Asesina a un matrimonio por desavenencias vecinales en Murcia
Algunas veces el destino se encarga de jugar malas pasadas a personas nobles y honradas, que se esfuerzan por el bien común y que tienen la desgracia de encontrarse con un energúmeno que representa exactamente todo lo contrario. Así les sucedió al matrimonio formado por José Alcaraz González, de 38 años, y su esposa Manuela Orto Padilla, de 37, cuando a medianoche del 23 de julio de 1985 fueron vilmente asesinados por Eugéne Ortega, un individuo ya veterano, de 73 años, a quien apodaban «El Francés» debido a que conservaba la nacionalidad gala, a pesar de que residía en la capital murciana desde el año 1977 y recibía a su vez una pensión del país vecino por su estancia en el Ejército.
Durante ocho años que vivió en aquel popular barrio de Murcia, Ortega se dedicó a sembrar la discordia con su vecindario. Era habitual que emplease expresiones obscenas para dirigirse a las mujeres, llegando incluso a provocar altercados debido a su carácter arisco y destemplado que le llevaba a agredir algunas personas. Incluso, se comentó por entonces -aunque no se llegó a denunciar- que había intentado violar a una joven de 18 años. Cuando el padre de esta se dirigió a la casa del conflictivo vecino, un antiguo miembro de la Legión Francesa, este empuñó un sable de cincuenta centímetros con intención amenazadora.
Algún tiempo antes de cometer el crimen, una de sus víctimas, Manuela Orto había emprendido una campaña de captación de firmas para expulsarlo del barrio, ya que era un sujeto bastante peligroso, además de ser potencialmente muy violento, tal y como se encargaría de demostrar con su execrable acto que empañaría el siempre lúcido verano de la Región de Murcia. En torno a la vida del doble asesino, se sabía que hacía años que se encontraba separado de su esposa, quien residía en Francia. Tampoco mantenía buenas relaciones con ninguno de sus hijos, con quienes no se hablaba, salvo con uno.
Sentados al fresco
Cuando tuvo lugar el luctuoso acontecimiento, José Alcaraz y su esposa estaban disfrutando de las últimas horas de un tórrido día de calor antes de irse a dormir en compañía de su hija de once años y de una vecina, que fueron los trágicos testigos de un hecho que jamás olvidarían. Eugéne Ortega, que era un consumado experto en armas por su estancia en la Legión además de haber sido miembro de un grupo clandestino bastante violento, observó desde el balcón de su vivienda a quienes iban a convertirse en sus víctimas. Para ello empleó una escopeta de postas.
Desde una distancia aproximada de quince metros, Ortega efectuó un primer disparo que terminó con la vida de José Alcaraz prácticamente en el acto. Lo mismo le sucedería a su mujer, Manuela Orto, a quien el asesino le disparó al cuello. La vecina que se encontraba con ellos comentaría al diario «EL PAÍS» que lo único había escuchado había sido una potente detonación e inmediatamente contemplaría a Manuela retorciéndose del tiro que le penetró en el cuello, en tanto que su marido yacía desplomado en el suelo en medio de un gran charco de sangre, con una niña pequeña, hija del matrimonio, como infeliz testigo del trágico episodio criminal.
Una vez que hubo cometido el doble crimen, Eugéne Ortega saldría a la calle y en medio de la confusión y la zozobra en la que se encontraban quienes procedieron a auxiliar a las dos víctimas mortales, preguntando con cinismo y caradura, qué había pasado. Se supone que aquellos instantes fueron aprovechados por el doble criminal para hacer desaparecer el cartucho con el que había dado muerte a José Alcaraz y Manuela Orto. Desde el primer instante se descartó que el móvil del crimen fuese político, pues Alcaraz había sido secretario de la Federación Regional de Construcción de Comisiones Obreras. La hipótesis que tomaba fuera eran las viejas disputas vecinales que se remontaban al mismo momento en que el asesino llegó a Murcia, en el que un gran numero de vecinos de la populosa barriada había tenido enfrentamientos con el viejo legionario, acostumbrado a salirse casi siempre con la suya y empleando como única razón su fuerza y temeridad.
17 años de cárcel
En noviembre de 1987, en medio de un gran clima de tensión y crispación, se celebraría en la Audiencia Provincial de Murcia el juicio por el doble crimen del verano de 1985. Eugéne Ortega sería sentenciado a una pena de 17 años de prisión menor. El tribunal tuvo en cuenta la valoración que los psiquiatras forenses hicieron de él, observando la atenuante de enajenación mental incompleta. Según su informe, «El Francés» padecía una psicopatía paranoide, bajo cuyos efectos supuestamente se encontraba en el momento de cometer el doble crimen. Asimismo, también informaron que el individuo en cuestión padecía una tendencia a la sobrevaloración personal e ideológica, o lo que es lo mismo, unas elevadísimas dosis de fanatismo.
La responsabilidad civil a la que debía de hacer frente el condenado ascendía a 16 millones de pesetas de la época (algo menos de 100.000 euros actuales), ocho para cada uno de los dos hijos de sus víctimas. Siempre con el debido respeto a las decisiones judiciales, nos parece muy poca condena para un acto tan execrable y repugnante, máxime cuando fue cometido en presencia de una menor y por el camino quedaban huérfanos dos críos todavía muy jóvenes, pues ni siquiera estaban todavía en la plenitud de su pubertad.
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