El misterioso asesinato del presidente del Club Deportivo Málaga
Corría el verano del año 1971 y la Costa del Sol se encontraba atestada de turistas extranjeros, como solía ser habitual en los meses de julio y agosto. Media España se encontraba ya de vacaciones y la otra media haciendo las habituales labores agrícolas estivales en lo que todavía era un país eminentemente rural, aunque bastante menos que diez años antes. Al espléndido sur peninsular había llegado hacía ya once años un hombre trabajador y rudo, que había estado trabajando como emigrante en distintos países europeos y también en los Altos Hornos de Vizcaya. A pesar de que tan solo contaba con 36 años, Antonio Rodríguez López, un gallego de Ourense, era ya un fornido empresario que había alcanzado la presidencia del Club Deportivo Málaga, equipo que, de su mano, había conseguido retornar a la Primera División del fútbol español y se había convertido en la gran revelación de la temporada 1970-71. En aquel mítico once despuntaban jugadores de la categoría del guardamenta Deusto, el mítico futbolista local Migueli, su estrella Sebastián Viberti, Vilanova, Conejo o su defensa José Luis Monreal. Aquella fue la base de una magnífica escuadra que se mantendría a lo largo de más de un lustro en la División de Honor del fútbol español.
Se decía que al presidente del equipo malaguista le encantaba hacer alarde de una indisimulada ostentación y de los muchos logros personales que había alcanzado en el mucho tiempo que había dedicado a trabajar duramente para labrarse su magnífica posición social. Así debía ser, pues el día 30 de julio de 1971, fecha en que fue asesinado, viajaba a bordo de un Ferrari azul quee estaba a nombre de su esposa cuando, en teoría, fue abordado por dos elementos que le estaban aguardando mientras portaban sendos estiletes. Antonio Rodríguez López llevaba siempre consigo al cinto una pistola, pues temía por su integridad física, aunque algunos atribuyen el hecho de que fuese armado a distintas irregularidades en sus negocios en los que se había granjeado un buen número de enemigos. Al parecer, según el periodista deportivo Alfredo Relaño, el presidente del equipo malagueño descendió de su vehículo para recriminarles a aquellos dos individuos el hecho de que estuviesen vigilándolo desde un árbol que se encontraba en la calle y desde el que podrían divisar tanto su jardín como su magnífico chalet, conocido como «Villa Mercedes», en una exclusiva urbanización del municipio turístico de Torremolinos. Sin embargo, uno de sus agresores, un joven de veintisiete años, Mariano Cerezo Cerezo, natural de Murcia, empuñó su arma, asestándole hasta cuatro cuchilladas que resultarían mortales para el dirigente deportivo. Este todavía tiempo de efectuar un par de disparos que también alcanzarían gravemente a su agresor, quien fallecería aquella misma noche en el hospital. Según la autopsia dos de las puñaladas le habrían alcanzado el corazón, otra el costado y una última en la garganta. El otro delincuente que acompañaba al fallecido, considerado como de «poca monta» por la prensa de la época, se esfumó y jamás se supo que había sido de él, pues no sería detenido.
A partir de aquel brutal crimen, que consternaría a la ciudad de Málaga y a toda la Costa del Sol, comenzaría un rosario de elecubraciones que llegan hasta nuestros días, más de cincuenta años después, sobre quien o quienes se encontraban detrás de aquel asesinato. Se señalaba directamente al entorno que frecuentaba Rodríguez López y aseguran que al autor al que atribuyen las puñaladas que le costaron la vida al presidente del club malacitano fue un sicario, acompañado por la otra víctima mortal. Según esta versión, pretendían deshacerse del conocido empresario y simularon un enfrentamiento con un delincuente, desapareciendo ambos para evitar dejar pruebas. Del tercer hombre, no se tuvo constancia hasta días después del crimen, en el que aparece en distintas informaciones periodísticas. Según las mismas, y a raíz del testimonio de una de las empleadas de hogar que trabajaban en el domicilio del directivo malaguista, se escuchó como un individuo decía a otro: «corre que viene la Policía«.
El entierro de Antonio Rodríguez López tendría lugar al día siguiente de su asesinato, constituyendo una de las manifestaciones de duelo más grandes que jamás se recuerdan en la capital de la Costa del Sol.
Amenazas
En los archivos de la Policía de Málaga constan algunas denuncias presentadas por el abogado que representaba al presidente del equipo del fútbol, aunque no se sabía exactamente de quien podrían proceder y algunas sospechas apuntaban a algún ajuste de cuentas. Un dato relevante en este suceso es que Antonio Rodríguez debía reunir hasta cinco millones de pesetas, una gran cantidad para la época y que al parecer debía entregar a una tercera persona a las nueve de la noche del mismo día en que se cometió el crimen. Algunos directores de sucursales bancarias de la capital malacitana llegaron a comentar que el presidente del equipo de fútbol se había pasado por sus oficinas con el objetivo de recabar la mayor cantidad de efectivo posible.
Otras fuentes periodísticas posteriores al día en que tuvo lugar el sangriento crimen, apuntaban a que el presidente del CD Málaga estaría siendo objeto de una extorsión por parte de alguna persona que pretendía conseguir dinero, aunque no se especifica que clase de persona. Aunque resulta extraño que un par de vulgares delincuentes, al menos que falleció como consecuencia del asesinato de Rodríguez López, fuesen capaces de chantajear a todo un empresario que había sido propietario de un hotel en la Costa del Sol, el cual había vendido de forma reciente por a quel entonces a una sociedad alemana, aunque lo regentaba él mismo en calidad de arrendatario.
A diferencia de lo que acontece en nuestros días, el seguimiento periodístico por el asesinato de Rodríguez López tendría un corto recorrido informativo, dejando prácticamente de ofrecer noticias a los pocos días de haberse perpetrado el crimen. Las informaciones que aparecían en los medios por cuentagotas se limitaban a hablar de la existencia de un «tercer hombre», además de indicar que había existido lucha entre víctima y agresor. Sin embargo, lo cierto es que España vivía todavía bajo el yugo del general Franco y desde el Ministerio de Información y Turismo se pretendía ofrecer una buena imagen a los muchos visitantes que se acercaban a las costas españolas y no es menos cierto que un crimen, sobre todo si era de carácter mafioso -como parece ser el caso- no era la mejor carta de presentación a quienes venían a exhibir sus partes impúdicas a una sociedad todavía muy conservadora y que venían a disfrutar del sol y el calor, que era y sigue siendo uno de los principales productos que tan bien vende la Costa del Sol.
Más de medio siglo más tarde, son muchos quienes piensan que el crimen que costó la vida a Antonio Rodríguez López estaría motivado por su asombrosa ascensión económica, labrada en muy pocos años, probablemente hallándose inmerso en turbios negocios y también rodeado de una cuadrilla de dudosos amigos, que sabían a que sombra arrimarse en opacas empresas que se hacían al socaire del paraíso fiscal y económico que representaba ya el Peñón de Gibraltar. Sea como fuere, en este caso, al igual que en otros similares nunca se sabrá lo que realmente motivó la eliminación de un presidente de un equipo de fútbol, que se había ganado el respeto de su afición y de toda su afición. ¿Un crimen perfecto o un crimen mafioso? O tal vez ambas cosas cosas al mismo tiempo. Esas son las grandes preguntas que ha dejado un asesinato que hizo saltar todas las alarmas en una de las capitales del verano español en plena temporada de estío.
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