Mata a hachazos a sus padres y a dos de sus hermanos en Illana (Guadalajara)
Oficialmente, en 1955, España ya no vivía en la Posguerra, pues el año anterior se habían suprimido las cartillas de racionamiento, a pesar de que el desabastecimiento era generalizado en prácticamente todo el país, pues se seguían sufriendo unas enormes carencias de todo tipo productos y servicios. Seguía siendo un país muy triste y muy pobre en el que los efectos de la guerra civil seguían muy presentes en su devenir cotidiano y las heridas todavía supuraban sangre y pus de un tiempo que no había dejado indiferente a nadie.
En la extensa España rural el atraso era generalizado y rara vez se salía de su habitual monotonía salvo cuando sucedía algún episodio que descorazonaba a sus moradores y, sin pretenderlo, se colocaba a esa localidad en la que había ocurrido algo grave en el mapa. Era entonces cuando acudían algunos informadores en busca del morbo y no ahorraban los peores calificativos a la hora de definir la situación que se vivían en ese pueblo o villa que había sufrido un infortunio. Así sucedería en la localidad alcarreña de Illana el 17 de noviembre de 1955, un precioso pueblo situado al sur de la provincia de Guadalajara, límitrofe con la demarcación con Cuenca, a 90 kilómetros tanto de esta última como de la capital de la Alcarria.
Este pequeño núcleo de población vivía, al igual que la práctica totalidad de los de entonces, de lo que daba el campo y la inmensa mayoría de sus habitantes vivía malamente de lo que daba o se sacaba de una deficiente y mal planificada agricultura, cuyos problemas eran achacados antaño por el régimen a la «pertinaz sequía», expresión que se convertiría en una de las clásicas de la época y que estaba en boca de todos.
Una de esas familias que vivían de la agricultura era Antonio Saceda Alonso, un jornalero agrícola que contaba en aquel entonces 50 años de edad. Residía junto a su esposa Alberta Teruel Alonso, dos años más joven que él, en una humilde vivienda en las inmediaciones de la carretera que daba acceso a Illana. Eran padres de cuatro hijos, aunque una niña de quince años era habitual que pernoctase en la casa de su abuela, siendo este factor lo que le salvó la vida el día en que su hermano, desconociéndose el motivo exacto, la emprendió a hachazos con toda la familia, provocando una tragedia que erizaba los pelos a cualquiera.
Ropas ensagrentadas
Después de cenar Ángel Saceda Teruel, un joven de 24 años de edad y que el mayor de los hijos del matrimonio formado por Antonio y Alberta, en torno a las diez y medía de aquel 17 de noviembre de 1955 se dirigió a casa de su novia. Allí estuvo departiendo con ella y sus familiares, además de fumarse algunos cigarrillos y jugar a las cartas. Llegad el momento, el muchacho partió a su casa para irse a dormir para estar en forma para trabajar al día siguiente. Nada ni nadie hacía sospechar que aquel enigmático joven se fuese a convertir en un despiadado criminal en cuestión de poco tiempo.
Apenas transcurridos veinte minutos de haber abandonado la vivienda de su novia, Ángel retorno a su casa gritando y llorando con las ropas completamente empapadas en sangre. Les dijo, aparentando encontrarse en un completo estado de desolación, que se había encontrado a sus padres y sus hermanos asesinados, presentando heridas en todo su cuerpo, además de encontrar algunos cadáveres mutilados. La noticia, lógicamente, alarmó a la familia de su prometida, que no dudó un solo instante en avisar al resto del vecindario, así como a familiares y conocidos de la infortunada familia.
Al llegar al domicilio en el que se había perpetrado el cuádruple crimen, el panorama era dantesco y aterrador. Había sangre en prácticamente todas sus humilde estancias y algunos cuerpos de los fallecidos estaban mutilados presentando grandes heridas que habían sido ocasionadas con algún objeto muy afilado que probablemente les hubiesen producido la muerte prácticamente en el acto. No había caído en la cuenta el criminal que los agentes al practicar la primera inspección ocular no encontraron el domicilio de autos revuelto y descartaban de plano que hubiesen sufrido un asalto. Parecían convencidos de que el asesino o asesinos tal vez no anduviesen muy lejos. O mejor dicho, estaba demasiado cerca.
Prácticamente de inmediato la Guardia Civil efectuó las primeras detenciones, siendo Ángel Saceda uno de los primeros detenidos, al igual que algunos vecinos de la localidad quienes quedarían en libertada a las pocas horas de su detención debido a que no existían pruebas de cargo contundentes que los incriminasen. Por su parte, el hijo del matrimonio asesinado sería trasladado hasta Pastrana, cabeza del partido judicial al que pertenecía Illana.
Confesión
En el trayecto entre Illana y Pastrana, que distan aproximadamente unos 35 kilómetros, el cuádruple criminal confesaría los hechos, supuestamente empujado por su novia. Además, les explicó a los agentes que lo custodiaban que para perpetrar los cuatro asesinatos había empleado un hacha, que sería localizada posteriormente. Aprovechó la circunstancia de que tanto sus progenitores como sus hermanos se hallaban durmiendo, a pesar de que estos últimos no eran el objeto principal de su macabra acción. Contó que odiaba profundamente a sus padres por el trato que le dispensaban en relación con sus hermanos, que tenían ocho y diez años respectivamente. Además, manifestó que estos últimos habían sido dos víctimas colaterales, pues decidió liquidarlos para evitar dos testigos incómodos.
Durante algún tiempo, Ángel estuvo jugando al gato y al ratón, alternando diferentes versiones y manifestando que si había confesado los asesinatos había sido a causa de la presión que habían ejercido tanto su novia como las autoridades. No obstante, nadie le creyó y el curso judicial en su contra prosiguió como si tal cosa.
En sus primeras conclusiones provisionales, el ministerio fiscal se mostró inflexible y es de imaginar que un agudo pánico sacudiese el vello del pescuezo del asesino, pues no se anduvo por las ramas y solicitó hasta un total de cuatro penas de muerte, una por cada uno de los asesinatos cometidos. Además, los informes forenses a los que fue sometido en aquel entonces no eran muy halagüeños para él, pues le consideraban una persona normal con una pequeña tara que no era especificada en los mismos. Supuestamente se podría referir a su carácter un tanto infantiloide o a su capacidad para discernir entre el bien y el mal.
120 años de prisión
En febrero de 1958 se celebró el juicio contra el único encausado por el cuádruple crimen de Illana. Aunque estaba presente la posibilidad de ser sentenciado a muerte, finalmente le sería impuesta una condena de 120 años de cárcel, 30 por cada uno de los crímenes, que eran definidos como dos parricidios y dos asesinatos. Además, se señalaba que el condenado no podía acogerse a ningún sistema de redención de penas por trabajo, vigentes en la época. Por aquel entonces, otros delincuentes con crímenes de menor calibre habían sido directamente enviados al cadalso.
Además de las penas de prisión, se le imponían otros seis años de destierro, no pudiendo residir en Illana durante el periodo indicado contado a partir de su excarcelación definitiva. La responsabilidad civil se elevaba a 260.000 pesetas, cifra esta con la que debía indemnizar a su única hermana que se había librado de su cruenta orgía sangrienta.
Sin embargo, y aquí vuelve a reflejarse una vez más la laxitud de las penas de cárcel en el franquismo, Ángel Saceda Teruel obtendría la libertad condicional apenas once años después de haber perpetrado una tragedia que dejó una impronta que llega hasta nuestros días. Una orden del 14 de enero de 1966, publicada en el BOE del 18 de febrero del mismo año, dejaba sin efecto la dura condena que había recibido por un suceso que con solo pensarlo hiela la sangre. Y, como se ha dicho aquí otras veces, en el franquismo había una propaganda oficial en materia de orden público que para nada se correspondía con lo que se llevaba a la práctica. Solo era más dura en el supuesto de que enviasen al reo al patíbulo. Y eso sucedía algunas veces, aunque no muchas, con el falso afán de pretender dar una ruda imagen de una justicia que dejaba mucho que desear y en la que muchas de sus lagunas parecían, más bien, enormes lagos y a este ejemplo nos remitimos.
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