Madrid: Un guarda jurado asesina a su esposa y tres de sus hijos en San Martín de la Vega

El guarda jurado y los miembros de su familia en distintas fotos publicadas por el diario madrileño AHORA

Fue un suceso de lo más truculento e inesperado, que ocurrió en un pueblo del Madrid rural, cuando la entonces provincia castellana todavía contaba con un importante área rústica. El trágico acontecimiento vino a calentar aquel frío y crudo invierno del año 1935, previo a la Guerra Civil, que batía auténticos récords de temperaturas negativas, llegando a superarse los 20 grados bajo cero en capitales de provincia como Guadalajara. Era aquel un tiempo convulso en el que se sucedían distintos episodios de violencia política, pero que muchos ciudadanos preferían ignorar para centrarse en su día a día, en una época en la que quien más y quien menos se enfrentaba a las muchas estrecheces que se sufrían.

El día 30 de enero de 1935 un joven de 18 años de edad, que respondía al nombre de Porfirio, les preguntó a otros porqué llevaban a su padre de una manera muy poco ortodoxa. Los jóvenes, que eran vaqueros de profesión, le contestaron que había dado muerte a su mujer e hijos. Su progenitor no dudó en ratificarle lo que aquellos hombres le habían dicho. «Es horrible lo que ha sucedido, Porfirio», fue la escueta y llana contestación de su padre.

Nadie en aquella pequeña localidad madrileña en aquel entonces, que apenas superaba los 2.000 habitantes frente a los más de 20.000 con los que cuenta en la actualidad, daba crédito a lo sucedido en la finca de las Minas de los franceses, distante poco más de cuatro kilómetros de la capital de San Martín de la Vega, en una zona de monte. Era poco menos que inimaginable que aquel hombre de 53 años de edad, Luciano Curiel López, que hacía las veces de guarda jurado de aquella antigua explotación minera, pudiese perpetrar tamaña fechoría. Sin embargo, era cierto y quizás presa del arrepentimiento espontáneo confirmaba la veracidad de sus terribles palabras.

Levantamiento de los cadáveres

Custodiado por agentes de la Guardia Civil, a quienes acompañaban los miembros del juzgado y el médico forense, Luciano Curiel se dirigió a la finca en la que se alzaba su pequeña casa de campo. Sus acompañantes hubieron de derribar la puerta para poder acceder al interior de la vivienda, en la que ya vislumbraron desde un primer momento el aterrador y cruento panorama. A quienes primero divisaron fueron a los dos hijos más pequeños del matrimonio, Santiago y Pilar Curiel Ortega, de siete y cuatro años de edad, respectivamente. Tenían el rostro desfigurado de un único disparo, el que les hizo cuando los llamó a casa después de haber dado ya muerte a Librado, de 14 años y su propia esposa. No atendió a las súplicas ni a los gemidos de los pequeños por ver a su hermano algo mayor muerto.

Tendido a lado de los dos niños se encontraba Librado, un adolescente que estaba trabajando en el huerto y que escuchó la detonación del primer disparo con el que había dado muerte a su madre. Este presentaba dos tiros, uno a la altura del pecho y otro en la cabeza, que le reventó la mása encefálica que se proyectaría hacia la pared, en la que se estamparía como un cruel cuadro de lo acontecido.

Siguieron adentrándose al interior del domicilio y encontraron el cuerpo sin vida de la mujer de Luciano, Carmen Ortega Gil, de 43 años, natural de Morata de Tajuña, que estaba recostada sobre una silla en la habitación que compartía el matrimonio. Un certero disparo en el rostro terminó con su vida prácticamente en el acto, sin darle tiempo a defenderse ni a huir de las amenazas de su marido, pensando tal vez que no las llevaría a la práctica, pues aunque mantenían una discusión la pareja estaba considerada como ejemplar y era inimaginable que tal cosa sucediese. A consecuencia del impacto del proyectil, le desgarraría casi por completo el parietal.

-¡Soy un criminal, he destrozado mi casa y he asesinado a mis hijos, fue la frase que pronunció Luciano ante los hombres que le habían detenido, el juez municipal y el forense. Aprovechando un descuido de los agentes que le custodiaban, sacó una pequeña navaja de una petaca y se provocó un corte en el cuello con el ánimo de suicidarse, pero fue atendido a tiempo por las asistencias y posteriormente trasladado a la prisión de Getafe, en la que estuvo vigilado en todo momento por si realizaba nuevas tentativas de suicidio.

Una discusión muy fuerte entre la pareja

El motivo de aquel trágico episodio hay que buscarlo en una discusión muy fuerte que había mantenido el matrimonio a causa de las tierras que llevaba en arriendo al propietario de las minas, quien como no podía pagarle un jornal le cedía aquellos terrenos para que los explotase. Carmen Ortega estaba muy preocupada por el futuro de aquellas tierras que cultivaban, pues era lo que les permitía sobrevivir. Además, se había enterado que había otras personas interesadas en ellas y por eso apremiaba en su marido para que hablase con su propietario para no perder su arriendo, al que iba añadida la casa en la que residían.

La discusión se salió de los cauces normales y en un momento dado la mujer le espetó a su marido que era un «calzonazos», palabra esta que no sentó muy bien en Luciano, quien la amenazó con la escopeta de caza. Sin darle tiempo a reaccionar, efectuó un disparo a bocajarro que terminaría con su vida. Posteriormente, aterrado por la muerte de su esposa, decidió también matar a sus propios hijos, a los que veía desamparados por completo al no tener con ellos a su madre.

El matrimonio contaba también con otros tres vástagos de mayor edad que los que había matado su propio padre. La mayor era Ámparo, una joven de 23 años, que ese día había ido a la casa de la guardesa que tenía pensado pasar el día en Madrid. Le seguía Raimundo, que trabajaba en una carnicería en Morata de Tajuña, mientras que Porfirio, un mozalbete de 18 años, ayudaba a su padre en las tareas del campo.

La suerte de Luciano Curiel es toda una incógnita debido a que cometió su crimen en el año inmediatamente anterior a la Guerra Civil española y muy probablemente todavía no había concluido la instrucción del sumario del proceso al que estaba siendo sometido. Con el inicio del conflicto eran muchos los juicios que se veían suspendidos y el posterior caos en el que se sumía el país, máxime en una zona que era un claro objetivo militar como era el caso de Madrid y sus alrededores.

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