Crimen en el barrio chino de Vigo

De todos es sabido que los tradicionales barrios dedicados a la prostitución siempre han sido zonas muy conflictivas. En ellas se junta el hambre con las ganas de comer. Hay quien dice que a sus locales acuden desde quienes no tienen nada que perder hasta quienes buscan una oportunidad que no encuentran o carecen de habilidades suficientes para encontrarlos con una mujer a las que comúnmente se les ha llamado de la “buena vida”, aunque esta expresión diste mucho de la verdadera realidad en la que viven esas pobres desheredadas de un mundo que, no solo les ha dado la espalda, sino que las ha tirado de bruces sobre el peñasco más duro.

Ropas ajustadas y ceñidas a unos cuerpos dorados tal vez más por la intemperie que por el bronceado al sol se suelen ver en algunos de sus desvencijados locales, mientras un cliente sorbe relajadamente el último cubata de la noche. En el exterior podrá contemplar todavía a los rezagados noctámbulos que regatean a un camello el precio de una raya de cocaína, aunque lo que le proporcione no sean más que unos polvos de talco con una porción mínima del narcótico procedente de Sudamérica.

Son algunas de las incontables escenas que solían darse en los viejos puticlubes, hoy denominados más finamente whiskerías o locales de alterne. La primera de las denominaciones referidas queda casi reservada en exclusiva para los míticos bares de carretera a los que solían acudir cansados y fornidos camioneros en busca del placer que les negaba un largo y pesado trayecto.

En esos locales en los que se daban cita todo hijo de madre, según cuentan quienes tenían la costumbre de visitarlos, se produjo un altercado hace algo más de 40 años, concretamente el 5 de septiembre de 1978. En el mismo, sito en la viguesa calle de la Herrería, que hoy ha perdido su antigua funcionalidad histórica, se inició una brusca y tensa discusión entre dos clientes, al parecer por motivos triviales que nada hacía sospechar a quienes les acompañaban que aquella madrugada terminase en tragedia.

Puñaladas

La víctima que intervenía en la discusión abandonó el local sin rumbo conocido, además de dejar la discusión. Se trataba de Benito Fernández Novoa, un albañil de 25 años, nacido en la ciudad de Vigo. Sin embargo, su verdugo, Antonio Silva Novoa, de 43 años, oriundo del municipio ourensán de O Carballiño, no quiso dar por zanjada la discusión baladí que había protagonizado con el joven vigués y prosiguió el altercado. Les acompañaba en ese momento otro joven de la ciudad olívica, José Domínguez Fernández, quien contaba en aquel entonces con 36 años.

En el exterior del local en el que había protagonizado el duro incidente con su víctima, Antonio Silva prosiguió el acoso a Benito, con quien intercambiaría unas duras palabras. No contento con ello, echó mano de una navaja de grandes dimensiones que portaba consigo, asestándole un total de cuatro puñaladas a Fernández Novoa, quien caería derribado en el suelo en un impresionante charco de sangre. Las cuchilladas que acabarían con la vida del joven albañil vigués le habían sido inferidas en la región precordial, cuello y nariz, ocasionándole la muerte de forma prácticamente instantánea.

Su agresor Antonio Silva Novoa sería detenido horas después por agentes de la policía de Vigo, pasando posteriormente a disposición judicial e ingresando en prisión incondicional. El agresor sería condenado a una pena de 18 años de cárcel, al ser acusado de un homicidio alevoso. Asimismo, también tendría que indemnizar a los familiares de la víctima con algo más de un millón de pesetas.

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Varios muertos en el peor temporal del siglo XX

Mar de fondo en la Costa de Lugo

Al ver el titular más de uno pensará que se refiere al famoso ciclón «Hortensia», que barrió literalmente Galicia en la jornada del 4 de octubre de 1984. Es cierto que aquellos tremendos vientos huracanados sembraron el temor y el pánico entre los gallegos. Ahora bien, en aquel entonces se avisó a la población a fin de evitar que el caos y la tragedia se apoderasen de las cerca de tres millones de almas que poblaban el noroeste peninsular. Sin embargo, hay otra fecha marcada en rojo en los calendarios de los fenómenos naturales que se aproximaron a Galicia a lo largo del último siglo del segundo milenio que ha quedado relegada al olvido, no sabemos si intencionadamente, pero que nunca o prácticamente nunca aparece reflejada en los distintos medios de comunicación.

La fecha a la que nos referimos es la del sábado, 5 de febrero de 1972. En la tarde de aquella fatídica y terrible jornada varias personas perecieron a consecuencia de un temporal mucho más dañino y mortífero que el famoso «Hortensia» pero mucho menos mediático, o al menos ha pasado al baúl de los recuerdos en donde duerme su sueño eterno. Tal vez fuera porque se trataba de otros tiempos en los que no había los avances que ya se registraban en la década de los ochenta, lo cierto es que aquel temporal pilló desprevenidos a la práctica totalidad de la población gallega de la época, que asistieron impasibles a la destrucción de algunas de sus más importantes fuentes de riqueza que quedaron al albur de uno de los fenómenos meteorológicos más terribles que han ocurrido en el siglo XX en Galicia.

El territorio más afectado por los efectos de aquel tremendo temporal fue la provincia de Lugo que tuvo que soportar vientos huracanados que alcanzaron una velocidad de 170 kilómetros por hora en su interior, según el registro efectuado en el centro instalado en la localidad de Castro de Rei, en el interior de la provincia, en plena comarca de Terra Chá.

Veinte heridos muy graves

Por lo que se comentaba con anterioridad, tal vez porque se vivía de otro modo a la sazón de ser otra sociedad muy diferente a la de tan solo una docena de años más tarde, además de vivir todavía en una decadente dictadura, apenas se facilitaron datos reales sobre lo que realmente había acontecido. A todo ello se unían unas deficientes infraestructuras en todos los campos que contribuyeron muy decisivamente a acallar lo sucedido. Se sumaba también la carencia de medios de comunicación que informasen puntualmente de unos devastadores acontecimientos que apenas han dejado su huella 47 años más tarde.

Se sabe, por informaciones periodísticas de diarios editados en Madrid, que solamente en Lugo capital hubo un total de veinte personas heridas de gravedad. Si bien es cierto que no hay constancia de la evolución de las mismas, ya que la noticia no tendría una rigurosa continuidad periodística como tienen hoy en día, a lo que hay que añadir la férrea censura que practicaba la dictadura con hechos que pudiesen ir en contra de sus intereses o deteriorasen su imagen. En la misma capital lucense fallecería un hombre en la misma tarde del temporal cuando se disponía a arreglar algunos desperfectos que le había ocasionado el viento en el tejado de su vivienda.

La cifra de muertos nunca se ha podido precisar con exactitud, pues en aquellos tiempos era muy complicado saber cuantos accidentes se registraron provocados por el temible ciclón. Examinando distintos medios de comunicación impresos de aquel tiempo se puede hacer un cálculo aproximado de que unas diez o más personas podrían haber perdido la vida a consecuencia de un temporal que ha quedado en el olvido.

Aunque todavía no eran muy frecuentes las comunicaciones telefónicas, las provincias de Lugo y Ourense quedarían incomunicadas durante varios días, al ser dañadas las instalaciones en ambas provincias. De la misma forma, el suministro eléctrico también sufriría una de las peores crisis de su historia, ya que durante un largo fin de semana no hubo luz eléctrica en la capital lucense ni tampoco en la gran mayoría de los municipios, siendo especialmente afectados los del norte y el litoral, donde las embarcaciones hubieron de permanecer amarradas varios días por temor a un nuevo temporal similar al de la tarde de aquel sábado del mes de febrero.

«El Progreso» no se publica

Una idea de la magnitud de aquellos hechos fue que el diario lucense «El Progreso» faltaría a la cita diaria con sus lectores, por vez primera en los 64 años de historia con que contaba en aquel entonces, en la jornada del domingo, 6 de febrero de 1972. La falta de energía eléctrica fue la principal responsable de que el único diario que se editaba en Lugo no estuviese en la jornada dominical en los quioscos.

Durante toda la noche y la madrugada que siguieron a la tarde de aquel terrible temporal varias dotaciones de bomberos de la capital lucense recorrieron toda la ciudad derribando algunos elementos que habían sido movidos por el viento a fin de evitar desprendimientos que terminasen en tragedia. Según los medios informativos anteriormente aludidos, prácticamente todos los inmuebles de la ciudad de Lugo sufrieron, de una manera u otra, los efectos de un devastador temporal que convirtió al área nordeste de Galicia en un auténtico y verdadero infierno.

En otro de los lugares donde se palparon las consecuencias de aquel espantoso ciclón fue en el parque lugués de Rosalía de Castro, lugar en el que el viento derribó varios árboles, algunos de los cuales contaban ya con más de medio siglo de historia. De la misma forma, a lo largo y ancho de toda la geografía lucense era frecuente contemplar chimeneas y árboles derruidos por el viento, además de centenares de postes de luz lo que explica la falta de abastecimiento eléctrico en las jornadas posteriores.

El principal sector de la economía del interior de Lugo, el agropecuario, sufriría muy directamente las consecuencias del arrasador ciclón. Las distintas fuentes informativas a las que se ha accedido cuentan que centenares de granjas, principalmente de pollos, fueron pasto de los vientos, pereciendo una gran parte de los animales al quedar aplastados en las instalaciones en las que se guarecían. Igualmente también la ganadería padecería unas duras consecuencias, ya que los agricultores de Terra Chá y Ribeira Sacra se calcula que perdieron más de la mitad de sus existencias de heno y paja, teniendo en cuenta que todavía faltaban casi tres meses para la llegada de la primavera y así poder dejar pastar libremente en campos y prados.

Pero, aunque no en toda la provincia, al viento se sumó la nieve en las zonas de montaña. De hecho, un grupo de universitarios compostelanos se vería atrapado en una descomunal nevada a las dos horas de salir del albergue de Piedrafita. Al parecer, aunque parezca un poco exagerado, en algunos tramos la nieve llegó a alcanzar varios metros de espesor. Mientras, en el noroeste de la provincia de Lugo media docena de vehículos quedaron atrapados en la Serra da Gañidoira, teniendo que abandonarlos sus propietarios hasta que pasase el temporal de nieve, al que se sumaba el viento.

Nunca hubo una estimación oficial de los daños ocasionados por aquel inhóspito huracán que arrasó la provincia de Lugo en la tarde de un ya lejano sábado del año 1972, en plenos estertores del franquismo. Se sabe que las pérdidas en los distintos sectores podrían superar tranquilamente los cien millones de pesetas de la época. Una estimación hecha por la Hermandad de Agricultores y Ganaderos cifraba las pérdidas en este sector en unos diez millones de pesetas de aquel tiempo.

Distintos entes y organismos, ninguno de ellos oficial, solicitaría la declaración de «zona catastrófica». Sin embargo, su petición caería olvidada en el baúl de los recuerdos del régimen franquista, al igual que cayeron otros tantos reclamos de una provincia pobre y deprimida que nunca contó con mucho aprecio de los distintos gobiernos centrales. Eran otros tiempos. Pero en esto tampoco se ha cambiado.

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