León: asesina a cuatro personas de su familia en Sotillo de Sabero

El cuerpo sin vida del cuádruple asesino aparecería junto a la iglesia parroquial de San Pedro

Caben pocas dudas de que los «Locos años veinte» del siglo pasado lo fueron en diversos sentidos. Uno de ellos bien se puede decir que hacía una alusión prácticamente literal a la locura que supuestamente se vivía en lo concerniente a la crónica negra, pues en España se produjeron algunos episodios sangrientos que dejarían su impronta a generaciones venideras, que difícilmente podrían olvidar aquellas matanzas múltiples que se registraron en distintos puntos del territorio.

Uno de esos sanguinarios y crueles sucesos tuvo como escenario la entonces próspera cuenca minera leonesa, concretamente en su área nordeste, en la comarca de la Montaña de Riaño. Allí en la pequeña localidad de Sotillos de Sabero un individuo, de rebuscado y extraño nombre y calificado de «vago» por la prensa de su tiempo, Clodulfo Ruiz Sordo, de 32 años, dejaría una huella indeleble de la que todavía se habla en nuestros días tras dar muerte a cuatro personas de su familia, entre ellas un bebé de nueve meses, y posteriormente acabar con la suya propia en las inmediaciones de la iglesia parroquial.

Clodulfo Ruiz, el triste protagonista de este luctuoso acontecimiento, había estado trabajando en Francia en tiempos de la Primera Guerra Mundial, aprovechando la necesidad de mano de obra que se precisaba en el país vecino con motivo de aquella contienda. Sin embargo, al poco tiempo de su conclusión retornó a su tierra natal con la intención de hacerse con la herencia de su familia política, quien temía sus reacciones debido a su carácter arisco y violento, además de no sentir un mínimo de empatía hacia nadie. De hecho, se había separado de su esposa hacía algún tiempo, en una época en la que las separaciones matrimoniales estaban duramente condenadas por el resto de la sociedad.

De madrugada

Clodulfo Ruiz, insatisfecho de cómo marchaban las cosas en el plano familiar, preparó la horrorosa matanza en plena madrugada del día 21 de noviembre de 1923, aprovechando el silencio de la noche y los descuidos de sus víctimas que se encontraban plácidamente durmiendo. Se armó hasta los dientes para asegurarse plenamente su macabra faena. Llevaba consigo una escopeta de dos cañones y una pistola con 2 cargadores en los que cabían un total de 16 proyectiles. El sanguinario desenfreno estaba más que asegurado.

En torno a las dos de la madrugada de aquella fatídica jornada, el cuádruple asesino abrió un boquete en la pared para internarse en la casa de su suegra, en la que también residía su esposa,, quien dormía con su madre por el temor que le despertaba su marido. Sin pensárselo dos veces, como sucede casi siempre en estos casos, penetró en la habitación que ocupaba el hermano de su mujer,, Elías Álvarez González, a quien descerrajó el corazón de un solo disparo, suficiente para terminar con su vida. Sin embargo, su borrachera de sangre y terror en aquella otoñal noche de hace más de un siglo no había hecho más que comenzar.

Tampoco quiso perdonar la vida ni a la mujer de su cuñado ni siquiera al hijo de ambos, una criatura de tan solo nueve meses de edad. A la primera, Natalia González Gómez, de 31 años de edad, le dio muerte de dos disparos de pistola, rematándola con un tercer último tiro realizado con la escopeta que llevaba. También se aseguró de la muerte del recién nacido, José Álvarez González, a quien disparó en dos ocasiones en el corazón, terminando así de una forma vil y canallesca con la breve vida de un inocente, tal cuál fuese el más criminal de los Herodes.

Última víctima mortal y suicidio

Tras dejar ya tras de sí un total de tres muertos, que no eran pocos, se dirigió a la habitación de su suegra Genoveva González Sánchez, una mujer de 63 años de edad. Allí se encontraba su esposa y les contó a ambas lo que había hecho, quienes ya estaban alarmadas por el ruido de los disparos. A la madre de su esposa le disparó hasta tres tiros, dejándola exangüe prácticamente en el acto. Sin embargo, decidió perdonar la vida a quien era su mujer, a pesar de estar separados.

El motivo de la supuesta «clemencia» con su esposa no fue otro que su deseo de que sufriese y padeciese todo el tiempo que le pudiese quedar de vida, en la que tendría que hace frente a su existencia en soledad y con el truculento recuerdo de sobrevivir a una terrible tragedia que la marcaría de por vida. Además, había escrito una pequeña nota en la que ofrecía todos los detalles del porqué iba a llevar a cabo aquella espeluznante y horrorosa matanza, que se iba a convertir poco menos que en una leyenda en toda aquella pacífica comarca dedicada a la explotación del carbón.

Para concluir con su horrenda orgía, él mismo Clodulfo Ruiz Sordo, aquel hombre de malvivir y «vida licenciosa», que le atribuía la prensa de la época, decidió poner fin a su vida. Su cuerpo, con un único disparo que le había descerrajado los sesos tras dispararse en una sien, sería encontrado alrededor de las nueve de la mañana de aquel día del último tercio del mes de noviembre en el pórtico de la preciosa iglesia parroquial de San Pedro, que se convertía así en testigo mudo de un tremendo capítulo sangriento que pasaría a formar parte de los anales de la crónica negra española.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.