Cuenca: tres muertos en una reyerta por el arriendo de una finca en Ribatajada

Sucedió en la España que se dirigía al desarrollismo, fruto de los planes de estabilización, en una pedanía y término municipal que se verían seriamente afectados por el Éxodo rural masivo a las principales ciudades y centros industriales del país, tal era el caso de Ribatajada, que todavía contaba con ayuntamiento propio. Una localidad situada entre la las comarcas de la Alcarria y la Serranía de Cuenca, al norte de la provincia, a 35 kilómetros de la capital provincial.
Como muchas otras de toda España, sus habitantes vivían de la agricultura y, en este caso, la viticultura, en una época y un tiempo en los que ambas actividades a duras penas daban para sobrevivir. De ahí que el abandono intensivo de esta pequeña localidad en las siguientes décadas la dejase en menos de un centenar de habitantes, con los que cuenta en la actualidad, frente a los más de 500 que tenía en la década de los sesenta.
A ello se añadía que las tierras y las parcelas eran un bien escaso en los tiempos conocidos como los de la «pertinaz sequía», siendo un conflicto de arriendos entre vecinos lo que suscitaría una reyerta que se saldaría con tres muertos. Demasiados para una localidad tan pequeña que vería como a medida que pasaban los años su demografía mermaba de forma muy brusca.
El día de autos, sábado, 2 de abril de 1960, se encontraba Casimiro Domínguez, un hombre de 59 años, casado y padre de tres hijos, en compañía de uno de sus vástagos, Heliodoro, de 29 años, cortando sarmientos en el paraje conocido como Valdenarros. La finca era propiedad de un tercero, Castor Morillas de Julián, de similar edad a Casimiro. El propietario acertó a pasar por allí en el momento en que padre e hijo estaban haciendo aquel trabajo y entabló conversación con el primero, manifestándole que había llegado el momento de arrendarle la finca a otra persona que probablemente le ofreciese una mayor renta.
Tiros
Supuestamente, aquel comentario en el que le dejaba a las claras sus intenciones, no fue del agrado de Casimiro Domínguez, lo que suscitó una acalorada discusión entre el propietario y el arrendatario. De las palabras se pasaron a los hechos. Además, de forma muy trágica. Castor Morillas de Julián, un antiguo represaliado republicano, sacó de uno de los bolsillos de su pantalón un arma corta con la que apuntó sobre Casimiro. Efectuaría dos disparos que resultaron insuficientes para terminar con su vida. Con un tercero conseguiría abatir a su hijo Heliodoro.
Pero a quien había iniciado aquel sucio juego se le escasquilló el arma y no pudo proseguir con su cacería. Sin embargo, iba prevenido y no dudó en emplear un cuchillo que portaba consigo para rematar con la vida de Casimiro Domínguez. Enfurecido y fuera de sí por lo que había hecho con su padre, Heliodoro Domínguez, desarmado, se lanzó a la desesperada a por el hombre que había dado muerte a su progenitor. Herido de bala y todo iniciaría una lucha cuerpo a cuerpo en la que recibió un total de siete cuchilladas, que a la postre resultarían fatales.
En el transcurso de aquella desigual lucha, el hijo de Casimiro consiguió arrebatarle el cuchillo al verdugo de su padre. Con el mismo, le daría muerte, convirtiéndose aquella tarde de sábado en la más aciaga de aquel pequeño pueblo que parece perderse en la Serranía de Cuenca. Trasladado de urgencia a un centro sanitario, aunque con heridas que revestían demasiada gravedad, Heliodoro Domínguez fallecería tan solo dos días más tarde de aquel trágico y sangriento acontecimiento que empañaría para siempre la primera primavera de los sesenta en aquel pequeño municipio.
Un trágico balance de tres muertos a consecuencia de una reyerta por tierras dejaba tras de sí un inútil enfrentamiento en una localidad que estaba condenada a convertirse en un núcleo más de la España vaciada, en la que sobran muchos terrenos cultivables por falta de mano de obra. Esa misma que otrora abandonaba estos preciosos parajes por que en ellos no se vivía dignamente.
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