
Hay un viejo dicho que, a pesar ser una historia macabra y dolorosa, se le podría aplicar a este caso acontecido hace ya más de cuarenta años, aunque no sería resuelto hasta el año 1986, que es la clásica máxima española de que «nunca es tarde si la dicha es buena». Eso debieron pensar sus investigadores que no cejaron su empeño hasta conseguir esclarecerlo después de que una mujer, Manuela Sánchez Expósito, madre de una extensa prole de diez hijos, llamase a un programa de radio, de curioso y rocambolesco nombre «El teléfono del más allá», a cuyo frente se encontraba una famosa vidente, quien sería la encargada de darle la mala nueva a aquella pobre mujer, exasperada por el destino de su hija, a quien no veía desde hacía ya un montón de años. Y lo que era peor, en ese período de tiempo no había vuelto a tener noticias de su infortunada vástago, Antonia Torres Sánchez, una joven de tan solo diecienueve años cuando ocurrió este suceso. La vidente no se ahorró palabras y fue directamente al grano, corrigiéndole incluso que su hija no había desaparecido hacía nueve años, como ella decía, sino ocho. Además, le daba cuenta que había muerto asesinada, lo que es de suponer que puso la piel de gallina a a aquella pobre oyente de radio, quien también le suplicó que le aportase más detalles. Como no podía hacerlo, le remitió a un detective privado, Jorge Colomar, quien además tranquilizó a Manuela Sánchez comentándole que no le cobraría honorario de ningún tipo por su trabajo, que daría sus frutos y resultaría del todo eficaz.
La madre de la muchacha desaparecida aportaría algunas fotos y algunos datos que resultaron determinantes para la resolución del caso. Así, le indicó que su hija se encontraba saliendo con un joven de edad similar a la suya en el momento de su desaparición que se llamaba Fernando Olmos. El detective también estudió otros datos de Antonia Torres, tales como que debería haber renovado su documento nacional de identidad en 1980. Sin embargo, esa gestión no llegó a realizarse jamás. A principios de agosto de 1986 se dirigió a la casa familiar del antiguo novio de la joven. Allí encontró a la madre del muchacho, quien le habló mal de la mujer desaparecida, de quien no sabía nada desde hacía ya muchos años y tampoco quería saber nada de ella. No obstante, a las diez de la noche de aquel mismo día se entrevistaría con su hijo, Fernando, quien ofreció una versión distinta a la de su madre, lo que daba a entender que no habían hablado entre ellos sobre el investigador que les había hecho la visita. En su testimonio encontraría algunas contradicciones, así como en el destino que había llevado la mujer sobre la que preguntaba. Su antiguo prometido, que ahora estaba casado y era padre de un hijo, le dijo que «cierta noche del mes de marzo de 1978 la dejó en su vehículo y desapareció con 200.000 pesetas que tenía él en la cartera. Desde entonces no la he vuelto a ver ni a saber nada de ella».
Jorge Colomar también había hablado con unas amigas de la víctima, quienes le manifestaron que Antonia Torres se encontraba embarazada cuando se produjo su desaparición, circunstancia esta que le permitió atar ciertos cabos. Algún tiempo después remitiría un informe a la Policía de Barcelona, quien a su vez se lo remitiría a la Jefatura Provincial de Zaragoza, y a partir del cual se iniciaría una ardua investigación que terminaría dando sus frutos.
Un aborto
La Policía comenzó a interrogar a Fernando Olmos, del que sospechaban que estaba involucrado en la desaparicion de Antonia Torres Sánchez. En un primer instante les confesó que quien entonces era su novia se encontraba embarazada y habían recurrido a una mujer que practicaba abortos clandestinos en las inmediaciones de la zaragozana Plaza de San Francisco (la interrupción voluntaria del embarazo no era todavía legal en España) y que supuestamente habría sufrido una hemorragia a consecuencia de la cual falleció y quemó el cadáver y lo enterró en una cabaña a la que acudían cazadores y pescadores de la zona. Lo que desconocía el todavía presunto autor de la desaparición de Antonia Torres es que la Policía iba a investigar una por una cada una de sus declaraciones y pudieron certificar que Fernando mentía en el sentido de que no había ninguna mujer que se dedicase a la práctica de abortos ilegales a lo largo de la extensa comarca por la que él se movía habitualmente. Lo que sí existía era la cabaña a la que aludía en su declaración, aunque había cambiado de propietario, debido al período de tiempo transcurrido. El nuevo propietario les dijo que había encontrado unos huesos, pero que pensó que eran de animales y los tiró en un barranco, convertido ahora en basurero.
La Policía, provisto del material necesario y con Fernando Olmos ya detenido desde el día 1 de diciembre de 1986, encontrarían en el paraje conocido como Sierra de Baldurrios, a 24 kilómetros del núcleo de Caspe, diversas partes de un cuerpo humano, entre ellas un trozo de húmero con cabeza, varios trozos de cráneo y varias vértebras. Asimismo hallarían algunas pertenencias que eran propiedad de Antonia Torres, entre ellas una toquilla y un estuche de cosméticos, ya deteriorado por el paso de los años. El hallazgo de los trozos de tela serían fundamentales, pues serían reconocidos por las amigas de la infortunada.
El análisis forense fue la pieza clave y definitiva que terminaría por arrinconar a Fernando Olmos. Según el mismo, los restos humanos hallados en aquel paraje pertenecían a una mujer que en el momento de su muerte podría contar con unos 20 años (Antonia tenía 19). Además, se pudo certificar que en uno de sus parietales había recibido un balazo efectuado con una escopeta a una distancia de cuatro o cinco metros, que terminaría con su vida de manera fulminante. Con tantas pruebas en su contra, terminaría por confesar el crimen ocurrido el día 7 de marzo de 1978. El acusado dijo a la Policía que conocía a la joven desde tres años antes, cuando ella había llegado a Zaragoza procedente de la localidad cordobesa de Baena y que tras un tiempo de relaciones ella se quedó embarazada, siendo ambos muy jóvenes, a lo que se sumaba el hecho de que la madre de Olmos detestaba a la chica, por lo que decidió eliminarla al negarse a abortar, debido a las constantes disputas que mantenían a consecuencia de aquel embarazo no deseado, Para ello, un mes antes del crimen había adquirido una carabina en una armería de Zaragoza, de la que se deshizo pocos días depués revendiéndola a una tercera persona, extremo este que sí pudo comprobar la Policia.
20 años de cárcel
El día 3 de abril de 1989 se iniciaba en la sala de lo penal de la Audiencia Territorial de Zaragoza el juicio contra Fernando Olmos por un crimen que se había cometido once años antes. Como era de prever, el proceso despertó una gran expectación en la capital aragonesa y en el transcurso del mismo, que duró tres jornadas, destacó la frialdad del encausado, quien manifestó su «arrepentimiento» por aquel crimen que había perpetrado en los idus de marzo de 1978. Apuntaría también que en aquellos largos once años no había podido dormir tranquilo y que a partir de aquel instante sí podría hacerlo.
El fiscal lo acusó de una asesinato con alevosía por lo que solicitó una condena de 20 años de prisión y la indemnización con cuatro millones de pesetas a los familiares de Antonia Torres. La acusación particular elevaba a doce millones la cantidad con la que debería recibir la familia de la víctima en concepto de responsabilidad civil. Su defensa hizo hincapié en la psicosis maníaco depresiva que sufría el acusado, lo cual alteraba ligeramente sus capacidades mentales, aunque no las disminuía.
Finalmente, Fernando Olmos sería sentenciado a 20 años de cárcel y al pago de cuatro millones de pesetas a los herederos de Antonia Torres Sánchez, cuya familia vio satisfecho su deseo de que se hiciese justicia por un crimen que había ocurrido hacía ya más de una década y en cuya resolución participó una vidente. ¿Puede ser creíble que los mediums sean capaces de resolver lo que a la Policía y las fuerzas de seguridad les resulta tan complicado? El lector siempre tendría la última palabra.
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