Impunidad para el brutal asesinato de una joven pareja de médicos en Álava
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En el año 1976 España estaba iniciando una profunda transformación con la que dejar atrás cuarenta años de dictadura. Era el tiempo en el que se recobraban las libertades y un aire nuevo de cambio corría por todo el país. Decían los más viejos que la gente joven quería vivir de la mejor manera posible, sin disciplina, que por ello necesitaba un poco de mano dura. Sin embargo, aquello no dejaba de ser un manido tópico y olvidaban que la libertad es tal vez, junto con la propia vida, el bien más preciado del hombre. Se achacaban algunos sucesos a los nuevos vientos que soplaban por toda la Península, aunque también ignoraban, quizás porque vivieron en etapas de opacidad oficial, que siempre había habido acontecimientos sangrientos, muchos más que en la Transición democrática, y por supuesto que en los tiempos que nos ha tocado vivir.
Un hecho espeluznante, de esos que se achacaban precisamente a los aires de libertad, ocurrió en la pequeña aldea de Nograro, perteneciente al municipio Valdegovia, en la provincia de Álava el día 11 de diciembre de 1976 cuando al anochecer de esa jornada eran encontrados los cuerpos sin vida de María de los Ángeles Etayo Gauna, de 24 años de edad y su marido Juan Estruch Sánchez, de 28. Sus cadáveres presentaban heridas horribles y algunas mutilaciones, ofreciendo un panorama dantesco, no apto para personas con un mínimo de sensibilidad humana.
Ambas víctimas hacía poco más de mes y medio que habían contraído matrimonio y algunas fuentes apuntaban a que la joven pudiese encontrarse embarazada. Asimismo, ambos habían concluido recientemente sus estudios de Medicina, que habían cursado en la Universidad de Zaragoza. La mujer era originaria de la localidad vasca de Erentxun en tanto que él era de Soria.
Un antiguo novio
Aquel día, por la mañana, María de los Ángeles y Juan, el jovencísimo matrimonio se habían desplazado desde Vitoria hasta la aldea de Noragro, en Valdegovia, distantes entre sí algo más de 45 kilómetros. Allí, ella se había citado con un antiguo novio, José Luis Castresana Martínez, un joven de 28 años con raíces vascas pero cuya familia se había desplazado hasta Colombia en la década de los sesenta. Este último había mantenido una relación con la joven médica durante algo más de dos años y habían concluido su relación de una manera muy abrupta y su ex-novia se había casado al poco tiempo de conocer a quien ya era su marido.
Nunca se sabrá el modo empleado por José Luis, mecánico de profesión, para convencer a María de los Ángeles para que acudiese a la letal cita que le había preparado. Ni tampoco como consiguió que la acompañase quien se había convertido en su marido de manera reciente. Lo cierto es que aquella joven pareja no regresaría a comer el día de autos, tal y como le había prometido a su familia, entre quienes comenzó a cundir la alarma a medida que pasaban las horas. Les resultaba muy extraño que ambos jóvenes no hubiesen regresado ni siquiera durante la tarde.
En vista de que no volvían se comenzaron a temer lo peor y decidieron ellos acudir en su búsqueda. Llamaron al pedáneo de Nograro para que los acompañase hasta la vivienda al anochecer de aquel 11 de diciembre de 1976. Este les preguntó si deseaban adquirir la vivienda y ellos le manifestaron su preocupación por la ausencia de sus familiares. Al llegar al portal de la vivienda se encontraron con una gran cantidad de sangre que no era normal, lo que les hizo temer lo peor. Una persona se aproximó a un ventanuco de las cuadras y allí contempló, con horror, los cuerpos sin vida, literalmente destrozados, de María de los Ángeles y Juan.
Los cadáveres del joven matrimonio presentaban un aspecto horrible y truculento, que sobrecogería a quienes descubrieron sus cuerpos, en torno a las diez de la noche del día de autos. El autor del crimen había empleado un arma blanca, ya fuese un cuchillo o un machete para dar muerte a la pareja. Asimismo, se encargaría de realizar mutilaciones y múltiples heridas en sus cuerpos, ensañándose con sus cuerpos de una forma desmedida. Todo apuntaba a que el asesino era un conocido de ambos, o al menos de uno de los dos y que había actuado de forma vengativa y despechada.
Asesino huido
Quienes conocían a María de los Ángeles Etayo sabían que había mantenido una larga relación con uno de los hijos de los propietarios de la vivienda en la que aparecieron, que se llamaba José Luis Castresana Martínez. Se comentaba también que la familia de la joven no estaba de acuerdo con aquella relación, si bien le reprocharon que rompiese de una manera tan repentina y abrupta aquel noviazgo.
El móvil del doble crimen no cabía duda que obedecía a lo que entonces se denominaba «cuestiones pasionales», que hoy en día se englobaría en el apartado de la violencia machista. Es decir, que el antiguo novio de la médica actuó movido por el resentimiento provocado por el abandono de quien había sido su novia. De ahí, la saña empleada contra ambas víctimas. En cuanto a la hora exacta del crimen, algunas fuentes apuntaban a que había sido en el momento en que ambos llegaron a bordo de un vehículo Citroën Dyane 6, que fue encontrado en las inmediaciones de la vivienda en la que aparecieron los cuerpos. Otros, por contra, sostienen que pudo haber ocurrido alrededor de la una de la tarde.
Sea como fuere, lo cierto es que a José Luis Martínez Castresana le dio tiempo suficiente para poder abandonar el país, muy probablemente con destino a tierras sudamericanas, concretamente a Colombia, donde se había criado y había vivido gran parte de su vida. De hecho, contaba con pasaporte y dinero suficiente para poder dejar España cuando lo desease y algunas fuentes lo situaban en Bogotá a los dos días de perpetrado el doble crimen. Su vehículo aparecería en las inmediaciones del aeropuerto madrileño de Barajas, lo que vendría a corroborar la tesis de la huida al extranjero.
En los más de 40 años que han pasado desde el doble crimen que aterró a Álava en plena Transición democrática no se han vuelto a tener noticias del supuesto autor del asesinato del joven matrimonio muerto en 1976. Se apuntaba a la posibilidad de que se hallase residiendo en Brasil, puesto que desde este país las extradiciones requieren un mayor grado de complejidad, en tanto que hasta se ha llegado a sospechar que se hubiese suicidado, aunque todo ello no dejan de ser meras conjeturas a las que les falta consistencia. Lo que sí se sabe es que este doble crimen ha prescrito con total impunidad y su autor podría entrar en nuestro país sin temer la acción de la justicia.
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