Asesina a una mujer y a sus dos hijas en Cazalla de la Sierra (Sevilla) (El triple crimen de «El Rabazo»)
Tiempos muy duros para todo el mundo aquellos años veinte del siglo pasado, recién terminada la Primera Guerra Mundial. España se sumía en una profunda crisis política derivada de la conflictividad social y la interminable Guerra de África, que se estaba convirtiendo en una sangría de la que solo se beneficiaban los altos cargos militares con sus ascensos, mientras en aquel inútil conflicto perecían millares de jóvenes de toda la geografía española sin saber a cuento de qué luchaban. Solamente se sabía que de por medio estaban los intereses del Conde de Romanones, todo un personaje de la época en la España de entonces.
En medio de ese enrarecido clima en el país seguían ocurriendo sangrientos episodios que llegarían hasta nuestros días gracias a la transmisión oral que se ha hecho de unas generaciones a otras. Uno de los más crueles y significativos ocurriría en el norte de la provincia de Sevilla el primero de mayo de 1920, que daría pie a un dicho que todavía se escucha con demasiada frecuencia en Cazalla de la Sierra, lugar donde tuvo lugar el horrible crimen, y en prácticamente toda la Sierra Norte de Sevilla. «Anda que eres más malo que el Rabazo» -reza el tradicional dicho en alusión al hombre que terminaría con la vida de la guardabarrera, Carolina Cortés y sus dos hijas.
Antonio Martínez Hernández, alias «Rabazo» era un joven trabajador del campo, probablemente un pobre hombre en el pleno sentido de la expresión, tal vez agobiado por el hambre y las necesidades extremas de la época, que un buen día o en este caso en una negra y pésima jornada perpetraría un triple crimen que ha pasado a los anales de la historia negra, tanto de Andalucía como de España.
«Ganas de matarla»
Así se expresó este curioso personaje en la declaración hecha ante la Guardia Civil cuando les relató de forma pormenorizada el triple crimen que perpetró aquel día del mes de mayo de 1920. Aseguró que conocía a Carolina Cortés desde que era una niña, pero que la jornada de autos sintió ese irrefrenable deseo criminal, aunque durante el juicio se le acusaría de haber cometido los tres asesinatos para apropiarse de los ahorros -la nada desdeñable cantidad de 350 pesetas para la época- que guardaba la mujer, guardabarreras de profesión, al tiempo que era conocedor de la ausencia de su marido en aquel aciago día de primavera.
Según el relato que hizo ante la Benemérita, el «Rabazo» acometió por las espaldas a la mujer cuando se hallaba regando plantas en un huerto. Armado con un cuchillo le asestó una puñalada, de la que la guardabarrera logró reponerse. Es en ese momento en el que se entabla una feroz y atroz lucha entre ambos en la que el asesino continuó asestando puñaladas a su víctima sin cesar. A pesar de las graves heridas que presentaba, Carolina logró zafarse momentáneamente de su agresor, aunque finalmente caería ya exánime en las inmediaciones de la caseta en la que vivía. El criminal terminaría su macabra obra propinándole un último golpe en la cabeza con un peñasco.
A los gritos proferidos por su madre acudió su hija mayor, quien se abrazó de forma desconsolada a su cuerpo sin vida, momento que fue aprovechado por el «Rabazo» para coserla literalmente a cuchilladas al igual que había hecho con su progenitora. El asesino se percató también que en una cuna dormía la menor de las criaturas de la guardabarrera, a la que asestó una única y mortal cuchillada que terminó con su vida prácticamente en el acto.
Cuando terminó con la vida de la mujer y las dos niñas, Antonio Martínez huiría del lugar con destino a Guadalcanal, su lugar de origen y en el que sería detenido en una «casa de mala reputación», tal como la define la prensa de la época. Tras ser detenido, estuvo a punto de ser linchado por la multitud, indignada ante tan aberrante y escabroso suceso. Al parecer, el triple asesino prorrumpiría en sollozos cuando estaba relatando el suceso que había protagonizado. «Era muy buena la pobrecita», «Pobrecitas las niñas cuanto lloraban», fueron algunas de las expresiones que quedaron para la posteridad de un oscuro y terrible suceso que ha dejado su impronta hasta nuestros días, a pesar de que ha transcurrido más de un siglo.
Pena de muerte
La pena capital se aplicaba entonces con una gran laxitud. Parece que este caso estaba bastante claro que iba a ser así, aunque se perdonaron algunos hechos crueles y sangrientos en los que estaban implicados sindicalistas anarquistas de aquella época. Desde un principio, los magistrados lo tuvieron bastante claro. El fiscal solicitó la pena de muerte y cadena perpetua, además de una indemnización de 10.000 pesetas para el marido y padre de las víctimas en el transcurso del juicio celebrado a en diciembre de 1922 en la Audiencia Provincial de Sevilla.
El día 6 de diciembre se hacía pública la sentencia en la que se condenaba a Antonio Martínez Hernández a la pena de muerte, acusado de tres delitos de homicidio y otro de robo, con las agravantes de alevosía, superioridad y allanamiento de morada, quedando claro que el móvil del triple crimen había sido el robo. Prácticamente nadie ponía en duda la suerte que correría aquel sujeto de mirada fría e inexpresivo rostro que no parecía mirar hacia ninguna parte. Quedaba únicamente el habitual recurso al Tribunal Supremo o la posible gracia del indulto por parte del Consejo de Ministros.
Para evitar que el «Rabazo» pereciese en el cadalso se movilizaron algunas fuerzas vivas de la ciudad de Sevilla, entre ellas su alcalde Agustín Vázquez Armero, así como el arzobispo Eustaquio Illundáin y Esteban, que hacían votos por la vida de un triple asesino. Sin embargo, sus buenas acciones no encontraron la buena acogida del Gobierno de la Nación, nacido del pronunciamiento de Primo de Rivera en 1923, que pretendía dar un ejemplo de mano dura ante el caos que habían provocado algunas revueltas anarquistas y el descontrol del orden público.
El criminal que se hizo tristemente célebre en mayo de 1920 subiría al patíbulo a primeras horas de la mañana del día 7 de febrero de 1924, apagándose definitivamente su existencia en plena juventud pocos minutos después de las ocho de la mañana. A partir de ahí se iniciarán una serie de leyendas e historias de terror con las que asustar a los más pequeños, así como expresiones y locuciones que han llegado hasta nuestros días, entre ellos el célebre dicho de «Anda que eres más malo que el «Rabazo».
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