Jaén: Asesina a su esposa, a su suegro y a un guardia civil en la aldea de La Hortichuela (Alcalá la Real)

Remontarse a la España de 1902 es acercarse a un pasado remoto que carece de cualquier parangón con la actual. Un país eminentemente rural en el que sobrevivir era una aventura. Todavía predominaban viejos valores como un honor malentendido o una honradez que en nada se corresponden con los actuales. La criminalidad era bastante más alta que en la actualidad y, si nunca tiene justificación un acto sangriento, mucho menos lo tenían algunos episodios ocurridos aquel mismo año que marcarían a ciertas zonas y localidades del país, en las que terminarían por convertirse en auténticas leyendas.
Uno de esos lamentables acontecimientos que han llegado a través de la tradición oral ocurrió en la pequeña aldea de La Hortichuela, perteneciente al término municipal de Alcalá la Real situado en Sierra Sur de Jaén, el día 28 de abril de 1902, siendo protagonizado por un individuo llamado Julián Luque, al que la prensa de la época define como «sujeto de pésimos antecedentes», quien daría muerte a tres personas en el transcurso de una jornada que terminaría por soliviantar al vecindario de una pacífica y tranquila localidad.
Todo comenzó en la mañana de aquel día cuando la esposa del criminal María Palomino se encaminaba con su cuñado Juan Sánchez a realizar algunas tareas agrícolas propias de la zona. Armado con una escopeta disparó sobre el hermano político de su mujer, quien gracias a su pericia y a que consiguió huir del lugar, salvó su vida. No corrió la misma suerte quien era su mujer, a la que Julián dio muerte después de inferirle hasta cinco cuchilladas, algunas de las cuáles le atravesaron órganos vitales, terminando con su vida prácticamente en el acto.
Asesinato de Santiago Palomino
Presa de un furor exacerbado, desconociéndose el porqué de un comportamiento tan extremadamente violento, se dirigió en el mulo en el que venían montados su esposa y su cuñado a la casa de su suegro, un anciano llamado Ángel Palomino, quién debido a los problemas propios de su avanzada edad, se encontraba postrado sobre su cama. Allí, sobre su camastro, lo encañonó con la escopeta que portaba y que situó sobre su pecho, para con un solo tiro destrozarle el cráneo. Sin embargo, la gran tragedia todavía no había terminado.
Avisados los agentes de la Guardia Civil de Alcalá la Real montaron un dispositivo de con el fin de dar captura al hombre que ya había asesinado a dos personas. En un paraje conocido como Pilas de la Fuente Soto, Julián mantendría un gran enfrentamiento con los dos agentes que intentaron detenerle, conocidos como Lendinez y Perea. Allí se entablaría un tiroteo entre los miembros de la Benemérita y el asesino, que se saldaría con la muerte a tiros del agente Perea, cuyo cuerpo permanecería en el lugar de autos desde su deceso, acaecido en la tarde del 28 de abril de 1902, hasta el día siguiente.
Mientras esto sucedía y en vista de las dificultades que presentaba la detención y captura de Julián Luque, un hombre que se dedicaba a la venta de pólvora y armas, por lo que conocía perfectamente su manejo -además de estar extraordinariamente surtido-, se suman a su caza un grupo más numeroso de guardias civiles y también guardas de campo. Se enfrentaban a lo que la prensa de la época calificaba, no sin acierto, como «La fiera humana», por su terquedad y resistencia ante el grupo de perseguidores, a lo que se añadía su más que acreditada peligrosidad y sus no menos terribles antecedentes.
Atrincherado
Julián Luque se atrincheró en su propia casa, siendo cercado por la Guardia Civil y los guardas que se habían sumado a su captura. Actuaron con muchísima precaución ante la peligrosidad que revestía para sus vidas enfrentarse a aquel hombre que había perdido el norte y tal vez también su alma. Se intenta entablar un diálogo imposible con él a través de una hermana suya, quien trata de persuadirle para que deponga su actitud y se entregue a las fuerzas del orden, pero aquel hombre no quiere escuchar a nadie.
En un momento dado, Julián lanza a través de una ventana numerosos billetes que dice que «son para los enterradores». Después del estrecho cerco al que es sometido y a la vigilancia que le ha hecho el guardia Lendínez, quienes están fuera de la vivienda escuchan detonar un disparo. Ha sido el propio criminal que con la misma arma con la que había dado muerte a su suegro y a uno de los miembros de la Benemérita había decidido poner fin a su propia vida, descerrajándose el cráneo. Los agentes que custodiaban la vivienda encontrarían su cuerpo sin vida en una de las habitaciones del piso de la casa.
Concluía así una terrible odisea que se había prolongado a lo largo de más de 24 horas y que había mantenido en vilo a los vecinos de Alcalá la Real, para nada acostumbrados a hechos similares. Terminaba también la vida de un individuo que dejaba cuatro hijos huérfanos y que le había provocado esa misma orfandad a la hija del guardia civil Perea, fallecido a consecuencia de los disparos que se intercambiaron en Pilas de la Fuente Soto.
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