Tres miembros de una misma familia asesinados en O Corgo (Lugo)
En el año 1935 los españoles andaban preocupados por el famoso escándalo «Estraperlo», un asunto de tamañas dimensiones políticas y sociales que daría al traste con los gobiernos de centroderecha que habían gobernado el país desde las elecciones de 1933, amén de liquidar la carrera política de Alejandro Lerroux y propiciar la práctica desaparición de su formación, el Partido Republicano Radical(PRR) del escenario político de un tiempo que transcurría con grandes sobresaltos para la sociedad española, que tendrían su punto culminante apenas un año después con el estallido de la Guerra Civil española y el posterior enfrentamiento entre hermanos que se prolongaría durante casi tres años.
La sociedad gallega de la época era eminentemente rural. Era un territorio pobre y desfavorecido que -desde hacía muy poco tiempo- había interrumpido su constante emigración a la isla caribeña de Cuba, tanto por la crisis económica que azotaba a la que un día fue denominada «la Perla del Caribe», como por la nueva legislación que primaba la contratación de trabajadores originarios de aquel país americano. Ahora eran muchos los gallegos que buscaban poner fin a sus penurias en Buenos Aires, conocida como «a cunca do ouro»(la taza del oro). No importaba el destino, lo cierto y lo triste es que eran muchos los jóvenes que se veían obligados a abandonar la tierra que los había visto nacer por falta de perspectivas tanto a corto como a largo plazo.
Aquel inhóspito mundo rural tan solo ofrecía la posibilidad de malvivir a costa de una raquítica economía de subsistencia, que no siempre cubría dignamente las necesidades de aquellas pausadas y tranquilas gentes, de las que se tenía el falso tópico que eran muy cerradas además de vivir de una forma bastante primitiva, aunque ese aspecto era general al resto de la Península. Les valía cualquier oficio o profesión con el ánimo de salir adelante. No importaba el cómo. Lo verdaderamente importante era ir sorteando el devenir diario y para ello se dedicaban a los más diversos oficios, algunos de los cuales entrañaba ciertos riesgos. Una de esas profesiones, hoy en día desaparecida, era la de barquero, que eran los que se dedicaban a ayudar a atravesar algunos cauces fluviales a viajeros o transeúntes que pretendían desplazarse a un determinado punto que se encontraba más allá de aquellas aguas. La peligrosidad obedecía tanto a la profesión en si misma como a la supuesta reputación que pudiesen atesorar algunos de los que pretendían surcar el río. Estos profesionales casi siempre solían ser familiares, ya que iba pasando de unas generaciones a otras. Así le sucedía a una familia que se encontraba instalada en A Fervenza de O Corgo, en la provincia de Lugo, un cauce que lleva sus aguas hasta el Miño. En poco menos de una década morirían de forma violenta tres miembros de una misma estirpe, un padre y dos hijos, aunque algunos de estos crímenes estuviesen estrechamente vinculados a desavenencias familiares.
Parricidio
En el año 1925 aparecería asesinado Miguel Expósito, un hombre que rondaba ya los 60 años. La responsabilidad de su asesinato recaería sobre su hijo José Expósito Vázquez, si bien es cierto que nunca se lograría determinar con exactitud su grado de criminalidad, pese a que sería sentenciado a una condena de 20 años de prisión. El vástago siempre negó que fuese el autor de la muerte de su progenitor. La atribuía a alguno de los muchos viajeros a los que su padre ayudaba a cruzar el río.
Al poco tiempo de salir de prisión, con motivo de un indulto por la proclamación de la IIª República española, aparecería muerto, con claras señales de violencia, José Expósito, en el mismo lugar en el que había aparecido su padre. Su muerte fue atribuida por voxpopuli a su hermano Miguel, si bien es cierto que en este caso la justicia no hallaría pruebas suficientes para incriminarle ni tampoco sería condenado. El vecindario comentaba que este segundo asesinato había sido a consecuencia de las rencillas y rencores entre los hermanos como consecuencia del primer homicidio que le había costado la vida al padre. Lo cierto es que este caso quedó impune al no poder demostrarse jamás que un hermano había dado muerte a otro.
Tercer crimen
El rompecabezas generado por los dos anteriores crímenes, nunca suficientemente esclarecidos, se volvió mucho más enrevesado cuando en la jornada del sábado, 12 de octubre de 1935, aparecería el cuerpo de Miguel Expósito Bermúdez, de 37 años e hijo y hermano de los anteriores, en medio de un impresionante charco de sangre, con una pronunciada herida en la cabeza. Su asesinato removió los cimientos y las conciencias de las gentes del municipio de O Corgo y venía a poner de manifiesto que supuestamente había una mano negra en torno a las múltiples desgracias que había venido sufriendo aquella familia a lo largo de las últimas décadas previas a la Guerra Civil española.
El descubrimiento de su cuerpo tuvo lugar cuando un grupo de vecinos se dirigía hacia aquel sitio, en torno a las seis de la tarde, y contemplaron un tanto estupefactos, a través de una de las ventanas de la choza de madera en la que vivía, la luz encendida, pero sin escuchar absolutamente nada. Ante esta situación, uno de los vecinos dio aviso al resto del vecindario y llamaron a la puerta. Sin embargo, nadie abría. En vista de esto último, se temieron que al inquilino de aquella vivienda le hubiese ocurrido algún imprevisto. Al derribar la puerta, encontraron el cadáver de Miguel Expósito tendido sobre la lareira (cocina) con evidentes signos de violencia en su cuerpo, principalmente en la cabeza. Además, se percataron también que una cuba de vino que había en la casa estaba visiblemente manchada de sangre, lo que hizo sospechar que el autor o autores del crimen hubiesen aprovechado la circunstancia de que el hombre se dirigiese a la cuba para matarle, pues se dedicaba también a la comercialización de bebidas alcohólicas, principalmente vino.
Este tercer asesinato vino a poner en tela de juicio la autoría de los dos anteriores. Pues, aunque uno de los hermanos asesinados cumplió condena por parricidio, ahora todo el mundo se preguntaba si realmente había sido José Expósito el autor de la muerte de su padre, al tiempo que exculpaba a su hermano del delito de fratricidio. Algún tiempo más tarde sería detenido un individuo, Alfredo Vázquez, que se dedicaba a la mendicidad, pero tan solo se pudo determinar que este último tenía cierta amistad con la última de las víctimas, al tiempo que pasaba muchas horas en el lugar donde se encontraba los barqueros. Se decía que cualquiera podía estar implicado en el crimen que le había costado a los barqueros y a partir de ahora las incógnitas de la culpabilidad recaían sobre un gran número de personas, al tiempo que se constataba una vez más la peligrosidad de su profesión, tanto por el riesgo que entrañaba cruzar el río, como la dudosa reputación de los muchos que diariamente requerían del servicio de los barqueros para llegar a buen puerto, aunque muchos de ellos tuviesen un fatal destino. A todo ello se sumaba la circunstancia de la soledad en la que se encontraban, ya que solían residir en parajes aislados y en los que era difícil percatarse de la presencia de extraños. Además, el hecho de que fuesen personas foráneas quienes requerían mayoritariamente estos servicios dificultaba aún más las investigaciones.
Este crimen, como muchos otros, quedaría impune, a lo que contribuyó en buena media el posterior estallido de la Guerra Civil española y en la que muchos presidiarios fueron utilizados como mercenarios en un conflicto que perderían todos. Este último hecho luctuoso no hizo sino aumentar las incógnitas existentes en torno a los dos anteriores, que nunca se sabría a ciencia cierta quien los habría podido cometer, pese a las sentencias judiciales y al señalamiento vecinal. Lo cierto es que la tragedia se cebó especialmente con una familia de extracción humilde.
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