Un inmigrante ghanés mata a un matrimonio en Ferrol

Inmigrantes ghaneses

El año 1999 fue otro de los muchos en los que se prodigó la criminalidad en Galicia y, concretamente, en la comarca de Ferrol y su área metropolitana. El flamante y comercial «Xacobeo» que aquel año se celebraba por todo lo alto no fue suficiente para blanquear los sucesos sangrientos ocurridos en aquel fin de siglo, que se aventuraba incierto.

Un hecho que conmovería profundamente a la sociedad gallega de entonces fue el asesinato de un matrimonio de Ferrol, en el barrio de Tejeras. Ocurría en la noche del 30 al 31 de octubre de 1999, cuando un hijo de los fallecidos, Francisco Javier Pardavila, encontraría sus cadáveres en la vivienda al percatarse que sus padres no respondían a sus constantes llamadas al telefonillo del portal. Según su versión, tuvo que encaramarse al portal interior para poder forzar una ventana y encontrar los cuerpos sin vida de sus padres, Francisco Pardavila Besteiro, de 66 años de edad, y María Victoria Villadóniga Candales, de 61.

El autor de aquellas muertes había sido un ciudadano ghanés de 41 años, afincado en España y antiguo miembro de la legión, que respondía al nombre de Ismael Dan Sampana. Este mismo individuo había sido absuelto de otro crimen, que le había costado la vida a un compatriota suyo en julio del año 1998, en un crimen que quedaría sin resolver debido a la falta de pruebas contundentes para condenarlo, pese a que el fiscal solicitaba para él una pena de 20 años de prisión. Apenas un mes más tarde de haber recobrado la libertad y salir absuelto, le daba muerte a un matrimonio de jubilados en Ferrol. Desde su llegada a España, había pasado más tiempo por las cárceles que en libertad.

Conocido de las víctimas

Ismael Dan Sampana era un conocido de sus víctimas, pues había sido alojado durante algún tiempo en su casa, debido a que mantenía una estrecha relación de amistad con el hijo de estas a quien había conocido en el penal de Teixeiro. Pese a que «Javito» Pardavila no guardaba una buena relación con sus progenitores, estos accedieron a acoger en su domicilio a su amigo al salir de la prisión, puesto que no tenía a donde acudir. Debido a esa amistad, el ciudadano ghanés conocía prácticamente todos los pormenores de aquella vivienda.

Según la tesis que sostenía la juez instructora de este caso, Dan Sampana y «Javito» habrían pactado robar las joyas de la madre de este último, quien nunca se las quitaba de encima por temor a que su hijo se las sustrajese para venderlas, pues tanto él como su novia Montse Gómez, contaban con múltiples antecedentes penales por hechos similares.

En la noche en que se produjo el trágico crimen, el matrimonio asesinado se encontraba ya durmiendo, cuando fueron sorprendidos en su dormitorio por el homicida, quien -al percatarse de que habían despertado- les propinó una brutal paliza, sin apenas poder defenderse, pese a que el tribunal que juzgó el caso estimó que si había habido una mínima defensa y no había existido alevosía por parte del agresor. Como consecuencia de los golpes recibidos el matrimonio, ya sexagenarios, acabarían falleciendo, siendo encontrados por su hijo, quien también sería procesado por este suceso, aunque no resultaría condenado.

Al día siguiente de producirse el terrible crimen, Ismael Dan Sampana sería detenido por la policía, quien, además, hallaría en su poder las joyas que había arrebatado a la Victoria Villadóniga. De la misma forma, los agentes encargados de la investigación encontrarían restos de sangre y ADN en sus ropas, que posteriormente resultarían claves para la resolución del caso. Al parecer, en la jornada del día de autos, el ciudadano africano habría abandonado la vivienda en que lo cobijaron a la una de la tarde y en la que había pernoctado durante una semana.

40 años de cárcel

Ismael Dan Sampana sería condenado a una pena de 40 años de cárcel, acusado de dos delitos de homicidio y uno de robo en el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de A Coruña en mayo del año 2003. El tribunal entendió que se trataba de homicidio y no de asesinato, ya que sostenía que en el ataque a las víctimas no hubo alevosía porque los fallecidos dormían mientras el ciudadano ghanés les robaba y solamente cuando estos despertaron decidió acabar con sus vidas. Igualmente apreciaba que había habido algunos intentos de defensa por parte de las víctimas, que consideraba débiles, pero reales.

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Asesina a una joven pareja y se suicida en O Bolo (Ourense)

Panorámica de O Bolo en Ourense

Viajar a la Galicia de hace más de un siglo supone inmiscuirse en un mundo que sino era tenebroso al menos representaba un cierto oscurantismo. Era aquella tierra un territorio eminentemente rural, escasamente conocido, con sobreabundancia de población en las vastas parroquias y aldeas, que comenzaban a ver en la emigración a tierras americanas una salida a las muchas carencias que padecían en aquel incomunicado y lúgubre mundo en el que les había tocado nacer y que parecía renegar de sus propios hijos a los que condenaba con una forzada marcha de la miseria en la que se sumía.

Abundaban los mitos y las leyendas en un país muy atrasado en el que sobrevivir era poco menos que un reto cotidiano. Sin embargo, no eran solo las historias de meigas y trasnos algunas de las muchas fábulas que se narraban y transmitían oralmente de unas generaciones a otras, con la correspondiente deformación que de ello se derivaba, dando lugar a historias que poco o nada tenían que ver con la original, si es que esta se había producido. Se legaban también viejas rencillas, rencores jamás superados y hasta unas cierta rivalidades entre distintos clanes, ya fuesen familiares o de pertenencia a un determinado grupo geográfico, que provocarían .ar en el que acontecieron.

Uno de esos trágicos y terribles episodios que contribuyeron a crear una falsa leyenda negra de la Galicia de la época sucedió en la parroquia orensana de Xava, perteneciente al municipio de O Bolo, cuando se produjo un desgraciado suceso que acabaría costando la vida a tres personas de forma muy dramática y, si se quiere, hasta dantesca y espeluznante, que conmovería especialmente a la comarca de Valdeorras, en la que sucedieron los hechos. En la jornada del 10 de agosto de 1913 algunos vecinos de los muchos que todavía poblaban la zona cuando vivía en un esplendor demográfico que nada tiene que ver con la actualidad, se vieron funestamente asombrados al contemplar los cadáveres de tres personas, dos hombres y una mujer muy jóvenes, que yacían en un pequeño descampado con claras señales de haber sufrido una muerte violenta, en medio de impresiones charcos de sangre. Es más, diríase que muy violenta, como se demostraría más tarde.

En un principio el suceso fue seguido de cierto misterio y hermetismo por la gran estupefacción que causó en aquel pacífico y hasta agradable contorno en el que todos o casi todos se conocían, pues se desconocía como realmente habían acontecido los sangrientos acontecimientos y se barajó incluso la posibilidad de que una cuarta persona pudiese haber intervenido en los mismos. En aquellas fechas se había celebrado una concurrida romería en la parroquia de Xava, que actualmente cuenta con apenas 40 habitantes, en la que se habían dado cita jóvenes y no tan jóvenes de todo el entorno, por lo que en un primer momento se barajó la hipótesis de que aquellas horribles muertes fuesen provocadas a consecuencia de alguna reyerta y que los autores se hubiesen dado a la fuga. Sin embargo, pronto comenzarían a atarse cabos y desenredar aquella enmarañada madeja.

Celos y rivalidades

En la concurrida fiesta celebrada en la referida localidad de Xava se presentó una apuesta joven de una acreditada familia de la vecina parroquia de Valdanta, distante apenas un kilómetro, que respondía al nombre de Dolores García en compañía de un muchacho, convecino suyo, cuyo nombre era el de Andrés Pérez, con quien al parecer había iniciado una relación recientemente tras romper con su antiguo novio, un individuo llamado Tiberio Carracedo, de edad similar a la pareja y que nunca fue capaz de superar el drama que para el representó la pérdida de la mujer con la que se había obsesionado hasta extremos enfermizos.

En el transcurso de la romería, además de gozar de la fiesta en si, los jóvenes bebieron alcohol a lo largo de todo el día e hicieron algunos desafíos unos a otros, en un tiempo en el que era muy habitual que la mayoría de ellos portasen sus respectivas navajas, que representaba falsamente para muchos una señal de autoridad y respeto. De la misma forma, también era muy habitual que las exhibiesen en público retándose unos a otros aunque nunca o prácticamente nunca llegaba la sangre al río. En la fiesta comenzaron ya los enfrentamientos entre Tiberio, que se sentía despechado, y su rival, Andrés, que era quien cortejaba a la apuesta moza que le había dado calabazas. Pese a todo, nada hacía suponer que se iba a producir una gran tragedia como ocurriría horas más tarde.

Tiberio Carracedo jamás fue capaz de asimilar la pérdida de su antigua amada, Dolores García, por lo que decidió acudir a la fiesta bien pertrechado, armado hasta los dientes, ya que además de la habitual navaja portaba también una pistola, un hecho que no era tan habitual, pues las armas de fuego no abundaban en el mundo rural gallego. Concluida la romería, y quizás presa del excesivo consumo de alcohol, acosó a la joven pareja hasta extremos casi inauditos, llegando incluso a intercambiarse repetidos golpes entre los dos contendientes, Tiberio y Andrés. puesto que sus cuerpos presentaban también varios hematomas, según se desprendería de las respectivas autopsias. Desgraciadamente, lo peor todavía estaba por venir.

A lo largo de un camino que separaba el lugar de la romería y en el que fueron encontrados los cadáveres prosiguió el enfrentamiento entre los dos mozos, que tendría su punto culminante en un lugar apartado de las casas en el que, al parecer, tras un pequeño descuido de Andrés Pérez, Tiberio Carracedo lo acometió propinándole una primera puñalada en el abdomen, que le ocasionaría una gran hemorragia. Al ver a su rival ya en el suelo, prosiguió con una sarta de puñaladas en su indefenso enemigo, algunas de los cuales le atravesarían diversos órganos vitales que terminarían por ocasionarle la muerte.

Posteriormente, una vez que se quedó desvalida su antigua novia, al carecer de quien la defendiese, Tiberio Carracedo no dudó en hacer lo mismo con ella, dándoles hasta cinco puñaladas mortales de necesidad, alguna de ellas le atravesaría el corazón y también los pulmones, siendo encontrada la joven pareja en un impresionante charco de sangre y presentando a su vez un aspecto mucho más que aterrador.

Suicidio

Una vez concluido con su macabro plan, consciente tal vez de que una vez descubierto le aguardase la muerte en garrote vil o ya sintiendo que no tenía nada que perder -además del gran estigma social que le acarrearía tan terrible y abominable crimen- Tiberio Carracedo empuñó su arma de fuego y se disparó directamente en una sien, haciendo estallar sus vísceras cerebrales y convirtiéndose así en la tercera víctima de una tragedia que había comenzado con lo que prometía ser un divertido y agradable día de fiesta y que marcaría durante mucho tiempo a toda la comarca de Valdeorras.

Cuentan algunas crónicas de la época que en el entierro de la joven pareja se dieron cita varios centenares de personas de las muchas que en aquel entonces poblaban la localidad de O Bolo, que se aproximaba a las 7.000 almas en aquel entonces, mientras que ahora no alcanza el millar de habitantes y gran parte de sus parroquias y aldeas apenas supera el medio centenar de censados, tal es el caso de Valdanta y Xava, lugares en los que se produjo este trágico suceso.

Tampoco ahorran los medios de comunicación sus reproches contra el asesino, quien, al haberse suicidado, no tenía en aquel entonces derecho a ser enterrado en terreno sagrado en el cementerio, por lo que sus restos mortales fueron a reposar con los desposeídos del paraíso terrenal en un lugar que se reservaba a suicidas, ateos, masones y otras personas que no eran gratas a la moral cristiana, tal y como rezaba la férrea doctrina de la Iglesia Católica. Por contra, en su despedida tan solo se dieron cita sus familiares y algunas personas allegadas, lo que constituía la más clara señal de repulsa y desprecio en un tiempo y una época en la que el honor venía determinado por una hipócrita moral, que rara vez atendía a explicaciones racionales y que era, sin lugar a dudas, la principal base de reputación y decoro.

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Un niño gallego asesinado por un pederasta en Londres

Diego Piñeiro, el niño asesinado en Londres

No cabe duda alguna que la emigración gallega dejó una fecunda huella allí donde puso sus pies. Quizás fuese una de las diásporas que más ha sabido conservar sus ancestrales costumbres y reivindicar así su presencia tan lejos de su bonsái Atlántico. Sin embargo, también sufrió algunos lamentables episodios, que resonarían con fuerza en Galicia, provocando que quienes residían en la metrópoli alzasen su voz contra esos actos que, en algunas ocasiones, ocasionaron la muerte de algunas personas que se habían ido a ganar dignamente el pan con el sudor de su frente.

Ninguna muerte violenta nos deja indiferente, pero cuando las víctimas son niños -y no son pocas veces lo que esto sucede- parece que se nos encoje el corazón y somos presas de un particular quemazón, al que no encontramos explicación alguna. Así ocurrió un domingo del mes de mayo del año 2000, concretamente el día 7 de la mencionada treintena, cuando un pederasta le daba muerte a un niño de doce años, Diego Piñeiro, con quien se encontraba febrilmente obsesionado. Desde hacía tiempo la criatura estaba siendo perseguida por un hombre de 52 años, Edward Alexander Crowley, que no dejaba literalmente en paz al pequeño.

A última hora de la tarde de aquel trágico y fatídico domingo de primavera, el individuo que lo perseguía blandió un puñal ante el pequeño cuando iba en compañía de su hermano de quince años y, casi sin mediar palabra, comenzó su orgía de sangre, propinando varias puñaladas, mortales de necesidad, al niño. A pesar de la rápida intervención de otros transeúntes, estos no consiguieron detener a tiempo las garras asesinas del consumado pederasta, quien ya había pasado algún tiempo en prisión como consecuencia de su depravada actitud.

Acoso

Antes de producirse el desgarrador suceso, que consternaría tanto a la comunidad gallega de la capital británica como a la propia Galicia metropolitana, los episodios de acoso que sufría Diego Piñeiro por parte de quien acabaría convertirse en su verdugo eran constantes. Así se deduce de las denuncias previas presentadas por el centro educativo en el que se encontraba escolarizado el pequeño. En cierta ocasión, la criatura había entrado en el colegio a toda prisa en compañía de otro alumno del mismo centro, manifestando que estaba siendo perseguido por un hombre de una cierta madurez física. Sin embargo, la policía londinense hizo oídos sordos a las acusaciones realizadas por el centro de enseñanza en el que estudiaba el muchacho gallego.

El acosador y agresor de Diego no se cortaba lo más mínimo a la hora de atemorizar al crío, incluso efectuando algunas pintadas en las instalaciones de su centro escolar en las que se podía leer, entre otras cosas, «mi querido hombre latino» o «mi amor». Estos hechos, junto a la circunstancia de que lo persiguiese incluso en la parada del autobús, provocarían el lógico desasosiego tanto del pequeño como de la comunidad educativa. Por si fuese poco, en cierta ocasión Edward Alexander Crowley se presentó en el colegio del chico para recogerle a la salida de clase como si se tratase de su padre.

El 2 de noviembre de 1999 el pederasta persiguió incluso al niño en el parque en el que jugaba, en el que incluso colgaba notas referidas al crío en las que no dudaba en expresarle sus asquerosos y ruines sentimientos. Ante la constante persecución de la que estaba siendo objeto, la policía metropolitana decidió proveer al pequeño de un teléfono móvil para que pudiese realizar llamadas de auxilio, aunque esta medida, además de insuficiente, resultó ser completamente ineficaz.

La madre, que en el momento del asesinato de Diego Piñeiro se encontraba en Galicia, se desplazó inmediatamente a la capital británica, pero debió ser ingresada en un centro sanitario a consecuencia de una gran crisis de ansiedad. La progenitora acusó a la policía inglesa de subestimar las denuncias que se habían practicado hasta aquel momento por la actitud de un peligroso y nausebundo sujeto que terminaría convirtiéndose en verdugo de un niño de tan solo doce años.

La prensa británica, incluso los tabloides más amarillos y sensacionalistas, no dudaron en calificar de tragedia la muerte del pequeño gallego, al producirse a plena luz del día en pleno centro de la capital londinense y en una zona muy concurrida, además de conocerse por parte de las autoridades los antecedentes que pesaban sobre el agresor y de la actitud canallescamente hostil que había manifestado en reiteradas ocasiones contra el niño.

Una semana más tarde de su muerte, Diego Piñeiro recibiría sepultura en la localidad gallega de Pontedeume, de donde eran originarios sus padres. El progenitor residía en Betanzos, mientras que el niño vivía en Londres en compañía de su madre y su segundo marido.

Cadena perpetua

El asesino del niño gallego, Edward Alexander Crowley, sería condenado a reclusión perpetua en el transcurso de una vista desarrollada ante el Tribunal Supremo de Londres. El juez encargado de dirimir el infanticidio, Neil Denison impuso la máxima pena que contemplaba el código penal británico al declararse el pederasta como autor del brutal crimen.

El mismo juez había ordenado someter al acusado a unas pruebas médicas en las que se diagnosticó que Crowley padecía un cierto grado de esquizofrenia paranoide aguda, si bien el pederasta facultó a su abogado defensor para que este realizara los trámites oportunos para no cumplir su pena en un centro de internamiento psiquiátrico.

El criminal manifestó a su letrado también que nunca llegó a mantener contacto sexual alguno con su víctima, pero que no pudo evitar ser rechazado por Diego, motivo este que le provocó un gran desasosiego al no poder aceptar ser rechazado por la criatura. A consecuencia de este lógico rechazo, emprendió su brutal agresión en la que también resultaría herido de cierta consideración su hermano Roberto.

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Una turista británica asesinada en Ribadeo

Playa de Os Castros, donde apareció el cuerpo sin vida de la turista británica

En la década de los años setenta del pasado siglo el área litoral de la provincia de Lugo era la que presentaba su mejor faz. Aunque le seguían uniendo muchas cosas con el resto de las localidades del interior, se observaba un claro índice de desarrollo humano muy superior al resto de un territorio básicamente agrario. Uno de los lugares que mejor representaba ese progreso era la localidad de Ribadeo, favorecido por su magnífica situación geográfica, insertada en un cruce de caminos entre Galicia y Asturias, y por la propia circunstancia de ser una localidad costera. En sus veranos ya era muy frecuente la turistas y veraneantes que buscaban un estío diferente, en el que se pudiese gozar de una tranquilidad prácticamente sepulcral, unido todo ello al suave clima del que se podía disfrutar y de unos parajes de transición a la hermana tierra asturiana que convertían al municipio de la ría del Eo en un destino poco menos que inigualable.

Era frecuente, y lo sigue siendo, ver ya veraneantes procedentes de distintos puntos, no solo de la geografía española, sino también europea. Una de esas turistas era una ciudadana británica, Susan Margaret Barlow, de 33 años de edad y residente en Alemania, que aparecería muerta en extrañas circunstancias en la tarde del 23 de septiembre de 1976 por una pareja de miembros de la Guardia Civil en la playa de Os Castros, después de que conocidos de la mujer o del hotel en el que se hospedaba diesen la voz de alarma en torno a su desaparición. Su cuerpo fue localizado en una cueva conocida como «Ollo de Bocadín«, que tiene unos doce metros de profundidad por dos de ancho, a muy corta distancia de donde la joven había sido visto en jornadas anteriores en compañía de otro hombre.

El cadáver de la mujer se hallaba en posición de bruces semienterrado en la arena y prácticamente pegado a la pared rocosa de la cueva, flanqueándole por su costado izquierdo un tronco de grandes proporciones, ambos en posición vertical hacia la entrada de la caverna. Vestía un polo de franjas horizontales y la parte inferior del bikini, ambas prendas en perfecto estado, circunstancia esta que hizo pensar a los investigadores que no se estaba bañando en el momento de producirse su óbito. Además, dada la estrechez de la cueva en la que se encontraba su cuerpo, nada hacía sospechar que fuese arrastrada hasta aquel lugar por el oleaje, ya que de haberlo hecho, tal vez le hubiese destrozado la ropa contra las rocas, además de provocarle heridas y contusiones en prácticamente todo el cuerpo.

Golpes en la cabeza

Uno de los aspectos que más llamó la atención de los investigadores en este suceso fue el hecho de que presentase importantes heridas en la cabeza a consecuencia de las cuáles pudo haberle sobrevenido la muerte, en tanto que no sucedía así en el resto de su cuerpo. La joven presentaba una herida contuso-cortante arciforme en región temporal derecha, dos heridas contuso-cortantes en región mastoidea y cervical alta derecha; hematomas en región mentoniana derecha y coágulo sanguíneo en fosa nasal derecha. Todas estas heridas podrían haber sido producidas al batir el mar su cuerpo contra las rocas, aunque, los investigadores descartaron que fuese a consecuencia del oleaje, ya que no presentaba heridas en otras partes del cuerpo.

En días posteriores al hallazgo del cadáver se hicieron las oportunas pesquisas para buscar al acompañante con el que había sido visto paseando por la playa en días anteriores a su muerte, así como haciéndole compañía en una cafetería ribadense. Sin embargo, estas no dieron resultado alguno. Uno de los hombres testificaría ante los agentes de la Guardia Civil, pero nada tenía que ver con la muerte de Susan Margaret Barlow. La detención del criminal llegaría algún tiempo más tarde, cuando ya se habían enfriado en parte los ecos de un asesinato que tuvo una gran repercusión en el área asturgalaica.

Detención del asesino

Según la información del diario asturiano EL COMERCIO, en su edición del 9 de noviembre de 1976, publicaba la detención de un camarero gallego afincado en Gijón, José María Díaz, quien llevaba muy poco en la ciudad asturiana y ya había formalizado relaciones con una muchacha que trabajaba en el mismo bar en el que trabajaba. Su detención produjo una gran sorpresa, pero los datos obtenidos por los investigadores cuadraban perfectamente con los del hombre que había sido visto en la tarde en la que había desaparecido la joven inglesa.

Cuando el camarero fue detenido, alegó que no recordaba nada de los hechos, pues, según su propio testimonio se encontraba bajo los efectos de alguna droga que había ingerido en la tarde en la que se produjo el crimen. Según narró ante la Guardia Civil, golpeándola contra la pared rocosa hasta en tres ocasiones, circunstancia esta que terminaría provocando la muerte de la súbdita británica. Posteriormente, hurgaría a fondo en sus pertenencias, haciéndose con todo el dinero que portaba, una importante cantidad en efectivo, que emplearía para huir de Ribadeo.

De la misma forma le delataría el hecho de efectuar dos llamadas telefónicas al hostal en el que se hospedaba Susan Margaret Barlow, interesándose si había regresado la joven británica, cuando el sabía que yacía muerta en un recóndito lugar de la arena de la playa gallega. Además, en el transcurso del juicio que se celebraría en su contra, en la Audiencia Provincial de Oviedo, declararía también que desconocía que había muerto cuando el abandono el lugar conocido como «Ollo do Bocadín». Sin embargo, de poco sirvieron sus alegaciones y José María Díaz sería condenado por asesinato.

Entre las anécdotas más llamativas en torno a este caso, destaca el hecho que al no poder hacer frente la familia residente en Alemania a los gastos que suponían el traslado del cuerpo de la joven, esta reposa en la localidad lucense de Ribadeo, bajo una preciosa lápida en la que aparece inscrita su fecha de nacimiento, así como la de su defunción, en una no menos entrañable sepultura en la que siempre hay flores frescas como recuerdo de un aterrador suceso que conmocionó al siempre apacible territorio asturgalaico.

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