Se suicida después de asesinar a su esposa y a sus tres hijos en Cassá de la Selva (Girona)

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Cassá de la Selva fue escenario de un terrible crimen en el año 1975

En apariencia el matrimonio formado por Moisés Gubau Pons, de 37 años y Pilar Bayo, de 35 era perfectamente normal. Incluso aparentaba ser una familia modélica, que, además de la pareja, estaba compuesto por sus tres hijos, un niño y dos niñas con edades comprendidas entre los tres y los siete años. El cabeza de familia era un hombre honrado y trabajador, a quien no se le conocían vicios y tampoco presentaba desequilibrios mentales. Al menos que se supiese. Por todo ello, el terrible drama que presenciaron los vecinos de la localidad gerundense de Cassá de la Selva en los primeros días del mes de mayo del año 1975 les resultase poco menos que increíble, pero por encima de todo aterrador por las brutales escenas que hubieron de contemplar en una vivienda unifamiliar situada a las afueras de la localidad, en la carretera que se dirige desde Cassá de la Selva a Caldas de Malavella.

Si nadie le ha encontrado explicación a este suceso en los más de cuarenta años que han transcurrido desde el mismo, menos se podía esperar que en aquella festiva jornada familiar se fuese a desarrollar un truculento episodio más propio de filmes de terror regado con la más macabra fantasía. Aquel día, primero de mayo de 1975, el primogénito de los vástagos de los Gubau-Pons, Narciso, de siete años, había tomado su primera comunión y se preparaba un ambiente festivo en el domicilio familiar, al que estaba previsto que asistiesen sus parientes más cercanos así como amigos de los pequeños.

Los invitados asistieron a la fiesta tras la ceremonia religiosa, en la que comieron y bebieron en un ambiente de franca camaradería, en la que no faltaron los regalos y los mejores deseos para el comulgante. Todo se desarrollaba según lo previsto. Estaban en una celebración festiva en la que no había lugar a posibles efectos negativos y lo que menos se podían esperar es que en aquella misma casa en la que a aquellas horas todo era diversión y jolgorio fuese a ser escenario de una de las peores tragedias que se recuerdan en la contorna próxima a la Costa Brava.

Ausencia del trabajo

A ninguno de los compañeros de Moisés Gibau extrañó que este no acudiese a su trabajo, en una industria chacinera de la zona, el viernes, día 2 de mayo de 1975. Al fin y al cabo estaba justificada su ausencia tras un día de fiesta familiar y se le suponía que estaría agotado y muy cansado del día anterior. Solamente uno de sus cuñados, que era compañero en la empresa en que trabajaba, mostró cierta extrañeza por la ausencia de su familiar. Al concluir su jornada laboral, decidió dirigirse a la casa en la que el día anterior se había celebrado una fiesta de primera comunión.

El hermano político del cabeza de familia de los Gubau-Pons se mostró un tanto sorprendido al llegar hasta el lugar. No escuchaba ningún ruido y la luz estaba encendida. Llamó a la puerta, pero nadie acudía a abrirle. Fue entonces, al percatarse del sepulcral silencio cuando se alarmó y pensó que algo grave le podía haber ocurrido a la familia. Conocedor de los entresijos del domicilio familiar, se dirigió hacia la ventana de la habitación que ocupaban las pequeñas de la casa y allí decidió romper un cristal.

Resulta muy difícil imaginar el impacto emocional y humano que debió sufrir este hombre al contemplar a sus dos sobrinas pequeñas bañadas en sangre en la misma posición en la que estaban al igual que cuando se habían ido a dormir. Ante aquel tétrico panorama, el cuñado de Moisés Gubau decidió no seguir en sus indagaciones y avisó inmediatamente a la Guardia Civil y la Policía Local de Cassá de la Selva, quienes provistos de los elementos necesarios y previo permiso judicial, se adentraron en el domicilio en el que hallaron los cuerpos sin vida del resto de los miembros del clan familiar. No les cabía duda ninguna que se encontraban ante un crimen múltiple.

«Nos veremos en el cielo»

En la alcoba matrimonial encontraron los cuerpos de los dos miembros de la pareja, encontrando sangre por todos los rincones, principalmente en las inmediaciones del camastro conyugal. A las paredes habían saltado los restos de las masas encefálicas de ambos cónyuges, que presentaban sus cabezas completamente destrozadas, después de que Moisés Gubau hubiese disparado primero contra ella con una escopeta del calibre 12. Otro tanto haría con el pequeño que aquel mismo día había tomado la primera comunión, quien también presentaba un aspecto irreconocible.

Las pequeñas Amelia, de cinco años y Marta, de tres, eran las que estaban más reconocibles, aunque estaban desfigurados. Lógicamente, el último en fallecer fue el cabeza de familia, que se había tenido que servir de uno de sus pies para disparar el arma con el que había dado muerte a toda su familia. Posteriormente, una vez que el juez decretó el levantamiento de los cadáveres, estos fueron trasladados al depósito municipal para ser sometidos a la perceptiva autopsia.

Hubo un detalle que llamó profundamente la atención de los investigadores de este caso. No fue otro que la nota escrita por el cuádruple homicida en uno de los recordatorios de primera de comunión de su hijo Narciso. En ella pedía perdón a sus hijos y escribía una curiosa expresión «nos veremos en el cielo», sin otra explicación. Y es que difícilmente se puede encontrar un razonamiento que justifiqué aquella masacre.

Esas mismas palabras, ausencia de argumentos, fue las que pronunció el entonces joven párroco de la localidad en el quíntuple entierro que hubo de oficiar el 3 de mayo de 1975, en el que un pueblo sobrecogido y sobresaltado arropó de forma unánime al resto de familiares de los Gubau-Bayo en una de las más grandes manifestaciones de duelo que jamás se recuerdan en aquel municipio en el que el corcho es su principal industria y que repentinamente saltó a las tristes páginas de sucesos de los diarios españoles, restando tal vez algo de protagonismo a las festividad del primero de mayo, cuando todavía no tenían permitido celebrarlo los sindicatos libres.

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