estaba inundada de sangre por todas partes, Pedro Manuel Salvador tomaría la cuna de su pequeña de cinco meses en brazos y con ella se dirigió precipitadamente hacia su domicilio. Enterado ya todo el pueblo de lo que había acontecido en aquella casa, entre ellos el secretario del Ayuntamiento, Adolfo González que residía en las inmediaciones se dirigió en compañía de otros dos hombres a la caza y captura del asesino que había perturbado la tradicional armonía que se respiraba en toda la Sierra del Javalambre.

Exponiendo su propia seguridad, entre aquellos tres hombres consiguieron reducir al abyecto asesino, al tiempo que evitaron que la recién nacida sufriera ningún percance. Inmediatamente se personaría en el lugar un grupo de agentes de la Guardia Civil que trasladarían al asesino al calabozo. Mientras tanto, un grupo de vecino se arremolinaban en las inmediaciones del Ayuntamiento y pretendían tomarse la justicia por su mano, debiendo proteger la integridad física del doble criminal que había provocado una tragedia jamás imaginada en aquella pacífica localidad.

Algo más quince meses después, en medio de una gran expectación, se celebró en la Audiencia Provincial de Teruel el juicio contra Pedro Manuel Salvador, que sería condenado a un total de 35 años de cárcel. Se le imponían dos penas, una de 23 años por asesinato y otra de 12 por homicidio, no era desde luego una condena ejemplar. A partir de ahí, se le perdería la pista al hombre que había acabado con el ancestral sosiego que se respiraba en la cumbre de Javalambre, entre otras razones porque contemplaría el inicio de la Guerra Civil desde la celda de la cárcel a la que fue destinado.

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