Lugo: asesina a dos jóvenes hermanos en el municipio de O Corgo

Las viejas rencillas y enfrentamientos ancestrales han estado muchas veces en el origen de sangrientos episodios que marcaron a muchos lugares del extenso rural gallego. Diferencias y discordias mal gestionadas, unidas a un cierto orgullo innato para demostrar quien era el verdadero amo de esos pequeños micronúcleos de población fueron el semillero perfecto para que esas desavenencias se canalizasen de forma muy trágica y terminasen de la peor forma posible. Afortunadamente, con el paso de los años, esa mentalidad ha ido cediendo el paso a nuevos enfoques vitales que en nada se parecen a los de antaño, a lo que se suma que el mundo rural gallego ha perdido más del 70 por ciento de la población que tenía en otros tiempos.
A esas épocas un tanto remotas hay que dirigirse para narrar el siguiente capítulo de la crónica negra y también a uno de esos pequeños núcleos que conformaron los principales centros de actividad de la Galicia de otrora. Las relaciones entre dos familias de la pequeña aldea de San Cristovo de Chamonoso, perteneciente al municipio de O Corgo, en pleno de centro de la provincia de Lugo y distante poco más de diez kilómetros de su capital, eran tirantes desde hacía tiempo, a lo que se añadían algunos problemas de celos ocasionados por un sujeto, Pedro Quintela Castedo, conocido como Verdeal, que pretendía imponer su ley por dónde quiera que él pasase. De las palabras pasaría a los hechos en la noche del día 11 de enero de 1923.
Desde hacía bastante tiempo el individuo en cuestión tenía cierta ojeriza hacía dos jóvenes de edad similar a la suya, frisando todos ellos los veinte años, a lo que se había unido la presunta disputa por una mujer que había generado algunos celos en Pedro Quintela. Tanto era así, que este último controlaba todos los pasos que daban los hermanos José y Evaristo Rodríguez Díaz, que iban a convertirse en sus tristes víctimas en una fría y gélida noche del mes de enero de hace ya más de un siglo. Incluso los había amenazado en diferentes ocasiones, principalmente al primero de ellos.
Disparos
Aquella dramática noche, Verdeal se proveyó de valor y, según declararía un tabernero en cuyo establecimiento había estado, también de alcohol, para acometer a ambos hermanos, aunque aquel doble crimen, según se demostraría en el juicio, había sido premeditado y hacía algún tiempo que su autor venía planificándolo. Solamente estaba esperando el día y el momento más oportuno para llevarlo a cabo, sin importale las consecuencias que del mismo se derivasen. Su levantisco carácter era propicio para pretender demostrar que quien verdaderamente era el amo y señor de su aldea era él mismo.
Los dos hermanos Rodríguez Diaz habían estado aquella misma noche en la casa de un familiar, Ricardo Rodríguez. Se supone que festajando algún acontecimiento propio de las fechas, tales como una matanza o similar. Alrededor de las once se dirigieron a su domicilio para lo que debían atravesar por el agro de Fornal, circunstancia conocida por Pedro Quintela, su ínclito adversario y persona que gozaba de muy pocas simpatías, nacido en la vecina parroquia de Argemil.
Nada más encaminarse por aquel lugar y pillando completamente desprevenidos a los dos jóvenes, Verdeal efectuó dos disparos, prácticamente a bocajarro, sobre José Rodríguez Díaz a quien destrozaría la artería ilíaca izquierda, a la altura del abdomen, que le dejarían exangüe prácticamente en el acto, cuando se encontraba a muy pocos metros de su domicilio. Se cuenta en el sumario que uno de los testigos pudo escuchar los gemidos de una de las víctimas, que literalmente decía: «¡Ay, que me ha matado Verdeal!
Evaristo Rodríguez, al ver la desgraciada suerte que había corrido su hermano José, inició una inútil carrera hacia ninguna parte, pues un disparo asesino de Pedro Quintela terminaría con su vida prácticamente en el acto, después de que el único tiro que efectuó el criminal le perforase la arteria subclavia, a la altura del cuello. En una oscura noche de invierno quedaban dos cadáveres ensangrentados ante la pérfida luna de enero, siendo descubiertos poco tiempo después por su madre y algunos de sus familiares, quienes inmediatamente pusieron nombre y apellidos al homicida, quien sería detenido poco después en compañía de un cuñado suyo que fue puesto en libertad cuando se aclaró el sangriento suceso.
Dos penas de muerte
En mayo del año 1924 se celebró en la Audiencia Provincial de Lugo el juicio por un doble crimen que había consternado a una provincia que no era precisamente pródiga en sucesos sangrientos. El fiscal encargado del caso solicitó desde el primer momento la máxima pena que contemplaba el ordenamiento jurídico vigente en la época, que no era otra que la pena de muerte, dos en este caso al haber dos víctimas mortales. Se le acusaba de un doble asesinato con todas las agravantes que concurrían. Premeditación, alevosía y nocturnidad.
Desfilaron distintos testigos que ratificaron el carácter arisco y pendenciero de Pedro Quintela Castedo, a quien definían como un personaje engreído y con pocos amigos, que además era hijo de un rico hacendado de la zona. Fue entonces, en el transcurso de la vista oral, cuando salió a colación los supuestos celos que habría despertado en el asesino la amistad que José mantenía con una joven que era prima de este, Manuela Rodríguez, cuyo matrimonio con su primo había estado en las conversaciones familiares, a pesar de que esta última mantenía un discreto noviazgo con Verdeal.
Se pusieron también de manifiesto las turbias relaciones que mantenía el doble criminal con los hermanos asesinados, quienes sí gozaban del aprecio y simpatía del resto del vecindario, hasta el punto de sentir todos ellos una gran estima. Llama la atención que una de las pocas personas que escuchó los disparos los atribuyese a alguna fiesta que hiciesen los propios jóvenes, pues era muy común que efectuasen tiros al aire cada vez que salían de juerga.
Finalmente, Pedro Castedo Rodríguez sería condenado a las dos penas de muerte que solicitaba el Ministerio fiscal, las cuales serían ratificadas en recurso de casación por el Tribunal Supremo. La última esperanza del doble asesino de O Corgo era la benevolencia del Consejo de Ministros y el propio Rey, que en esta ocasión se apiadaron de la adversa fortuna de Verdeal, quien vio conmutada la pena capital por la accesoria de cadena perpetua, al tiempo que debía indemnizar con 20.000 pesetas de la época, que era toda una fortuna, a los padres de sus dos víctimas.
Concluía así un trágico y sangriento episodio que despertó la indignación y la consternación de toda la provincia de Lugo, al tiempo que algunas de sus fuerzas vivas se movilizaron en contra de la pena de muerte, una medida demasiado drástica e ineficaz, como lo demuestran los hechos. Su conmutación permitiría al autor de un doble crimen, que ya parece perderse en la noche de los tiempos, disfrutar de su existencia hasta 1956, año en que aparece una esquela dando cuenta de su deceso en el diario lucense El Progreso.
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