Un joven asesina a dos mujeres en un párking de Barcelona
En aquel primer mes del año 2003 acudir a un párking en la Ciudad Condal se estaba convirtiendo en un auténtico suplicio para muchos barceloneses, pues en apenas diez días habían sido asesinadas dos mujeres en local destinado a guardar vehículos del barrio de Putxet, una de las zonas más exclusivas de la capital catalana. Ambas víctimas guardaban un gran parecido físico entre sí, pues eran atléticas, atractivas y elegantes, además de tener una edad similiar, entre 45 y 50 años. Se sumaba otro peculiar hecho y es que ambas mujeres aparcaban sus respectivos automóviles en la plaza número 15, lo que daría pie a que se especulase con la obsesión acerca de este número por parte del supuesto criminal. Este hecho, unido a las características físicas de ambas víctimas, inclinaría las investigaciones, en un principio, hacia la posibilidad que sobre aquel noble barrio barcelonés estuviese operando un asesino en serie, aunque no se sabía cual podría haber sido el móvil de ambos crímenes que conmocionarían enormemente a la sociedad catalana y por extensisón al resto de España.
El primer crimen tuvo lugar al mediodía el día 11 de enero de 2003. En esa fecha María Angeles Ribot, una mujer de 49 años que era madre de cuatro hijos y que pertenecía a una clase acomodada, fue a aparcar su vehículo como hacía de costumbre, pero no regresaría jamás. Ante su inusual tardanza, un hijo suyo fue en su busca y encontraría su cadáver en un hueco de la escalera de una de las plantas del sótano del aparcamiento del inmueble, que presentaba numerosas heridas de arma blanca en distintas partes del cuerpo. Su cadáver estaba cubierto con una bolsa industrial en la que los investigadores del caso hallarían una huella de la palma de una mano, que resultaría clave para la posterior detención del asesino. Según se sabría con posterioridad, tras la reconstrucción del suceso, el autor del crimen la habría obligado a bajar a su víctima hasta la última escalera del párking. Allí le habría tirado por los escalones y la habría rematado a martillazos. Sin embargo, en su precipitada huida, el criminal habría dejado pisadas de sangre en el suelo que se corresponderían con la horma de su calzado, así como también una colilla cuyo ADN resultaría determinante para el esclarecimiento de este trágico suceso.
En el transcurso de las horas posteriores a la muerte de María Angeles Ribot se producen una serie de hechos extraños, entre ellos un mensaje de móvil dirigido desde el celular de la fallecida a su esposo en el que le dice textualmente «Me encuentro bien, pero no iré a dormir». Asimismo, el autor del crimen ha retirado 300 euros de un cajero próximo al lugar de autos, pero no se lleva otros objetos de mayor valor que porta la mujer asesinada. Otro hecho singular, es que mientras que la familia procedía a enterrar los restos de la víctima, el marido de Mª Ángeles recibiría una llamada de alguien que le pedía dinero a cambio de contarle lo que realmente le había pasado a su mujer. La suma solicitada ascendía a 2.000 euros. Co la policía al tanto de la situación, Antonio Melero, el ya viudo de María Angeles, quedó con esa persona en el Bare Nostrum, dónde debería dejar dejar el dinero en el cuarto de baño. Minutos después, el supuesto informador o asesino le llamaría por teléfono de nuevo y le pidió que cogiera el dinero y se lo llevara a una camina que estaba a un par de manzanas. Un paseo que para Antonio Melero resultaría aterrador y que se daría por concluido cuando la policía lle llamó instándole a que se marchara.
Segundo asesinato
La psicosis se desataría en Barcelona a los diez días del primer asesinato moría una segunda mujer prácticamente en el mismo lugar donde había sido asesinada la primera, al final de la misma escalera de la planta quinta. Este nuevo crimen ocurriría el día 22 de enero de 2003, siendo el marido de la víctima quien encontró su cuerpo exangüe a las ocho menos diez de la tarde de ese mismo día. Fue entonces cuando se comenzó a mencionar la posibilidad de que por la capital catalana merodease algún asesino en serie. La situación era francamente muy rara y el pánico se apoderaría de quienes aparcaban allí sus vehículos.
La víctima de este segundo asesinato se llamaba Mayte de Diego y contaba con 46 años de edad. La mujer asesinada regentaba un gimnasio en aquel mismo barrio. Por su parte, el asesino había perfeccionado en esta ocasión la escena del crimen. Para ello, contaría con una cuerda con la que le ató los pies mientras que con unos grilletes le esposó las manos y, al igual que en el caso anterior, le colocaría una bolsa de plástico en la cabeza. A pesar de que se trata de una mujer fuerte y atlética, en esta ocasión se siente paralizada por el terror y el miedo que le inspira su asesino, quien una vez inmovilizada su víctima la trata igual que si fuese un muñeco roto, golpeándola de forma reiterada en la cabeza hasta que la mujer sucumbe definitivamente ante su brutal agresor. El asesino se marcha del lugar de los hechos apoderándose de las tarjetas de crédito de su víctimas. Primero intenta sacar dinero en la calle Fontanella, sin éxito. Esta operación permite registrarle los datos de su fisonomía, que también serán grabados por las cámaras de un centro comercial. La Policía disponía prácticamente del retrato robot del sádico criminal en el que destaca su incipiente coronilla.
En este periodo de tiempo, previo a la dentención del criminal, destacaría la función que desempeñaría el marido de la segunda de las mujeres asesinadas, Ruperto Bilbao, quien aparecería con mucha frecuencia en distintos medios de comunicación. Incluso se convertiría en uno de los sospechosos hasta que se detuvo al verdadero autor de ambos crímenes.
Detención del asesino y condena
El día 30 de enero de 2003 la policía procedería a la detención del autor de ambos crímenes. Se trataba de Juan José Pérez Rangel, un joven de 24 años de edad, quien se había criado en el humilde barrio catalán de La Mina. Aunque se declaró inocente y no opuso resistencia las grabaciones realizadas en el cajero automático y en la estación de tren resultaron claves a la hora de detener al entonces supuesto asesino de las dos mujeres. La misma postura mantendría en el momento de pasar a disposición judicial, pero el juez ordenaría su ingreso en prisión incondicional sin fianza.
La Policía había reunido muchas pruebas incriminatorias contra el hombre que había sembrado el pánico en Barcelona en los primeros días del año 2003. En el transcurso de la investigación, los agentes encargados del caso pusieron de manifiesto la saña con la que se había empleado a la hora de ejecutar a sus víctimas, así como la extrema frialdad con que habría actuado. A pesar de que trató de borrar las huellas de su execrable actuación, cometió los típicos errores de un principiante, descuidando las huellas de una palma impresa en una bolsa, así como las llamadas que dirigió al marido de una de sus víctimas. Presentaba la novedad de ser un novato en aquellas lides, desconociendo la Policía porque había actuado de aquella manera, no descartando que el móvil de ambos crímenes fuese el robo, aunque el detenido carecía hasta aquel momento de antedentes, apuntando a que se trataba de una persona reservada e introvertida que había generado conflicto de ningún tipo.
En las fechas previas a las Navidades del año 2004 se celebraría el juicio contra Pérez Rangel en el que un Jurado Popular lo declararía culpable por unanimidad. El agresor había dado muerte a sus víctimas de manera intencionada, sin que pudiesen defenderse, lo que constituía una delito de alevosía, además de buscar el sufrimiento de las mismas, lo que sería una señal evidente de ensañamiento. En la sentencia, que lo condenaría a 52 años de prisión, los magistrados pondrían de manifiesto la «frialdad de ánimo», además de no haberle afectado en lo más mínimo la muerte de ambas mujeres, tal y como relatarían los peritos encargados de estudiar el caso.
Lo que nunca quedó claro fue el móvil que había movido a aquel joven de 24 años a la hora de asesinar a sus víctimas y se dejaba entreabierta la posibilidad de que en ambos crímenes pudiesen haber intervenido terceras personas, tal y como declararía Pérez Rangel, quien aludió directamente al marido de la segunda de las mujeres asesinadas cuando se le concedió el derecho a la última palabra.
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