Cuatro asesinatos a las espaldas de Bueno Latorre: el delincuente más esquivo y menos conocido en España
Desde que protagonizara su última huida de la cárcel, en este caso de Alcalá-Meco, el día de viernes santo de 1984 no se han vuelto a tener noticias suyas en España, aunque la prensa extranjera sí hablase de él en reiteradas ocasiones hasta relacionarlo con la Mafia marsellesa o con grupos dedicados al tráfico de cocaína de Colombia. Ahora contaría con 66 años de edad, pero cuando hizo crecer su historial delictivo, siendo detenido hasta en 17 ocasiones, todavía no había cumplido los treinta. Su biografía emula a la mejor producción que pueda salir de los estudios de Hollywood, tanto por su realismo como por las increíbles peripecias de las había sido protagonista desde su más temprana edad.
Al igual que muchos de su quinta, Rafael Bueno Latorre fue consecuencia de la España del Éxodo rural y el desarrollismo, aquel país anclado en el pasado que trataba de abrirse paso entre tinieblas a merced del resto de Europa. Su familia, al igual que muchas de entonces, había emigrado desde la localidad sevillana de Utrera hasta tierras catalanas, radicándose en un área marginal de Santa Coloma de Gramanet, en Barcelona. Buscaban una prosperidad que parecía no llegar nunca a muchas provincias españolas, que sucumbían al olvido de unas circunstancias indolentes en un país que tan solo parecía ser, e incluso presumir, la reserva espiritual de Europa, aunque en el Viejo Continente se le aplicaba la máxima despectiva de que «África comienza en los Pirineos».
Precisamente esas barriadas marginales que surgieron al amparo de las grandes ciudades fueron el caldo de cultivo perfecto para centenares de jóvenes que, desarraigados y sin un futuro claro, cayeran en las redes de la delincuencia y, algo más tarde -a la muerte del dictador-, en el oscuro mundo de las drogas. Esa fue la escuela a la que asistió Rafael Bueno Latorre y otro que como él serían los «pioneros» de lo que se comenzaría a conocer, a finales de la década de los setenta del pasado siglo, como inseguridad ciudadana, un término hasta entonces ajeno en el vocabulario que empleaban los españoles.
El amplio historial delictivo de este individuo se remonta ya a los últimos años del franquismo. Había comenzado con pequeños hurtos, entre ellos tirones y robos de bolsos, cuando todavía era un adolescente. Su siguiente paso sería un robo a punta de navaja, protagonizado en septiembre de 1973 y del que da cuenta el diario catalán LA VANGUARDIA en su edición del día 22 del mismo mes. Junto con otros compinches se haría con un botín de 38.000 pesetas (algo menos de 240 euros) que le sustrajeron a un empleado de FECSA, quien lo reconocería en una rueda de reconocimiento practicada por la Policía, siendo ingresado por vez primera en la Cárcel Modelo de Barcelona. Desde entonces, se convertiría en habitual en las páginas de sucesos de los principales diarios y revistas del país, a pesar de que nunca se aireó tanto su historial como el de otros delincuentes contemporáneos suyos, entre ellos «El Vaquilla» o el mítico «Lute».
Experto en fugas
Dice el periodista experto en sucesos Juan Rada que este individuo no había nacido para vivir entre rejas y se convertiría en uno de los grandes maestros en fugas de todas las prisiones en las que había estado. La primera la protagonizaría en el año 1978 cuando se escapó de la cárcel de Carabanchel en la que estaba internado por diversos delitos, entre ellos varios robos a bancos a mano armada. En esta ocasión sería detenido a los pocos meses. Sin embargo, uno de los hechos más espectaculares de este energúmeno ocurriría el día 12 de octubre de 1983. Ingresado en la prisión de Burgos, contando supuestamente con contactos fuera de los muros de la cárcel, Rafael Bueno se autolesionaría con unas tijeras con las que se cortó en el estómago. A consecuencia de las heridas fue trasladado al Hospital Provincial, siendo custodiado por dos policías, además de estar sujeto por unos grilletes a la cama en la que estaba postrado. Sus compinches llegarían disfrazados con pelucas, gafas de sol y batas de sanitarios hasta la habitación que ocupaba el delincuentes. Al ir armados dieron muerte a los dos agentes que se encargaban de custodiar a Bueno Latorre. Como consecuencia de esta acción fallecerían Jesús Postigo Pérez y Raúl Santamaría Alonso. Al primero le dispararon más de veinte balazos, en tanto que al segundo lo remataron en el suelo. Convalenciente y con gotero, el célebre delincuente huiría del hospital en una acción trágica y espectacular a la vez que conmovería a la España de la época.
Casi siempre que protagonizaba alguna huida se desplazaba a Barcelona, que era su territorio predilecto, tal vez porque era el que mejor conocía. Apenas un mes más tarde de recobrar la clandestina libertad que había buscado, se reenganchó en su viejas actividades delictivas, convirtiéndose en uno de los forajidos más peligrosos del país, tanto por su actividad como por los círculos en los que se movía. Era el líder indiscutible de una banda que lideraba los bajos fondos de la Ciudad Condal. Tras haber dejado ya dos muertos a sus espaldas, su sanguinario currículum se incrementaría con el asesinato de dos delincuentes, a quienes acusaban de ser confidentes de la Policía en el otoño 1983, cuando cayó la última banda que lideró en España.
Al frente de un grupo de seis hombres, se disfrazaron de policías y se dirigieron a un bar de Badalona que era frecuentado por Manuel Andrés Sánchez Manzano, «Andresín», a quien someterían a un duro interrogatorio y consiguieron que «cantará». Posteriormente fue traslado hasta un paraje conocido como «La Pedrera», en el término municipal de Orrius. Allí le obligaron a cavar una zanja y lo situaron en la misma en tanto Bueno Latorre, con la pistola «Astra 38» que le había sustraído a uno de los policías asesinados en Burgos, lo descerrajaba de varios disparos.
El secuestro de Eduardo Aldama de la Red, «El Guau» revestía algo de más complejidad, pues conocía al lugarteniente del cabecilla de la peligrosa banda, Antonio Villena. Al igual que habían hecho con el anterior, lo secuestraron en un bar de la misma localidad, Badalona. Simulando un coche patrulla de la Policía con varios transmisores, lo introdujeron en un vehículo que pertenecía al líder de la peligrosa trama criminal. Posteriormente lo trasladaron hasta un bosque de Sant Fost de Captsentelles, donde, con el mismo arma, el «número dos» de Bueno Latorre se encargaría de darle muerte, una vez que hubo cavado también su propia tumba. Los dos enterramientos ilegales serían descubiertos por la Policía a finales de noviembre de 1983 cuando fueron detenidos tanto el famoso fugitivo como el resto de miembros que formaban parte de su aparato delincuencial.
La última fuga
Su última escapada fue sin lugar a dudas la más espectacular, superando a cualquier obra de ficción. Uno de los aspectos que siempre se ha resaltado de Bueno Latorre fue su capacidad para elegir la fecha idónea para llevar a cabo la escapada de cualquier centro penitenciario en el que estuviese ingresado. En esta ocasión eligió la festividad de Viernes Santo, cuando más de media España se encontraba de vacaciones o bien pendiente de las innumerables procesiones que celebraban por todo el país. El día elegido era el 20 de abril de 1984. El peligroso delincuente se encontraba ingresado en la reluciente prisión de Alcalá-Meco, considerada poco menos que un fortín inexpugnable y que, en su día, había costado la friolera de 1.5000 millones de pesetas (nueve millones de euros al cambio actual).
Para acometer la que iba a ser su última huida contó con el apoyo de otros dos internos, Antonio Álvarez Gallego y Antonio Retuerto González. También eligieron oportunamente la hora en la que iban llevarla a cabo, en torno a las nueve de la noche, aprovechando que en ese momento el resto de los internos se encontraban viendo la televisión. Para ello, arrancaron la taza del retrete de su celda y descendieron por el estrecho agujero circular hasta una galería de servicio por la que discurren tuberías, desagües y suministros eléctricos. Tras serrar una rejilla alcanzaron el sótano donde estaban los interruptores de la luz y del paso del agua. Mientras tanto, otros presos que colaboraban con ellos, provocaron una inundación al romper un grifo de una celda. Los funcionarios se dirigieron al lugar para tratar de paliar el daño provocado, pero fueron encañonados por los tres presos, provistos de unos artilugios que simulaban ser pistolas y un punzón. Los mismos habían sido fabricados por Retuerto, quien era pastelero de profesión, quien con trozos de jabón y trozo de acero inoxidable, los que había recubierto de tinta negra, lo que les hacía pasar como auténticas armas. Ya en el sótano, obligaron a los empleados a desnudarse, dos funcionarios y un fontanero. Con sus ropas conseguirían pasar desapercibidos.
Perfectamente disfrazados se dirigieron a las cocinas, sabedores de que allí había una puerta por la que entraban los abastecimientos de víveres de la prisión.. Posteriormente se dirigieron hasta el puesto de guardia, donde -sin dificultad- redujeron al único vigilante que había en ese momento y se perdieron en la oscuridad de la noche campo a través. Desde las garitas de vigilancia los habrían visto salir, pero por su aspecto, debidamente vestidos, no levantaron las sospechas. Cuando sonaron las alarmas de aquella magnánima prisión era ya demasiado tarde y Rafael Bueno Latorre había recobrado una vez más la libertad. En esta ocasión, a diferencia de las otras, no se dirigió a Barcelona como era habitual en él. Cruzaría la frontera francesa, aunque es posible que protagonizase algún hecho delictivo en el litoral catalán.
Desde entonces se encuentra en busca y captura, pero no hay un solo rastro que haya permitido la localización del escurridizo. Al parecer, habría sido avistado por la Costa Azul francesa, aunque no hay nada cierto. Las autoridades españolas han barajado la posibilidad de que esté muerto, aunque esta última hipótesis suele ser la fórmula más sencilla que se emplea para dar carpetazo a cualquier asunto que trae de cabeza a quienes deberían encargarse de su custodia. Se llegó a especular con que fuese el cabecilla de una banda dedicada al tráfico de hachís desde Marruecos a Europa, pero no ha dejado de ser una mera especulación. También se ha procedido a la reconstrucción de su aspecto actual, con 66 años, pero sin que haya dado resultado alguno. Es quizás esta una de las peores piedras en el zapato que más han afectado a las distintas autoridades españolas, tanto judiciales, como políticas y policiales, al encontrarse con un peligroso y esquivo delincuente del que no se sabe nada desde hace ya casi cuatro décadas. Y eso no es moco de pavo.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias
Deja una respuesta