Se suicida tras asesinar a un vecino y a uno de sus hermanos en Castroverde (Lugo)
Si la Posguerra estaba siendo cruda en España, ni que decir tiene como se encontraba la Galicia rural de la década de los cuarenta del pasado siglo. Era un territorio pobre y decrépito en el que el conflicto bélico había dejado profundas heridas humanas que tardarían varias décadas en cicatrizar, máxime teniendo en cuenta que predominaban los micronúcleos de población, algunos de los cuales no superaban la decena de habitantes.
Aunque no había habido apenas lucha en el periodo en el que en el resto de España se batían a tiros y cañonazos, se habían producido algunos episodios sangrientos que dejarían una huella indeleble en algunas partes del territorio gallego, siendo uno de los lugares más afectados por estos hechos la localidad de Castroverde, un municipio eminentemente rural situado en el centro de la provincia de Lugo, a poco más de 20 kilómetros de su capital. Allí, se había producido una auténtica masacre en los denominados «Sucesos de Montecubeiro», lugar en el que fueron pasadas por armas varias decenas de personas por su pertenencia a organizaciones republicanas de izquierda.
Aquel trágico episodio, que aún sigue pesando como una losa en la localidad, estaba muy reciente en los tiempos de Posguerra, pese a que nadie quería hablar de él. Por eso, un suceso acaecido tan solo diez años después de finalizada la contienda, un doble crimen seguido de un suicidio, volvió a sobresaltar a los vecinos de este concejo del interior gallego que en aquel entonces contaba con casi 10.000 habitantes frente a los poco más de 2.500 con los que cuenta en la actualidad.
Un hombre extraño
Así solían definir los escasos vecinos que todavía recuerdan José Seijas Bascuas, de 32 años de edad, antiguo combatiente del bando nacional en la Guerra Civil. Con no muchos amigos, pero aparentemente tranquilo y pacífico, nadie o casi nadie podía imaginarse que este sujeto diese rienda suelta a sus peores instintos en la tarde del 23 de septiembre de 1949, cuando dio muerte a uno de sus hermanos y un vecino suyo sin aparentemente haber mantenido ningún enfrentamiento con ellos, por lo que la sorpresa y la conmoción sería mayúscula en la pequeña aldea de Bolaños, que apenas contaba ya con 200 almas en aquel entonces, aunque suponían prácticamente el doble con las que cuenta en la actualidad.
José Seijas tenía fama de ser trabajador, que aunque ya superaba la treintena todavía seguía soltero en un tiempo en el que las uniones matrimoniales se consumaban mucho antes que en nuestros días. Aparte de ser algo extraño, tal como lo han definido quienes todavía guardan alguna remota referencia suya, los días previos al doble crimen se le vio demasiado inquieto, como si se encontrase nervioso por alguna desconocida razón que se encargaría de llevar a la tumba. Su carácter se había alterado y por cualquier nimiedad se alteraba irritándose de sobremanera. Aún así, nadie esperaba que perpetrase uno de los peores sucesos que se recuerdan en aquella pequeña aldea.
Aficionado a la caza, nadie sabía que disponía de otras armas. Entre ellas, una pistola de grueso calibre. La que emplearía en del doble crimen y en su propio suicidio. A primera hora de la tarde vio a un convecino suyo en el portal de su casa. Se trataba de José Fernández Fernández, a quien le unía una cierta amistad, a pesar de que en los últimos tiempos el hombre en que se iba a convertir en su verdugo se habían desatado antiguas rencillas por cuestiones triviales, entre ellos, los tan traídos y llevados asuntos de lindes, por los que tanta sangre ha corrido tanto en Galicia como en el resto de España.
A sangre fría
Sin pronunciar ni siquiera una mínima amenaza y sin que su convecino pudiese esperarlo, José Seijas sacó un enorme pistolón de uno de sus bolsillo y efectuó dos disparos a quemarropa contra José Fernández Fernández, de 42 años de edad, agricultor como él, dejándole exánime prácticamente en el acto. Los tiros le habían perforado los pulmones y el corazón, quedando tendido sobre un gran charco de sangre en el portal de su convecino. Este hombre dejaba viuda y dos niños de cuatro y seis años respectivamente.
Uno de los hermanos del criminal al escuchar los disparos, salió al portal, desconociendo que estaba firmando su propia sentencia de muerte. Al igual que había hecho con su primera víctima, efectuó dos disparos a bocajarro sobre su propio hermano Ricardo Seijas Bascuas, un año mayor que José. Ni siquera tuvo tiempo de recriminar la brutalidad que había cometido cuando el caía abatido por las balas que le perforaron el pecho prácticamente de manera instantánea.
Nunca se sabrá si presa de los remordimientos o tal vez a consecuencia de un espontáneo ataque de ira muy violenta, el doble criminal se fue para su habitación. Allí se voló la tapa de los sesos con el mismo arma con la que había protagonizado una de las peores tragedias en este municipio lucense desde tiempos de la Guerra Civil que, en aquel entonces -tan solo diez años después-, todavía estaba muy reciente.
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