Doce personas asesinadas en Galicia en el año 2019

Primera página de un ejemplar del desaparecido semanario EL CASO

Cuando concluye un año toca hacer balance. Para lo bueno y para lo malo. En el año 2019 fallecieron en Galicia doce personas de forma violenta, siendo la mayoría de ellas asesinadas. Pueden parecer muchas así a primera vista, sin embargo, si nos remontamos a otras épocas en las que no se informaba o no se podía informar de este tipo de sucesos, la cifra es relativamente baja, al igual que la delincuencia, que presenta una de las tasas más bajas de todo el Estado si nos atenemos a los datos que suministra el Ministerio del Interior.

En el trágico balance del ejercicio de 2019 se da la curiosa circunstancia de que los crímenes que han conmocionado y hasta aterrado de algún modo al territorio gallego se encuentran muy concentrados en determinadas zonas geográficas, aunque esta peculiar característica haya que atribuirla tan solo al azar. Así, se da el caso de que cuatro muertes violentas se produjeron en un mismo municipio, Valga, en Pontevedra; en tanto que en otro, Cabana de Bergantiños perderían la vida dos personas en fatales circunstancias, en tanto que otros tres tuvieron como escenario la comarca lucense de Terra Chá. Casualidades del destino. En estas mismas áreas geográficas había transcurrido mucho tiempo sin producirse ningún acontecimiento luctuoso y es posible que no se vuelva a registrar ningún otro en décadas. Eso al menos deducimos de la experiencia y de la frialdad de las estadísticas.

Crimen múltiple en Valga

En la mañana del pasado 16 de septiembre muchos gallegos se sobresaltaban al escuchar o leer en los distintos medios que tenían a su alcance como un hombre de 41 años, José Luis Abet Lafuente había asesinado a tres mujeres, eran su ex-esposa, Sandra Boquete Jamardo, de 39 años, su hermana, Alba, de 27 y quien otrora fuera su suegra María Elena Jamardo, de 59 años. El triple crimen, perpetrado en presencia de sus dos hijos de cuatro y siete años respectivamente, conmovería profundamente a la sociedad gallega, que no está ni mucho menos acostumbrada a estas cosas y hay que remontarse tres décadas atrás para recordar una barbaridad de semejante calibre.

El presunto asesino, quien en apariencia era un hombre de lo que comúnmente se conoce como normal, había adquirido el arma con la que acabó con la vida de su antigua cónyuge, su ex-cuñada y su ex-suegra respectivamente, en el mercado negro en Portugal. Los crímenes los cometió a primeras horas de la mañana en el momento en el que los críos se estaban preparando para ir al colegio, después de salir de su trabajo en horario nocturno. Una vez cometida su macabra patraña, arrojaría el arma criminal al siempre tranquilo y cristalino río Tambre, que se convertía así por una vez en su historia en el fatal testigo de un cruel y horroroso crimen. Posteriormente, se trasladaría a la casa de sus familiares más próximas, su madre y su única hermana, en el municipio de Ames, próximo a Santiago de Compostela, desde donde llamaría a la Guardia Civil para confesarse autor de la masacre de Valga. La Benemérita movilizaría hasta una decena de efectivos para proceder a la detención de José Luis Abet, quien había vuelto al domicilio materno tras haberse separado de Sandra Boquete hacía en torno a un año.

La localidad de Valga todavía no se había recuperado del primer crimen machista ocurrido en Galicia en 2019, concretamente el 10 de marzo, cuando un hombre de 46 años, Javier Bello, daba muerte a su mujer, María José Aboy, de 54, en la parroquia de Setecoros, después de haber formalizado su divorcio hacía poco tiempo. Para ello, el asesino utilizó una escopeta de caza, arma muy habitual en muchas casas del rural gallego en otros tiempos no tan lejanos, con la que efectuó un disparo certero que acabaría con la vida de su antigua compañera. Posteriormente, con el mismo arma se quitaría la vida. La pareja tenía dos hijos en común que ya eran veinteañeros.

Un año negro en Terra Chá

Siempre se ha dicho, y con razón, que las aguas del Pai Miño, tal y como lo conocemos muchos gallegos, fluyen mansas y tranquilas por la inmensa llanura que corona el centro de la provincia de Lugo. Sin embargo, en 2019, hay que reconocer que bajaron sino bravas si que un poco turbias y cuando menos algo revueltas. Habrá que tirar mucho de hemeroteca para recordar un año tan sangriento como este y no saldrán bien las cuentas. Si se bucea en los viejos diarios y los archivos se encontrarán sucesos dramáticos, pero es difícil encontrar tres crímenes en un mismo ejercicio. En la mente de muchos chairegos sigue todavía presente el doble crimen de Xermade, ocurrido en la jornada del 22 de febrero de 2012, pero desde entonces, la verde y apacible comarca gallega presentaba un expediente inmaculado, en las que un precioso sol se reflejaba en sus inigualables atardeceres primaverales.

El primer hecho luctuoso, que llenó de rabia y ofuscación a muchos vecinos de esta preciosa y entrañable comarca, se encuentra en la localidad de Muimenta, parroquia perteneciente al municipio de Cospeito. Allí, el día 3 de mayo de 2019 aparecía muerta la pequeña Desirée Leal Sandamil, de tan solo siete años. Su abuela materna llamó al 112, pues la pequeña no despertaba. Su madre, que desde hacía algún tiempo parecía haber experimentado un brusco cambio de carácter, se limitó a contestarle a la yaya de la pequeña que ésta había fallecido. Ante las sospechas que levantaba la muerte de la criatura, se procedió a hacer la correspondiente autopsia, pues, al parecer, no se encontraba enferma y nada hacía presagiar un fatal desenlace en su vida. Enseguida las pesquisas se centraron sobre su progenitora, Ana Sandamil Novo, de 42 años, quien fue ingresada en la unidad de psiquiatría del Hospital Universitario Lucus Augusti de la capital lucense, aquejada de alguna enfermedad psíquica. Una vez compareció ante la autoridad judicial, esta última decretó su ingreso en prisión, quien desde principios de septiembre de 2019 permanece en el módulo de enfermería de la cárcel de Teixeiro, en A Coruña.

Poco más de dos meses más tarde, en la parroquia de Sancobade, perteneciente al municipio de Vilalba, se producía un crimen machista, un aterrador asesinato, pues la localidad jamás había sido escenario de ningún hecho violento en su larga historia. En un bajo ubicado en el número 14 de la Avenida Ciudad de Lugo, en el barrio de Guadalupe, aparecían los cuerpos de una pareja de mediana edad, tras denunciar un hermano del asesino, Manuel Vázquez, la desaparición de este último. Una vez se presentaron en el lugar de los hechos, ocurridos el 21 de julio, descubrieron ambos cadáveres, tanto el de él, quien se había suicidado estrangulándose, como el de su ex-esposa, Carmen Vázquez Cereijo, de 47 años, quien presentaba dos heridas de arma blanca en el cuello, las cuales terminaron con su vida. La pareja se había separado recientemente y sobre el agresor pesaba una orden de alejamiento.

El tercer y definitivo hecho violento acaecido en esta comarca se remonta al 23 de noviembre de 2019. En esa fecha, un hombre de 42 años, José Luis Alonso Díaz, asesinaba a su hermano, Juan Carlos, de 45 años, estrangulándolo con un cinturón en el inmueble número 65 de la avenida de A Coruña. La víctima presentaba también un golpe en la cabeza, tal vez motivado por el forcejeo que mantuvo con su verdugo. Al parecer, el móvil de este asesinato pudo haber venido motivado como consecuencia de las desavenencias que mantenían ambos hermanos, quienes -según testimonios de los vecinos- no se llevaban bien. El presunto asesino ingresaría en prisión sin fianza.

Parricidio en Foz

Un hecho que sobrecogería a Galicia se produjo en el municipio costero de Foz, en plena Mariña lucense. Allí, un menor de 17 años daba muerte a su madre, Minaene Franco, de 36 años, una mujer nacida en Brasil pero de nacionalidad española. Sorprende, además del hecho en sí, la frialdad con la que actuó el supuesto parricida, ya que acuchilló a su madre con un arma blanca y posteriormente depositó su cuerpo en una maleta. Una vez cometido el crimen, parece ser que se marchó a un parque de la villa donde se encontró con sus amigos, quienes contemplaron su jersey manchado de sangre. Aunque el suceso parece ser que tuvo lugar el 2 de noviembre, los investigadores no tuvieron conocimiento del mismo hasta dos días más tarde, una vez que se hubo activado un protocolo de desaparición, pues se desconocía el paradero de la víctima. El muchacho fue puesto a disposición del Juzgado de menores de Lugo.

Si hablábamos antes de la localización geográfica de estos dramáticos acontecimientos, uno de los lugares en los que se concentró la criminalidad fue también el municipio de Cabana de Bergantiños, en la costa occidental coruñesa. Allí se producía un crimen machista en el mes de agosto. Un hombre de 56 años, Julián Gil Pose, daba muerte a su mujer de 50, Ana Belén Varela Ordóñez, de 50, de un disparo de escopeta, que los vecinos creyeron en un primer momento que se trataba de petardos. Tras ser detenido, y acogerse a su derecho a no declarar, el juez decretaría su ingreso en prisión sin fianza.

En este mismo término municipal, dos meses antes, se había producido otro hecho trágico, ya que un octogenario daba muerte a su cuñado, José Calviño, de 81 años, con una barra de hierro. Al parecer, el crimen estuvo motivado por las desavenencias entre ambos. El agresor manifestó que la víctima los había amenazado a él y a su hermana en reiteradas ocasiones, aunque no constaban denuncias por violencia machista, ya que el fallecido se encontraba casado con la hermana del presunto homicida y convivían todos bajo el mismo techo.

Estrangulado en A Coruña

En la madrugada del 12 de abril un joven de 28 años, Román Rodríguez Franco, de nacionalidad uruguaya, estrangulaba a su compañero, Alejandro Vilorio, de 46 años de edad y nacionalidad dominicana, en el número siete de la calle Honduras de A Coruña. El agresor, que ingresaría en prisión provisional sin fianza, que había cometido el crimen porque se «le había ido la cabeza» y que no era ningún asesino.

Un extraño suceso que conmovió a Galicia fue la muerte en extrañas circunstancias de Julio Lea Casal, de 59 años de edad, acontecida en el municipio coruñés de Toques. Su cuerpo aparecería en el interior de su vehículo, completamente calcinado. La autopsia determinaría que el cuerpo presentaba señales de violencia, por lo que serían detenidos como presuntos autores de su muerte los hermanos Manuel y Marcial Carreira Barral, ambos de Sobrado dos Monxes, a quien también se les atribuye un presunto delito de incendio por supuestamente haber prendido fuego a una superficie de 35 hectáreas de monte.

Este capítulo se cierra con el crimen ocurrido en el mes de junio en la localidad pontevedresa de Salvaterra de Miño. Allí, en la madrugada de un concurrido fin de semana, era asesinado de varias puñaladas el ciudadano español de origen magrebí, Soufian Mahra, un joven de 24 años de edad. La víctima trabajaba como camarero en un negocio de hostelería de la localidad y era muy querido y apreciado por el vecindario. En un principio se detuvo a una persona, de nacionalidad alemana, quien según las primeras pesquisas realizadas resultó ser inocente. El caso, por desgracia, es uno de los muchos, que todavía está por resolver.

 

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Un agricultor mata a una prostituta portuguesa en Lugo

Rinconada del Miño, en Lugo

En la década de los años noventa del pasado siglo, la ciudad de Lugo estaba en pleno auge y transformación para convertirse en una gran urbe, que llegaría a rondar en muy poco tiempo la mágica cifra de los 100.000 habitantes, si bien es cierto que las estadísticas oficiales jamás llegarían a constatar ese tan deseado guarismo, al menos por la clase política. Aún así, el negocio del ladrillo estaba dejando su impronta en las principales ciudades y avenidas de la vieja urbe romana. Estaba dejando de ser una aldea grande, tal y como era definida por muchos de sus ciudadanos, para convertirse en una auténtica ciudad. A ella se acercaban principalmente jóvenes procedentes de todos los puntos de la provincia, que veían una oportunidad para escapar de un futuro ligado al mundo agrícola o ganadero, pese a que ya había un campo mecanizado que nada tenía que ver con el que habían heredado sus padres y ya no digamos sus abuelos. En definitiva, que la ciudad de Lugo había dejado atrás sus ancestrales complejos, que parecían anclarla en tiempos pretéritos, mientras que el mundo rural poca o nada relación guardaba con lo que había sido hacía tan solo veinte o treinta años antes.

Uno de los puntos más conocidos de la ciudad de Lugo, tanto por sus provincianos como en el resto de Galicia, era sin lugar a dudas su barrio chino, que en aquel entonces vivía en un maltrecho inframundo rodeado de viejos edificios, muchos de ellos en estado semirruinoso, y un hábitat bastante deprimente, cuando no degradante, en el que las prostitutas ejercían su profesión  rodeadas del clásico trapicheo de sustancias estupefacientes a plena luz del día. Sería precisamente en ese lúgubre y desalentador panorama dónde un agricultor de Baralla, José Neira Álvarez, de 43 años, conocería a una súbdita portuguesa, Eva María Magalhaes, bastante más joven que él, con quien iniciaría una inesperada relación hasta el punto de llegar a planificar la fecha de su boda. Sin embargo, el vínculo entre ambos, sin conocerse los motivos, daría un inesperado giro en abril del año 1995 hasta el punto que José Neira no tuvo pudor en deshacerse de quien iba a ser su esposa, disparándole dos certeros tiros de escopeta en las inmediaciones de la lucense capilla del Carmen, acabando con la vida de su prometida de una forma sanguinaria y violenta.

En la cabeza y el tórax

Como consolidado y experto cazador que era, José Neira llevaba aquel 5 de abril de 1995 consigo su escopeta en el maletero de su vehículo con la intención de acabar con la vida de Eva María Magalhaes. Al anochecer de aquella trágica jornada, el agricultor de Baralla sacó de su vehículo su arma, de calibre de 12 milímetros, y no se ruborizó ni un instante en disparar a corta distancia, apenas cuatro metros, sobre su víctima, quien había acudido a la cita con su prometido acompañada de otras dos mujeres, quienes saldrían huyendo despavoridas del lugar en dirección a la Ronda de A Muralla, atemorizadas por la inexplicable actitud que había mostrado el vecino de Baralla con la mujer con la que supuestamente iba a contraer matrimonio. Sus disparos, mortales de necesidad, hicieron blanco en su víctima, descerrajándole la cabeza y también el tórax, quedando tendida la pobre mujer en un impresionante charco de sangre.

En un primer momento las otras dos mujeres que la acompañaban, que también ejercían la misma profesión que ella, fueron presas del lógico pánico y desconcierto por la inesperada actitud de José Neira. La confusión se apoderó de ellas y ni siquiera fueron capaces de dirigirse a la Comisaría de Policía de Lugo en un primer instante, temerosas de que el criminal se apostase en algún lugar de la ciudad para ajustar también cuentas con ellas. O, al menos, eso pensaban. Quien si lo hizo fue el propio autor del crimen que conmocionaría a una ciudad muy tranquila y en la que nunca o casi nunca sucede nada. Y cuando pasa, el mundo se les viene encima a los siempre pacíficos y tranquilos lucenses. Neira se entregaría a las autoridades inculpándose del terrible crimen que acababa de cometer. Su actitud sería tenida en cuenta por las autoridades judiciales a la hora de imponerle la condena, en un tiempo en el que todavía no había entrado en vigor la Ley del Jurado, aunque estaba muy próxima a hacerlo y estaba muy lejos todavía la tipificación delictiva de la violencia machista.

Algo más de un año y medio después de haber cometido el crimen, se celebró el juicio contra José Neira Álvarez en la Audiencia Provincial de la capital lucense. En su descargo se tuvo en cuenta la atenuante de arrepentimiento espontáneo, a lo que se sumaba un cierto grado de enajenación mental transitoria, por lo que el hecho fue contemplado más como un homicidio que un asesinato, siendo condenado a una pena de ocho de prisión y a una indemnización de cinco millones de pesetas (30.000 euros actuales) para la hermana de la víctima.

En algunos círculos se ve en este desagradable suceso un antecedente de lo que a partir de la primera década del siglo en curso se comenzó a denominar violencia machista o de género, dada la relación existente entre el agresor y la víctima, que estaban a punto de casarse. Sin embargo, en aquel entonces, mediada la década de los noventa del último siglo del segundo milenio, no se había dictado una legislación en este sentido y este tipo de sucesos eran calificados la mayor parte de las veces como crímenes pasionales.

 

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Envenena a su ex-socio con estricnina

José Luis Lamelas utilizó estricnina para terminar con la vida de su antiguo socio

Hace ya muchos años era muy común el uso de la estricnina, un potente y tóxico veneno, para deshacerse de las alimañas. De la misma forma, también era usado por agricultores y ganaderos como veneno para los topos y las ratas que anidaban en prados y veigas, al igual que serían sus víctimas muchos inocentes pájaros que se acercaban a esos lugares con la intención de hacerse con alguna de las presas que dejaba tan letal veneno. La Unión Europea terminaría por prohibirlo a partir del año 2006. Sin embargo, sigue siendo posible acceder al mismo en el mercado negro, además de haber también quien guarde algunas partidas en su casa de otro tiempo que para nada fue mejor, al menos en lo que se refiere a cuidados de los efectos de los tóxicos que amenazan a la población.

En la jornada del 24 de noviembre de 2009 Felisindo González Santiago, un veterano agricultor de 64 años que vivía en la parroquia de Castro de Escuadro perteneciente al municipio orensano de Maceda, se encontró en la puerta de la finca de su propiedad con un inesperado y macabro regalo. El mismo contenía una botella, que aparentaba ser de vino tinto, unas mandarinas, una cerveza y dos latas de bonito. Sin pensárselo dos veces, el confiado ganadero los introdujo en su vivienda y optó por degustar el caldo con el que lo habían obsequiado a la hora de comer, ignorando que contenía un letal veneno que, en escasamente media hora, terminaría con su vida.

La muerte de Felisindo González cogió, como era natural, por sorpresa a la totalidad de su vecindario, pues no se encontraba enfermo ni tampoco padecía dolencia alguna que les hiciese presagiar un fatal desenlace en tan breve lapso de tiempo. A partir de ahí, dadas las circunstancias de su inesperado óbito, unido todo ello a la declaración que había efectuado su esposa ante los agentes de la guardia civil dándoles cuenta de que el líquido que había ingerido su marido era algo similar a el agua que dejan las castañas que dejan las castañas después de ser cocidas. Si hubiese hecho al consejo de su esposa, tal vez no hubiese corrido un destino tan triste y desgraciado.

Detenido casi un año después

La misteriosa muerte de Felisindo González, cuya autopsia revelaba que había fallecido por envenenamiento provocado por la ingestión de un potente y letal tóxico, como era la estricnina, hizo que los investigadores pusiesen su punto de mira en un vecino de la víctima, José Luis Lamelas Álvarez, con quien mantenía muy malas relaciones que se remontaban a la década de los noventa, época en la que ambos habían sido socios en una explotación agropecuaria, llegando a convivir las familias de ambos copartícipes bajo el mismo techo. De las declaraciones que efectuaron los testigos, todos ellos conocidos de Felisindo y José Luis, se llegaría a la conclusión que la enemistad existente era manifiesta y no cabía lugar a ambage de ningún tipo.

El autor de la muerte del confiado ganadero sería detenido casi un año después de haberse producido el crimen, concretamente el 4 de octubre de 2010. En su declaración ante los agentes de la Benemérita se autoinculparía del asesinato, aunque el Tribunal Supremo rechazaría esta primera prueba, así como el primer juicio que se celebró en su contra, en el año 2012, por considerar que esta pericial inculpatoria había sido obtenida sin las garantías procesales debidas. A raíz de ello, José Luis Álvarez Lamelas sería puesto de nuevo en libertad hasta la celebración de un segundo juicio, que arrancaría en el mes de mayo del año 2013.

En el transcurso del juicio que se celebró en su contra, tras la anulación del primero, el acusado argumentó que el veneno letal que había depositado en la botella con la finalidad de acabar con la vida de su ex-socio, no iba destinado a matar a Felisindo González, sino que iba destinado para deshacerse de un jabalí que supuestamente acechaba su hacienda. Sin embargo, tal pretexto fue rechazado desde un principio tanto por la fiscalía como por los miembros del Jurado que no se creyeron en ningún momento la versión ofrecida por José Luis Álvarez.

La existencia de pruebas muy contundentes contra el acusado no hacían más que redundar en su contra, tal y como lo dejaba patente el fiscal en su escrito de acusación en el cual aseveraba que «asesinó de forma cruel y maquinó una estrategia para que no pudiesen acusarle». Su defensa adujo, a su vez, el trastorno paranoide de la personalidad que sufría José Luis Álvarez, así como algunos problemas de memoria derivados de un tratamiento contra el cáncer que le había sido diagnosticado unos años antes de cometer el crimen. Se añadía también que la víctima había fallecido en medio de impresionantes dolores espumantes que en cuestión de minutos acabarían con su vida.

Por otra parte, en las indagaciones que se hicieron en la vivienda del asesino se encontraron diversos materiales que se guardaban en pequeños recipientes, alguno de los cuales estaba rotulado a mano con el letal tóxico que terminaría con la vida de la vida de Felisindo González Santiago. A todo ello se añadía el misterioso hecho de como pudo haber disuelto la estricnina en vino, ya que es un producto sólido de difícil solubilidad en líquidos.

17 años de cárcel

Al igual que había sucedido en el juicio que había sido invalidado por el Tribunal Supremo, el segundo tribunal que se encargó de enjuiciar el caso halló culpable a José Luis Álvarez Lamelas por ocho votos contra uno. De la misma forma, descartó que se tratase de un homicidio imprudente, tal y como alegaba su defensa, quien además solicitaba de la magistratura que se le impusiese una pena mínima a su defendido, aludiendo al estado de salud y también a su edad.

Sin embargo, la suerte de José Luis Álvarez esta vez no estaría de cara, al igual que lo había estado en su primer envite judicial, el cual había sido anulado por el Tribunal Supremo. La Audiencia Provincial de Ourense lo condenaría a 17 años de prisión. Además la pena lo llevaba mucho más allá de las rejas de la cárcel, ya que se le añadía una orden de alejamiento durante los diez años siguientes a su salida de los muros de la prisión. De la misma forma, debía indemnizar con 137.000 euros a la viuda e hijos de la víctima,

La condena sería ratificada por el Tribunal Supremo en auto emitido el 30 de abril de 2014, al rechazar un recurso de casación interpuesto por la defensa de José Luis Álvarez, en el que alegaba una supuesta falta de motivación y pruebas en el transcurso del juicio que se había seguido contra su defendido.

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Siete muertos y varios desaparecidos al precipitarse un autobús al río Sil

Restos del autobús siniestrado en el fondo del embalse

Las ferias y mercados jugaron un papel esencial en la economía gallega a lo largo de su historia que, pese a estar prácticamente de capa caída, se estaba acrecentado en la década de los años sesenta, debido a la masiva incorporación de los transportes por carretera. Se harían célebres los nombres de decenas de empresas que alcanzarían la categoría de míticas recorriendo pueblos, aldeas y villas de toda Galicia transportando a los paisanos de un lugar a otro, amén de acarrear los más variados productos hortofrutícolas y, como no, también animales, entre los que se encontraba el rey de la gastronomía del interior, el cerdo, de quien don Álvaro Cunqueiro lamentaba que no tuviese alas para demostrar cual sería la carne de ave que más le gustaba.

A mediados de la denominada «década prodigiosa» la vida había experimentado notables mejoras con relación a las anteriores, dominadas todavía por una economía de miseria que las había empapado lo que parecía una interminable posguerra. En Galicia se carecía todavía de unas infraestructuras adecuadas. Sus carreteras eran difusas y en ellas abundaban los baches y socavones, así como un ancestral empedrado que hacían difícil la conducción. Aunque comenzaba a proliferar el automóvil, los utilitarios estaban al alcance de tan solo unos pocos, por lo que era muy común que se utilizasen los denominados coches de línea, siendo esta forma de viajar la más empleada por los miles de paisanos que en aquel entonces poblaban el rural gallego para desplazarse a los eventos más comunes en los que solían participar, que eran las ferias y mercados.

En uno de esos clásicos eventos, que se celebró en la jornada del 18 de enero de 1965 en la localidad ourensana de Castro de Caldelas se produciría un trágico y desgraciado accidente de tráfico al precipitarse a las aguas del río Sil un autobús perteneciente a la empresa Unión Industrial, después de que se atravesase en la calzada, muy posiblemente a consecuencia del hielo y las bajas temperaturas reinantes, y rompiese el muro de contención que se encuentra en el puente de Abelenda, entre las demarcaciones de las provincias de Ourense y Lugo, cayendo posteriormente por un desnivel de unos cien metros a las aguas del embalse de Santo Estevo.

Indeterminada cifra de viajeros

Como consecuencia del siniestro fallecerían, como mínimo, un total de siete personas, algunos de cuyos cuerpos jamás fueron recuperados. Es más que probable que la cifra total de víctimas rondase las 14 o 15, ya que nunca se supo con exactitud el número de viajeros que viajaban en el ómnibus. Este dato viene atestiguado por el hecho de que gran parte de quienes iban a bordo de aquel desgraciado autocar solían viajar de pie, en un tiempo en el que no existía regulación legal alguna en cuanto a medidas de seguridad. A todo ello se añade que el autobús, que cubría el trayecto entre Castro Caldelas y Monforte de Lemos, procedía del mercado que se había celebrado en la primera de las localidades, siendo este evento uno de los más concurridos de todo el año, pues era la antevíspera del patrón del municipio orensano, fecha que era aprovechada por muchos agricultores y ganaderos de la zona para hacerse con los mejores productos.

Durante bastantes días, la incertidumbre se apoderaría de los vecinos del sur de la provincia de Lugo y el norte de la ourensana, pues la práctica totalidad de los pasajeros que iban a bordo de aquel infortunado ómnibus eran de aquellas zonas. A todo ello se añadían las grandes dificultades que había en la época para acceder a las profundidades donde se suponía que habían quedado los restos del autobús. En un primer instante solamente se recuperaría el cuerpo de una de las víctimas mortales, el de un hombre que se llamaba Manuel Gómez, popularmente conocido por el sobrenombre de O Troitas, cuyo cadáver aparecería asido a un cerdo por el rabo del animal. La cifra de heridos también sigue siendo bastante imprecisa hoy en día, debido a la inexactitud del número de pasajeros que iba a bordo del autocar. Quienes salvaron la vida, lo hicieron al salir despedidos del vehículo a través de las puertas y ventanillas.

Para tratar de recuperar un mayor número de víctimas mortales, los efectivos de la Guardia Civil apostarían barqueros en la parte ourensana del río en una zona más baja con la finalidad de que fuesen extraídos de las aguas del Sil. Sin embargo, esta operación no dio ningún fruto. Solamente tres meses más tarde aparecerían los cuerpos de un matrimonio de Monforte de Lemos, cuando ya se habían abandonado todas las tareas de búsqueda. Aunque el hombre era buen nadador, nada pudo hacer por salvar su vida al ser atravesado por uno de los hierros del puesto que traían enrollados.

Desecación del caudal

En el año 2010 la compañía Iberdrola llevaría a cabo el vaciado del caudal de la presa de Santo Estevo, así como parcialmente el cauce del río para efectuar obras en la zona hidroeléctrica que administra. A consecuencia de esta operación, serían avistados los restos del autocar que llevaba sumergido, en aquel entonces, más de 45 años. Para contemplar este acontecimiento, que tan solo se había presenciado una vez en la década de los años setenta del pasado siglo, se concentraron un ingente número de vecinos, a quienes picaba la curiosidad de como se encontrarían los restos de los hierros del autobús.

Sin embargo, no sería solamente la curiosidad vecinal la que suscitaría diferentes comentarios e incluso algunas airadas protestas y reclamaciones, ya que no solo se resucitaban fantasmas de otra época. Muchos eran quienes se preguntaban porque no extraía del fondo de la presa el amasijo de hierros que constituye ahora el viejo y destartalado autobús de línea regular, ya que con ello se podría comprobar si es que en su interior se encuentran los esqueletos de los desaparecidos para así poder darles una sepultura digna. Y es que hay hechos que carecen de explicación.

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Asesinan a su hijo de un año y tiran su cuerpo a un pozo en Barro (Pontevedra)

Parroquia de Portela, en Barro, donde aconteció el macabro crimen

En aquel mes de diciembre de hace cuatro décadas, el viento del autonomismo estaba recorriendo Galicia, pues, no en vano, el 21 de diciembre se refrendaría el segundo estatuto de autonomía de su historia. Atrás había quedado el frustrado e ilusionante proyecto de 1936. Sin embargo, para esta nueva convocatoria había algo que no cuadraba, pues eran los partidos de ámbito estatal quienes propugnaban el voto afirmativo, mientras que los nacionalistas de izquierda solicitaban de sus electores votar de forma negativa. Cosas de la vida. El texto estatutario se aprobaría con una ínfima participación, queriendo olvidar muchos políticos la celebración de aquel referéndum que había servido para tan poco, salvo para gastar el dinero. Con una abstención que superó el 70 por ciento, récord de absentismo electoral de cualquier convocatoria celebrada en España, las máximas autoridades del país dieron su visto bueno al Estatuto de Autonomía de Galicia. Como para quedarse con la conciencia tranquila.

En aquella tierra todavía se seguía transitando por enfangadas corredoiras, siendo todavía muchos de sus paisanos quienes seguían practicando una agricultura de autoconsumo. Aunque les dijesen que el estatuto iba con ellos, quizás no pensasen lo mismo. En el interín de la campaña estatutaria se produjo un suceso que supera lo macabro y lo grotesco, algo a lo que no estaban acostumbrados -ni de lejos- aquellos buenos hombres y mujeres, que se tapaban ellos su cabeza con una pucha y ellas la cubrían con un pano bien anudado. El desgraciado acontecimiento nos traslada a la localidad pontevedresa de Barro, concretamente a la parroquia de Portela. Allí sería encontrado el 10 de diciembre en un pozo negro el cuerpo de un pequeño de tan solo un año de edad, Jordi Rey Fernández, quien había sido arrojado por sus padres después de haberle dado muerte.

Denuncia

Hay una clásica expresión que se ha convertido en un axioma y que quizás encierra una innegable verdad. No es otra que «la policía no es tonta», que tantas veces habremos escuchado a lo largo de nuestras vidas. Los padres de la criatura, concretamente su madre, Carmen Fernández, presentaría una denuncia ante la Benemérita sobre la presunta desaparición de su hijo más pequeño. Añadía, que, además de la ausencia de su vástago, también que le habían sustraído 5.000 pesetas (30 euros actuales). Sin embargo, había algo que no cuadraba en su declaración ante los agentes, quienes proseguirían con su interrogatorio a la progenitora del crío en fechas sucesivas. El cuerpo del pequeño aparecería a las tres de la tarde del miércoles, 10 de diciembre de 1980 en un pozo negro situado en una finca, anexa a la vivienda en la que convivía en compañía de sus progenitores y sus dos hermanos, mayores en edad que el pobre infortunado.

El hallazgo del cuerpo del pequeño alertó a los agentes de la Guardia Civil, quienes inmediatamente pusieron su foco de atención en la madre del pequeño, quien el día anterior había presentado una denuncia sobre su hipotética desaparición. La mujer, que fue trasladada hasta el cuartel, había ingerido una abundante cantidad de psicofármacos antes del interrogatorio en el que explicaría a los agentes los pormenores del suceso, saliendo así a relucir las contradicciones en las que había incurrido en su primera declaración. A consecuencia del elevado consumo de medicamentos, la mujer ingresaría durante unos días en el Hospital de Pontevedra para ser tratada de la intoxicación que presentaba.

Según el relato del fiscal en su escrito de acusación, en el juicio celebrado el 1 de octubre de 1981, la muerte del pequeño se habría producido en la madrugada del 9 de diciembre de 1980. Esta se habría hecho por estrangulamiento y en común acuerdo de ambos cónyuges. Al parecer, el pequeño, por quien desde un principio habían mostrado un gran rechazo, habría iniciado un llanto que no les permitía descansar. Para paliar esta situación, Carmen Fernández le habría echado las manos al cuello con la finalidad de matarlo. No consiguiendo su objetivo, su marido, Benito Rey Varela le habría ayudado en esta tarea anudándole al cuello una venda de tejido que terminarían por producirle la muerte a consecuencia de la asfixia.

Que la pobre criatura no era del agrado de sus padres, parece ser que era de dominio público entre las gentes de la localidad, ya que la madre no se había recatado en decir en sucesivas ocasiones que «ya se podía morir de una vez», pues al parecer el niño padecía algún tipo de enfermedad congénita. De la misma manera, en el cuerpo del pequeño los forenses encontrarían diversos tipos de hematomas que evidenciaban que un crío de tan solo 14 meses sufría malos tratos por parte de sus progenitores.

26 años de cárcel

En el juicio celebrado en los primeros días del mes de octubre de 1981, quedaron puestas de relieve todas las pruebas aportadas por el ministerio fiscal, quien, en un principio, solicitaba una pena de 27 años de cárcel para cada uno de los dos cónyuges, así como una indemnización solidaria de 500.000 pesetas (3.000 euros) para los dos hermanos mayores de Jordi Rey Fernández.

La condena final se acercaría muchísimo a la petición de la fiscalía, ya que tanto Benito Rey Varela como su esposa Carmen Fernández Montcaizudom, serían condenados a la pena de 26 años, 8 meses y un día de prisión, además de la indemnización que también se solicitaba para sus hijos mayores.

El padre del pequeño, Benito Rey Varela, se vería beneficiado de un indulto, concedido por el Consejo de Ministros en su reunión de 5 de junio de 1992, por el cual obtendría la libertad provisional a condición de que no volviese a delinquir en el periodo en el que estuviese vigente la pena a la que había sido condenado.

 

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Cinco muertos al descarrilar el expreso «Rías Baixas» en Laza (Ourense)

Estación de tren de Laza, en Ourense

En noviembre de 1975 se encontraba expirando literalmente el régimen franquista. Su liquidación era cuestión de semanas. Muchos se ilusionaban con la casi inmediata desaparición de un sistema político de carácter personalista con el que se pondría fin a casi cuatro largas décadas de historia. Resistía a duras penas sus últimos zarpazos. La patética imagen ofrecida del dictador en su mensaje a unas adiestradas masas el primero de octubre daban idea de cuan deteriorada se encontraba la salud del ya viejo general. Su tierra seguía ancorada en épocas pretéritas, por la que ya circulaban miles de vehículos por embarradas corredoiras y alguna que otra escasa carretera en la que sobrebundaban baches y socavones. Todo ello era la imagen viva de un falso desarrollismo de los años sesenta que tan solo había servido para dignificar la vida de tan solo una parte de la población gallega, muchos de los cuales todavía seguían tirando de una yunta de vacas o bueyes en lo que se traducía una ínfima economía de subsistencia, deseando llegar a viejos lo antes posible para así poder cobrar el ansiado subsidio que les retirase de sus muchas penurias.

Si miramos la hemeroteca de la época, no hace falta ser muy duchos para darse cuenta que, aunque estábamos en plena de la década de lo setenta y a tan solo un cuarto de siglo para el tercer milenio, se vivía en un tiempo muy diferente al actual. De ello es un claro ejemplo el hecho de que equipos de fútbol de la segunda división española todavía empleasen el ferrocarril para hacer largos desplazamientos, tal era el caso del mítico conjunto del Calvo Sotelo de Puertollano, quien en la noche del 8 noviembre de 1975 había tomado en Madrid el expreso «Rías Baixas» para desplazase a Vigo y disputar así el partido correspondiente a la novena jornada de liga de la categoría que le enfrentaba al Celta. Sin embargo, cuestiones del destino provocarían que su viaje se viese empañado por un dramático accidente ferroviario en un túnel próximo a la estación de Laza-Carracedelo, en la provincia de Ourense, falleciendo un total de cinco de personas.

El accidente se produjo cuando las manecillas del reloj superaban en unos minutos las cinco de la madrugada. El siniestro tuvo lugar entre las estaciones de Laza-Carracedelo y Vilar do Barrio, en el punto kilométrico 190,4 de la línea ferroviaria Zamora-A Coruña. Al lugar del siniestro se desplazarían equipos de emergencia de RENFE para socorrer a las varias decenas de heridos que había entre los 249 viajeros que iban a bordo del convoy accidentado. Recibirían sus primeras asistencias en la localidad ourensana de Laza, aunque los heridos de mayor consideración serían trasladados a centros sanitarios de Ourense y Vigo respectivamente.

Entre las personas que perdieron la vida en este trágico accidente se encontraban el periodista Pedro Ortuño García, entonces director de la emisora Radio Popular de Puertollano, quien se dirigía a Vigo para cubrir el partido que disputaba el equipo manchego. Otra conocida personalidad de la época fallecida sería María Teresa González de Laguna, esposa del entonces director general de Caixa Ourense. Asimismo, morirían también en este mismo siniestro un técnico de sonido de la emisora manchega, un empleado de RENFE y un conocido militar, cuya categoría era la de capitán de corbeta.

Vagones empotrados

Como en muchos otros siniestros de aquel entonces, no se percibió en un principio una causa clara del accidente. La nota de prensa enviada por la RENFE a los medios de comunicación no ahondaba en grandes detalles, al tiempo en que todavía estaba vigente una férrea censura. Solamente se daba cuenta de que una de las dos máquinas que arrastraban el tren descarrilaron, provocando un efecto dominó con el resto del convoy. Al mismo tiempo, siete coches cama, el coche restaurante y el destinado a los viajeros que habían adquirido billetes de primera y segunda clase se empotrarían unos contra otros, provocando el lógico caos y nerviosismo entre los viajeros que iban a bordo del expreso en plena madrugada.

El hecho de que el tren se hubiese accidentado en un túnel evitó una tragedia de dimensiones incalculables, ya que sus paredes sirvieron de contención a las 16 unidades de las que iba articulado. Además, si el accidente se produce tan solo unos 300 metros más adelante, es probable que muchos de los vagones se hubiesen precipitado por un desnivel y un terraplén de 16 metros de altura, sobre los que con toda seguridad hubiesen quedado atrapados la mayoría de los pasajeros en medio de un más que previsible amasijo de hierros.

Pese al impresionante schock y el lógico nerviosismo que les provocó el desgraciado accidente, equipo técnico y directivos del Calvo Sotelo CF de Puertollano se desplazarían hasta Vigo a bordo de vehículos particulares para disputar el partido que debía enfrentarles al Real Club Celta. Además, todos los futbolistas del equipo manchego se mostraron dispuestos a jugar el partido, pese al susto que habían sufrido en plena madrugada. Y aunque en estos casos el resultado sea lo de menos, hay que recordar que los de Ciudad Real se impusieron por 1-2 al cuadro gallego en Balaídos, con goles del brasileño Odair, fallecido en mayo de 2018, aupándose así al segundo puesto de la categoría de plata del fútbol español, del que sería una de las grandes revelaciones en la temporada 1975-76, a la que había regresado en la campaña anterior.

 

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Un crimen sin esclarecer en Chantada (Lugo) casi 20 años después

Julio Capón, el único acusado, resulto absuelto por la Justicia

Las lindes de tierras, los históricos marcos que delimitan microparcelas de terreno y también el derecho a utilizar el paso a las fincas han sido causa de muchas disputas en Galicia a lo largo de su historia, en torno a los cuales se generaría una negra y falsa leyenda, que es completamente ajena a la verdadera indiosincrasia de lo que muchos medios de comunicación foráneos bautizaron como «Galicia profunda», en un claro intento de desprestigiar y desacreditar a una tierra que tiene mucho que ofrecer y que siempre ha pedido muy poco. Raras o muy raras veces ha llegado la sangre al río en el sentido literal de la palabra y las que lo ha hecho ha servido para que ciertos periodistas, como era el caso de Margarita Landi, utilizasen ese trágico suceso para cebarse de una forma obscena con una tierra que nada tenía que ver con la que ella retrataba en sus crónicas o en sus intervenciones en distintos medios de comunicación, mientras escondía su angosta maldad detrás de una pipa que le otorgaba un carácter macabro o si se quiere dantesco,  cuando no pintoresco.

Aunque jamás se ha podido demostrar, en un principio se sospechó que la muerte violenta de un anciano, Antonio Mazaira Vázquez, de 84 años de edad, en la parroquia chantadina de Nogueira, se vinculó en un principio a una supuesta disputa sobre el acceso a unas fincas que sostenía desde hace ya bastantes años con Julio Capón Vigo, quien sería absuelto por la justicia después de celebrarse tres juicios, en uno de los cuales había resultado condenado.

El 24 de abril de 2001 aparecía brutalmente asesinado Antonio Mazaira en un camino rural de servicio vecinal. Según los análisis practicados por los forenses, habría fallecido como consecuencia de un traumatismo cranoencefálico, el cual habría sido provocado por un objeto romo, que jamás llegaría a encontrarse. Desde un primer momento los investigadores pusieron su punto de mira en las malas relaciones que mantenía el fallecido con su vecino Julio Capón Vigo por la servidumbre y acceso a unas fincas emplazadas en la parroquia en la que sucedieron los trágicos acontecimientos.

Llamadas telefónicas

Una de las circunstancias en las que se basaron los investigadores para la acusación del vecino de Nogueira fueron unas llamadas telefónicas que se registraron desde el teléfono fijo de Julio Capón a horas intempestivas en la madrugada del siguiente a ser hallado el cuerpo sin vida de Antonio Mazaira a un conocido abogado chantadino cuando ni siquiera había sido imputado en el caso. A partir de ese momento comenzaría un largo peregrinar por los juzgados de las familias de ambas personas involucradas en el suceso, dando lugar a veredictos muy dispares.

El primer juicio contra Vigo Capón se desarrollaría en el mes de noviembre del año 2002 en el que el jurado encargado de juzgar el caso lo consideraría culpable. Consecuencia de esta decisión, sería condenado a una pena de diez años de cárcel, 67.000 euros de indemnizaciones a los familiares de los fallecidos y a una orden de alejamiento de Nogueira, la parroquia en la que había aparecido muerto el octogenario, de un total de cinco años.

Tras un recurso interpuesto por la defensa del acusado en el que aludió a un defecto de forma en la vista que se había celebrado contra su defendido, el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) ordenó la repetición del juicio contra Julio Vigo Capón, que se celebraría en noviembre del año 2003. En el transcurso del mismo, el acusado se ampararía en su derecho a no declarar, sin tener que responder al interrogatorio que le efectuasen tanto la acusación particular como la fiscalía. El veredicto del tribunal sería el mismo que un año antes.

Absolución

La resolución definitiva en torno a este más que controvertido suceso tendría lugar en mayo del año 2004, cuando se celebró el tercer juicio en contra de Julio Vigo, tras aducir su abogado defensor un nuevo defecto de forma. Si las decisiones tomadas anteriormente habían sido polémicas, esta última no lo iba a ser menos. Por seis votos a favor y tres en contra quedaría absuelto de los cargos que le imputaban, pese a que el jurado en esta ocasión tenía más pruebas, entre ellas la de un joven, Rubén González, quien aseguró que en el día de autos había escuchado decir al acusado a su esposa «María, fun eu» (María, he sido yo). Sin embargo, el jurado no tendría en cuenta esta prueba testifical, de la cual se carecía cuando había sido condenado en el primer juicio.

En este segundo juicio entrarían en juego otras personas, entre ellas un yerno del acusado, procurador en la villa de Chantada, así como sus dos hijas. Su presencia en el transcurso de la tercera vista oral estaba motivada por el afán de aclarar las llamadas telefónicas realizadas desde el teléfono fijo de Julio Vigo a un conocido letrado chantadino. A todo ello se sumaba la declaración de los agentes de la Guardia Civil de la localidad, quienes, conocedores de las desavenencias que mantenía con la víctima, se dirigieron a su domicilio con la finalidad de hablar con él. Sin embargo, esto último no sería posible, dado que los familiares de quien se convertiría posteriormente en el reo les comentaron que no se encontraba bien de salud en ese día.

La decisión del jurado fue muy controvertida, pues en sus conclusiones finales solamente habían alcanzado la unanimidad en dos puntos. Uno de ellos era el relativo a la enemistad manifiesta existente entre Julio Vigo y Antonio Mazaira, además de las circunstancias en las que se había producido su muerte, la cual se había debido a un traumatismo cranoencefálico abierto, provocado por un objeto romo, a raíz del cual fallecería horas más tarde.

Otro de los puntos de vista del desacuerdo existente entre los miembros del jurado vino dado a consecuencia de unas supuestas amenazas de muerte que habría proferido el acusado contra su víctima en más de una ocasión. Cinco miembros del tribunal creyeron esta acusación, en tanto que los otros cuatro, no. Además, si en esta ocasión no había acuerdo entre los jurados, Julio Vigo quedaría absuelto, ya que la ley establece que los juicios solamente se pueden repetir en tres ocasiones.

Este trágico suceso ha pasado a engrosar la lista de la más de una decena de casos que se encuentran sin resolver en Galicia a lo largo de los últimos veinte años, con el agravante que en poco más de un lustro se cumplirán dos décadas de la última actuación judicial por lo que el hecho podría quedar impune, como ya ha sucedido en más de una ocasión.

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Tres jóvenes muertas en la gran tragedia del voleibol gallego

Accidente en el que fallecieron las tres jugadoras del EMEVE

Cuando se escriba la historia del deporte en Galicia y también de España el nombre del equipo lucense de voleibol, EMEVE, se reflejará en grandes titulares por la extraordinaria aportación que ha hecho en esta especialidad deportiva. Gracias a su magnífica labor, se ha conseguido popularizar un deporte en Galicia, principalmente entre las chicas más jóvenes, pese a la ardua competencia del fútbol y de la extraordinaria implantación de la que goza el baloncesto en la vieja urbe romana del noroeste peninsular. Con escasos medios, principalmente económicos, se ha convertido en toda una institución y un referente del voleibol a nivel estatal y ni que decir tiene a nivel gallego. A veces los éxitos deportivos son lo de menos, o en este caso lo demás, porque además de su extraordinaria contribución al mundo del deporte, el EMEVE -cuyas siglas responden con «El Mejor Equipo de Voleibol de España»- también cosechó grandes éxitos en las canchas. Además de ser una extraordinaria institución en el ámbito deportivo, lo más importante para quienes amamos el deporte es que es el más entrañable y el más riquiño, que solemos decir los lucenses. Y eso no nos lo quita nadie.

Precisamente cuando un grupo de jóvenes lucenses, componentes de uno de los equipos juveniles del EMEVE, regresaba de Canarias donde se había alzado con el subcampeonato de España de la especialidad la tragedia terminaría cebándose con ellas en lo que prometía ser una jornada de fiesta, tras el éxito conseguido en el territorio insular. El exceso de velocidad a la que iba el microbús en el que viajaban, perteneciente, a la empresa Autos Bernardo, fue el causante de la muerte de tres jóvenes que iban a bordo, así como heridas de diversas consideración al resto de la expedición, compuesta por un total de 16 personas, en la mañana del día 3 de mayo del año 2009.

Semivolcado

El vehículo circulaba a 105 kilómetros por hora en un tramo limitado a 40, según los datos recabados por la propia Guardia Civil de Tráfico, enfilando a excesiva velocidad una rotonda de la autovía A-54 en las inmediaciones del aeropuerto compostelano de Lavacolla. El microbús terminaría semivolcado sobre una de las vallas de protección de la mencionada vía, dejando impresa sobre la calzada una larga frenada, quedando mismo a punto de precipitarse sobre un desnivel de siete metros de altura.

Los pasajeros que viajaban al lado de la ventanilla saldrían despedidos, quedando tendidos sobre la calzada. Inmediatamente se hizo visible la gran tragedia que había ocurrido. A consecuencia del impacto fallecería prácticamente de forma instantánea Aida Cela, una joven de 17 años. Cuatro compañeras suyas serían trasladadas al Hospital Clínico de Santiago en estado muy grave. Horas más tarde fallecería en la unidad de cuidados intensivos Iris Arias, de la misma edad que su colega. Apenas un día después correría la misma suerte Patricia Xavier, de 18 años.

El resto de los integrantes de la expedición hubieron de ser atendidos en el mismo centro sanitario en el que habían fallecido dos de las jóvenes de heridas de diversa consideración. Solamente consiguieron salir ilesos del siniestro el conductor del vehículo y cuatro expedicionarios del EMEVE.

El trágico accidente tendría una gran repercusión en toda Galicia, no solamente en medios deportivos, sino también en la sociedad de la época, siendo muchas las autoridades de la época que se trasladaron hasta el centro sanitario a interesarse por el estado de los heridos. El entonces alcalde alcalde de Lugo, Xosé López Orozco, no dudaría en calificar de «tragedia» el accidente ocurrido en tierras compostelanas. A la misma hora que se produjo el siniestro otro equipo del EMEVE, en este caso de categoría masculina, se encontraba disputando la final del campeonato de España juvenil. Nada más conocerse la dramática noticia se suspendió el partido. El resultado era lo de menos.

Prisión para el conductor

Como consecuencia del grave accidente, el conductor del vehículo siniestrado en Lavacolla, Federico Ferreiro Álvarez, sería condenado a la pena de dos años y medio de cárcel, acusado de un delito de homicidio imprudente, la mitad de la pena que solicitaba el fiscal, en el juicio celebrado en el juzgado de Fontiñas, en Santiago de Compostela en marzo del año 2013. Todas las pruebas aportadas en su contra desmontarían la versión de sus letrados, quienes sostenían que el tacógrafo del microbús, principal prueba de cargo, se encontraba averiado. Además, las personas que en él viajaban cuando se produjo la tragedia testificaron la excesiva e inapropiada velocidad a la que había tomado la rotonda en la que terminarían perdiendo la vida tres personas.

La condena le inhabilitaba asimismo para conducir durante tres años. De la misma forma debía de hacer frente a una indemnización de 425.000 euros a las familias de las víctimas. Mención especial cabe hacer en este sentido la que debía satisfacer al padre de una de las jugadoras fallecidas, quien había sufrido una grave depresión como consecuencia de la muerte de su hija a raíz de la cual perdería su empleo.

Como detalle anecdótico, cabe señalar que en fechas posteriores a producirse tan desgraciado accidente, otro equipo de categoría infantil femenina del EMEVE se proclamaría campeón de España de su especialidad. Y ahí, una vez más, se demostraría la grandeza de esta institución deportiva lucense que supo reponerse a la irreparable pérdida de tres extraordinarias jugadoras, pero -por encima de todo- mucho mejores personas, que se han convertido en titulares indiscutibles en el plantel que llevan en el corazón todos los grandes aficionados al voleibol y que en Galicia no tiene otro nombre que este, EMEVE.

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Un sanguinario y aterrador crimen en Vilalba (Lugo) en plena Posguerra

Rúa Nova de Vilalba, el lugar donde se produjo el trágico crimen

Acercarse a los duros años de la Posguerra en Galicia, y concretamente en la más interior, representa viajar a un inframundo en el que la miseria, las necesidades y el hambre eran el principal imperativo ordinario. Nadie se preguntaba a la hora del almuerzo que menú iba a degustar ese día. Se sentía agraciado con el solo hecho de tener un trozo de pan de centeno renegrido y oscuro, el más popular de la época, que llevarse a la boca. Era un territorio que superaba cualquier pobreza imaginable, que -sin ser ninguna exageración- solamente tendría parangón con las espectaculares y crudas imágenes que nos llegan del África más profunda. Cualquier cosa era válida para subsistir. Desde el engaño y el hurto, pasando por el contrabando, hasta en ocasiones, el crimen. Es cierto que hasta este extremo rara vez se llegaba, pero cualquier cosa era válida para el duro trasiego que representaba el ansioso y turbio devenir que se asomaba cada día.

Los jóvenes para engañar el hambre llegaban a fumar cigarrillos elaborados con hojas de las plantas de las patatas o, incluso, con flor de toxo, que se machacaba sobre una tabla. Los niños era frecuente que se sustrajesen trozos de pan unos a otros, mientras se perdían descalzos y vestidos de forma harapienta, muertos de frío y llenos de piojos, en un horizonte que no se presentaba para nada prometedor ni mucho menos halagüeño. La miseria de una prolongada posguerra se alargaría durante más de tres lustros en los que nadie fue capaz de levantar cabeza.

Fruto de aquella infame miseria tendrían lugar algunos hechos delictivos, pese a la desmesurada represión existente que en nada reflejaba un clima de seguridad ciudadana y personal sino más bien de pánico y terror, propios de una sanguinaria y férrea dictadura que ejercía un control que superaba lo exánime sobre sus maltrechos y cada vez más exhaustos ciudadanos. Uno de esos trágicos episodios ocurriría en la localidad lucense de Vilalba el 16 junio de 1944, en jornadas previas a las que los más jóvenes juntaban unos cuantos troncos de la escasa leña que había, ya que era necesario guardarla para el invierno, con la finalidad de llevar a cabo unas concurridas hogueras de San Juan. Pese al clima de necesidad extrema, nadie quería obviar ese día al fuego de la lumbre que de alguna manera iba a purificar, aunque solamente fuese durante unas cortas horas, el hambre y la miseria que padecían los gallegos de la época. En fechas previas al gran día que daba paso al verano, en la Rúa Nova de Vilalba, en pleno corazón de la villa en aquel entonces, aparecería en el número 11 de la referida vía el cadáver de un hombre de mediana edad, que era conocido como el señor Cordeiro con varias heridas de arma blanca en el costado, propinadas con un cuchillo de los que antaño se usaban para degollar los escasos pitos y conejos que en la época se podían matar para darse todo un festín y al que muy pocos, por no decir casi nadie, estaban acostumbrados.

Cinco cuchilladas

Desde hacía unos días, los residentes de aquella concurrida calle vilalbesa en aquel entonces echaron en falta a su vecino. Nada les hacía sospechar su fatal destino, pues era una persona que carecía de cualquier enemistad en el barrio. Una vecina suya, procedente de tierras de Castilla, comentaría en reiteradas ocasiones el inusual tiempo que el señor Cordeiro llevaba sin aparecer en público. Este hecho la convertiría en una de la sospechosas, siendo detenida durante unos días hasta que en el interrogatorio clave se pudo esclarecer que se trataba de una persona inocente. El cuerpo ensangrentado, tirado sobre la lareira de la casa, fue hallado por una joven adolescente que escaparía corriendo en un gran estado estupefacción y excitación por el lamentable espectáculo que acababa de presenciar.

Nadie en toda aquella pequeña villa del interior norte de Galicia daba crédito a que pudiese haber acontecido un hecho de similares características, ya que en la localidad jamás había habido conflictos, pese a que la memoria colectiva continuaba impregnada por el trágico episodio del cartero de Vilapedre, quien había muerto asesinado en Vilarraso tras ser denunciado por falangistas vilalbeses, tras haberse enterado que el buen hombre se había negado a disponer de una cruz en la cabecera de su cama en la histórica pensión de Juan Francisco. De la misma forma, aquella misma banda que le había denunciado no dudaría en disparar de forma cruel y espantosa contra un hombre en O Alto da Forca, así como de dar muerte a varios vecinos de la contorna en la vecina localidad de Baamonde.

Según las investigaciones efectuadas por los miembros de la guardia civil y la posterior autopsia al cadáver del señor Cordeiro, un hombre de mediana edad, este había fallecido a consecuencia de cinco cuchilladas que le había propinado su agresor. La muerte le habría sobrevenido en un plazo de unas 30 horas antes de ser hallado su cuerpo sin vida, ya que todavía no presentaba ningún rastro de putrefacción. De la vivienda que ocupaba desaparecieron algunos objetos personales. Sin embargo, lo que atrajo verdaderamente la atención de los investigadores fue el hecho de haber desaparecido una fornada de pan que el hombre había cocido en horas previas a su óbito en un horno de unas conocidas panaderas de la villa. A todo ello se añadía que de su despensa se echaron en falta algunas docenas de huevos, las cuales solía vender a las familias pudientes de la época. Presentaba cinco puñaladas que en el costado que le habían interesado el pulmón y el corazón. Tenía además la lengua presionada entre los dientes, dando señales de que había intentado defenderse de su cruel agresor, pero que nada pudo hacer ante el mayor vigor y juventud de este último.

Detenciones

Al estupor, la alarma y la consternación le proseguirían las detenciones e interrogatorios. Los vecinos de la calle, que era una de las más populosas de la Vilalba de los años cuarenta del pasado siglo, pasarían prácticamente todos ellos por las dependencias judiciales y penales con la excepción del matrimonio formado por Manuel Cendán Lagüela y Elia Villares González, una pareja originaria de la parroquia de Sancobade que se encontraba viviendo de forma circunstancial en aquel barrio vilalbés. Ellos mismos se harían cargo de los hijos de algún vecino que sería detenido por sospecharse de su implicación en los hechos, aunque tanto Manuel como Elia jamás llegaron pensar que ninguno de sus vecinos pudiese tener relación alguna con el trágico episodio que acaba de vivir una villa que tan solo aspiraba a sufrir en el duro e incontenido rigor de una posguerra que casi terminaría por eternizarse.

Delante del antiguo consistorio vilalbés, hoy reconvertido en Casa de Cultura, se vivieron durante días escenas tristes y dantescas, muchas de ellas de pavor y estupor, ya que en sus dependencias estaba instalada la antigua cárcel comarcal. Una mujer clamaba al matrimonio antes aludido que cuidasen de sus hijos, pues la injusticia la había llevado al interior de los muros de la cárcel. Aquella pareja de Sancobade se convertiría en los héroes del barrio al socorrer a varios hijos de vecinos suyos que se encontraban en prisión. Pasaban los días y el suceso no se aclaraba. Al contrario, parecía que las cosas se torcían mucho más que en un principio. Uno de los detenidos sería un hombre ya mayor, padre de una numerosa prole, conocido como Rogelio Fernández, caminero de profesión y que trabajaba en el área próxima la Ponte Trimaz. De él se sospechaba a consecuencia de las ilícitas actividades en las que supuestamente se encontraba involucrado, entre ellas el contrabando. Sin embargo, ningún vecino de la zona sospechaba que este hombre pudiese hacer una cosa así. Su detención causaría estupor.

El testimonio de una persona, cuyo nombre resulta difícil de descifrar en los corroídos archivos de la Audiencia Provincial de Lugo, resultará clave para ir atando cabos, aunque no será definitivo. Este hombre declarará ante el juez que había estado con un joven, horas después de haberse cometido el crimen, cuyo aspecto le resultó extraño. Para ganarse su confianza, el joven lo invito a comer huevos cocidos. La ausencia de este producto avícola de la despensa de la víctima iba a convertirse en crucial a la hora de resolver el caso. Muchos de los detenidos serían puestos en libertad y la investigación tomaba un nuevo rumbo.

Autobús de línea

Al ir atando los pertinentes cabos se dirigieron los investigadores a la principal clave que contribuiría a resolver el suceso. Esta se hallaba en un conductor de coche de línea, que cubría el trayecto entre Lugo y Ferrol. Al mismo, a primeras horas de la mañana del día de autos, se había subido un joven, algo desgarbado y que parecía encontrarse muy precipitado y sudoroso, quien portaba un saco blanco en el que contenía varios bolos de pan, recién horneados y llevaba el clásico olor que tiene el pan recién cocido en los antiguos hornos de leña. Lo haría, incluso, a tres kilómetros de distancia de dónde debía tomar el autocar habitualmente, lo que sorprendería tanto al conductor de línea como a algunos viajeros que lo conocían. Sin embargo, no solamente le delataba este último aspecto, también el conductor se percató que el muchacho, que se encontraba en edad de cumplir el servicio militar y se dirigía a la ciudad departamental para reincorporarse al cuartel, presentaba unas pronunciadas manchas de sangre en alguna de las prendas que portaba, así como también en el saco en el que transportaba el pan sustraído de la casa del señor Cordeiro. En su breve conversación con el chófer del autocar le comentó que ello obedecía a que le había estado ayudando a matar unos conejos a un vecino suyo. No daría más importancia al hecho, dando por buenos sus argumentos.

Por si todas las pistas que conducían a él no fuesen suficientes, un agente de la guardia municipal testificaría también que había visto también al referido mozo de edad militar a primeras horas de la mañana de aquel trágico día con un saco al hombro, pero al que no le dio mayor importancia y tan solo supuso que se tratase del clásico macuto que utilizaban los jóvenes militares para transportar sus pertenencias.

En los primeros días del mes de julio de aquel caluroso y miserable Ano da fame, agentes de la guardia civil de Ferrol procedían a la detención del muchacho para, posteriormente trasladarlo a Vilalba. En el cuartel en el que estaba destinado había compartido el manjar sustraído con algunos de sus compañeros de armas, aspecto este que serviría también como pista que le delataba ante las autoridades. Respondía a las iniciales de A.C.V. y había nacido en la capital chairega en el seno de una conocida y acreditada familia de Vilalba. El «hábil interrogatorio», como se denominaba entonces a las declaraciones que se hacía ante miembros de la benemérita en casos excepcionales y en las que se empleaban todo tipo de artimañas entre las que no faltaban unas brutales y desmedidas torturas, no tardarían en dar sus frutos. El chaval acabaría confesando su autoría en el crimen, señalando que lo había hecho a consecuencia de la miseria que se veía obligado a soportar en el cuartel en el que cumplía el servicio militar en el que tan solo les daban un mísero y recalentado caldo en el que tan solo se veían unos contados y escuálidos garbanzos que los condenaban a una sempiterna desnutrición.

Declararía que en el día de autos había estado haciendo unas labores en la casa del señor Cordeiro, quien se había comprometido a pagar sus servicios con una determinada cantidad de dinero que previamente habían convenido. Según su relato -llegado el momento- la víctima tan solo le facilitó comida, pero no le pagó lo que habían estipulado. A consecuencia de esta desavenencia comenzaría un tira y afloja entre ambos que terminaría en tragedia.

A.C.V. sería condenado a 20 años de cárcel en un tiempo en el que todas las causas eran llevadas por tribunales militares, incluso las civiles. En este hecho se añadía la circunstancia de que el joven en cuestión estaba cumpliendo el servicio militar. El fiscal castrense llegaría en un momento dado a solicitar la pena capital para el condenado, no considerando en ningún instante como atenuante el hecho del arrepentimiento espontáneo ni tampoco otros hechos adyacentes, tales como las condiciones de extrema necesidad en la que se encontraba.

Al autor del crimen de la Rúa Nova de Vilalba se le perdería la pista en una prisión militar ferrolana en la que estaría recluido durante bastantes años. Lo cierto es que jamás ha vuelto a pisar, al menos que se sepa, el pueblo que lo había visto nacer hace ya casi cerca de un siglo. Probablemente no regresase jamás.

 

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Tres muertos y 17 heridos en el accidente ferroviaro de Covas (Viveiro)

Convoy de FEVE en una estación

El verano del año 1973 estaba siendo atípico en aquella España de mediados de los setenta que asistía, un tanto impávida, a la decrepitud de su Caudillo, quien veraneaba por última vez en su pazo de Meirás. Mientras, varias decenas de universitarios gallegos esperaban la benevolencia de aquellos magnánimos jueces que dictarían severas sentencias tan solo por el nimio detalle de ser portadores de propaganda contraria a un régimen que daba sus últimos zarpazos de la mano de quien era su eminencia gris, el siempre todopoderoso Carrero Blanco, quien tan solo unos meses más tarde moriría en un atentado terrorista cuya autoría sigue todavía hoy en día en tela de juicio 46 años después.

Por aquel descolorido verano gallego se dejaban ver unos jóvenes melenudos, o cuando menos con el pelo un poco más largo de lo normal, que procedentes de los países de la satisfecha Europa Central se dejaban ver a bordo de modernos deportivos de colores chillones que a duras penas atravesaban los empedrados caminos y corredoiras gallegas de la época. Mientras, su contrapunto venía del tradicional carro del país que, con su habitual y sempiterna sintonía de su eixo ponía esa nota musical que hoy en día hemos perdido para siempre. Galicia estaba cambiando, pero lo hacía de una forma demasiado lenta, con el conformismo propio de un país que parecía no tener nunca prisa, muy acorde con la filosofía de sus moradores.

Rara vez en Galicia sucedían cosas que alterase su habitual devenir cotidiano. Sin embargo, había alguna ocasión en que eso pasaba y entonces saltaban todas las alarmas, a las que se unía el habitual y tradicional sentido solidario que siempre han tenido unas gentes que siempre han mostrado una hospitalidad fuera de lo común, tal vez derivada de las muchas veces que -en la emigración- hubo que llamar a otras puertas. Una de esas ocasiones en que se alteró el devenir de muchos gallegos fue el 14 de julio de 1973 cuando en Viveiro, en torno a las cinco de la tarde a la altura de Covas, se produjo el vuelco de un convoy perteneciente a la red de Ferrocarril de Vía Estrecha (FEVE), falleciendo tres pasajeros y resultando con heridas de diversa consideración otros 17.  El tren hacía el recorrido desde Ferrol, de dónde había partido a las tres y veinte de la tarde, con destino Gijón y Oviedo, siendo la mayor parte de los pasajeros de Asturias, muchos de ellos militares que se encontraban cumpliendo el servicio militar en la ciudad departamental.

Causas desconocidas

Las autoridades de la época nunca aclararon las causas por las que se produjo tan dramático y trágico accidente, además de muy inusual, ya que los trenes de FEVE eran de lo poco presentable que había en el ferrocarril de la época. Tampoco se achacó, en esta ocasión, el siniestro al factor humano. Se adujo que se había tratado de una salida de vía, motivo por el cual uno de los vagones había volcado, falleciendo tres personas a consecuencia del desgraciado accidente. Los fallecidos eran un joven asturiano de 21 años, Juan Gil Fernández Pérez, quien se encontraba cumpliendo el serivicio militar en Ferrol; Ángel Caudal Sánchez, de 44 años, que era minero y vecino de Oviedo y, finalmente, la tercera víctima era José Manuel Castiñeira Díaz, de 58 años, quien era natural de la localidad coruñesa de Ortigueira.

En un principio se temió que la tragedia hubiese sido muy superior a lo que realmente acabaría siendo, dada la aparatosidad del siniestro y a la dificultad que supuso excarcelar de entre los hierros a muchos de los heridos que habían quedado atrapados en el interior de aquel vagón. En aquel entonces, algunas de las víctimas fueron trasladadas a los centros sanitarios de Lugo y Ferrol, los más próximos al lugar del siniestro que se encontraba a más de 90 kilómetros el más cercano, en automóviles particulares y en furgonetas que fueron habilitadas como improvisadas ambulancias, dado que todavía se carecían de centros de salud en condiciones. Ni que decir tiene que las ambulancias solamente se podían observar en las grandes ciudades.

La circulación de trenes entre Galicia y Asturias, por su principal eje de comunicaciones que es el litoral lucense se vería seriamente afectada a lo largo de varios días, siendo muchos los pasajeros que hubieron de ser trasladados en autocares a sus respectivos destinos. Hasta el 17 de julio, tres días después del siniestro, no circularon los habituales servicios discrecionales de ferrobuses de vía estrecha.

Al encontrarse en la antevíspera de la festividad de la Virgen de Carmen, muy celebrada en las localidades costeras y mucho más cuando son marineras, el Ayuntamiento de Viveiro decidió suspender, como era natural por otra parte, los actos festivos programados para los días posteriores al accidente, que poco o nada alteraría la agenda de los políticos de la época, quienes -una vez más- harían gala de su histórica desidia, atribuyendo el siniestro a los designios de la Divina Providencia. Y es que esta última era muy poco misericordiosa con Galicia y más en aquel tiempo.

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