Albacete: un carabinero se suicida tras asesinar a tres personas en Casas Ibáñez
Nadie sabía lo que iba a ocurrir en aquel 1929, que sería recordado por su aplastante crisis económica que arrasaría los cimientos de la sociedad de posguerra tras el primer conflicto mundial. España, a pesar de su atraso, tampoco se libraría de sus dramáticas consecuencias. Seguía siendo un país eminentemente rural en el que sucedían muchos más episodios violentos que en nuestros días, aunque haya quien, aferrado a la tradición, sostenga lo contrario, a pesar de que los datos y las estadísticas reflejen otra realidad bien distinta.
Uno de esos capítulos de lo que en su día se denominó «España negra» se escribiría en el municipio albaceteño de Casas Ibáñez el primero de septiembre de 1929. La localidad, situada al nordeste de la provincia de Albacete, pertenece a la mancomunidad de La Manchuela y en la época en el que se produjo el triple crimen, que todavía hoy es recordado como una rémora de la historia entre los más viejos del lugar, era una zona eminentemente rural en la que predominaban y lo siguen haciendo unos espectaculares parajes naturales.
En esa fecha, mientras la localidad se predisponía a celebrar el último día de las ferias y fiestas en honor a San Agustín, un miembro del desaparecido cuerpo de Carabineros se encargaría de poner un triste colofón a un evento festivo que sería recordado por estar bañado en sangre. El agente Antonio Jiménez Martínez, de 43 años de edad y natural de la localidad murciana de Mulas y que llevaba ocho años en el puesto de la localidad daría muerte a tres personas como consecuencia de los celos y las supuestas infidelidades de su esposa.
Cuchilladas
Su primera víctima sería su propia esposa, a quien daría muerte después del almuerzo. Supuestamente le habría ordenado acostarse después de comer. Mientras la mujer se estaba desvistiendo, su marido se ensañaría con ella acuchillándola en repetidas ocasiones hasta causarle la muerte. Posteriormente se aprovisionaría de metralla suficiente para proseguir con su sanguinaria ruta. Llevaba consigo una pistola y dos cargadores.
Su siguiente víctima sería el cabo Pantaleón García Zomeño, encargado del puesto de Casas Ibáñez, que era quien supuestamente cortejaba a su esposa, lo que habría despertado los incontenibles celos de quien se iba a convertir en un triple criminal. Al parecer, lo sorprendió en su propia casa cuando se estaba desvistiendo y sin pensárselo dos veces los descerrajó de varios disparos que terminaron con su vida prácticamente en el acto.
Tras dar muerte a su superior, se dirigió a un patio donde se encontraban dos mujeres, que trataban de huir del lugar en el que habían escuchado los disparos por el temor que les habían infundido. Entre ellas se encontraba Enriqueta Gallego, que era la esposa del también agente del cuerpo Gregorio Medina. Al igual que había hecho con el cabo, descargaría el arma que portaba contra la mujer, que se convertiría en la tercera víctima mortal. Al parecer, esta última haría de alcahueta entre la esposa de Antonio Jiménez y la esposa de este último.
Huida y suicidio
Tras haber perpetrado el triple crimen y avisada la Guardia Civil de lo acontecido, Antonio Jiménez huyó del lugar con el arma mortal. En su huida efectuaría varios disparos contra un agricultor al que se encontró en el camino, aunque sin llegar a alcanzarle. Como si de un tétrico presagio se tratase, el triple asesino se refugió en los aledaños del cementerio de la localidad en la que sería cercado por agentes de la Benemérita. Antes de que estos le diesen alcance, él mismo sería el encargado de cerrar esta dramática historia descerrajándose los sesos con un disparo de la pistola que portaba.
Llama la atención la elevada cifra de huérfanos que dejaban tanto el asesino como sus víctimas y de la que se hace eco la prensa de la época, pues eran un total de 17 los vástagos que perdieron a sus respectivos progenitores en este sangriento suceso. El agresor y su esposa dejaban tres hijos por criar, en tanto que Enriqueta Gallego dejaba huérfanas a ocho criaturas y el cabo García Zomeño tenía seis hijos que no alcanzaban todavía la adolescencia. Una cifra que hoy en día se nos antoja muy elevada y es que en aquel entonces eran muy habituales este tipo de proles, que además no disfrutaban de la protección social que hay hoy en día. En algo, al menos, hemos mejorado.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias