Asesina a cinco personas en un bar de Vitoria («El crimen del bar Carabanchel»)
Si hay sucesos inexplicables, este es, sin lugar a dudas, uno de ellos. A pesar de que han transcurrido ya casi siete décadas del mismo todavía son muchas las incógnitas que se ciernen sobre una matanza que aterró a Vitoria en el primer año en que oficialmente se dio por concluido el periodo de Posguerra, a pesar de que sus secuelas eran todavía muy evidentes en una sociedad que seguía fuertemente marcada por los efectos de la Guerra Civil y que estaba férreamente dominada por el miedo y una anquilosada dictadura que vivía completamente de espaldas al pueblo que decía representar.
Durante los casi setenta años que han transcurrido desde que los vitorianos se viesen conmovidos por una horrible tragedia se han especulado mucho acerca de las causas que movieron a un antiguo militante de grupos republicanos y que había estado exiliado hasta el año 1947 llamado Arturo Santamaría y que contaba 37 años en 1955 a la hora de descerrajar a tiros a cinco jóvenes que pertenecían a lo más granado de la sociedad vitoriana de la época, aunque hay muchas coincidencias a la hora de señalar que no se trató de un crimen político. Si bien es cierto que el estudioso de este caso Julio Corral que el día de autos se recibieron algunas llamadas alertando en algunos cuarteles de la capital alavesa de que «algo iba a pasar», sin poder encontrar respuesta a qué se referían con esa tétrica expresión.
El día que quedaría marcado en negro en el calendario de los vitoriano sería el 12 de febrero de 1955, en lo que prometía ser un plácido sábado de fin de semana en el que la fiesta y la algarabía poblaba los rincones de la ciudad de la Virgen Blanca y sus numerosos jóvenes se daban cita en sus cafés y bares para disfrutar del fin de semana. En uno de esos locales de ocio, hoy ya desaparecido, el bar «Carabanchel» acudían regularmente una cuadrilla de amigos para conversar, tomar un refrigerio y jugar a las cartas. Todos ellos eran chavales refinados y de buenas familias que, según uno de los supervivientes, carecían de una inclinación política clara y respetaban mutuamente las tendencias de cada cual, siendo este aspecto muy secundario. El establecimiento hostelero estaba situado en antigua calle Carlos VII, hoy en día Florida.
«¿Me invitáis a un coñac?
Entre los clientes del bar se encontraba un hombre aún joven, aunque algo más maduro que los anteriores que les preguntó a algunos de los presentes si le invitaban a un coñac a lo que respondieron negativamente, pues no le conocían. Posteriormente, tras dejar sobre la barra el paraguas que portaba consigo, se puso a departir durante algo más de media hora con diferentes personas, quienes incluso le invitaron a que tomase unos vinos, a lo que aquel hombre aceptó de muy buen grado al tiempo que intervenía en la conversación. Aparentemente no levantaba ninguna sospecha y era un individuo normal, si bien es cierto que Julio Corral ha indicado que se encontraba enfermo y sufría algunos desequilibrios mentales, si bien esta circunstancia apenas era conocida entre quienes le trataban salvo los más íntimos.
En un momento dado aquel hombre Arturo Santamaría decidió levantarse e ir hacia el lavabo del bar, aspecto este que tampoco levantó sospecha alguna, salvo que aquel misterioso cliente demoraba mucho la salida del cuarto de aseo. Al salir de esta estancia, entró al lavabo uno de los testigos, circunstancia esta que según él le salvaría la vida. Cuando regresaba junto al resto de compañeros escuchó decir a uno de ellos la curiosa expresión «Llama a un cura». La voz lastimera era proferida por su amigo Francisco Santamaría Garagalza, un joven de 31 años, que era procurador de los tribunales. Se encontraba ya en los estertores de la muerte después de que el quíntuple criminal hubiese abierto fuego contra aquel grupo de muchachos que disfrutaban de la noche del fin de semana.
A consecuencia de los disparos indiscriminados realizados por Arturo Santamaría, quien comenzó a disparar contra los presentes sin mediar palabra después de sacar el arma que portaba consigo, fallecerían en el acto cuatro jóvenes. Además del ya mencionado caería también en el mismo lugar un hermano suyo, Pablo Santamaría Garagalza, un año más joven que él y que era funcionario del Ayuntamiento de Vitoria. Las otras dos víctimas mortales fueron José Martínez Muñoz, de 31 años, que en ese momento era el juez suplente municipal de la capital alavesa y José María Lejarreta, a la sazón hijo del otrora alcalde vitoriano que llevaba su mismo nombre. En el indiscriminado tiroteo efectuado por el antiguo republicano caería herido de extrema gravedad Julio Beiztegui, de edad similar a sus compañeros, quien fallecería catorce días después como consecuencia de un balazo que se le había alojado en la clavícula y se encontraba próximo al corazón.
Arturo Santamaría, abatido
Como no podía ser de otra forma, el tiroteo en el que habían fallecido cuatro jóvenes y otro se encontraba en estado semimoribundo en aquel momento produjo la lógica consternación y el estupor de toda una ciudad que estaba más pendiente de ir sorteando las dificultades de un tiempo en el que la Guerra Civil era todavía un recuerdo que se encontraba en la mente de todos los ciudadanos que en cuestiones que podía considerar secundarios. Como sucede casi siempre en estos casos, se generarían mitos, leyendas e informaciones paralelas en relación a lo que sucedió aquel aciago 12 de febrero de 1955. No obstante, el estudioso del caso Francisco Corral, sostiene que el suceso había sido planificado, premeditado y calculado al milímetro, pues en el momento en que Arturo Santamaría huye del bar salía un tren para Francia. De hecho, el asesino se dirigiría hacia la Estación del Norte de la capital alavesa en la que sería abatido en la madrugada del domingo, 13 de febrero de 1955, por un tirador de élite de la Guardia Civil.
Además hay que añadir que al poco tiempo de haberse producido el tiroteo, cuando aún no se sabía la persona que había disparado, se presentó la guardia civil en el cuarto de socorro con una foto de Arturo Santamaría, que según Corral continua siendo uno de los puntos poco claros del caso y que le ha llevado a la investigación para tratar de poner luz al caso con el libro ‘El crimen del Carabanchel‘. Para este estudioso, el caso se ha pretendido cerrar en falso y durante muchos años fue un tema tabú en Vitoria, pretendiendo aclarar con su publicación algunos de los controvertidos puntos que en su opinión han sido muy dolorosos para las partes involucradas en este caso. De hecho, mantiene que en realidad fueron seis los fallecidos a consecuencia del tiroteo, pues la Guardia Civil se encargó de linchar al asesino.
Sea como fuere, lo cierto es que este suceso constituye el peor crimen de la historia de Vitoria por lo que al número de víctimas se refiere, un total de cinco. Seis si se añade el autor del tiroteo. Hipótesis, teorías alternativas y similares hay y ha habido siempre en todo tipo de sucesos sangrientos, pero lo verdaderamente cierto de todo es que fue un trágico episodio en el que fueron vilmente asesinados seis jóvenes en lo que prometía ser una verdadera noche de fiesta de un fin de semana de los cincuenta, cuando España trataba de levantarse muy tibiamente de los efectos de una guerra que la había dejado completamente diezmada.
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