Febrero sangriento en la madrileña calle Orense en el año 1988

La madrileña calle de Orense fue escenario de tres asesinatos en febrero del año 1988

El año 1988 quizás hubiese pasado a la historia como uno de los más sangrientos en la capital de España. En breves espacios de tiempo se sucedían hechos criminales que aterrorizaron a una población que no estaba acostumbrada a sucesos tan terribles como los acaecidos en aquel tiempo. En septiembre de aquel año el periodista especializado en sucesos, Jesús Duva, publicaba en el diario EL PAÍS un artículo a modo de balance de lo que había acontecido en la primera ciudad española. En poco menos de nueve meses se habían producido 40 crímenes, de los que la Policía solo había podido resolver poco más de la mitad. Detrás de aquellas estremecedoras y frías cifras se encontraba un viejo convidado de piedra que estaba arruinando la vida de muchas familias españolas y no era otro que la heroína, cuya comercialización se había vuelto en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades. Y no era para menos.

Uno de los lugares donde se prodigaron los crímenes fue en una de las zonas más exclusivas de la capital, concretamente la calle Orense, en la que en poco menos de una semana se vio aterrada por tres asesinatos en cuyo fondo se hallaba el consumo de estupefacientes. Conocida como l Manhattan de Madrid estuvo a punto de convertirse en el Bronx. La comisión de los hechos delictivos llegaría al Parlamento regional madrileño, llegando a proclamar la oposición que la situación se había vuelto insostenible. Lo peor de todo es que la ola de inseguridad ciudadana no se abatía solo con la célebre calle madrileña sino que abarcaba por completo al territorio metropolitano sucediéndose, además de estos luctuosos acontecimientos, otros de menor calibre entre los que se encontraban robos a personas y asaltos a la propiedad, así como a entidades bancarias, convirtiéndose el trabajo en estas últimas en una profesión de riesgo.

Asesinato de un comisario de Policía

Como si un sarcasmo del destino en el peor sentido de la palabra se quisiese convertir su existencia, ese fue el sino del comisario Gregorio García González, un hombre de 57 años, casado y padre de tres hijos, caía víctima de las balas de su propia arma, que le había sido arrebatada por dos sirleros, con quienes se había enzarzado en una pelea después de que estos últimos intentasen asaltarlo. Al parecer, el policía, muy celoso en su trabajo, regresaba en torno a las dos de la madrugada a su domicilio andando después de prestar su trabajo en la comisaría emplazada en el viejo Caserón de la Puerta del Sol, cuando se encontró con los energúmenos que le arrebatarían la vida en la confluencia de las calles Orense y Huesca.

En el momento en el que el comisario fue atacando se encontraba en el interior de una cabina telefónica. Al parecer estaba llamando al 091 cuando fue atacado por los dos agresores. Después de enzarzarse en una pelea con ambos, que supuestamente eran drogadictos, Gregorio García, que era cinturón marrón de karate, perdió su arma reglamentaria que fue a parar a mano de uno de los dos delincuentes a quien no le dolieron prendas en disparar sobre el veterano oficial de la Policía. A pesar de que fue encontrado con vida por un grupo de policías que acudieron al lugar y fue trasladado al Hospital de la Cruz Roja, en el que fallecería en torno a las tres menos cinco de la madrugada del día 10 de febrero de 1988.

Los autores del crimen se apoderaron de su arma reglamentaria y huyeron de inmediato a toda velocidad del lugar. A pesar de que fueron avistados por algunos vigilantes nocturnos de la zona, que aportaron datos con intención de que fuesen capturados, este asesinato quedaría impune. Días más tarde fueron detenidos cuatro jóvenes que inmediatamente serían puestos en libertad por falta de pruebas para incriminarlos.

Ya, en el año 2001, una hija del comisario asesinado expresaría su disgusto, no solo por la muerte de su padre -que entra dentro de lo lógico y normal-, sino por la forma en que se había desarrollado la investigación, así como la actitud que había mantenido la justicia con los familiares del funcionario asesinado a través de una carta al director que envió al diario EL PAIS, en su edición del 13 de febrero del citado año, cuando se conmemoraba ya el decimotercer aniversario del asesinato de su padre. En su misiva añadía que no se había mostrado interés alguno en capturar a los asesinos de su padre, de quien decía que sabía demasiadas cosas, además de expresar muchas dudas acerca del funcionamiento del sistema judicial en España.

Asesinato de un adolescente

Tan solo cuatro días después de haber sido asesinado Gregorio García González, fallecía un joven de tan solo 16 años, Antonio Cifuentes Alfaro en la zona de AZCA, un lugar en el que se congregaban millares de muchachos los fines de semana al encontrarse situado en el epicentro de la movida madrileña, ya que aquí había multitud de negocios de ocio nocturno. De este suceso, que se produjo en la plaza Picasso, se ofrecieron distintas versiones. Una de ellas abundaba en la posibilidad de que el muchacho fuese asesinado cuando se negó a dar un cigarrillo a otro chaval de una pandilla distinta.

La tesis que sostenía la familia decía que el móvil de la muerte de su hijo había sido el robo por parte de un grupo de navajeros que se dedicaban al tráfico y consumo de estupefacientes. Una última hipótesis hablaba acerca de un posible enfrentamiento entre pandillas rivales que tal vez procediesen de otras zonas del sur de Madrid, que muy probablemente se hubiesen enzarzado en una pelea a causa de una discusión trivial. Sea como fuere, lo cierto es que se cobró una vida humana que se encontraba en su plenitud.

Asesinato de un joven senegalés

La última víctima mortal en aquel febrero para olvidar de la historia negra de Madrid fue un joven senegalés que respondía al nombre de Nganpe Dioup, quien contaba con unos 25 años de edad, que falleció a consecuencia de una puñalada a las diez de la noche del 16 de febrero de 1988. En este caso es en el que más claramente se pudo comprobar la relación de las drogas con el delito sangriento. Al parecer, el súbdito africano había reclamado una deuda de mil pesetas a la novia de su verdugo, Esther Muñoz, de 17 años.

La versión ofrecida por el novio de la joven, Alfonso Muñoz Almansa, de 25 años, quien era un viejo conocido de la Policía ya que en su historial constaban algunos delitos por asalto a la propiedad, su víctima habría agredido a su prometida, ante lo que él reaccionó airadamente sacando una navaja que portaba en el bolsillo del pantalón. No obstante, un testigo presencial de los hechos manifestaría que el asesino habría corrido detrás de su víctima, quien trató de defenderse arrojándole piedras, no parando hasta ver conseguido su objetivo. Una vez detenido, declararía ante la Policía que desconocía que Nganpe Dioup hubiese fallecido a consecuencia de su agresión.

La pareja huyó del lugar a toda prisa a bordo de un vehículo, siendo detenidos días más tarde. Aunque sobre ella no pesaban cargos, sería puesta a disposición judicial en calidad de encubridora. Este suceso fue el único de los tres hechos sangrientos ocurridos en la exclusiva calle Orense que resultó esclarecido por la Policía, debiendo dar su autor cuenta del mismo ante la Justicia.

Estos tres crímenes pusieron la piel de gallina a muchos madrileños, que asistían impotentes a la proliferación y comercialización masiva de heroína y otros estupefacientes en sus calles y plazas, en un tiempo en que esa droga se cebaba con muchas familias españolas que veían como sus vástagos sucumbían ante un feroz enemigo que muy pronto se empezaría a emparentar con una terrible enfermedad que en sus inicios también segó muchas vidas, el SIDA.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.

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