Asturias: asesina a dos de sus hermanos y a un cuñado en San Martín de Podes

Los difíciles y complicados años de la posguerra española dejaron más que un disgusto. Se sucedían los episodios sangrientos, pese a que apenas salían reflejados en la prensa. En el mejor de los casos, y este es un claro ejemplo, se limitaban a ofrecer unas pequeñas notas breves, no saliendo nunca muy resaltadas a fin de evitar que cualquier lector no muy avezado pudiese enterarse de esas cosas que, según la propaganda oficial, «en España no pasaban».
Pero vaya sí ocurrían, siendo quizás la etapa más sangrienta del franquismo en cuanto a número de sucesos y también por la cifra de víctimas. Ningún territorio del país era ajeno a los brotes de violencia, algunos de los cuáles dejarían una gran impronta en aquella localidad en la que ocurrían, máxime si tras de sí había un reguero de sangre y muerte que causaba el asombro y la estupefacción de propios y extraños.
Uno de esos dramáticos y truculentos acontecimientos ocurriría en uno de los puntos más bellos de la costa asturiana, San Martín de Podes, pequeña parroquia peretenenciente al concejo de Avilés. Un lugar paradisíaco ideal para hacer una escapada o disfrutar de unas espléndidas vacaciones. Sin mucho ruido, sin mucha gente y, ante todo con mucha calma, a pesar de que un ya lejano día del otoño de mediados de siglo pasado se vería bruscamente interrumpida por la furibunda e incomprensible reacción de uno de sus vecinos, quien no tuvo reparo a la hora de disparar contra los miembros de su familia, quizás debido a cuestiones patrimoniales.
Discapacitado
En el atardecer de aquel 9 noviembre de 1950 se encontraba reunido con su familia, pero armado, Francisco Fernández García, de 45 años de edad, quien había sufrido una parálisis que le afectaba a sus extremidades inferiores, probablemente a causa de algún accidente, lo que quizás no hacía presagiar ninguna peligrosidad. O eso al menos pensaban quienes lo trataban directamente, entre ellos su propia familia.
El individuo en cuestión había vivido en la emigración americana, como tantos de su tiempo, regresando definitivamente a España en el año 1939. Al parecer, gracias a su esfuerzo como emigrante que le había costado incluso su propia salud, había ganado una cierta cantidad de dinero con la que había contribuido a reparar y adecuar la vivienda de su familia, sita en el caserío de la Olvorosa, un clásico entorno rural muy propio de Asturias y Galicia. Quizás, ahí comenzaron las desavenencias con el resto de los miembros de su familia. Lo cierto es que Francisco provocaría una tragedia de la que todavía se habla hoy en día en esta parroquia del litoral astur.
Como quien no quiere la cosa, en el transcurso de aquella reunión y sin venir a cuento, no tuvo reparo alguno en iniciar un tiroteo en el interior de la casa en la que se encontraban, a pesar de sus dificultades de movilidad, pues la incapacidad le afectaba a las dos piernas y prácticamente no podía moverse. Gracias a esto último, quizás consiguió salvar su vida su hermana Amanda, la única superviviente del dramático trance, además del susodicho homicida.
No corrieron esa misma suerte sus hermanos Alejando y María de la Concepción, algo más jóvenes que quien iba a convertirse en su verdugo. Ambos fallecieron prácticamente en el acto, nada más disparar Francisco en contra de ambos. Tres tiros de arma corta fueron suficientes para terminar con sus vidas. En el transcurso de la refriega también heriría de extrema gravedad a su cuñado Silvestre Montero, quien no conseguiría superar las lesiones y fallecería unos días más tarde en el Hospital de Avilés.
Después de haber perpetrado lo que en un principio era un doble crimen, que se vería acrecentado días más tarde, el triple homicida intentó terminar con su propia vida, o tal vez eso simuló, pues no empleo fuego de arma corta como había hecho contra sus víctimas sino que empleó una cuchilla de las utilizadas para rasurar la barba, con la que se haría varios cortes en un brazo. De us lesiones, muy superficiales, se recuperaría en un plazo breve de tiempo. Sin embargo, la memoria y los efectos de la tragedia perdurarían durante mucho tiempo.
30 años de cárcel
En la última semana de enero del año 1953, algo más de dos años después del triple crimen de San Martín de Podes, tendría lugar el juicio contra Francisco Fernández García, en la Audiencia Provincial de Oviedo, en medio de una gran expectación. A todo ello se añadía el hecho de que el fiscal solicitaba para el acusado tres penas de muerte, una por cada uno de los asesinatos, si bien es cierto que ya antes de celebrarse el juicio había modificado sus conclusiones provisionales.
Aquel hombre, que en el momento de ser juzgado frisaba ya la cincuentena y que en sus años mozos había cruzado el Océano Atlántico con destino a Cuba, la bella perla del Caribe que otrora había sido el dorado que perseguían muchos emigrantes gallegos y también astures, sería condenado a un total de 30 años de prisión, así como a satisfacer una cuantiosa indemnización a los herederos de los familiares a los que había dado muerte. De hecho, en 1957, saldrían a pública subasta algunos de sus bienes para hacer frente a la responsabilidad civil derivada del triple crimen de San Martín de Podes.
Su estancia entre los muros de la cárcel, quizás debido a la grave discapacidad que sufría, se vería excepcionalmente acortada, reduciéndose la misma a poco más de cinco años, merced a un indulto del que se vería beneficiado, firmado por el entonces ministro de Justicia Antonio Iturmendi. Una orden del 16 de febrero de 1956, publicada en el Boletín Oficial del Estado el 5 de mayo del mismo, le concedía la libertad condicional a Francisco Fernández García, el mismo hombre que unos años antes había dado muerte a tres personas de su propia familia, y que en ese momento se encontraba cumpliendo condena en la Colonia Penitenciaria de El Dueso, en Cantabria.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias