Doce niños muertos en un accidente de autobús escolar

Funeral por los niños fallecidos en Vilamartín de Valdeorras

En el año 1977 a España había llegado una incipiente democracia que prometía muchas cosas de las que se había visto privado el país a lo largo de más de cuatro décadas. La principal era la libertad que había estado secuestrada por una larga y longeva dictadura, la última que quedaba en Europa occidental, que parecía haberse eternizado. Pero, los vientos de cambio llegaron, con retraso, pero al fin y al cabo las nuevas generaciones de españoles iban a poder vivir en paz y libertad, liberados ya del viejo yugo al que habían permanecido unidos durante 40 años.

Aquellos vientos de libertad se dejaron sentir en Galicia en aspectos tan fundamentales como su lengua vernácula, que había sido vilipendiada, humillada y hasta relegada a un segundo término con menosprecios tales como que se trataba de una forma de expresión desacreditada que solamente empleaban los ignorantes. El idioma gallego era muy mayoritario en la Galicia de la época, especialmente en el mundo rural en el que, en cifras porcentuales, el número de castellanohablantes no llegaba al uno por ciento en los cálculos más optimistas. Incluso los más jóvenes aprendían la lengua de sus padres y abuelos, pese a que todavía no se enseñaba en las escuelas.

Los centros escolares gallegos a lo largo de su historia, principalmente los radicados en sus extensas áreas rurales, siempre han sido motivo de alguna discordia, ya bien sea por el transporte escolar o el comedor de los pequeños, que dificultaba enormemente la conciliación de las vidas de sus respectivos progenitores. Así sucedía en la comarca ourensá de Valdeorras en el año 1977. Los niños del término municipal de Villamartín de Valdeorras se veían obligados a trasladarse todos los días a la vecina localidad de A Rúa para poder ser escolarizados, haciendo cuatro viajes de ida y vuelta desde sus centros académicos hasta sus respectivos domicilios, pese a la oposición que tiempo atrás habían ejercido sus familias con respecto al cierre del colegio en el que recibían la educación primaria.

Desnivel de 50 metros

Lo que nadie podía imaginar en Vilamartín de Valdeorras es que el cierre de sus instalaciones escolares iría aparejado a la peor tragedia que vivió la comarca a lo largo de la historia. Así sucedería a primeras horas de la tarde del 19 de abril de 1977 cuando un autobús, que había recogido a los niños después del almuerzo que habían hecho en sus respectivos domicilios, se precipitó desde un desnivel de 30 metros de altitud, cayendo desde la carretera nacional Logroño-Vigo a la vía del tren. A consecuencia de este trágico siniestro fallecerían doce niños, con edades comprendidas entre los seis y los 14 años, muchos de los cuales perecerían atrapados bajo los hierros de aquel mortal autocar en el que viajaban hasta un total de 40 chavales. También perdió la vida en este suceso el conductor del vehículo, Manuel González Pérez. El siniestro tuvo lugar a tan solo dos kilómetros del casco urbano del término municipal de A Rúa. Como dato anecdótico, cabe reseñar que perdieron la vida dos hermanos gemelos.

Además de los trece fallecidos, hubo que lamentar casi dos decenas de heridos de diversa consideración, siendo trasladados un total de once muchachos serían trasladados hasta un centro sanitario de Ponferrada, en la provincia de León, mientras que otros nueve lo fueron hasta la ciudad de Ourense. Una vez más, como en muchas otras, fue muy decisiva la actitud de los vecinos del lugar dónde se produjo el accidente, que utilizaron todo tipo de herramientas y vehículos que disponían para poder socorrer a los damnificados. Se calcula que se movilizaron un total de 300 coches particulares para ayudar en las tareas de socorro. Quienes llevaron la mejor parte en este desgraciado siniestro fueron aquellos que salieron despedidos del autobús, mientras que la peor fue para los que quedaron atrapados entre los hierros del mismo, que fue donde se localizaron la práctica totalidad de los cuerpos de los niños muertos.

La causa del accidente parece ser que estuvo motivada por la rotura de una mangueta de una rueda del eje delantero, que provocó que el viejo autobús, perteneciente a la empresa Trives, chocase contra un pretil y posteriormente se precipitase por el desnivel. Casi siempre que se producía un siniestro de estas características era achacado al factor humano. Sin embargo, las empresas concesionarias del transporte escolar dedicaban sus autobuses más antiguos y en peor estado, como era este caso, al traslado de los más pequeños. El autocar tenía ya más de 20 años de antigüedad, ya que su matrícula databa de la década de los años cincuenta del pasado siglo. Los restos del vehículo permanecieron allí depositados a lo largo de más de 30 años, hasta que los vecinos decidieron tomar medidas después de que se hartasen de solicitarlo a las distintas instituciones.

Consternación e indignación

El suceso consternaría de sobremanera a la Galicia de la época. Prueba de ello sería los miles de personas que se congregarían en los multitudinarios funerales que se celebraron por los muchachos fallecidos en la principal plaza de la localidad de Vilamartín de Valdeorras. Cuentan los supervivientes de esta tragedia que la misma se notaría de forma notable en el pueblo, que perdía a 12 muchachos en una época en la que comenzaba un imparable descenso demográfico en la Galicia más rural. Esta localidad era un buen ejemplo de ello.

Pero no era solo la consternación la que se había apoderado de los vecinos de la comarca de Valdeorras. También eran presa de una extraordinaria indignación por la carencia de soluciones al problema educativo, al que se consideró como causante directo de este siniestro. Hacía algún tiempo había cerrado sus puertas el único centro escolar que existía en la localidad de Villamartín de Valdeorras, lo que había originado infinidad de protestas, habiendo tenido que intervenir efectivos de la guardia civil cuando se procedía a la retirada del material escolar de su interior. Además, los críos tenían que hacer unas insufribles jornadas escolares haciendo dos interminables rutas diarias de ida y vuelta, al carecer del derecho al comedor escolar.

Posteriormente, en el año 1979 reabriría de nuevo sus puertas el colegio de educación primaria de Vilamartín de Valdeorras para que las nuevas generaciones de escolares no sufriesen los mismos efectos de las jornadas escolares de las antiguas, además de evitar que los muchachos fuesen víctimas de nuevos accidentes. Nunca es tarde, pero para aquellos pobres chavales, fallecidos hace ya 42 años, lo fue demasiado cuando, en teoría, se les aventuraba toda una vida por delante.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.