El asesinato de Carrero Blanco: Medio siglo de incógnitas en torno al último magnicidio perpetrado en España
Han transcurrido ya 50 años, que se dice pronto, en torno al último magnicidio perpetrado en España y que costó la vida al por entonces presidente del Gobierno de España, almirante Luis Carrero Blanco, su escolta Juan Antonio Bueno Fernández y el chófer que conducía el vehículo en el que viajaban, José Luis Pérez Mogena. Desde entonces no han hecho más que sucederse las especulaciones acerca de quien pudo estar detrás de aquel ataque terrorista, cuya autoría fue atribuida a la banda terrorista ETA, aunque quedaron muchos interrogantes en torno a cómo se produjo un acontecimiento que, según algunos, cambió sustancialmente el rumbo de España, cuya dictadura se encontraba ya en estado preagónico.
Como era costumbre, aquella mañana a las nueve, el político franquista acudió a misa a la parroquia madrileña de San Francisco de Borja, en pleno barrio de Salamanca, únicamente protegido por dos policías secretas que le acompañaban siempre en un vehículo escolta en su itinerario, además de una tercera persona que iba en el mismo coche en que se desplazaba Carrero Blanco, lo que terminaría costándole la vida. Después de abandonar el templo, situado a escasos 100 metros de la Embajada estadounidense, se dirigía en su vehículo, un Dodge 3700 GT, de 1.800 kilos de peso y que carecía de blindaje, a desayunar a su domicilio, sito en la calle Hermanos Bécquer.
Lo que no podía imaginar el almirante Carrero Blanco ni nadie en España era que aquel 20 de diciembre de 1973 iba a ser el último de su vida. Cuando el automóvil en el que viajaba enfiló la calle Claudio Coello, a la altura del número 104 se encontraban dos hombres con monos de trabajo, en apariencia electricistas, que estaban dando los últimos detalles de lo que iba a ser una terrorífica explosión. Cuando faltaban escasamente dos minutos para las nueve y media de la mañana, el conductor del coche oficial accionó el mando del indicador de dirección para apartar de un utilitario Austin Morris, que obstruía el tráfico en la calzada. En ese instante el vehículo saltó por los aires, superando los veinte metros de altura hasta precipitarse en la terraza interior de un colegio de religiosos regentando por los Hermanos Jesuitas.
¿Dónde está el coche del presidente?
Después de efectuar una llamada a los servicios de emergencias en la que se alertaba de una potente explosión, cuyos efectos todavía se desconocían, nadie sabía en un primer momento que le había sucedido al coche del presidente del Gobierno. Únicamente uno de los religiosos que se hallaba en el interior del colegio y que había administrado el sacramento extremaunción a Carrero y sus acompañantes era conocedor de su destino. Pasaron veinte minutos o incluso más hasta que se supo que camino había tomado, llegando incluso a especularse con la posibilidad de que se hubiese sumergido en el socavón que había provocado la deflagración. Algunas personas que transitaban por Claudio Coello, así como los dos policías que iban en el vehículo que acompañaba al del presidente Carrero Blanco resultaron heridas, aunque ninguna de ellas de gravedad.
Fue precisamente un sacerdote quien descubrió donde se encontraba el vehículo, en cuyo interior se encontraba agonizante el número dos del régimen del general Franco, en tanto que el escolta que le acompañaba ya había perdido la vida, casi en el mismo instante en que se produjo la detonación de los explosivos. Al conductor aún se le percibía un hilo de vida, falleciendo pocas horas después en la residencia sanitaria Francisco Franco. Antes de llegar al hospital, el presidente del Gobierno exhalaba su último aliento, llegando ya cadáver, tal como lo certifica la propia autopsia.
En aquellos momentos de zozobra y desconcierto, se reflejaron claramente las deficiencias que sufría el país, pues no existía un servicio de emergencias organizado. Al lugar hubieron de acudir algunos soldadores y bomberos, que serían los encargados de excarcelar los cuerpos de las tres víctimas que se encontraban en el amasijo de hierros en el que se había convertido el vehículo oficial. Es a partir de entonces cuando se suceden las distintas teorías así como las hipótesis en torno a lo que verdaderamente pudo haber ocurrido, así cómo lo que habría podido fallar para que se produjese un atentado de tal calibre en un país, en el que, en teoría, «no se movía nadie».
Falsa explosión de gas
En un primer momento las principales líneas de investigación se dirigieron hacia una posible explosión de gas, teoría esta prácticamente inverosímil puesto que en aquel entonces no había gas ciudad en la zona en la que se produjo aquella terrible deflagración. Aún así, esa falsa explosión fue sostenida desde los distintos departamentos oficiales, negando hasta prácticamente la última hora del día que estaban ante un atentado terrorista, con el que nadie contaba ni mucho menos se imaginaba, máxime después de que desde la propia legación diplomática americana ya habían abundado con esta hipótesis tan solo una hora después del atentado. Es más, la propia Policía había descubierto el túnel por el que se habrían introducido los explosivos con los que saltó por los aires el vehículo en el que viajaba Carrero Blanco.
No sería hasta las siete de la tarde de ese mismo día, 20 de diciembre de 1973, cuando la única televisión existente en España en aquel entonces, TVE, confirmaba que se trataba de un «atentado criminal» que le había costado la vida nada más y nada menos que al presidente del Gobierno de la nación. Alrededor de las once y media de la noche, el presidente en funciones, Torcuato Fernández Miranda ratificaba oficialmente que la muerte de Carrero Blanco había sido a consecuencia de un atentado terrorista, cuando ya era dominio de totalidad de los españoles que así había sucedido.
La banda terrorista ETA reivindicaría el atentado en suelo francés a través de una rueda de prensa en la que ofrecía detalles acerca de la explosión. Mientras tanto, un clima de incertidumbre y, porque no decirlo, de miedo, se apoderaba de una gran parte de los españoles de la época, en cuya mente estaba todavía muy reciente el recuerdo de la Guerra Civil. Algunos temían una airada reacción del régimen contra algunos conocidos opositores, en tanto que otros sospechaban que se produjese un «autogolpe de Estado», o bien se implantase la Ley marcial.
¿Qué propició realmente el atentado?
Es una pregunta que lleva ya 50 años en el aire y nadie le ha dado respuesta. Se sabe que ETA fue la mano ejecutora, pero el interrogante que se plantea es de si recibió ayuda, bien interior o exterior, ya sea por acción u omisión. Al parecer, los terroristas que intervinieron en el atentado, Jesús Zugarramurdi, alias «Kiskur», José Miguel Beñarán, alias «Argala» y Javier Larreategui, alias «Atxulo» estaban fichados por la Policía, además de cometer infinidad de errores que, en otros supuestos, hubieran llevado a su detención inmediata.
En el edificio en el que se produjo el atentando, un semisotano que no estaba en alquiler y alguien les informó a los etarras que allí había estado un escultor como último inquilino, pues su propietario no dejó de expresar su sorpresa cuando unos jóvenes fueron a alquilarlo. El vecindario llevaba ya un tiempo expresando sus quejas por el ruido y los estruendos que se producían en los bajos del inmueble, principalmente en horario nocturno. Sin embargo, sus quejas no fueron escuchadas por el Ayuntamiento de Madrid ni por tampoco ninguna otra autoridad. Igualmente, desde la Embajada de EE.UU., prácticamente lindante con el lugar de los hechos, se había informado de la existencia de unas obras en un edificio próximo, indicando que parecían estar construyendo un túnel.
Los errores y las negligencias no terminan sin embargo ahí. Uno de los hechos comprobados era la escasa protección de la que disponía el almirante Carrero Blanco, que era poco menos que testimonial. Tan solo un coche escolta en el que viajaban dos policías secretas, a lo que se suma sus rutinarios recorridos. Su vehículo hacía todos los días el mismo trayecto y a la misma hora. Incluso, el periodista Manuel Cerdán apunta a que ese itinerario no lo hizo el día 18, dos días antes de morir asesinado y para el que previsiblemente estaba previsto en un principio el atentado. Su entrevista con el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, quien estuvo de visita oficial en España por un breve lapso de tiempo, impidió que el plan se ejecutase 48 horas antes. Es más, el diplomático estadounidense abandonó nuestro país de forma precipitada, además de extrañarse de la escasa seguridad con la que contaba el mandatario español. Toda una incógnita.
Existen después algunos hechos que llaman singularmente la atención. Uno de ellos es que en las horas posteriores al atentado, cuando el Gobierno ya conoce de primera mano que el almirante ha sido asesinado, no se cierra la ciudad de Madrid, a fin de evitar que los terroristas puedan huir. A todo ello se añade que no se practica ni un solo control de carreteras en los accesos a la capital de España, lo que contribuye a incrementar la extrañeza entre quienes durante años han estudiado a fondo este trágico acontecimiento.
Colaboración de Francia
Otro aspecto que también resulta poco menos que increíble es que se rechace la detención de la cúpula de la organización terrorista que ha perpetrado el atentado. Tan solo 22 horas después de la explosión que ha acabado con la vida de Carrero Blanco, el Gobierno francés le ofreció al español la posibilidad de que se extraditasen a los miembros de la banda presentes en suelo galo, a quienes tenía perfectamente localizados. El entonces embajador español en el país vecino, Pedro Cortina Mauri, que posteriormente se convertiría en ministro de Asuntos Exteriores en el primer ejecutivo presidido por Arias Navarro, es el encargado de trasladar esta negativa a sus colegas franceses ante la estupefacción del diplomático y segundo de abordo en la legación diplomática española en París, José María Alvarez de Sotomayor.
Y otra decisión que muchos jamás terminaron de comprender, fue el nombramiento de presidente del Gobierno, en sustitución del asesinado Carrero Blanco, de Carlos Arias Navarro, hasta entonces titular del ministerio de la Gobernación, a quien correspondía la seguridad del Estado, y por tanto del presidente víctima del atentado de ETA. Es más, algunas fuentes llegan a sugerir que durante algún tiempo se especula que la banda terrorista emprenda alguna acción contra el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón, el director general de la Guardia Civil, general Iniesta Cano, o contra el presidente del Ejecutivo. A los dos primeros se les refuerzan las medidas de seguridad, al tercero se dejan como estaban, con una escolta simbólica, cuando no testimonial. Lo cierto es que nadie se interesó por su debida protección.
En medio siglo se han sucedido muchas teorías, denominadas de la «conspiración», que no han sentando bien en algunos círculos, que se niegan radicalmente a admitir otros postulados y se inclinan en que los autores del crimen fueron únicamente aquellos terroristas vascos, hoy en día todos ellos fallecidos, uno de ellos «Argala», después de que una bomba explotase en los bajos de su coche en el sur de Francia, lo que también resulta cuando menos sospechoso. Quizás fue asesinado para acallar para siempre su voz. Mientras, «Atxulo» y «Wilson» morían como consecuencia de sendos cánceres en los años 2007 y 2008, el segundo después de que dejase caer en algunos medios de comunicación que la banda que él dirigía no había actuado sola en el invierno de 1973.
Igualmente resulta sospechoso el material empleado para hacer volar el coche oficial, pues se trataba de un explosivo de guerra, conocido como C-4, que en aquel entonces solo disponía del mismo Estados Unidos. Fueron un total de 75 kilos los empleados en el atentado, como para reventar un tren, suficientes para asegurarse de que su acción alcanzaba los objetivos propuestos y mucho más. ¿Cómo se hicieron los terroristas con una metralla tan específica que nunca antes habían empleado y que jamás han vuelto a utilizar? Es aquí donde supuestamente surge la sombra de la CIA, a pesar de que Carrero era un hombre muy afín a los americanos, el más firme partidario de mantener sus bases en territorio español, si bien es cierto que no a cualquier precio, lo que no habría sido aceptado de muy buen grado en el Pentágono.
Son demasiadas las preguntas las que han quedado sin respuesta a lo largo de este medio siglo desde que pereciera en atentado terrorista el hombre fuerte del régimen franquista desde los años cincuenta, el fiel colaborador y servidor del dictador, cuya vida se extinguiría tan solo 23 meses más tarde, aunque con la muerte de su hombre de confianza se iniciase definitivamente la cuenta atrás del régimen instaurado casi 40 años antes. Probablemente, esas incógnitas queden sin respuesta o cuando menos se halle un argumento que satisfaga a la mayoría. Y es que los magnicidios, ya se sabe, los carga el diablo. En poco más de un siglo en España se produjeron un total de cinco. Del acontecido en 1870, contra el general Prim, ocurre lo mismo que con el de Carrero, todavía siguen existiendo muchos enigmas y eso que ya han transcurrido más de 150 años.
https://www.rtve.es/play/videos/carrero-blanco-las-cuatro-muertes-del-presidente/episodio-1/7038337/
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