Valladolid: asesina a dos personas y hiere de gravedad a otra en el pueblo de San Pelayo

San Pelayo fue escenario de un triple crimen en el año 1900

Aquel ya lejano 25 de noviembre de 1900, el último año del siglo XIX, Victoriano Rodríguez Prieto, situaría a la pequeña localidad de San Pelayo, que se alza sobre los Montes Torozos a 33 kilómetros al oeste de la capital vallisoletana, en el mapa de la crónica negra española. Panadero de profesión, y quizás debido a ello, su mirada reflejaba el cansancio de la noche. Algo cabreado por el supuesto «delito de honor» que le atribuían unos familiares no dudaría en sacar su faca de Albacete, que le había costado dos pesetas de la época para arremeter contra los familiares que se cruzasen en su camino.

Amigo del alcohol y también de las pendencias, tras haber pasado más de tres horas en una taberna bebiendo y jugando a las cartas, a muy pocos metros de su casa se toparía con su sobrina Vicenta García, una joven de unos 27 años que llevaba en sus brazos una criatura de tan solo siete meses. Tras haberle reprochado los comentarios que sobre él se hacían, no se lo pensó dos veces para lanzarle una tajada en el cuello con la misma navaja que había comprado, suficiente para terminar con su vida, cayendo derribada con el bebé bajo del cuerpo en medio de un impresionante charco de sangre.

Alertado por los gritos de su esposa, salió a su encuentro quien era su marido, Aniceto Hernández, un joven de similar edad, quien se abrazó a su infortunada esposa. Mientras daba un último consuelo a su mujer entre sollozos, el criminal se encargaría de lanzarle un navajazo en la región escapular izquierda, a la altura de la espalda, del que tardaría en recuperarse 25 días.

Segunda víctima mortal

Ante la barbaridad que había perpetrado, un sobrino suyo, Ángel Salgado, no dudó en recriminarle el obsceno acto de haberle dado muerte a su sobrina y herir al marido de esta, circunstancia que sería su sentencia de muerte, pues su tío no estaba precisamente para bromas ni para escuchar los reproches de nadie. Al igual que había hecho con sus otras dos víctimas, le inferiría una tremenda puñalada en el vientre que le provocaría una peritonitis de la que fallecería al día siguiente.

A partir de ese momento, cuando se atisbaba ya la noche, Victoriano iniciaría una huida hacia ninguna parte. Se acercó hasta la fábrica de harinas de Torrelobatón y se arrojaría a una presa, de la que saldría sano y salvo, aunque completamente encharchado. Fue entonces cuando se dirigió hacia el molino en el que trabajaba su hermano. Allí le confesaría con pelos y señales lo que había hecho.

En muy poco tiempo fue detenido por dos agentes de la Guardia Civil, quienes lo condujeron hasta el Juzgado de Mota del Marqués. Ante la presencia del juez, Victoriano volvería a confesar su doble crimen, aunque en principio hasta él mismo llegó a pensar que le había dado muerte a tres personas. Como no podía ser de otra forma, el juez decretó su inmediato ingreso en prisión.

Pena de muerte e indulto

En los primeros días de mayo de 1901 cuando alboreaba el nuevo siglo, Victoriano Rodríguez Prieto compareció ante la Sala de lo Penal de la Audiencia Provincial de Valladolid, levantando una gran expectación y la lógica indignación de sus vecinos, en un pequeño pueblo en el que cada vez quedaban menos almas. Tanto él como el letrado que se encargó de su defensa quisieron descargar sus culpas sobre el alcohol, aduciendo que esa noche había tomado nada más y nada menos que nueve cuartillos de vino, aunque tanto el tabernero como sus allegados manifestaron que podía haber bebido mucho más.

La acusación particular solicitó dos penas de muerte, aduciendo el agravante de superioridad sobre su sobrina. Igual pena solicitó el fiscal, así como una indemnización que se cifraba en algo más de 30.000 pesetas de la época para sus víctimas. Fue condenado a la última pena, aunque finalmente el Rey Alfonso XIII, con motivo del año de su coronación, se apiadaría de aquel hombre que una tarde de otoño había llevado el horror y la sangre a un pequeño pueblo de los Montes Torozos.

Su salida de la cárcel, alrededor de los años veinte del siglo pasado, no harían de él una mejor persona. Sería detenido de nuevo cuando ya era un hombre maduro a consecuencia de unas lesiones que le provocó un vecino. Y es que algunos, ni siquiera en las peores circunstancias, son capaces de enderezar su enrevesado rumbo.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.