Asturias: una paciente descuartiza a su médico en el concejo de Noreña
Siendo todavía muy joven, la asturiana Ana María Trabanco Suárez, originaria del área rural de Gijón, concretamente de la parroquia de Cenero, visitaría la consulta del doctor Eduardo Rasa, un prestigioso galeno que durante tiempos de posguerra ejercía su profesión en el concejo de Noreña, a tan solo 20 kilómetros de la capital astur, Oviedo. Sentía unos terribles dolores de cabeza y algunos problemas psicológicos a los que no encontraba solución. El médico, no solo trataría de curarla, sino que también se saltaría a la torera su código deontológico.
Ni harto ni perezoso, la joven y apuesta muchacha, que frisaba los 20 años de edad, entraría a su servicio como criada doméstica. Sin embargo, lo que había comenzado como una relación médico-paciente se convertiría en un idilio de dos amantes. Ante la moralista sociedad de la época en la que el mínimo desliz podía ser objeto del peor escarnio, el doctor y la que en teoría era su criada mantenían unas rígidas apariencias, aunque el médico se había quedado prendado de la irresistible belleza de la joven que un buen día había llegado hasta su consulta.
Pero como en cualquier relación, también en este caso comenzaron a surgir algunos problemas. Un frío día del mes de febrero de 1947, exactamente el 21, según confesaría Ana María a las autoridades, su señor se puso violento con ella, que era quien dominaba a la perfección la situación en aquella casa. Sabía lo que se guardaba en cada uno de los cajones y estantes. En uno de ellos había un revólver, que sería el arma empleada para terminar con la vida de Eduardo Rasa, quien se vería sorprendido por su envés. Un disparo por la espalda lo fulminaría definitivamente, siendo su autora la apuesta joven que años antes lo había engatusado con su cautivadora belleza.
Descuartizamiento
Ana María, después de cometer el crimen, quiso deshacerse del cuerpo del delito. Y nunca mejor dicho. Para ello, decidió desmembrar y descuartizar el cadáver del doctor Rasa. Empleando un serrucho de los de la época, bastante rudimentario, iría despedazando el cuerpo de su víctima. Llevaría a cabo diversas mutilaciones hasta el punto de desgarrar las dos piernas, los brazos y la caja torácica de la abdominal. Asimismo, tampoco se olvidó de separar la cabeza del tronco del doctor, que dejaría en la puerta de entrada. Posteriormente iría abandonado las distintas extremidades en diferentes puntos del pueblo.
Pero, como casi siempre ocurre, la descuartizadora dejó demasiados flecos sueltos en este caso. Inmediatamente sería detenida por la guardia civil de Noreña, que se mostrarían sorprendidos a más no poder de aquel espeluznante y dantesco crimen. Su relato también resultaría conmovedor, pues era la única testigo de lo que había acontecido aquel ya lejano 21 de febrero de 1947, en el que los vecinos de la localidad se verían sorprendidos por un episodio que jamás hubiesen imaginado, ni siquiera en su peores pesadillas.
Recluida en la Prisión Provincial de Oviedo, la mujer hubo de ser trasladada días más tarde al antiguo hospital psiquiátrico de La Cadellada, donde sus especialistas hubieron de hacer frente de nuevo a los episodios psicosomáticos de especial gravedad que presentaba la muchacha, incapaz de actuar con un mínimo de coherencia y sufriendo de nuevo las consecuencias de la patología por la que había acudido a la consulta del doctor Rasa.
Con muchos atenuantes, y hasta se podría decir que eximentes, Ana María Suárez hubo de enfrentarse al juicio por la muerte de Eduardo Rasa en los primeros días de marzo de 1950, con casi tres años de retraso, muy inusual en una época en la que la mayor parte de los delitos penales solían sustanciarse antes de medio año. Sería condenada a 15 años de prisión menor y al pago de 25.000 pesetas a los herederos de su víctima, aunque lo normal es que hubiese sido enviada a un centro en el que prosiguiese su recuperación.
Recuperación y rehabilitación
A favor de Ana María Suárez Trabanco es necesario indicar que conseguiría recuperarse y superar su enfermedad como pocas personas en sus mismas condiciones, muchas de las cuáles se ven condenadas al peor de los ostracismos. No fue su caso, afortunadamente. Con el paso de los años terminaría convirtiéndose en una respetable personalidad del Principado de Asturias, hasta el punto de convertirse en marchante de arte de la pintora Rosario Areces, una de las grandes artistas plásticas españolas de los últimos tiempos y la principal exponente de la vanguardia asturiana.
La autora del crimen que consternaría a Noreña en 1947 fallecería en el Hospital de Cabueñes el día 8 de marzo de 2018 a la edad de 93 años, haciéndose eco de su deceso los principales medios de comunicación asturianos. No cabe ninguna duda que, a pesar del hecho luctuoso que protagonizó, su recuperación y rehabilitación humana fue ejemplar. Sus restos mortales descansan en el cementerio de la parroquia ovetense de Loriana, en el mismo en el que también reposan los de su amiga la pintora Rosario Areces, fallecida en noviembre de 2022.
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