Asesina a su amante y a sus dos hijos y después arroja los cuerpos al mar en Santander

No cabe ninguna duda que fue uno de los hechos más impactantes de aquel verano de 1972 en el que España se atiborraba de turistas por los cuatro puntos cardinales. Era una época estival, aunque el sol no lucía para todo el mundo por igual. El suceso ocurrió un 19 de julio, un día después de las conmemoraciones festivas del aniversario del levantamiento militar de 1936, aunque tardaría unos días en saberse. La culpa de todo fue que el autor del execrable crimen no tuvo en cuenta con que las mareas terminarían por descubrir su obscena fechoría en la localidad cántabra de San Román de la Llanilla, distante apenas cinco kilómetros de la entonces capital de provincia, Santander, hoy cabecera principal de la comunidad autónoma de Cantabria.
El impacto emocional, unido al susto inicial, debió de ser escalofriante para un vecino del lugar al descubrir el 24 de julio de 1972 los cuerpos de una mujer adulta y dos niños muy pequeños fuertemente sujetados con cuerdas, a las que se le habían añadido hábilmente algunas piedras con el objetivo de que no flotasen. Sin embargo, el descenso de las mareas provocaría que los cadáveres quedasen al descubierto e inmediatamente se descubrío que pertenecían a Augusta Custodia Ferreira, una ciudadana lusa de 30 años, que era viuda y madre de los dos niños hallados junto a ella, Luis de siete años y Raquel, de catorce meses.. Informados los miembros de la Guardia Civil de aquel macabro hallazgo, iniciaron las oportuna indagaciones con la finalidade de descubrir al criminal. Casi todas las pistas apuntaban en una misma dirección y a un mismo individuo, Domingo González Pérez, un hombre de 43 años, cuya conducta había sido bastante conflictiva y que convivía con su víctima y los dos hijos desde hacía poco más de un mes.
Cuando prestó declaración ante la Benemérita negaría todos los cargos que le imputaban, a pesar de que había bastantes pruebas que le incriminaban directamente. Entre ellas, la huida en un taxi cuando agentes de la Guardia Civil procedieron al registro domiciliario de la casa que habitaba, negando que este hecho tuviese algo que ver con el triple crimen que conmocionaria profundamente a la provincia cántabra en el verano de 1972.
Una discusión
Después de ser acorralado por la contundentes pruebas que había en su contra, el individuo en cuestión terminaría confesando el crimen y ofreciendo detalles sobre el mismo. Al parecer, el mismo habría venido motivado a consecuencia de una fuerte discusión que mantuvo con la mujer, suscistada por que esta le habría pegado a uno de los pequeños, a quien él, supuestamente, le profesaba un gran cariño, a pesar de que su actitud demuestre más bien todo lo contrario. Augusta Custodia habría intentado agredir a Domingo González con un hacha y este se habría defendido tomando un palo que se encontraba sobre una silla. Llegado el momento habría descargado su furia sobre la mujer, propinándole un golpe en la cabeza que le ocasionaría una conmoción. Posteriormente, asustado al ver el resultado, la estrangularía con un cordel que tenía a su disposición.
La muerte de los pequeños estaría motivado en su afán de no dejar testigos que le pudiesen incriminar. Para ello,empleó el mismo palo que había usado para dejar incosciente a su madre. Después de haber cometido aquella horrible matanza, idearía un plan para deshacerse de los cuerpos, tanto de la que era su amante, como las dos criaturas de esta. Nada mejor que arrojarlos al mar fuertemente asidos con cuerdas en una manta, a la que añadiría piedras para que los cuerpos no flotasen, aunque, como se ha comentado anteriormente, no contó con el descenso de la marea en los días posteriores, pues el día de autos estaba bastante alta.
En su macabra fechoría se encontraría con el problema de que la mujer pesaba demasiado, unos sesenta kilos, para ser transportada en brazos. Para su traslado, empleó una silla de bebé que era de la hija pequeña de Augusta Custodia. Al igual que había hecho con los niños, Domingo González también amarró con una cuerda algunas piedras al cadáver. El día del hallazgo de los cuerpos, se podía ver sobre la arena de la playa la pequeña silla utilizada en el crimen y que ofrecía una imagen y un reflejo dantesco y patético del horrible crimen.
45 años de cárcel
En abril de 1973 se celebraría la vista oral contra el autor de aquel triple crimen que dejaría una impresionante huella en el territorio cántabro y del que se sigue hablando de manera indeleble. A pesar de que eran otros tiempos, y que había un mayor control que en nuestros días, no faltaron las escenas de dolor y pesar, así como las recriminaciones para Domingo González Pérez, para quien muchos ciudadanos cántabros solicitaban que fuese ajusticiado, circunstancia que no hubiese resultado extraña ya que otros energúmenos con menores delitos que él pasaron por el cadalso durante la Dictadura franquista.
Finalmente, se tuvieron en cuenta algunas eximentes, tales como la supuesta afición a la bebida por parte del encausado, así como una supuesta enajenación mental en la consideraciones provisionales por parte de la fiscalía. Domingo González Pérez sería finalmente condenado a una pena de 30 años de prisión menor por el asesinato de los dos pequeños y 15 de reclusión mayor por el asesinato de quien había sido su compañera sentimental.
No obstante, el criminal se vería beneficiado por distintas medidas de gracia, entre ellos el indulto masivo que concedió Juan Carlos I con motivo de su ascenso al trono. En su caso la pena se vería sensiblemente rebajada. A mediados de los años ochenta del siglo pasado, el criminal que tiño de luto la siempre hermosa costa cántabra en el verano de 1972 ya se encontraba en libertad provisional. Muy poca condena para tan tamaña barbaridad.
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