Guipúzcoa: asesina a hachazos a tres personas en un caserío de Ataún

Un viejo caserío fue el escenario del triple crimen

Corrían los locos años veinte. Años de paz e inflación, principalmente para Alemania. España estaba a verlas venir a espaldas de una Europa que lentamente se recuperaba de la primera gran conflagración bélica mundial. Seguía siendo un país pobre y atrasado, con una inmensa población que se refugiaba en pequeñas localidades a la espera de que llegase su momento para emigrar. Sería precisamente en un pequeño pueblo, situado en un valle a los pies de una preciosa montaña que lo reviste de un atractivo especial cuando muchos vascos se verían tristemente sobresaltados por un trágico episodio que ya cuenta con más de un siglo de historia.

En el caserío de Andrelizeta, en el municipio vasco de Ataún, vivía una mujer viuda junto a tres de sus hijos, la esposa de uno de estos y dos nietas todavía muy niñas. En aquel apacible ambiente nada hacía presagiar que se fuese a producir un tétrico suceso, a no ser porque uno de los convivientes, José Ramón Arratibel, sufría desde hacía algún tiempo problemas de salud mental que ya habían salido a relucir hacía algún tiempo, aunque ninguno de los moradores del caserío sospechase hasta que punto podrían llegar sus arrebatos.

En la mañana del día 4 de diciembre de 1924, la pareja que residía en el lugar fue a realizar al campo tareas agrícolas como de costumbre, quedando en la cocina de la vivienda, José Ramón, su madre Felipa Arratíbel, de 58 años y su otra hija Josefa Antonia, además de las dos niñas pequeñas del matrimonio que convivía en el mismo domicilio.

Discusión

Alrededor de las once de la mañana, según relataría el autor del triple crimen a los agentes que lo detuvieron, se inició una discusión entre José Ramón y su madre a causa de que el primero pretendía ir a buscar leña al monte en un borriquito que tenía alojado en el establo y su progenitora se oponía. Como suele suceder en estos casos, en un acceso de ira y furia totalmente descontrolados, el homicida empuñó un hacha que con gran potencia descargó sobre la cabeza de su madre, a quien prácticamente decapitaría en el acto.

Sin dar tiempo a defenderse a su hermana, José Ramón le atacaría de forma brutal, al igual que había hecho con su madre, con la misma arma homicida y de similar manera, propinándole un golpe en toda la testa que la dejaría prácticamente exangüe en el acto. Una vez se hubo cobrado sus dos primeras víctimas, se dirigió a la habitación en la que se encontraba su sobrinita de cinco años, María Arratíbel, quien se encontraba jugando con una muñeca. La pequeña lo saludó como de costumbre, pero su inocencia le hacía ignorar que su tío no estaba precisamente para bromas. Al igual que había hecho con su madre y hermana, le atacó de forma brutal a la niña, a quien también prácticamente decapitó y partió su cabeza en dos mitades.

Su otra sobrina, que había ido a hacer un recado familiar, se libró prácticamente por los pelos del furibundo ataque de su tío. La pequeña se escondió en un pesebre del establo del caserío y logró resistir la acometida del ya convertido en un triple criminal. Posteriormente, se dirigiría a la casa de otro familiar para pedir ayuda. Todos los que se dirigieron hasta aquel lugar quedaron estupefactos ante el macabro panorama de contemplar tres cadáveres horrorosamente mutilados, decapitados y en medio de grandes charcos de sangre.

Huida

Conocedor como pocos de los montes y las montañas que rodean la pequeña localidad, perdido y prácticamente sin saber a dónde dirigirse, aunque se especuló con que tuviese la intención de cruzar la frontera, José Ramón Arratíbel vagaría a lo largo de varios días por aquellos empinados lares, ocultándose en el bosque en medio de grandes matorrales. No sería hasta la mañana del día 9 de diciembre, cinco días después del triple asesinato, cuando las fuerzas del orden, en este caso los Migueletes y el Somatén, ambos formados por grupos de voluntarios que ayudaban en tareas policiales, detendrían al homicida, cuyo estado físico es definido por la prensa de la época como de «lastimoso».

Según informaciones periodísticas de aquel tiempo, José Ramón presentaba síntomas de evidente deterioro físico y psíquico, hasta el punto de no sostenerse en pie. Para trasladarlo hasta el cuartel más próximo sería preciso montarlo a lomos de un asno, pues había pasado varios días sin comer, escondido en jarales y zarzales en un terreno que conocía muy bien, pero en el que no había prácticamente alimentos y mucho menos en un tiempo en el que ya estaba próximo el invierno.

Debido a las gravísimas alteraciones psíquicas que presentaba, José Ramón Arratíbel ingresaría en el manicomio de Santa Agueda, emplazado en la localidad guipuzcoana de Mondragón, en el que permanecería internado durante muchos años. Aún así, protagonizaría una nueva huida en los primeros días de abril del año 1929, de la que se hace eco la prensa de la época. Es de suponer que, debido a la importante patología que sufría y que afectaba a sus principales capacidades intelectivas y volitivas, su vida se extinguiese definitivamente en un centro destinado a enfermos mentales muy graves, como era su caso.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.