Acercarse a la Galicia de los años cuarenta del pasado siglo es un viaje a un tiempo difuso en el que la mayoría de sus habitantes luchaba codo a codo con los rigores de una cruel Posguerra en la que sobrevivir era lo único verdaderamente importante. En aquella época a los gallegos no les quedaba ya ni siquiera el recurso de la emigración, debido a que los mercados americanos habían cerrado sus puertas a raíz de la gran conflagración mundial que estaba sacudiendo los cimientos del planeta.
A pesar de la no beligerancia española, las costas gallegas, debido a su posición estratégica, fueron objetivo de muchas incursiones por parte de las distintas fuerzas en combate, principalmente por submarinos espías de uno y otro bando, amén de la utilización del espacio marítimo español que era empleado por unos y otros, siendo violado en reiteradas ocasiones sin que por ello el Gobierno del dictador expresase en ningún momento la más mínima protesta o queja ante quienes osaban inmiscuirse en aguas españolas.
Un hecho poco conocido es que en aguas gallegas se libraría una pequeña batalla entre germanos y aliados que se saldaría con la muerte de un total de 14 combatientes de ambos bandos, en la que desempeñarían una función fundamental varios pesqueros gallegos en labores de salvamento y socorrismo de las partes enfrentadas en un acontecimiento un tanto singular.
El submarino alemán U-966 Gut Holz navegaba por el litoral próximo a la Península Ibérica en la madrugada del 10 de noviembre de 1943 después de haber realizado diversas operaciones en la costa oeste de los Estados Unidos, entre ellas algunas acciones de sabotaje contra convoyes de suministro. Al llegar a las costas gallegas fue detectado por los radares de la Royal Air Force británica y otros destructores de los aliados. A consecuencia de ello se iniciaría una cruenta batalla con el objetivo de hundir al submarino alemán que se prolongaría a lo largo de varias horas de aquel otoñal amanecer.
Tras varias horas de intensa lucha, en la Punta Maeda, en la ría de O Barqueiro, concluiría aquel cruel enfrentamiento que se saldaba con la muerte de 14 soldados, ocho pertenecían al bando alemán y seis a los aliados. Estos últimos habían perecido tras ser alcanzado por tres fockers alemanes el avión checoslovaco Liberator, que habían acudido a socorrer a sus compatriotas del sumergible. Su media docena de tripulantes fallecería completamente carbonizada a tan solo unas millas de Estaca de Bares.
Pesqueros de salvamento
Enterados de lo que se estaba cociendo a escasas millas de los tradicionales puertos gallegos del norte, los pescadores de toda la zona, desde Ortigueira hasta O Barqueiro, no dudaron en acudir a prestar auxilio a los muchos náufragos que habían sido víctimas de aquel incidente. Recuperarían un total de once cadáveres. Cinco pertenecían al submarino alemán, mientras que los seis restantes eran los de los tripulantes del avión checoslovaco. Tres de los fallecidos quedaron sepultados con el famoso submarino que fue terminado de hundir por su comandante, Ekkehard Wolf, colocando tres bombas de relojería. Los 52 supervivientes del submarino alemán serían trasladados en un pesquero hasta la villa costera de O Barqueiro.
Demostrando una vez más la hospitalidad de las tierras gallegas, los once cuerpos recuperados del mar servían velados en la Cofradía de Pescadores de O Barqueiro. De la misma forma, sus gentes demostraron su humanidad dándoles sepultura en el cementerio de la localidad, portando a hombros los féretros de los fallecidos en un combate que a muchos les resultaba poco menos que inaudito, cuando no totalmente ajeno.
La historia del comandante Wolf
En medio de cualquier tragedia siempre hay un pequeño lugar para la ternura. Tanto el comandante Ekkehard Wolf como sus hombres se quedarían prendados de Galicia. No era para menos. Durante algún tiempo estaría retenido en la Estación Naval de A Graña, en Ferrol para luego ser trasladado a Madrid al encontrarse aquejado de una afección pulmonar. A raíz de ello, al marino alemán se le certificó en falso su defunción, ya que se le facilitaría un salvoconducto para que pudiese trasladarse a Hamburgo. La falsificación documental, realizada en septiembre de 1944, tenía como objetivo poder escapar del control de los aliados y que estos le juzgasen y condenasen.
Concluida la guerra, Ekkehard Wolf contrajo matrimonio y tuvo hijos. La huella de Galicia quedaría profundamente grabada en su corazón, ya que era frecuente ver todos los veranos al viejo comandante jugando partidas de dominó y tomando aguardiente de caña y coñac en compañía de aquellos viejos marineros de raza que un lejano día del otoño de 1943 le habían evitado una muerte segura.
Pero la cosa no quedaría ahí. El viejo comandante, siempre agradecido a aquel verde paraíso del Atlántico, fallecería en el año 1978. En señal de ese eterno agradecimiento y como un acto de fe que sentía al viejo territorio celta quiso que sus cenizas descansasen para siempre en el mismo lugar en el que reposan los restos del submarino que fue hundido por los alemanes. Sus restos fueron arrojados al mar, en la misma Punta Maeda, en el mismo sitio en el que él hundió su sumergible un ya lejano 10 de noviembre de 1943.
Hallazgo de los restos del submarino
En junio del año 2018 una expedición gallega, compuesta por dos buzos y un arqueólogo, encontraron a 26 metros de profundidad los restos del submarino alemán hundido en el transcurso de la IIª Guerra Mundial. Los investigadores llevaban ya casi ocho años buscando los restos del sumergible que habían hundido los mismos alemanes con el objetivo de que los aliados no conociesen su tecnología.
Entre los fragmentos hallados se encuentra un pasacables y algunas chapas. Como en aquel entonces todavía no se tenía acceso al plástico, a los buceadores les sorprendió el blindado de los cables, que se hacía con plomo.
Estos investigadores tienen pensado seguir haciendo inmersiones en el lugar dónde se encuentra el U-966 Gut Holz, para tratar de revelar los secretos que todavía guardar este viejo pecio que se encuentra hundido muy cerca de Estaca de Bares.
Inauguración del monumento a las Mártires de Sofán
Hace ya un siglo el mundo disfrutaba del que sería conocido como «Año de la Paz» en la mayor parte de Europa, ya que en el viejo continente habían cesado las hostilidades que a lo largo de cuatro años lo habían aterrorizado con la peor guerra de la historia hasta ese momento. De la misma forma, se luchaba con denuedo contra una terrible y temible epidemia de gripe, conocida mundialmente como «gripe española», aunque de española tuviese poco. Su denominación obedecía al hecho de que era en España el único país en el que se informaba de una grave dolencia que mataría a varios millones de seres humanos.
En aquel entonces, Galicia era un territorio muy pobre y muy atrasado. La única salida que le quedaba a sus hijos era hacer una vieja maleta en la que iban unas muy escasas pertenencias y marcharse allende los mares. El corrosivo y ancestral caciquismo, junto con la sempiterna Iglesia Católica continuaban siendo los tremendos lastres que dominaban a una población que, además de pobre y depauperada, era también sumamente analfabeta, siendo muy bajos, por no decir que brillaban completamente por su ausencia, unos índices mínimos de desarrollo humano.
En esas circunstancias en las que se aunaban la siempre todopoderosa institución eclesiástica con el poder omnínodo de los viejos caciques, la tierra gallega sucumbía a un atraso secular del que difícilmente sería capaz de sobreponerse alguna vez. Hubo casos en los que el pueblo respondió, aunque muy escasos, a ese brutal y peligroso poder y sus arbitrariedades, aunque terminaría llevándose siempre la peor parte.
Un motivo de enfrentamiento entre los distintos estamentos fueron los excesivos privilegios de los que gozaban los poderosos, lo que daría lugar incluso a episodios sangrientos como el sucedido el 16 de febrero de 1919 en la parroquia de Sofán, en el municipio coruñés de Carballo. Entre el vecindario de la localidad y sus gobernantes reinaba un cierto clima de tensión a raíz de la construcción de un nuevo cementerio. Los vecinos seguían utilizando el antiguo camposanto debido a que en el recientemente construido era frecuente ver pulular cerdos y aquel espectáculo, como es natural, no era para nada del agrado de los residentes de la parroquia. A ello se unía que donde se había levantado el nuevo cementerio había algunos manantiales que los vecinos deseaban preservar.
Entierro de un niño
El detonante de la tensión acumulada saltaría en la fecha antes aludida cuando se le iba a dar sepultura a un niño de cuatro años de edad, una de las muchas víctimas de aquella terrible epidemia de gripe. Los vecinos se dirigían a enterrarlo al cementerio viejo, pero se encontraron con agentes de la Guardia Civil y algunos matones al servicio de los caciques del pueblo. Además, habían cortado el camino de acceso al nuevo camposanto. Los miembros de la Benemérita trataron de impedir por todos los medios que el pequeño fuese sepultado en la antigua necrópolis. A consecuencia de lo cual se produjo un grave altercado. Los vecinos responderían a las fuerzas del orden mandándoles piedras y en algunos casos con palos. El resultado del enfrentamiento traería aparejado consigo una terrible tragedia de la que todavía se habla en nuestros días. La desproporcionada respuesta de la Guardia Civil se saldaría con la muerte de cuatro mujeres, además de resultar heridos y contusionados muchos otros vecinos que protestaban contra la arbitraria de la autoridad municipal que, junto con el organismo competente en materia de sanidad de la época, había sido el que había decretado el cierre del viejo cementerio.
La desproporción de fuerzas vino a consecuencia de los disparos indiscriminados de los agentes de la Guardia Civil, en unión con algunos matones al servicio de los caciques, contra la comitiva fúnebre. El horror se apoderaría del vecindario en aquella ya lejana tarde de invierno. Una de las escenas más horrorosas se vivió en el instante en que una de las mujeres María Caamaño Pallas, de 44 años de edad, fue atravesada por una bayoneta que portaba uno de los agentes. La mujer, que se encontraba en avanzado estado de gestación del que sería su octavo hijo, fallecería desangrada a consecuencia de la herida que le infirió el miembro de la Benemérita. Otra de las fallecidas Carmen Veira Souto, de 56 años, recibió un disparo en un costado que le segó la vida prácticamente de forma instantánea.
Las otras dos mujeres muertas en esta tragedia fueron Josefa Boulón Mato, quien moriría al recibir el impacto de una bala en la cabeza y María Serrano Paz, que resultaría herida en una pierna. Esta última fallecería después de ser ingresada en un centro sanitario de Santiago de Compostela. Un cuñado suyo había ido buscar a un médico para que la atendiese, pero fue detenido y no regresó a tiempo. La mujer recibiría sepultura en un cementerio de la capital gallega, aunque jamás se le informó a la familia dónde había recibido sepultura.
Repercusiones
La matanza efectuada por agentes de la Guardia Civil no pasaría desapercibida para la sociedad de la época, principalmente para los nacientes grupos de tendencia nacionalista que veían en esta tragedia un grave atropello al pueblo por parte de quienes los gobernaban. Se intentaron hacer manifestaciones de protesta, que serían impedidas por grupos y organizaciones de caciques que veían como se podrían resquebrajar algunos de los resortes de su ancestral poder. Sin embargo, las Irmandades da Fala serían los primeros en poner el grito en el cielo tras el suceso que había costado la vida a cuatro indefensas e inofensivas mujeres. En un mitín celebrado en A Coruña en el año 1920, Lois Peña Novo, Antón Vilar Ponte o Santiago Casares Quiroga criticarían duramente la actitud de las autoridades de la época, ya que era el tercer incidente en el que se registraba una matanza en los últimos diez años de aquel entonces en Galicia.
A pesar de que el suceso tuvo una gran repercusión en la sociedad de la época, enseguida se haría un sepulcral silencio que sería bruscamente interrumpido con la proclamación de la IIª República española. En aquel entonces, el alcalde de Carballo, elegido en las urnas el 14 de abril de 1931, José Bolón propuso levantar un monumento a las mujeres vilmente asesinadas por suscripción popular. Sin embargo, su iniciativa no llegaría a prosperar, siendo posteriormente relegada al baúl de los recuerdos.
No sería hasta el 16 de febrero de 1919, centenario del sangriento suceso cuando fue erguido un monolito en honor de las víctimas, que eran popularmente conocidas como las «Mártires de Sofán», siendo al fin rescatada su memoria de un ostracismo al que habían sido relegadas a lo largo de un siglo, aunque en la mente de las gentes del pueblo jamás se ha borrado el recuerdo de aquellas mujeres que fueron víctimas de una sanguinaria y cruel injusticia.
En plena década de los años veinte del pasado siglo Galicia era el caldo de cultivo ideal para la emigración masiva a tierras americanas. Eran muchos los jóvenes que, sin más provisión que una vieja maleta, se trasladaban al otro lado del Océano Atlántico en busca de una prosperidad que se les resistía en el noroeste peninsular. Las tasas de analfabetismo y pobreza eran exageradas, a lo que se sumaban el ancestral atraso en el que se encontraban sumidos sus muchos núcleos rurales que aglutinaban a una extensa población muy dispersa en micronúcleos poblacionales, algunos de los cuales solo eran habitados por una sola familia, aunque muy numerosa.
Para subsistir, en aquel entonces, muchas gentes se las veían y se las deseaban. Las fuentes de ingresos eran muy contadas. Además de la emigración, cada vez más masiva, se unían los trabajos en tiempo estival en Castilla, tierra a la que se dirigían muchos jóvenes en busca de un jornal que no encontraban en Galicia. Además de ser un territorio pobre y deprimido, estaba también muy atrasado. Quizás demasiado. Todavía eran contadas las viviendas, principalmente de su extensísimo rural, que disponían de luz eléctrica. La única iluminación artificial de la que se disponía era la de un viejo y artesanal candil de carburo, a la luz del que, en los fríos y largos atardeceres del invierno se reunían la familia y también algún amigo a calentarse al calor de una vieja lareira para escuchar los relatos de algún anciano o el pater familias de turno contando alguna historia real o legendaria o, como no, de la ya tan manida emigración. De la misma forma, quien sabía leer, que no eran muchos, se encargaba de recitar en voz alta alguna de las muchas misivas que procedían allende los mares enviada por alguno de los millares de emigrantes que se habían trasladado al nuevo mundo. Escuchaban atónitos como el progreso y el bienestar se habían apoderado de aquellos países a los que ellos habían emigrado y en los que se suponía que estaban haciendo impresionantes fortunas, aunque no dejase de ser más que un relato fantástico, que no hacía más que poner los dientes largos a quienes se habían quedado pegados a su tierra. La dura realidad tal vez fuese completamente distinta y el paso de los años no haría más que corroborarlo.
En ese clima, en el que tampoco faltaban las viejas alcahuetas gallegas, a las que popularmente se les llamaba meigas, se producirá un luctuoso suceso que, dadas las circunstancias y en el lugar en el que se llevó a cabo, no faltarán tampoco los ancestrales prejuicios muy presentes en una sociedad demasiado ancorada a sus valores más vetustos y tradicionales que servirían de subterfugio a un más que execrable crimen.
Al atardecer del 10 de agosto de 1925 un guardia civil, llamado Manuel Campos Ares, se introdujo en lo que comúnmente se llamaba «casa de mala vida» preguntando por una señorita con la que supuestamente había mantenido alguna relación en fechas pasadas. La dueña de la vivienda, una mujer ya anciana según relata la prensa de la época, le manifestó en reiteradas ocasiones que la joven por la que se interesaba no se encontraba en aquel momento en la casa, rogándole de forma reiterada que se marchase. Sin embargo, el agente ignoró los comentarios de la mujer, de nombre Esperanza Pérez, conminándola una y otra vez con malos modos a que le informase donde se hallaba la joven por la que él preguntaba.
Gritos de auxilio
La propietaria de la casa inició una acalorada discusión con el miembro de la Benemérita que se tradujo en un monumental escándalo, lo cual no lo disuadió para nada de su actitud. Ante su negativa, amparándose bruscamente en su condición de autoridad, registró todos los recovecos de aquella vivienda pese a la manifiesta negativa de Esperanza Pérez. Nuevamente y presa de la tensión que se había generado entre ambos, la mujer invitó a Manuel Campos a abandonar la casa, haciendo caso omiso de lo que la dueña de la vivienda le requería. A raíz de ello se recrudecería la discusión que estaban manteniendo hasta extremos poco menos que insospechados.
En un momento dado, la mujer, ante las agresiones que al parecer le había propinado el agente, profirió gritos de auxilio por si la escuchaba algún vecino o transeúnte con la finalidad de que la socorriera. Sin embargo, nadie acudiría en su ayuda. Por su parte, el agente, presa de la excitación en que se encontraba según se recoge en el auto judicial, agarró a la mujer con las dos manos por el cuello, después de haberla derribado al suelo en una de las habitaciones de la casa, hasta estrangularla.
El suceso causaría una gran consternación en la preciosa localidad gallega de las Rías Baixas. Sin embargo, todavía muchos medios de comunicación de la época reprochaban que el trágico hecho se hubiese producido en una «casa de lenocinio», tal y como se la denominaba en aquel entonces, a lo que se sumaba el extracto social de la mujer asesinada, así como su vituperada profesión, muy duramente fustigada por la rígida y estricta moral de un tiempo en el que primaban en demasía las apariencias externas y, como no, el rancio rango social al que se pertenecía.
Manuel Campos Ares sería condenado a una pena que se puede considerar benévola para la época, ya que se estimó que en su actitud no había habido ánimo de matar a Esperanza Pérez, por lo que fue considerado homicidio y no asesinato. Además de ser expulsado del cuerpo en el que prestaba sus servicios, sería condenado a la pena de diez años de cárcel. Finalmente, solo cumpliría la mitad de su condena al verse beneficiado por un indulto en el año 1930.
Retrotraernos a la Galicia de hace más de un siglo es como viajar en el tiempo a una época oscura y recóndita en un país dónde nada era posible. Para los gallegos de aquel tiempo probablemente tuviesen más cercanía mental y espiritual con las lejanas tierras americanas que con las del resto de la Península Ibérica. De ellas llegaban ingentes cantidades de cartas y también regresaban muchos hombres y mujeres que hasta allí se habían desplazado en busca de esa fortuna que les negaba el terruño que los había visto nacer. Venían hablando un refinado castellano, adobado con giros y formas propias de los lares caribeños o andinos, aunque cuando el rastrillo que habían empleado en otros tiempos en las tareas agrícolas les daba en las narices, inmediatamente recordaban su denominación con una exhortadora exclamación de carallo pra o enciño!
No cabe duda que aquel no era tan solo otro tiempo, sino también otro mundo que guarda un mínimo parangón con el actual en ancestrales vestigios que nos han ido legando nuestros ancestros y que normalmente se reflejan en una contorneada y apacible arquitectura que luce magníficamente ante nuestra vista. Por lo demás, y por fortuna, esta Galicia nada tiene que ver con la de hace cien años, un país que vivía en el más absoluto atraso en el que viajar tan solo estaba al alcance de algunos bolsillos y cuando se hacía no era tan solo por placer sino por distintas obligaciones personales, tales como ferias, mercados o cuando no quedaba más remedio, la consabida emigración.
En 1915 el tren era todavía el medido de transporte más utilizado para todo tipo de desplazamientos, ya que no se habían desarrollado lo suficientemente los automóviles a motor. Las escasas líneas ferroviarias que existían en Galicia estaban más desarrolladas en el sur del territorio que en el norte, el cual todavía parecía un entorno agreste por explorar, dada la carencia y la penosidad de sus pocas infraestructuras. Precisamente en el área sur gallega se va a producir el 10 de marzo de 1915 la primera gran tragedia ferroviaria de la historia de Galicia en el municipio pontevedrés de Crecente cuando se producirá un accidente en la parroquia de Sendelle en el que se verá involucrado el tren correo, procedente de Madrid.
Talud de piedras
El siniestro se produciría a causa del desprendimiento de un gran talud de rocas que flanqueaba la vía se precipitó sobre la misma, alcanzado de forma estrepitosa el paso del convoy por el lugar de As Grobas, en la parroquia de Sendelle, siendo alcanzadas por las mismas una locomotora y tres vagones que quedarían atrapados en un descomunal corrimiento de tierras, tal cual fuese un terremoto. El inesperado suceso atraparía a muchos viajeros que, en esa jornada, habían ido hasta la feria de Ribadavía, así como también a algunos otros que estaban de viaje de negocios desde Madrid hasta Galicia.
Según informaciones aparecidas en diversos medios de la época, entre ellos el diario La Voz de Galicia, en un primer momento se da ya una estimación de 19 muertos y numerosos los heridos, que llega a cifrar en 37. Dadas las dificultades, tanto orográficas como de comunicaciones de la época, los escasísimos servicios asistenciales tardarían algún tiempo en llegar hasta el lugar de los hechos. Hasta tres horas y media se retrasaría el tren, que procedente de Ourense, se había destinado para auxiliar a los heridos. Este último de dio cita en el lugar del siniestro en torno a las seis y media de la tarde, cuando el accidente se había producido a las tres y cuarto. Otro tren, procedente de Vigo, no llegaría hasta las ocho y media de la tarde.
Ayuda vecinal
Una vez más, y como ha ocurrido siempre, la labor desinteresada de los vecinos fue crucial para socorrer a los heridos en un tiempo en los que se carecía del más mínimo servicio asistencial. En este sentido cabe destacar la labor hecha por el doctor Luis de Anguiano, quien, a lomos de un caballo, se dirigió al punto dónde había tenido lugar la tragedia para auxiliar a los heridos. De igual modo, fue muy generosa la actitud de algunas vecinas, entre ellas una conocida como a señora Xoana da Meleira, quien junto con otras mujeres, prepararon caldo de gallina a los heridos, además de practicar algunas curas con pócimas artesanales y tradicionales con los muy escasos medios que disponían.
La asistencia a los heridos fue muy complicada, dadas las carencias de la época. Algunos tardarían hasta doce horas en llegar a centros sanitarios de Vigo. Los lesionados que no se encontraban tan graves fueron trasladados hasta la aldea de Freiría, dónde fueron humanamente atendidos por sus vecinos.
Las carencias de aquel oscuro tiempo se demostrarían también a la hora de darles sepultura a los fallecidos, algunos de los cuales pertenecían a una compañía madrileña de zarzuela que tenía previsto actuar en Vigo. Sus restos mortales, al igual que muchos otros de localidades próximas que habían perecido en el mismo siniestro, descansarían para siempre en el cementerio de Sendelle que se convirtió, de forma totalmente improvisada, en su último y fatídico destino.
La «Casa Maldita» de Moraña fue escenario de distintas tragedias
Hay lugares, familias y gentes que están marcados históricamente por la tragedia. ¿Quién no ha oído hablar alguna vez en su vida de la maldición que supuestamente arrastra el todopoderoso clan de los Kennedy? En distintas épocas de la historia se han visto duramente golpeados por la tragedia hasta el extremo de que algunas enciclopedias, tanto impresas como digitales, les han dedicado un artículo a sus muchas desdichas. De la misma manera también hay sitios que, en diferentes etapas, han visto como los horrores de la desgracia sacudía la puerta de sus casas. Bien sea por catástrofes de carácter natural o por hechos que han acontecido en distintos tiempos. De una forma u otra, esos lugares o esas familias se han ido ganando, a lo largo del tiempo, una mala fama que, incluso, lleva a sospechar a muchas personas que la maldición se ha apoderado de la familia o el lugar en el que ha ocurrido el trágico infortunio, aunque no deje de ser más que una desgraciada e insólita casualidad. También hay gente, pero muy poca, a la que le ha tocado la lotería dos veces.
Al lugar al que ahora nos dirigimos es un sitio de esos que se ha visto afectado por distintas tragedias en más de una ocasión, que se ha ganado la mala fama de estar maldito. Incluso los más escépticos temen acerca de la supuesta maldición que haya podido recaer sobre una vivienda o un barrio, a lo que se suma cierto carácter de superchería y superstición que se va generando por las muchas desdichas que allí se han producido. Este es el caso de una vivienda situada en la aldea de O Apedrado, lugar perteneciente a la parroquia de Amil, en el municipio pontevedrés de Moraña. A la conocida como «Casa do Carballal» le ha recaído esa mala fama por el elevado numero de infortunios que en ella se produjeron. Lo peor de todo es que algunos llevaron la marca de la sangre, que de manera siniestra ha desdibujado la pacífica realidad de un incomparable paraje del tranquilo rural gallego.
El crimen de Bernardino Ruibal
El primer hecho luctuoso que tuvo lugar en esta casa se remontaba a la década de los años cincuenta del pasado siglo cuando fallecía la madre de Agustín Chayán Silva, al caer al pozo que era propiedad de su hijo, quien 60 años más tarde sería víctima de un horrendo crimen por parte de la hija de una prima suya. En el ambiente siempre ha flotado un macabro espectro que parece que ha marcado el devenir de este lugar en el que no han dejado de sucederse los dramas y las tragedias.
El primero y más grande de todos los sucesos que han afectado a la «Casa do Carballal» se remonta al 20 de enero de 1960. En aquel entonces, Bernardino Calvo Ruibal, de 38 años de edad, que con toda probabilidad sufriese alguna enfermedad psiquiátrica muy grave, asesinaba a su esposa Manuela Ferreiro Ruibal, cuatro años más joven que él y a una tía de esta última, Manuela Ruibal Monteagudo, de 67 años. La prensa de la época, mencionando fuentes de la Guardia Civil, atribuía ambos crímenes a los «exacerbados celos» del criminal, quien no dejaba de ser un atroz psicópata.
Al parecer, Bernardino se había empleado con una saña desmedida contra sus víctimas. En primer lugar, provisto de un hacha, le propinó un corte con la misma en el cuello a su esposa, quien fallecería de forma inmediata. Posteriormente, degollaría a la tía de su cónyuge dándole cuatro cuchilladas en el cuello. Al parecer, las desavenencias en el matrimonio Calvo-Ferreiro eran muy frecuentes, además de amenazar en constantes ocasiones el marido a su mujer de muerte. La pareja tenía cinco hijos de muy corta edad. El mayor contaba nueve años, en tanto que el más pequeño tenía en aquel entonces apenas tres semanas de vida.
Tras cometer la brutal matanza, Bernardino huiría del lugar de los hechos campo a través, perdiéndose en los montes próximos a la casa en la que había perpetrado la cruel matanza. La Guardia Civil le pisaba los talones, pero el fugitivo conocía bien la zona, no se sabe si buscando burlar la acción de la Justicia. Conseguiría sobrevivir a lo largo de varios días en el escarpado y abrupto terreno que rodeada la aldea. Al parecer, no quería personarse ante los agentes de Moraña, encargados de investigar el suceso y pretendía entregarse en Pontevedra, aunque finalmente sería detenido por los de la localidad del interior de las Rías Baixas.
Bernardino Ruibal tuvo suerte en aquel entonces, pues estaba vigente vigente la pena de muerte, habiendo bastantes casos que, por mucho menos, rindieron su causa en el garrote vil. Este hombre sería condenado a 40 años de cárcel, ya que se tuvo en cuenta como atenuante la patología psiquiátrica que padecía.
El asesinato de Agustín Chayán Silva
Cuando ya comenzaban a apagarse los ecos de la supuesta maldición que recaía sobre aquella siniestra vivienda, el 19 de mayo de 2017 se produjo un nuevo suceso sangriento que volvería a sacar a flote viejas supersticiones y leyendas. En la mañana del día siguiente, el 20 de mayo, fue encontrado el cuerpo de Agustín Chayán Silva, de 83 años de edad, que presentaba evidentes signos de violencia. Su cadáver estaba en un lateral del inmueble tirado sobre un impresionante charco de sangre.
Las pesquisas de los investigadores se centraron desde el primer momento en la hija de una prima de la víctima con la que convivía. Se trataba de una mujer de 42 años que, al igual que en el caso de Bernardino Calvo, sufría una patología psiquiátrica de carácter grave, pues estaba diagnosticada de esquizofrenia paranoide aguda, además de sufrir un retraso mental leve. Al parecer las discusiones entre la víctima y la mujer que lo asesinó eran constantes. Los vecinos ya se habían acostumbrado a escuchar gritos y voces procedentes de la casa en la que se produciría el trágico crimen. Además, la autora del homicidio había dejado de tomar la medicación que le habían prescrito los especialistas que se encargaban de tratarla.
La mujer que le ocasionó la muerte a Agustín Chayán Silva sería internada en la unidad de psiquiatría del Complejo Hospitalario de Pontevedra para, una vez que recibió el alta hospitalaria, ingresar en un centro psiquiátrico penitenciario, ubicado en la localidad leonesa de Las Mulas, dónde está a la espera que se revise su situación, una vez que se celebre el juicio.
Por su parte, la Audiencia Provincial de Pontevedra ha descartado archivar la causa, pese a la petición de la abogada de la defensa. En los informes periciales se constató que en el momento de cometer el crimen la acusada tenía totalmente anulada la comprensión del alcance de sus actos. El fiscal que lleva el caso considera que es inimputable y debería ser absuelta al aplicársele la eximente completa de trastorno mental, descartando en todo momento solicitar una pena de cárcel.
Estado en el que quedaron los vagones siniestrados en Rande
El año 1976 estaba siendo muy distinto a lo que habían sido los ejercicios anteriores en la España de la época. El fallecimiento del dictador había traído consigo unos aires de cambio que no dejaban indiferente a nadie. Se avecinaba la inmediata llegada de un Estado democrático que dejaría atrás aquella sempiterna e inmovilista dictadura que habían tenido a maltraer a los españoles a lo largo de 40 años. Nada iba a ser como antaño. En las Cortes Generales se estaba debatiendo el proyecto de ley para la Reforma política, en tanto que el terrorismo, principalmente de ETA, intentaba socavar los cimientos del futuro en democracia y libertad.
Pese a los prometedores avances que se anunciaban, la sociedad gallega de la época, al menos la más oriental, seguía anclada en su más pura tradición y sus tiempos más pretéritos, al menos en las formas. El campo, aunque ya había tractores, apenas se había experimentado innovación alguna de relieve y todavía continuaba escuchándose la ancestral sinfonía del carro del país en el que su eixo ponía aún una clásica nota histórica por sus caminos y corredoiras.
En materia de transporte, Galicia nunca había estado en la vanguardia del Estado español. En los primeros tiempos de la Transición democrática ni que decir tiene que todavía diversos grupos ecologistas y de la izquierda radical trataban de boicotear la Autovía del Atlántico, la única autopista que había en todo el noroeste peninsular y de la que tan solo disfrutaba el área más avanzada de la tierra gallega en aquel entonces, que, como ahora, siguen siendo las Rías Baixas.
Es precisamente en el suroeste gallego donde el ferrocarril estaba relativamente bien en relación al resto del territorio, por el que todavía traqueteaban ancestrales convoyes que parecían no conducir a ningún destino. Mientras, las comunicaciones entre Vigo, A Coruña y Santiago eran relativamente eficientes, con un gran número de viajeros que, diariamente, se desplazaban de unos lugares a otros gracias a una red de trenes regionales que comunicaban el área occidental gallega. Será uno de esos trenes que hacía el recorrido diario entre Vigo y la futura capital de Galicia el que vaya a sufrir un tremendo accidente en la tarde del 9 de septiembre de 1976, falleciendo 15 personas y resultando heridas de consideración hasta un total de 30.
Colisión violenta
El siniestro se produjo al colisionar el convoy de viajeros procedente de Santiago con una locomotora, sin que ninguno de los dos fuese advertido por los semáforos de la vía de la presencia uno del otro. El tren, en el que viajaban 120 personas, había salido instantes antes de la estación de Chapela empotrándose frontalmente contra la locomotora procedente de la factoría de Guixar, en Vigo. Como consecuencia del brutal impacto, un impresionante estruendo que se sintió en toda la Ría de Vigo, el vagón correo y otro de viajeros saltaron literalmente de la vía, precipitándose por un desnivel de 50 metros. Uno de ellos caería sobre un relleno de una factoría pesquera que la empresa Vieirasa estaba construyendo.
Las personas que perdieron la vida fueron los maquinistas de ambas locomotoras, así como los que se precipitaron por el mencionado despeñadero. En su caída este vagón también provocaría la muerte de dos obreros que estaban trabajando en las obras de Vieirasa. Entre los fallecidos se encontraba un bebé de tan solo siete meses. Un tercer vagón se montaría encima de la locomotora del convoy.
Inmediatamente después de haber acontecido el siniestro, se congregó en el lugar un gran número de personas que solicitaban información sobre sus familiares y amigos. A las consabidas escenas de dolor que se producen en estos casos, se sumaba el impactante y dantesco horror que se vivió instantes después al contemplar algunos cuerpos mutilados que habían quedado esparcidos por un amplio radio próximo al lugar del accidente.
Las causas del accidente siguen sin estar claras más de 40 años después. Al parecer el siniestro se produjo debido a la falta de coordinación en el cambio de agujas por parte del guardia encargado, quien, al parecer, no había comunicado telefónicamente que la vía principal entre Chapela y Redondela quedaba ocupaba por una locomotora que había salido de Guixar, la estación ferroviaria de Vigo, y que abandonaría en Rande la vía de los trenes para seguir luego en dirección a Ourense. Nunca estuvo claro que este fuese el auténtico motivo de este trágico episodio ferroviario, el más grande de los que han ocurrido en Galicia hasta que en 2013 se produjo el de Angrois. Esa fue la explicación oficial, que atribuyó el siniestro a un error humano, algo muy típico en la Administración española que, cuando sucede un hecho desgraciado de estas características, suele lavarse las manos como Pilatos.
Imagen de la finca de José Viador Traseira, en A Fraga Vella
Viajar a la Galicia de la primera Posguerra supone inmiscuirse en un mundo que había experimentado un espectacular retroceso en relación a la década que le precedía. Sus gentes estaban sumidas en la más absoluta de las miserias en un tiempo que tan solo se aspiraba a sobrevivir, sin importar como. Todo el Estado español se hallaba en una situación que superaba lo deprimente. En el caso gallego se agudizaba por la imposibilidad de poder salir al exterior debido al gran conflicto que estaba asolando a prácticamente todo el planeta y cuyas consecuencias se estaban dejando notar a las claras en países que, como era el caso de España, habían declarado su no beligerancia, lo cual no implicaba automáticamente su neutralidad.
Pero si a raíz de las consecuencias de un conflicto armado que había asolado a España y no había dejado indiferente a nadie, la población se las veía y deseaba para poder subsistir, ni que decir tiene que esas dificultades eran todavía mucho mayores a causa de la profunda injusticia social y las medidas sumamente arbitrarias que había tomado el nuevo régimen. El estado nacido del golpe contra la República repartió privilegios y prebendas entre sus adeptos, especialmente entre aquellos que más se habían destacado en su auxilio desde tiempos incluso muy anteriores a la guerra. Los falangistas, en un primer momento, recibieron no solo parte del organigrama político de Franco, sino que incluso serían compensados con edificios, periódicos e incluso terrenos, muchos de ellos que eran propiedad comunal desde tiempos inmemoriales que, repentinamente, pasaron a manos privadas por una decisión del poder central.
Uno de los beneficiarios de ese reparto arbitrario sería uno de los fundadores de los grupos falangistas lucenses José Viador Traseira, quien se vería beneficiado con una finca, hoy un auténtico paraje natural, situada en el norte de la provincia de Lugo, conocida como A Fraga Vella, que se emplaza en la parroquia de Romariz, en el término municipal de Abadín. Además, el terreno que le había sido otorgado era más propio de un señorito andaluz que de un propietario gallego, pues tenía una superficie aproximada de unas 700 hectáreas, algo completamente inusual en la gran patria del minifundio. A todo ello se añadía que esa gran extensión de terreno, que superaba con creces a la de muchos municipios, había sido usurpada por el régimen franquista a los vecinos que hacían aprovechamiento de su usufructo para intentar subsistir a muy duras penas.
Por deformación de su primer apellido, el líder provincial de los camisas azules era conocido como «O Aviador». Le gustaba hacer gala de su prepotencia y matonismo hasta extremos que se pueden considerar poco menos que viscerales. De hecho, en tiempos previos al conflicto armado se había destacado por tratar de impedir manifestaciones autorizadas de diversos grupos u organizaciones sindicales de signo contrario al suyo, empleando para ello la violencia cuantas veces fuese necesario, siendo detenido por orden judicial y sancionado por ello, lo cual le haría sumar méritos una vez concluida la guerra. Sin embargo, la cosa no terminaba ahí. Al poco tiempo de iniciado el conflicto bélico, se presentó en el Ayuntamiento de Vilalba preguntando el motivo por el que se encontraban recluidos algunos presos en su cárcel. Al comprobar que algunos de ellos habían sido detenidos por enfrentamientos e incluso agresiones a agentes del orden, que supuestamente eran simpatizantes de grupos y organizaciones afines a la República, los ordenó poner en libertad.
Gardarríos
Su impopularidad fue en ascenso, principalmente a medida que avanzaba el tiempo e iba afianzándose cada vez más su desmesurado poder, tanto económico como político y también social, que le llevaba a abusar drásticamente de los más humildes a quienes encomendaba tareas de cuidado y adecentamiento de su finca por el mero hecho de seguir gozando de un aprovechamiento del que ya habían disfrutado sus ancestros desde hacía siglos. Esos trabajos los debían hacer de forma totalmente gratuita. Ese despotismo del que hacía gala montando a caballo, del que rara vez se bajaba, le llevó a generarse, no centenares, sino millares de enemigos a quienes había perjudicado tanto por su talante como por la extrema violencia de la que alardeaba en todas y cada una de sus acciones.
En aquel entonces, abril del año 1940, una numerosa partida de miembros del maquis pululaba por los montes y montañas de Galicia, siendo una de las más destacadas la que operaba en el municipio de Abadín. Muchos de ellos buscaban realizar acciones contra objetivos que les granjease, no solo la legitimidad entre los suyos, sino también la simpatía de los habitantes de las áreas rurales. Uno de estos jefes guerrilleros era Luis Trigo Chao, popularmente conocido como «Gardarríos» en alusión a su antigua profesión de agente forestal en tiempos de la IIª República. Este hombre, no solo conocía bien la zona, de la que era oriundo, sino también el grado, ya no solo de desafección, de odio que existía entre el vecindario contra José Viador, a quien no solo consideraban un intruso, sino un usurpador que se había apoderado de forma ilegítima y torticera de una propiedad que había sido siempre explotada por ellos en régimen comunitario.
Como buen conocedor, no solo de la montaña, sino también de técnicas guerrilleras estudió durante algún tiempo las costumbres de José Viador, quien andaba generalmente a caballo sobre su finca, de la que había desahuciado a una familia que tenía en su cercado su centenaria vivienda, examinando todos sus rincones. Esas rutas solía realizarlas al atardecer, cuando caía el sol. Iba casi siempre armado, pues, pese a todo no ignoraba la gran impopularidad que suscitaba entre la mayoría de los habitantes de la zona y sabía que, en cualquier momento, podía aguadarle una inesperada y desagradable sorpresa.
Así sucedió al atardecer de un día de primavera, concretamente el 9 de abril de 1940, cuando sus enemigos le sorprendieron en el lugar conocido como o Pico da Lebre, un terreno de su finca escarpado y montañoso donde su verdugo le esperó escondido entre unas matas, disparándole a quemarropa, sin que tuviese la mínima oportunidad de reaccionar, siendo derribado de su caballo. Los autores de su muerte cogerían su cadáver y lo colocarían de cubito supino, además de esparcir el dinero que llevaba encima y colocar el reloj en un lugar visible, al igual que hicieron con una segunda pistola que el conocido falangista llevaba escondida.
Con este ritual, sus verdugos pretendieron demostrar que no se había tratado de un atraco que había salido mal, sino que se trataba de un asesinato premeditado y buscado en el que se reflejaba el ansia de ajustar cuentas y vengarse de quien siempre había demostrado ser un tirano con quienes le rodeaban. Los motivos del asesinato estaban muy claros y en este sentido coincidían tanto la versión oficial como la popular. La primera achacaba el mismo que obedecía a la adquisición de la finca por el «camarada Viador» en contra de los muchos abusos que habían ejercitado vecinos de comarcas próximas sobre la misma, aprovechándose de pastos y madera de la misma.
Este crimen fue visto por la práctica totalidad de los vecinos como un elemento liberador, en tanto que a «Gardarríos» le serviría para legitimarse tanto a nivel social como en la guerrilla de la que formaba parte. Además, en torno a este último se generaría un mito del guerrillero del pueblo, de hombre que lucha por el bien común. A todo ello se añadía el hecho que entre los habitantes de la zona afectada por la enajenación de la propiedad por parte de Viador, comenzó a reinar el clima de que se había hecho justicia con un asunto muy turbio en el que habían intervenido directamente las nuevas autoridades de un régimen inhumano y totalitario, como son todas las dictaduras.
Nadie duda que el año 1987 fue muy convulso en Galicia. Muchos pensamos que lo fue demasiado. Había grandes tensiones políticas por una moción de censura que le había costado el cargo de presidente de la Xunta al desaparecido Xerardo Fernández Albor, a la que habían contribuido distintos elementos de su partido, entre ellos el que fuera su poderoso vicepresidente Xosé Luis Barreiro Rivas, que recuperaba su antiguo cargo a hora de la mano de Fernando González Laxe. Al día siguiente de la moción, se destaparía el famoso escándalo de la concesión ilegal de las loterías instantáneas de Galicia.
Pero si parecía que aquel agitado 1987 parecía que iba a despedirse sin la guinda final, estaban equivocados. Desgraciadamente esta última llegó con tragedia incluida. La Costa da Morte haría, una vez más, honor a su nombre en un sábado, 5 de diciembre de aquel tormentoso ciclo que daba la impresión de no terminar de apaciguarse de forma definitiva. A las ocho menos cuarto de aquella jornada, la Ayudantía de Marina de Corcubión recibía un SOS de un carguero que navegaba bajo pabellón panameño, aunque todo indica que era una bandera de conveniencia. Además, la mayoría de su tripulación eran chinos, muchos de los cuales serían las víctimas mortales al arrojarse al agua con unos salvavidas que los expertos se atrevieron a calificar de juguete.
Las asistencias de socorro no llegarían al lugar del siniestro hasta las diez y media de la mañana, cuando la suerte de los marinos orientales ya estaba echada. Se supone, que además de no ser muy expertos, tampoco conocían la severidad de la zona a la que se habían arrojado, ni tampoco su trágica historia de naufragios en los que las víctimas se cuentan ya por varios millares. El barco embarrancaría en la playa de O Rostro a las ocho de la tarde del mismo día que había naufragado, sospechándose que la empresa Remolcanosa 5, encargada del rescate, lo depositó a propósito en aquel lugar debido a que el armador del buque se negaba a responder económicamente de las tareas de rescate que le prestaba su homónima española.
Explosión a bordo
Una explosión en la cubierta del «Casón» en los días posteriores a su embarranque provocó la llegada de centenares de curiosos que contemplaban atónitos un espectáculo que muy pronto dejaría de ser tal, al declarar el jefe de máquinas, uno de los pocos marinos que había sobrevivido a la tragedia, que transportaba material peligroso y altamente radiactivo, tal como lo indicaban los precintos de aquellos bidones que transportaba. Sin embargo, no se sabría nunca con total exactitud que era lo realmente llevaba el susodicho buque, ya que su capitán, el único que lo sabía con total certeza, había sido de los primeros en perecer en aquel trágico naufragio.
En las jornadas posteriores al embarranque, se sucederán las noticias contradictorias de unos y otros acerca de la supuesta peligrosidad que pueda derivarse del material que transportaba el «Casón». Las noticias contradictorias no hacen más que alarmar a la población. La primera que se toma es la suspensión de las clases en los centros académicos, lo que levantaba las lógicas suspicacias entre los vecinos de las zonas próximas al accidente marítimo.
Unos días más tarde se envían dos buques con la finalidad de que retiren el material que se halla a bordo del carguero siniestrado. Sin embargo, el temporal en el mar empeora y en las jornadas de los días nueve y diez del último mes de 1987 el agua penetra en el interior de las bodegas, entrando en contacto con el material que transporta, que al parecer es sodio. Los precintos de los bidones alertan de la alta toxicidad y peligrosidad de los mismos. A todo ello se une que la mezcla de agua con sodio es altamente peligrosa derivando en nitrógeno, con la consiguiente posibilidad de que se genere una nube tóxica en las poblaciones afectadas.
Evacuación de la población
Tras muchas idas y venidas, al amparo de constantes contradicciones, se decide evacuar a la población de los municipios próximo al lugar del accidente (Cee, Fisterra y Corcubión). Esta medida se anuncia a las diez de la noche del día 10 de diciembre. Se informa de que se hará con carácter meramente preventivo, para lo cual se habilitarán todos los autobuses que hagan falta. En un principio se anuncia que podrían ser 300, pero que si es necesario se incrementarán hasta 700, si las circunstancias lo requieren. La alarma ya ha sido generada en las poblaciones afectadas. Muchas personas inician una despavorida huida con sus propios medios, ya sea en coche o, incluso en barco, pero muchos otros, presas del pánico, se perderán por caminos y corredoiras de Galicia al candor de la noche sin rumbo fijo.
Una vez generado el desconcierto y la alarma entre los vecinos de los tres municipios afectados, se dará una nueva contraorden a la una de la madrugada del día siguiente. El Gobierno anuncia que, una vez realizados nuevos análisis a las sustancias que se almacenan en las bodegas, no existe peligro de ningún tipo, por lo que se suspende la evacuación de los residentes en las localidades próximas al accidente marítimo. Sin embargo, ya era muy tarde, y el mal ya estaba hecho. En este sentido cabe reseñar la actitud mantenida por el periodista deportivo José María García, entonces responsable de deportes de la desaparecida emisora Antena 3 Radio, ya que suspendería la programación deportiva para ponerse a informar en riguroso directo de los acontecimientos que estaban pasando en la Costa da Morte. Además, después de la contraorden anunciada por el entonces delegado del Gobierno en Galicia, Domingo García Sabell, entrevistaría a este último en su espacio, non sin darle la perceptiva reprimenda por la caótica situación de pánico y alarma generalizada que se había generado en todo el área afectada por el naufragio del «Casón»
Polémica con el material del «Casón»
La polémica sobre el material del «Casón» no finalizaría hasta días mas tarde. En un principio se decide trasladar los bidones de la discordia, que generan una gran tensión en toda Galicia, al campamento de Parga, en el municipio lucense de Guitiriz. Para colmo de males aquí se van a encontrar con una ruda y dura oposición vecinal, ya que los vecinos montarán barricadas e impedirán la descarga de los mismos por el temor que les infundía el material que allí pretendían alojar.
La carga del «Casón» será finalmente trasladada a la factoría de Alúmina-Aluminio, ubicada en la localidad de Xove. Sin embargo, el comité de empresa decidió evacuar la planta mientras se descargaban los bidones con la finalidad exclusiva de salvaguardar la integridad de los trabajadores. A raíz de esta decisión se paralizaría la producción en la citada fábrica, motivo por el cual sus dirigentes acusarían de irresponsabilidad a los sindicatos. A consecuencia de ello los trabajadores sufrirían una dura represalia que se traduciría en un expediente de regulación de empleo, despidiendo íntegramente a los miembros del comité de empresa.
Más de treinta años después de haberse hundido aquel buque que iba de Shangai hasta Amberes, se decidió por fin el desguace del pecio que había quedado en la playa de O Rostro. Sin embargo, esta medida fue muy mal acogida tanto por los vecinos como por los pescadores, los principales afectados, ya que en torno a el mismo se había generado un importante biotopo y habían recalado distintas especies marinas, entre ellas el tan cotizado pulpo. Y es que nunca llueve a gusto de todos. Quien le iba decir a los vecinos que de aquel enemigo llamado «Casón» se les generase una especie de indisimulado Síndrome de Estocolmo.
Almacén de Rogelio Aguiar, principal responsable del alcohol adulterado
Si hacía falta alguna prueba más acerca del grado de corrupción que se vivía en la dictadura franquista quizás la más concluyente es sin lugar a dudas el escándalo que por el consumo de alcohol adulterado que se vivió en Galicia en la primera mitad de la década de los años sesenta del pasado siglo. El investigador de este suceso Fernando Méndez, así como el fiscal que investigó la causa, Fernando Seoane siempre han sostenido que a consecuencia del mismo fallecieron miles de personas, aunque en el recuento oficial de la época solamente consten tan solo medio centenar, repartidas, principalmente, entre Galicia y Canarias, los territorios más afectados por el consumo de alcohol que debía ir destinado al uso industrial.
En aquel entonces en Galicia se produjeron muchos decesos extraños, de forma repentina, hasta un total de 14, muchos de los cuales fueron achacados a meningitis y a otro tipo de dolencias y enfermedades. A todo ello se unieron los ancestrales prejuicios de una sociedad eminentemente rural, anquilosada en viejos ritos y creencias, a practicar las autopsias a sus fallecidos, unido al estigma social que causaba el consumo de bebidas alcohólicas. De hecho, la rigurosa y ortodoxa doctrina oficial de la época relacionaba estas muertes con enfermedades que eran más frecuentes en bebedores habituales. «Eso pasa por beber» era poco menos que el lema que se lanzaba desde instituciones y organismos oficiales que se desentendieron en todo momento del grave drama que vivían muchas familias gallegas y canarias de aquel tiempo.
La alarma saltó precisamente en el municipio canario de Haría, situado en el norte de la isla de Lanzarote, cuando repentinamente fallecieron varias personas en febrero de 1963, casi todos ellos pescadores, tras haber consumido algunas bebidas alcohólicas, principalmente licor café, que contenía el mortal tóxico que se le había añadido. Los síntomas más comunes eran un fuerte dolor abdominal, al que proseguían vómitos y ceguera, que, en la mayoría de las ocasiones, terminaba con la muerte de la víctima. La primera en percatarse de que algo extraño estaba pasando fue la farmacéutica titular del municipio Elisa Álvarez Obaya, quien también era la inspectora de sanidad, al poner el grito en el cielo al percatarse de que todos los fallecidos habían ingerido la misma bebida. Además, con unos medios muy rudimentarios, pudo determinar que el líquido que habían tomado contenía alcohol metílico, destinado a usos industriales. Su actitud, muy valiente en aquella época y es justo reconocerlo, le costaría muchas amenazas procedentes del sector destinado a la venta de bebidas alcohólicas, además de distintos empresarios que se sentían perjudicados por las investigaciones que había realizado la farmacéutica.
Primeras muertes en Galicia
Las noticias de los primeros decesos en Galicia los publicó el rotativo Faro de Vigo, en su edición del 30 de marzo de 1963, al dar cuenta de tres fallecimientos de otras tantas personas por ingerir alcohol en malas condiciones en la comarca de O Carballiño, la zona más afectada por esta intoxicación masiva. Indicaba también que otras tres habían perdido la vista por el mismo motivo. Otros casos similares se estaban dando en municipios próximos y de la misma comarca. De hecho, el médico titular de San Cristóbal de Cea, José Novoa Santos, recordaba el caso de un labrador que fallecía de forma muy rápida a finales del año anterior, 1962. La nómina de fallecidos en distintos lugares y localidades de Galicia iba in crescendo de forma muy abrumadora en muy escasas jornadas. En abril de 1963 fallecían tres personas en A Costa da Morte, en el municipio de Laxe, por haber ingerido licor café adulterado con alcohol metílico. De la misma forma, el vespertino catalán La Vanguardia daba cuenta de la muerte de varios vagabundos en New York por consumo de alcohol metílico, aunque se ha sabido posteriormente que no guardaba relación alguna con el comercializado en Galicia.
Nadie ponía en duda que tantas muertes en tan poco tiempo obedecían al consumo de bebidas alcohólicas(ron, licor café, aguardiente o ginebra) que habían sido elaboradas con alcohol destinado al sector industrial, sometido a diversas mezclas con alcohol etílico con la exclusiva finalidad de alcanzar un mayor lucro económico, ya que el elaborado para fines industriales se podía adquirir a un precio mucho menor que el destinado al consumo humano. Además, los comerciantes eran conscientes de que se precisaba una mayor cantidad de agua en las distintas combinaciones que hacían, debido a que el alcohol metílico dispone de una graduación mucho mayor que el etílico, por lo que sus beneficios económicos se dispararían.
Detenciones
Ante el el clamor y el escándalo que se había forjado en todo el país, se procedió a la detención de tres empresarios gallegos que, presuntamente, podrían estar involucrados en la fraudulenta y mortal trama de la comercialización del alcohol tóxico. El 26 de abril de abril será detenido el industrial orensano Rogelio Aguiar Fernández, considerado el principal responsable al adquirir una importante partida de alcohol destinado al uso industrial a Alcoholes Aroca, de Madrid. Otros dos detenidos serán los propietarios de la empresa Lago e Hijos, Román Rafael Lago Cabral y Román Gerardo Lago Álvarez, quienes habrían adquirido importantes partidas del producto tóxico a Bodegas Aragón, de la que era propietario el principal responsable de la trama.
Para dificultar las investigaciones, Rogelio Aguiar se desharía de la mercancía del delito echándola al sumidero, aconsejado por su abogado, José Ramiro Nova Ramírez, quien sería posteriormente procesado y condenado, acusado de encubrimiento. De la misma forma, tanto Aguiar como los miembros de la familia Lago, padre e hijo, se confabularon para efectuar una misma declaración ante la policía, pretendiendo así echar balones fuera acerca de su supuesta responsabilidad. Los tres empresarios declararían que desconocían la toxicidad del producto que estaba en venta, si bien es cierto que el proveedor madrileño había advertido muy severamente al orensano del peligro al que se podía exponer a los consumidores en caso de emplearlo para el consumo humano. El alcohol metílico, altamente tóxico, solamente estaba recomendado para el empleo potencial en barnices, pinturas y otros productos estrictamente industriales.
A raíz de las dimensiones que había tomado el monumental escándalo, que era conocido ya a nivel mundial, en Galicia se produciría un colapso del sector de la viticultura, debido a que durante algún tiempo, debido a la instrucción que estaban efectuando el fiscal Seoane y el juez José Cora, se prohibió la comercialización de bebidas alcohólicas hasta que hubiese una seguridad plena de que no se producían más fallecimientos a consecuencia del alcohol tóxico. A consecuencia de ello, muchas empresas del sector se vieron obligadas a cerrar. Además, tampoco se vendía ni en bares, restaurantes ni tampoco en supermercados. Se daba la circunstancia que en algunos banquetes y recepciones sociales la única bebida alcohólica que se consumía era cerveza de bote, que estaba considerada como la más segura.
Juicio a los acusados
El juicio contra los acusados del mayor fraude y matanza de la historia de Galicia se inició el primero de diciembre de 1967, cuatro años después que hubiesen ocurrido la mayoría de las muertes. El sumario, que contaba de 36.000 folios, era el más extenso de cuantos se habían instruido en España hasta la fecha. Además, de la fiscalía intervinieron también cinco acusaciones particulares y trece abogados defensores, siendo llamados a declarar un total de 113 testigos propuestos por el fiscal y 76 propuestos por las respectivas defensas.
Todos los acusados mantendrían una táctica similar de defensa, acusando directamente a Rogelio Aguiar de ser el único responsable por la venta de un producto altamente tóxico, del cual ellos desconocían sus consecuencias. Por su parte, el empresario orensano aludió que consideraba que el alcohol metílico al mezclarlo con el etílico y posteriormente con agua no producía efectos graves en la salud humana. Sin embargo, es necesario reseñar que ni un solo familiar de los acusados resultó afectado por el consumo de bebidas alcohólicas adulteradas, con lo que su defensa se venía abajo por si sola.
Si el caso había resultado clamoroso, tanto o más lo resultaría la sentencia que, aunque fue considerada ejemplar en su momento, lo cierto es que muchos de los condenados estarían en poco tiempo en libertad, pese a que las penas eran ciertamente elevadas. Rogelio Aguiar sería condenado a 19 años de cárcel, acusado de un delito contra la salud pública, aunque recobraría la libertad en poco más de seis años. La multa a la que fue sometido fue irrisoria, ya solo ascendía a 25.000 pesetas, 150 euros actuales al cambio. Su esposa, María Ferreiro Sánchez, también sería condenada al comprobarse que ayudaba a su marido en las tareas de adulterado del alcohol a la pena de doce años de prisión y a la exigua multa de tan solo 5.000 pesetas, 30 euros actuales al cambio. Además, esta última huiría a París al conocer la sentencia, antes de ser ejecutada. Regresaría a España en 1975, siendo detenida de nuevo, pero sin poder hacer nada la justicia en su contra ya que el caso había prescrito.
De la misma forma también serían condenados los propietarios de Lago e Hijos. El padre Román Lago Cabral sería condenado a 17 años de reclusión y una multa de 25.000 pesetas, en tanto que el hijo era sentenciado a la misma pena que su progenitor. Ambos, al igual que casi los restantes acusados estaban acusados de un delito contra la salud pública. A la misma pena, y acusado de los mismos cargos, sería sentenciado Luis Barral Iglesias; en tanto que Ricardo Deben Gallego debería cumplir una pena de doce años de prisión y pagar una multa de 5.000 pesetas. Por su parte Miguel Ángel Basail Infante era condenado a quince años de cárcel y a satisfacer 10.000 pesetas de multa, 60 euros actuales al cambio, con una acusación exactamente igual que los anteriores.
Por imprudencia temeraria sería condenados Alberto Lombán González y Francisco Emilio López Otero a las penas de seis y tres años de reclusión respectivamente. El último de los acusados era el abogado José Ramiro Nova Ramírez, abogado defensor de Aguiar, al que se le atribuía el cargo de encubrimiento.
El estudioso de este asunto, el periodista gallego Fernando Méndez, señala que las indemnizaciones eran muy cuantiosas y elevadas para la época, estimando las mismas en 300 millones de pesetas (1,8 millones de euros actuales al cambio). Sin embargo, estas nunca llegarían a ser satisfechas por los principales acusados entre ellos Rogelio Aguiar y la familia Lago, al ser declarados insolventes. La empresa Lago e Hijos había sido declarada como responsable civil subsidiaria, pero con todo, su patrimonio no alcanzaba ni mucho menos para satisfacer las elevadas indemnizaciones económicas que deberían satisfacer los acusados.
Consecuencias posteriores
Desde que se descubriera la mortal trama del alcohol intoxicado, desempeñaría una función fundamental el fiscal Fernando Seoane, un personaje que demostró un coraje a prueba de bomba para defender la dignidad de las víctimas. Además, a lo largo de su trayectoria profesional, y muy especialmente en el tiempo en el que se desarrolló el juicio, estuvo seriamente amenazado por distintos sectores del régimen, a los que no dudó en acusar en sus autos de una total falta de control sanitario, como así era cierto, en el aspecto relativo a la comercialización de productos adulterados. En aquel tiempo realizaría varias preguntas, en su calidad de fiscal, a los distintos ministerios, entre ellos de la Presidencia, del que era titular el Almirante Carrero Blanco, en relación al control que se ejercía con relación al tráfico de este tipo de mercancías. Sin embargo, sus preguntas caerían en saco roto, ya que obtuvo la callada por respuesta, mientras que en otras ocasiones se zanjaba el caso indicando que el ministerio carecía de responsabilidad alguna, ya que había actuado con total corrección. ¿?
Apunta reiteradamente Fernando Méndez, tanto en sus publicaciones como en sus muchas intervenciones en los distintos medios, que los acusados contaron con la colaboración de los afectados en una época en la que Galicia continuaba sumida en un ancestral atraso. Las familias de las víctimas, en muchos casos, se negaron a que se hiciesen las autopsias a los fallecidos para determinar las causas por las que se había producido su deceso, tan solo por el pudor que podía suponer el desenterrar un cadáver y descuartizarlo, amparado todo ello por ancestrales prejuicios y creencias que en nada ayudaron a resolver el caso.
Este mismo autor y el desaparecido fiscal Fernando Seoane sostienen que pudo haber millares de muertos, debido a esas circunstancias que contribuyeron de forma decisiva a amparar a los acusados, la carencia de pruebas. A todo ello se sumaba el hecho que la muerte de las víctimas les había sobrevenido a consecuencia del consumo de alcohol y todo lo que esta práctica llevaba aparejada consigo y las fatales acusaciones que se hacían vox populi contra las víctimas, en un tiempo en el que la gente solamente creía en el honor que la propia sociedad le atribuía. Y el honor de los muertos estaba por encima de autopsias y cualquier acusación, a lo que contribuía una menos corrupta dictadura que empezaba a descomponerse, amenazada ya muy de cerca por el «caso Matesa», que sería su penúltimo episodio.
Lo peor de todo en este escabroso acontecimiento es que las víctimas, muchas de las cuales quedaron ciegas, jamás fueron resarcidas. A todo ello, se sumó la total indiferencia del propio régimen, cuando no su desidia, amparando de nuevo la tétrica corrupción a la que estuvo manifiestamente unido a lo largo de su tediosa existencia. Esa misma que se asocia con la España negra. Y es que era precisamente lo que representaba, un estado negro al que le faltaba un mínimo de transparencia y en el que sus principales víctimas eran sus propios ciudadanos.
Villa Talleres, lugar donde fueron asesinados tres hermanos emigrantes gallegos
La emigración gallega, como suele decirse, tuvo un poco de todo. Muchos de los que se marcharon en la primera mitad del siglo XX quedaron atrapados en la tormenta americana, sufriendo las calamidades derivadas de distintos regímenes tiránicos que llevaron a sus respectivos países a la bancarrota en la que quedaron sumidos quienes en otro tiempo habían ido en busca de una fortuna que en su tierra natal les daba la espalda.
Aquellos hombres y mujeres que se desplazaron al nuevo mundo no cabe la menor duda que con ellos llevaron también una parte importante de la tierra que los vio nacer. Gracias a ellos surgirían innumerables centros culturales y educativos que tenían una doble finalidad. Por un lado, no olvidar la profunda raigambre que los unía a su tierra, mientras que por el otro reunir los fondos necesarios para dotar de centros educativos, principalmente, a esa misma tierra que habían abandonado para ver si así, con la educación, se terminaba con la endémica emigración y las nuevas generaciones podrían disfrutar el dorado que ellos buscaban allende los mares. Su misión se cumplió a medias, aunque jamás habrá que achacarles a quienes cruzaron el océano culpa alguna, ya que ellos cumplieron sobradamente con la parte que les correspondía. Quien no cumplió fueron los gobiernos españoles de turno que durante décadas se olvidaron de Galicia, para quienes no dejaba de ser un bucólico territorio en el que se escuchaba de fondo el repicar de un gaita en el resplandor de una alborada en la que caían incesantes gotas de lluvia, conocidas como calabobos. Quizás pretendían acallar a los gallegos, pero que no les tomasen por bobos. ¿Se entiende la ironía, no?
Entre los muchos gallegos que se desplazaron a aquel prometedor continente, muchos de ellos consiguieron hacer una cierta fortuna, a pesar de las adversidades derivadas de las dictaduras que asolaron a Hispanoamérica, logrando algo más que sobrevivir porque si de algo tienen fama quienes se desplazaron a ese territorio es de ser trabajadores de sol a sol. Tal era el caso de tres hermanos originarios de la localidad lucense de Mondoñedo, en la zona interior norte de la provincia de Lugo, que llegaron a la capital argentina, Buenos Aires, en un ya lejano año de 1940, siendo todavía muy jóvenes, cuando en España se estaba sufriendo una más que feroz posguerra. Tras muchos años de esfuerzo lograron levantar su pequeño emporio que les ayudaría a vivir desahogadamente los últimos años de sus vidas, ya que disponían de nada más y nada menos que de 53 viviendas en la provincia de Buenos Aires y otras propiedades en España, dónde también residía un hermano suyo.
Muertos a golpes
Sin embargo, tras haber trabajado como hacían los gallegos regentando una panadería, a quienes algunos cubanos les denominaban en tono despectivo comemierdas, su suerte se vio truncada en su atardecer vital, cuando quizás aún sus oídos recordasen los inigualables acordes de la vieja Alborada compuesta por el también mindoniense Pascual Veiga. Los tres serían brutalmente asesinados el 13 de junio de 2005 por unos individuos que, además, les robaron, siendo conocedores sus asesinos de la buena situación financiera de la que gozaban los tres ancianos fallecidos. El medio argentino Infobae informba que los ancianos habían sido asesinados a «palazos y a fierrazos». El crimen se produjo en la calle Primera Junta, de la ciudad de Junin, en el distrito de Villa Talleres. Esta ciudad se encuentra situada en la provincia bonaerense a 260 kilómetros de la ciudad autónoma de Buenas Aires. Se llamaban Agustín, Josefa y José Villalba, contando en el momento de su óbito con 78, 82 y 84 años respectivamente. Los dos varones estaban solteros, mientras que la mujer estaba viuda y no tenía hijos.
La muerte que sufrieron fue de lo más espantoso, ya que la policía sospechó incluso si les habrían torturado para obligarles a decir donde guardaban el dinero. La cantidad robada era relativamente elevada si se tiene en cuenta el nivel adquisitivo de Argentina, ya que ascendía a 7.000 pesos, al cambio unos 1.800 euros. La policía argentina barajó otras hipótesis que podrían esconderse detrás de aquel brutal crimen, tal como alguna venganza, debido a la saña que emplearon los criminales contra tres pobres desvalidos ancianos. Esta tesis venía avalada por el hecho que los investigadores todavía encontraron 7.000 pesos que no fueron robados en la vivienda y que «estaban a la vista de cualquiera», según declaraciones efectuadas por un alto mando policial argentino.
Al llegar los cuerpos policiales se encontraron al más joven de los tres, Agustín, todavía con vida, siendo trasladado inmediatamente al un centro sanitario en el que fallecería horas más tarde. En las escasas palabras que pudo dar ante los investigadores declararía que los asaltantes se habían apoderado de «mucha plata», además de facilitar el dato que habían sido tres delincuentes los que los habían asaltado y dado muerte.
El crimen fue descubierto por un vecino de la localidad al observar que la vivienda de la familia Villalba se encontraba abierta para saber que ocurría. Nada más entrar escuchó los gemidos de dolor que daba Agustín, el único hermano que había sobrevivido a la matanza. Penetraría posteriormente en el interior de la vivienda encontrándose con el dantesco panorama de que dos de los hermanos ya se encontraban muertos, en tanto que el tercero estaba gravemente herido, además de hallar la casa completamente revuelta.
Detenciones
La policía argentina detendría a varios individuos que podrían estar relacionados con el crimen que les había costado la vida a estas tres personas oriundas de Mondoñedo. En un principio se detuvo a tres personas, de las que dos serían puestas en libertad una vez que les tomaron declaración al demostrarse que no guardaban relación alguna con el trágico suceso. El tercero en discordia sería procesado y condenado junto con otros dos individuos a quienes delató este último. Al detenido se le hallaron en su poder diferentes ropas ensangrentadas así como una gran cantidad de dinero en efectivo que supuestamente procedía del robo.
En relación con este desgraciado suceso también fue detenido un conocido curandero de la zona, ya que a él se le atribuía el hecho, de como así parece ser que fue, de haber facilitado datos e información acerca de la situación económica de los ancianos asesinados. El curandero sería condenado a ocho años de prisión por la complicidad con los asesinos.
En las jornadas en las que tuvo lugar este luctuoso suceso en Argentina, concretamente en la provincia de Buenos Aires, se había puesto en marcha la conocida como policía distrital, que tenía la finalidad de reforzar los servicios de vigilancia en muchos barrios de las grandes ciudades del país andino, dónde la delincuencia, el pillaje y el crimen campa tranquilamente a sus anchas, muchas veces escondido y amparado por los ultras del mundo del fútbol, los mundialmente conocidos Barras Bravas.