Muere atropellada por un coche en Lugo al ser empujada por su hijo a la calzada

Carretera de Lugo a Portomarín, donde se produjo este suceso

A comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo la ciudad de Lugo seguía conservando el clásico atractivo de la familiaridad, una urbe que comenzaba a despegar, pero en la que se seguían conociendo casi todos sus habitantes. El medio rural y el urbano propiamente dichos se seguían entremezclando en una pacífica y tranquila sociedad que no acostumbraba a sobresaltarse por acontecimientos especiales. Solamente sus ancestrales y tradicionales fiestas en honor a San Froilán eran capaces de interrumpir su hermosa rutina. Cualquier suceso o hecho que allí aconteciese enseguida era portada de los medios de comunicación. Afortunadamente, los lucenses siempre se han caracterizado por ser, además de excelentes personas, muy pacíficos y tranquilos, aunque alguna que otra vez ocurrían cosas que les descorazonaban un poco.

Así sucedería a primeras horas de la mañana del 26 de noviembre de 1981, cuando ocurrió un extraño suceso al que muy pocos daban crédito, aunque su principal protagonista ya había estado internado en un centro psiquiátrico y había sido tratado de su adicción al alcohol. Faltaban pocos minutos para las nueve cuando un conocido empresario lucense, que en aquel entonces contaba con 47 años, se vio sorprendido por una mujer que, involutariamente, invadía la calzada sin que pudiese hacer nada por esquivarla, provocándole la muerte de forma prácticamente instantánea con el vehículo que conducía, un clásico Renault-12.

El trágico suceso se produjo en la vía comarcal que une la capital lucense y la localidad de Portomarín a la altura del kilómetro 2,200. La mujer en cuestión, Victorina Rey Busto, de 60 años de edad, había sido empujada a la carretera por su propio hijo, Germán Carballido Rey, quien entonces tenía 38 años, y que había protagonizado un gran número de altercados en la capital lucense. El último era reciente, ya que hacía escasas fechas por aquel entonces, había propinado un fuerte golpe en la cabeza con un sifón a otro conocido personaje de la bohemia lucense, Alfredo Varela Bello, popularmente conocido como «Currinche», al parecer porque este último estaba fumando un porro y eso no era del agrado de Carballido Rey.

Se entrega en comisaría

Posteriormente, una vez hubo cometido el presunto delito de homicidio, Germán Carballido no tuvo inconveniente ninguno en entregarse a la policía en la Comisaría de la capital lucense. En su primera declaración ante los agentes reconocería los hechos de los que se acusaba, además de manifestar que sentía mucho lo ocurrido. Igualmente, reconoció que el empujón que le costaría la vida a su madre había sido dado de forma consciente y espontánea. Su progenitora lo acompañaba en esa jornada hasta la consulta de un conocido psiquiatra de la capital lucense. Además, al parecer, habría pedido al involutario autor del atropello que no contase como sucedieron los hechos.

En la siguiente declaración, esta vez en compañía de un abogado, contradiría su primera versión de los hechos. En ella manifestaría que había sentido un efecto reflejo, como si alguien le hubiese empujado por detrás, lo que provocó que hubiese abierto los brazos, a consecuencia de lo cual habría empujado a su madre contra la calzada, lo que provocaría su muerte tras el súbito impacto contra el vehículo en marcha. Tras pasar a disposición judicial, se ordenaría su ingreso en prisión.

Unos meses más tarde de este desgraciado suceso que conmovió a la ciudad de Lugo se celebraría el juicio contra Germán Carballido Rey, quien, según los distintos exámenes médicos a los que fue sometido, sufría graves problemas de tipo psíquico que se veían agravados por su desmedida afición al alcohol de la que había sido tratado en Valencia sin mucho éxito. Con todas estas atenuantes, en los que además de sufrir trastornos y delirios, padecía también alcoholismo crónico, el autor del empujón mortal a su progenitora sería enviado a un centro psiquiátrico penitenciario donde cumpliría la condena.

 

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Tres miembros de una misma familia asesinados en O Corgo (Lugo)

Fervenza do Corgo, donde ocurrieron los tres crímenes

En el año 1935 los españoles andaban preocupados por el famoso escándalo «Estraperlo», un asunto de tamañas dimensiones políticas y sociales que daría al traste con los gobiernos de centroderecha que habían gobernado el país desde las elecciones de 1933, amén de liquidar la carrera política de Alejandro Lerroux y propiciar la práctica desaparición de su formación, el Partido Republicano Radical(PRR) del escenario político de un tiempo que transcurría con grandes sobresaltos para la sociedad española, que tendrían su punto culminante apenas un año después con el estallido de la Guerra Civil española y el posterior enfrentamiento entre hermanos que se prolongaría durante casi tres años.

La sociedad gallega de la época era eminentemente rural. Era un territorio pobre y desfavorecido que -desde hacía muy poco tiempo- había interrumpido su constante emigración a la isla caribeña de Cuba, tanto por la crisis económica que azotaba a la que un día fue denominada «la Perla del Caribe», como por la nueva legislación que primaba la contratación de trabajadores originarios de aquel país americano. Ahora eran muchos los gallegos que buscaban poner fin a sus penurias en Buenos Aires, conocida como «a cunca do ouro»(la taza del oro). No importaba el destino, lo cierto y lo triste es que eran muchos los jóvenes que se veían obligados a abandonar la tierra que los había visto nacer por falta de perspectivas tanto a corto como a largo plazo.

Aquel inhóspito mundo rural tan solo ofrecía la posibilidad de malvivir a costa de una raquítica economía de subsistencia, que no siempre cubría dignamente las necesidades de aquellas pausadas y tranquilas gentes, de las que se tenía el falso tópico que eran muy cerradas además de vivir de una forma bastante primitiva, aunque ese aspecto era general al resto de la Península. Les valía cualquier oficio o profesión con el ánimo de salir adelante. No importaba el cómo. Lo verdaderamente importante era ir sorteando el devenir diario y para ello se dedicaban a los más diversos oficios, algunos de los cuales entrañaba ciertos riesgos. Una de esas profesiones, hoy en día desaparecida, era la de barquero, que eran los que se dedicaban a ayudar a atravesar algunos cauces fluviales a viajeros o transeúntes que pretendían desplazarse a un determinado punto que se encontraba más allá de aquellas aguas. La peligrosidad obedecía tanto a la profesión en si misma como a la supuesta reputación que pudiesen atesorar algunos de los que pretendían surcar el río. Estos profesionales casi siempre solían ser familiares, ya que iba pasando de unas generaciones a otras. Así le sucedía a una familia que se encontraba instalada en A Fervenza de O Corgo, en la provincia de Lugo, un cauce que lleva sus aguas hasta el Miño. En poco menos de una década morirían de forma violenta tres miembros de una misma estirpe, un padre y dos hijos, aunque algunos de estos crímenes estuviesen estrechamente vinculados a desavenencias familiares.

Parricidio

En el año 1925 aparecería asesinado Miguel Expósito, un hombre que rondaba ya los 60 años. La responsabilidad de su asesinato recaería sobre su hijo José Expósito Vázquez, si bien es cierto que nunca se lograría determinar con exactitud su grado de criminalidad, pese a que sería sentenciado a una condena de 20 años de prisión. El vástago siempre negó que fuese el autor de la muerte de su progenitor. La atribuía a alguno de los muchos viajeros a los que su padre ayudaba a cruzar el río.

Al poco tiempo de salir de prisión, con motivo de un indulto por la proclamación de la IIª República española, aparecería muerto, con claras señales de violencia, José Expósito, en el mismo lugar en el que había aparecido su padre. Su muerte fue atribuida por voxpopuli a su hermano Miguel, si bien es cierto que en este caso la justicia no hallaría pruebas suficientes para incriminarle ni tampoco sería condenado. El vecindario comentaba que este segundo asesinato había sido a consecuencia de las rencillas y rencores entre los hermanos como consecuencia del primer homicidio que le había costado la vida al padre. Lo cierto es que este caso quedó impune al no poder demostrarse jamás que un hermano había dado muerte a otro.

Tercer crimen

El rompecabezas generado por los dos anteriores crímenes, nunca suficientemente esclarecidos, se volvió mucho más enrevesado cuando en la jornada del sábado, 12 de octubre de 1935, aparecería el cuerpo de Miguel Expósito Bermúdez, de 37 años e hijo y hermano de los anteriores, en medio de un impresionante charco de sangre, con una pronunciada herida en la cabeza. Su asesinato removió los cimientos y las conciencias de las gentes del municipio de O Corgo y venía a poner de manifiesto que supuestamente había una mano negra en torno a las múltiples desgracias que había venido sufriendo aquella familia a lo largo de las últimas décadas previas a la Guerra Civil española.

El descubrimiento de su cuerpo tuvo lugar cuando un grupo de vecinos se dirigía hacia aquel sitio, en torno a las seis de la tarde, y contemplaron un tanto estupefactos, a través de una de las ventanas de la choza de madera en la que vivía, la luz encendida, pero sin escuchar absolutamente nada. Ante esta situación, uno de los vecinos dio aviso al resto del vecindario y llamaron a la puerta. Sin embargo, nadie abría. En vista de esto último, se temieron que al inquilino de aquella vivienda le hubiese ocurrido algún imprevisto. Al derribar la puerta, encontraron el cadáver de Miguel Expósito tendido sobre la lareira (cocina) con evidentes signos de violencia en su cuerpo, principalmente en la cabeza. Además, se percataron también que una cuba de vino que había en la casa estaba visiblemente manchada de sangre, lo que hizo sospechar que el autor o autores del crimen hubiesen aprovechado la circunstancia de que el hombre se dirigiese a la cuba para matarle, pues se dedicaba también a la comercialización de bebidas alcohólicas, principalmente vino.

Este tercer asesinato vino a poner en tela de juicio la autoría de los dos anteriores. Pues, aunque uno de los hermanos asesinados cumplió condena por parricidio, ahora todo el mundo se preguntaba si realmente había sido José Expósito el autor de la muerte de su padre, al tiempo que exculpaba a su hermano del delito de fratricidio. Algún tiempo más tarde sería detenido un individuo, Alfredo Vázquez, que se dedicaba a la mendicidad, pero tan solo se pudo determinar que este último tenía cierta amistad con la última de las víctimas, al tiempo que pasaba muchas horas en el lugar donde se encontraba los barqueros. Se decía que cualquiera podía estar implicado en el crimen que le había costado a los barqueros y a partir de ahora las incógnitas de la culpabilidad recaían sobre un gran número de personas, al tiempo que se constataba una vez más la peligrosidad de su profesión, tanto por el riesgo que entrañaba cruzar el río, como la dudosa reputación de los muchos que diariamente requerían del servicio de los barqueros para llegar a buen puerto, aunque muchos de ellos tuviesen un fatal destino. A todo ello se sumaba la circunstancia de la soledad en la que se encontraban, ya que solían residir en parajes aislados y en los que era difícil percatarse de la presencia de extraños. Además, el hecho de que fuesen personas foráneas quienes requerían mayoritariamente estos servicios dificultaba aún más las investigaciones.

Este crimen, como muchos otros, quedaría impune, a lo que contribuyó en buena media el posterior estallido de la Guerra Civil española y en la que muchos presidiarios fueron utilizados como mercenarios en un conflicto que perderían todos. Este último hecho luctuoso no hizo sino aumentar las incógnitas existentes en torno a los dos anteriores, que nunca se sabría a ciencia cierta quien los habría podido cometer, pese a las sentencias judiciales y al señalamiento vecinal. Lo cierto es que la tragedia se cebó especialmente con una familia de extracción humilde.

 

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