La Rioja: una mujer y una niña muertas a palos en Sojuela

Otro triste episodio más de la posguerra, que en aquel entonces ya era doble, pues a la española había que sumar la europea tras el cese definitivo de las hostilidades en los distintos frentes continentales, a pesar de que todavía quedaban los últimos rescoldos en la lucha contra el irreductible imperio de Japón. En aquella España, de pan de centeno y cartillas de racionamiento se malvivía y se iba trampeando en el día a día como se podía y los sucesos también eran el pan nuestro de cada día, a pesar de su escaso reflejo en los medios de comunicación.
En esas difíciles circunstancias un señalado día de la época, el 25 de julio de 1945, festividad del Apóstol a quien se le atribuía el patronazgo de España, en una pequeña localidad de La Rioja, Sojuela, situada a tan solo 15 kilómetros de su capital, Logroño, iban a aparecer los cuerpos sin vida de una mujer viuda de 60 años de edad, Jacinta Lacalle Ramírez y su nieta Rufina Bravo Santamaría, de tan solo seis años de edad, en medio de impresionantes charcos de sangre, después de que los vecinos las echasen en falta en aquella festiva jornada en todo el territorio español. A nadie le cabía ninguna duda que se trataba de un crimen, pues tanto la mujer como la pequeña presentaban evidentes signos de violencia.
Puestos los hechos en conocimiento de la Guardia Civil de Nalda, encargada del orden en aquellas pequeñas localidades riojanas, se pusieron manos a la obra para esclarecer aquel doble crimen que había sobresaltado y conmocionado al pueblo de Sojuela, más famoso por su buenos vinos y bodegas que por los hechos luctuosos, aunque se tuviesen que enfrentar a un acontecimiento que para nada usual por aquella zona.
Detención en Logroño
Después de atar cabos y hacer las investigaciones oportunas, se comenzó a sospechar de la participación en aquel doble crimen de un hombre de mediana edad, Julio Peña Blanco, natural de la también localidad riojana de Nájera, que residía en el casco histórico de la capital riojana y que hasta aquel momento había permanecido ingresado en su antiguo Manicomio Provincial, después de que sus propios familiares denotasen un comportamiento anormal en el que no faltaban algunos brotes de violencia, llegando incluso a poner en peligro la vida de su propia esposa.
El autor del doble crimen sería detenido en torno a las once de la mañana del día siguiente a su comisión en la calle Norte de la capital riojana. Sin oponer resistencia, explicaría con pelos y señales lo que había hecho en el transcurso de la jornada de autos, así como cuáles eran sus proyectos de futuro, que para nada eran pacíficos e incluían venganzas contra el resto de los miembros de su familia, a quienes acusaba de haberlo arruinado personal y económicamente.
Julio Peña Blanco comentaría en el transcurso del interrogatorio que el mismo día en el que perpetró el doble asesinato se había fugado del centro de salud mental. Posteriormente se dirigió a casa de Jacinta Lacalle, que era una tía suya. Allí se la encontró en la cocina en la mañana del día de la festividad del Apóstol Santiago. Sin mediar palabra, con un palo de roble la emprendió a golpes hasta que le provocó la muerte, dejándola en el suelo en medio de un gran charco de sangre.
El mismo ritual que había hecho con su tía, lo repetiría con la nieta Rufina Bravo, una criatura de muy corta edad, que apenas pudo hacer resistencia al duro embate de su verdugo. La pequeña se hallaba en su cama y no tuvo tiempo de reaccionar cuando el criminal la emprendió a golpes con el mismo palo que había sacudido a su tía, hasta terminar con su vida. Permanecería en Sojuela hasta las dos de la tarde de ese mismo día, trasladándose posteriormente hasta el que había sido su domicilio, sito en la mencionada calle del Norte, donde fue detenido por agentes de la Guardia Civil.
Venganzas
En el transcurso del interrogatorio ante la Guardia Civil manifestaría su intención de emprender una sanguinaría ruta que tenía como objetivo el resto de los miembros de su familia, principalmente sus cuñados, a quienes responsabilizaba de haberlo recluido en el manicomio del que se había fugado, así como también de su supuesta ruina, tanto económica como personal.
El detonante de su ingreso en el centro de salud mental había coincidido con el día de la festividad de San Bernabé, de gran tradición en la capital riojana. En la mañana del día 11 de junio de 1944, provisto de una escopeta de cañones recortados, había efectuado un disparo contra su propia esposa en la Plaza de Abastos de Logroño, provocándole lesiones de consideración en la región torácica y ocasionando también la lógica alarma por su actitud, que no se correspondía con los parámetros de una persona normal.
Debido a su grave estado psíquico, no se celebraría juicio en su contra y reingresaría en el mismo centro del que se había fugado el 25 de julio de 1945. Quizás debido a su grave enfermedad, su vida se apagaría tan solo tres años después de haber cometido aquel doble crimen que soliviantaría a una pacífica y preciosa localidad en la que las grandes noticias proceden única y excluisvamente de los extraordinarios caldos que allí se cosechan y por los que merece la pena visitarla.
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