Soria: un seminarista degüella a dos de sus hermanas en Carrascosa de Abajo

Carrascosa de Abajo, en una foto de principios del siglo XX

Fue un suceso que ocurrió en la España de principios del siglo XX, en la que las sotanas gozaban de un gran poder. Su influencia era superior, en algunos casos, al propio poder civil y cualquier decisión que de ellos emanase se percibía con sagrado respeto por parte de las propias autoridades del país. A veces, en aquel país agrícola, pobre y atrasado, también pecaban quienes administraban aquellos inviolables sacramentos y principios religiosos, siendo un buen ejemplo de este último un seminarista soriano, Víctor Marcelino Crespo y Crespo, un joven de 26 años que estaba a punto de ser ordenado sacerdote, que degollaría a dos de sus hermanas en la noche del ya muy lejano 19 de agosto de 1908.

Este muchacho, que siempre -según sus propias palabras- había mostrado una gran vocación religiosa, aunque apuntaba a que no era capaz de seguir el ritmo de sus compañeros. Ya había recibido el tonsurado, que era uno de los grados previos para su ordenación sacerdotal, pero aquella supuesta proclividad religiosa había sufrido en los últimos tiempos un severo contratiempo. Y es que el joven era humano, al igual que todo el mundo, y se había enamorado profundamente de una joven de similar edad a la suya, sintiendo repentinamente otra llamada distinta a la de sus creencias.

Fue entonces, con ese enamoramiento que él mismo se encargaría de negar en reiteradas ocasiones ante las autoridades, cuando concibió un modo distintos de vida al que habían planeado sus padres, en un tiempo en el que disponer de un miembro del clero en la familia suponía todo un honor. Víctor Marcelino Crespo era el único varón de aquella numerosa prole de seis hijos que sus padres habían concebido en la pequeña localidad de Cascajosa de Abajo, situada al suroeste de la provincia de Soria y que contaba entonces con cerca de 400 habitantes, cifra muy superior a la de hoy en día que apenas tiene censadas a 20 personas.

Matar a toda la familia

Quienes lo trataban de cerca habían constatado que algo no marchaba bien en la vida de aquel muchacho. Algunas reacciones suyas no eran precisamente normales, aunque hay que tener en cuenta que en la época los estudios psicológicos estaban todavía en pañales y apenas se les hacían caso, cuando no estaban duramente estigmatizados por una sociedad costumbrista y reaccionaria. Se dice que el seminarista había concebido la posibilidad de dar muerte a toda su familia, compuesta por su madre, su padre había fallecido, sus cinco hermanas y dos tías que convivían en un mismo domicilio. Su objetivo era quedarse con todo el patrimonio del clan para desertar de su vocación religiosa y, supuestamente, casarse con la muchacha de la que se había enamorado.

Así, en la noche de aquel día de verano del año 1908, Víctor Marcelino Crespo, provisto con una navaja de afeitar dejaría una oscura huella en aquel pequeño pueblo que le había visto nacer. La utilizaría para degollar a dos de sus hermanas, Paulina, de 19 años y Benita, de 12. La primera de ellas fallecería prácticamente en el acto, ya que el arma asesina le seccionaría la tráquea, la yugular y el esófago. La pequeña de estas dos jóvenes resistiría algo más de 24 horas, pero las mortales heridas inferidas por su propio hermano eran demasiado graves para aventurar su recuperación, que, desgraciadamente, no llegaría a producirse.

Una vez cometido aquel macabro doble crimen, el seminarista, reconvertido en cruel asesino, trató de alterar el escenario del suceso como hacen casi todos los criminales, aunque sin ningún éxito. Simularía un posible asalto a su vivienda para lo que colocaría una escalera que comunicaba el tejado con el resto de la vivienda, haciendo un hueco en la parte superior con el objetivo de insinuar el lugar de entrada y salida de los asaltantes. Al mismo tiempo, efectuaría varios disparos con una escopeta de caza y se desharía del arma homicida.

Pero, como ocurre casi siempre, la coartada del asesino no tendría credibilidad alguna entre los agentes de la Guardia Civil, quienes le detendrían al día siguiente de haber perpetrado el doble crimen. Conseguiría fugarse y se tiraría a un pozo que no tenía suficiente agua para ahogarse. Detenido por segunda vez, sugirió a sus captores que le diesen muerte, al tiempo que les mostraría el arma homicida, siendo aquí cuando les manifestaría que había concebido el plan de asesinar a toda su familia.

Pena de muerte

En marzo del año 1909 se celebraría el juicio en la Audiencia Provincial de Soria contra el doble asesino de Cascajosa de Abajo, que levantaría una gran expectación, tanto por la crueldad como por las circunstancias en que se había producido aquel macabro suceso. Fueron llamados a declarar un total de 18 testigos, siendo de especial relieve el testimonio prestado por los peritos que se encargaron de examinar al joven, quienes descartaron que sufriese algún problema de salud mental grave.

No declararon lo mismo ni sus carceleros ni tampoco los religiosos que habían mantenido contacto con él en los seminarios de Sigüenza y Burgo de Osma. Todos ellos manifestaron que habían presenciado reacciones de sonambulismo por parte del encartado, aunque este es un extremo que nunca se pudo corroborar.

Su propio abogado defensor se encargaría de manifestar que se encontraban ante un caso muy difícil. La Audiencia le condenaría a la pena de muerte, que sería ratificada tiempo después por el propio Tribunal Supremo. A raíz de esta decisión, las fuerzas vivas de la provincia de Soria, así como las autoridades civiles y religiosas se movilizaron en un amplio despliegue con el objetivo de alcanzar el ansiado indulto, que llegaría un año después, en 1910, cuando un decreto del Consejo de Ministros y firmado por el propio rey Alfonso XIII le concedía el ansiado perdón, siendo substituida la pena capital por la accesoria de cadena perpetua.

En alguna cárcel española se le pierde definitivamente la pista al antiguo seminarista soriano Víctor Marcelino Crespo y Crespo, que hace ya muchos años, en un suceso que ni siquiera recuerdan ya los más viejos del lugar, tiñó de sangre una pequeña localidad que hoy se debate en otra sangría distinta a la llevada a cabo por este pobre crápula, que es la demográfica, que quizás tampoco tenga remedio.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.