Impunidad para el salvaje asesinato de un matrimonio de sexagenarios en Logroño
En 1978 habían cambiado ya bastante muchas cosas en España. Entre otras, el país se encontraba en pleno proceso de transformación y cambio para una democracia que prometía mucho.Durante el verano las costas españolas se inundaban de turistas extranjeros que venían a disfrutar del calor y el buen tiempo reinante. En esto no había cambiado la situación con relación a los últimos años del anterior régimen, solo que ahora los españoles ya imitaban sin pudor a aquellos atrevidos veraneantes. En el interior de la Península, la época estival tenía fama de aburrida, ya que mucha gente buscaba refrescarse en cualquier de sus muchos kilómetros de costa. En Logroño esa tradicional tranquilidad se vería bruscamente interrumpida al aparecer una pareja de sexagenerios brutalmente asesinados en el número 39 de la calle Pérez Galdós de la capital riojana. La brutalidad y la saña con que se había cometido aquel doble crimen llevó a titular al diario ABC, en su edición del día 10 de agosto de 1978, que «solo un sádico o un loco pudo asesinar al matrimonio logroñés».
A las diez y media de la noche de aquel 8 de agosto de 1978 un sobrino del matrimonio compuesto por Benito Fernández, de 65 años, y Juana Soto, de 62, presentaría una denuncia ante la Policía Local de Logroño, preocupado por el hecho de que su tío no acudiese aquella tarde a su trabajo como era costumbre. La pareja de sexagenarios vivía sola y estaban sufriendo el duelo de la pérdida de su único hijo, de 32 años y guardia civil de profesión, al igual que su progenitor. No sé les conocían enemigos ni tampoco se sabe que estuviesen enfrentados con terceras personas de sus círculos más próximos, además de ser muy sociables y agradables con el resto del vecindario.
Una vez dada la voz de alarma, una patrulla de la Policia Local riojana se dirigió hacia el lugar de autos. Al llamar a la puerta, se encontraron que nadie respondía a sus requerimientos, por lo que hubieron de idear algún sistema para ingresar al domicilio de los dos sexagenarios. Un joven de una vivienda del inmueble se ofreció para entrar a través de la ventana que daba a la escalera. Una vez dentro, abrió la puerta para que pudiesen acceder los familiares y los agentes. El muchacho, despavorido y fuera de sí, solamente les acertó a decir «están los dos muertos».
Ensañamiento atroz
El panorama que pudieron contemplar tanto la policía como quienes le acompañaba no podía ser más pantagruélico y macabro. El asesino o asesinos del matrimonio se habían cebado cruelmente con sus víctimas hasta extremos difícilmente sospechables. Los cadáveres de ambos sexagenarios estaban en distintas estancias de la vivienda. Él de Juana Soto se hallaba en el pasillo, en medio de un gran charco de sangre, con varias puñaladas y el hundimiento de la base craneal. El cuerpo de su esposo, Benito Fernández, estaba en el cuarto de aseo. Al igual que su esposa, había sido degollado y presentaba grandes heridas en la cabeza, hechas con un objeto cortante que jamás sería encontrado. Por las circunstancias en que fue hallado el cadáver del hombre, se supuso también que había habido un forcejeo con el agresor y que la víctima habría intentado huir.
El criminal o criminales revolvieron los cajones de la vivienda y los dormitorios, hallándose todas sus pertenencias en desoden. Se suspuso que el móvil del crimen bien pudiera ser el robo, aunque debido a que se desconocían aspectos personales del matrimonio asesinado, se desconocería si el autor o autores del crimen se llevaron algunos objetos de valor. Aunque en un principio se había barajado la hipótesis del suicidio, estar sería descartada prácticamente de inmediato por la forma en que se habían encontrado los cuerpos de Benito Fernández y su esposa.
Los hechos, según la reconstrucción realizada por la Policía, se produjeron entre la una y cuarto del mediodía y las tres de la tarde, ya que a esas horas era cuando el ex-guardia civil regresaba de su trabajo a su casa para almorzar. Igualmente, todo parecía indicar que quien o quienes perpetraron aquel terrible crimen eran conocidos de sus víctimas, pues entraron al interior de la vivienda que ocupaban con total normalidad y no había señales de que la puerta de acceso estuviese forzada.
Impunidad
En aquel entonces, se comentaba ya desde diversas fuentes policiales que se encontraban ante «un caso difícil de resolver», pues no se acertaba a dar con la clave de quien podría estar detrás de aquel horrendo y brutal asesinato, que removió los tranquilos cimientos de la capital riojana en pleno verano del año 1978. Al igual que muchos casos similares, jamás se encontraría al autor o autores de aquel salvaje crimen y tampoco se detuvo a ningún sospechoso. Transcurridas ya más de cuatro décadas, el suceso ha prescrito en total impunidad y el presunto autor autores han campado libremente a sus anchas, saliéndose una vez con la suya.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias