El crimen de Mediana de Voltoya (Ávila), una enigmática historia de celos que se intentó ocultar bajo un falso suicidio

El cadáver de la víctima apareció entre las estaciones de Mingorria y Velayos

Sucedió en aquel mágico 1965, en el mismo en que The Beatles actuarían por primera y única vez en una España que se debatía entre el desarrollismo, el éxodo rural y un progreso que parecía estar estancado. El día primero de noviembre, día de todos los Santos en la por muy entonces religiosa España, se conocería lo que algunos calificarían como el suceso del año, o mejor aún, el crimen del año. Tanto por lo enigmático del caso como por las circunstancias en que se produjo.

Entre las cajas de los rieles de las estaciones abulenses de Mingorria y Velayos aparecería el cadáver de un joven, desfigurado en parte, por lo que en apariencia parecía un suicidio, aunque como dice el clásico dicho, la policía no es tonta, y los forenses mucho menos, acostumbrados a bregar con todo tipo de retorcidas situaciones en las circunstancias más inverosímiles. Serían precisamente estos últimos quienes apreciaron en la víctima de aquel suceso, Juan Antonio Adanero del Nogal, un joven de 29 años, algunas lesiones que no eran compatibles con quien intenta quitarse la vida sino más bien de quien muere por la intervención de terceros, o sea un homicidio o asesinato, según la calificación judicial que se le conceda.

La Brigada de la Investigación Criminal de Madrid y la Guardia Civil se pusieron de inmediato manos a la obra para intentar esclarecer aquel trágico episodio que conmocionaría a una provincia, Ávila, una de las que estaba experimentando con mayor intensidad el éxodo rural hacia las principales áreas urbanas de la España de la época, y en la que, como en muchas otras de entonces, casi nunca sucedía nada. Esta vez se convertiría, sin pretenderlo, en uno de los principales focos mediáticos del país.

Atando cabos

Desde un principio los investigadores centraron su atención en un joven, familiar de la muchacha que mantenía un noviazgo formal con Juan Antonio, llegando a detenerlo en un primer momento, aunque siendo puesto en libertad a las pocas horas. En su breve interín de excarcelación, el detenido Enrique Jurado Heredero, de similar edad a la víctima, incluso concedería una entrevista al diario «Pueblo» en el que negaba cualquier implicación en la muerte del joven aparecido entre las vías férreas, aunque en su segunda detención explicaría con pelos y señales lo que había acontecido el día de autos.

En la jornada del 31 de octubre de 1965, fecha en que se produjo el crimen, había llegado a Mediana de Voltoya en su tractor procedente de Escalonilla, Juan Antonio Adanero, con la intención de verse con su novia, Gloria Galán Jiménez, de 25 años, con quien tenía la intención de contraer matrimonio en meses próximos. Estuvo esperando por su prometida e incluso departiendo con uno de sus hermanos, pues la apuesta joven se había trasladado a la capital abulense con la intención de visitar a su madre que estaba ingresada.

En cuanto regresó Gloria, esta quiso ir a buscar una rebeca que había dejado en el establo de su padre, un lugar un tanto complejo del que Enrique Jurado disponía de unas llaves para poder acceder por una puerta exterior. Aprovechando esta circunstancia, se coló en aquel espacio, esperando oculto con una horca, con cuyo mango propinaría un golpe, mortal de necesidad en la cabeza de Juan Antonio, quien a consecuencia del mismo quedaría inconsciente, aunque con vida. Su novia, al verlo y sin explicarse lo que había ocurrido quedó en estado de shock, sin poder articular palabra alguna. Mientras tanto, su agresor ocultó el cuerpo de la víctima bajo una mampara.

Instantes después se dirigió a una taberna del pueblo donde estuvo departiendo con algunos amigos y conocidos, quienes llegaron a preguntarle por el novio de su familiar, manifestando que no lo había visto. Se mostró preocupado por el estado en que se encontraba su prima, que le hacía suponer que quizás hubiese sufrido alguna agresión, aunque sin especificar más. Aquella noche se iría a dormir a casa del suegro de un amigo suyo, Doroteo Méndez, con quien compartiría camastro entre las once y las dos de la madrugada, ya que su anfitrión solo disponía de otra cama en la que dormiría un familiar suyo que se había hospedado en su casa ese mismo día.

Traslado del cuerpo

Con la ayuda de su amigo Doroteo, antes de cenar, trasladaría el cuerpo de Juan Antonio hacia otro lugar, a lo que accedió aunque no de buen grado. En el establo subieron a la víctima a lomos de una burra y lo dejaron en el mismo abrevadero en el que unas horas antes se había lavado la sangre que le impregnaba tanto las manos como las ropas el verdugo del muchacho, de manera que el agua le cubriese la cabeza. En este lugar se cercioró de la muerte del joven, propinándole un tajo a la altura de la yugular.

Posteriormente, se iría a cenar a casa del suegro de Doroteo y se interesarían por el estado de Gloria. Igualmente, montaría una expedición con el ánimo de saber que le habría ocurrido a Juan Antonio, cuyo paradero se había convertido en una gran incógnita, aunque nadie mejor que él conocía su destino. Incluso, sugirió la posibilidad de dirigirse hasta Escalonilla para saber si había regresado a su domicilio.

De madrugada, alrededor de las dos volvió a requerir la ayuda de Doroteo, a quien amenazó con malos modos llegando a decirle que «al igual que se lo he hecho a uno se lo hago a cien», para llevar el cadáver hasta las cajas de las vías del tren, tratando de simular un hipotético suicidio. Alrededor de las dos de la madrugada, cuando su compañero de cuarto se había dormido se dirigieron en el coche de Enrique Jurado hasta el lugar donde había depositado el cuerpo de Juan Antonio. Les ayudaría en la tarea del nuevo traslado una tercera persona, Ángel Batalla Méndez, a quien recogerían en el cruce de la carretera de Ávila.

En este nuevo acarreo del cadáver, a Doroteo, que fue el encargado de cogerlo por los pies, con el evidente nerviosismo se le cayeron las botas que llevaba puestas las víctima, que aparecerían a una cierta distancia de donde se encontraría el cuerpo. Lo depositaron recostado sobre uno de los raíles con la intención de que el primer tren que pasase lo destrozase y así poder simular un suicidio. Sin embargo, aunque desfiguraría en parte el cuerpo de Juan Antonio, no lo despedazaría tanto como para eliminar las evidentes huellas de un homicidio.

Regresarían de nuevo a Medina de Voltoya, a donde llegaron alrededor de las ocho de la mañana. Allí se interesaron de nuevo por la suerte que pudiera haber corrido Juan Antonio, así como por el estado psíquico en el que se encontraba Gloria. Aquella mañana de difuntos, en torno a las diez, se comunicaba la noticia del hallazgo del cuerpo sin vida de Juan Antonio Adanero del Nogal, cuyo cadáver estaba tirado sobre las vías del tren. En un principio se divulgaría la noticia de un posible suicidio después de que hubiese intentado estrangular a su novia, Gloria Galán Jiménez, pero las investigaciones realizadas a posteriori demostrarían que se encontraban ante un asesinato.

30 años de cárcel

El suceso, muy mediático en su época y que coparía las primeras páginas de los diarios nacionales, tendría su colofón en el juicio que tres años más tarde se celebraría contra el autor del asesinato y su principal cómplice, así como su colaborador. El abogado de la acusación solicitaría la pena de muerte para Enrique Jurado, quien en el transcurso de la vista en su contra manifestaría que dio muerte a Juan Antonio a consecuencia de los celos que sentía por su noviazgo con Gloria, quien, según su testimonio, le habría correspondido.

Finalmente, el principal encausado Enrique Jurado Heredero sería condenado a la pena de 30 años de reclusión mayor, acusado de un delito de asesinato, así como otros cinco años más de reclusión menor por los daños psíquicos y morales ocasionados a Gloria. Por su parte, su colaborador Doroteo Méndez sería condenado a 26 años y un día de prisión mayor, acusado de colaborador de necesario. Ambas penas serían ratificadas por el Tribunal Supremo, si bien es cierto que en el segundo caso se vería beneficiado de un indulto parcial por parte del Consejo de Ministros en el año 1973, rebajando su condena a quince años de prisión menor.

Por su parte, Ángel Batalla sería absuelto en su integridad. Además, ambos condenados deberían hacer frente a una responsabilidad civil que ascendía a 300.000 pesetas de la época a los familiares de Juan Antonio Adanero del Nogal, en tanto que también debían indemnizar con 75.000 pesetas a Gloria Galán Jiménez, concepto este que se satisfaría en relación con los daños morales ocasionados a la joven.

Se cerraba así un triste y misterioso capítulo que había comenzado con lo que parecía ser un aparente suicidio precedido por una agresión física a una mujer, pero que después evolucionó a lo que realmente era. Un asesinato en toda regla, que su autor principal quiso disfrazar de un hecho duramente reprobado en aquel tiempo, pero que terminaría volviéndose en su contra.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.