Tarde de horror y toros en Córdoba o cuando Cintabelde asesinó a cinco personas el día de la Feria de la Salud

Guerrita, en la imagen, fue uno de los toreros que intervino en el cartel de la feria cordobesa de 1890

No cabe ninguna duda que fue un crimen para la historia. De los que marcan una época. Su autor se llevó por delante la vida de cinco personas, dos de ellos niños de muy corta edad, a los que tenía que matar pues «los niños tienen lengua como los mayores y cuentan las cosas». Así se lo explicaría el autor del quintuple crimen, José Cintabelde Pujazón que conmovería profundamente a la ciudad de Córdoba en mayo de 1890. Este suceso quedaría íntimamente vinculado al mundo de la tauromaquía debido a que su autor había robado a una familia -a la que daría muerte en su práctica totalidad- para poder presenciar la corrida de la Feria de la Salud a la que acudían tres de los más afamados matadores de la época: ««Espartero», «Guerrita» y «Lagartijo».

La historia de este trágico suceso comienza a escribirse a primera hora de la tarde de aquel ya muy lejano 27 de mayo de 1890 cuando un agricultor que respondía al nombre de Braulio se dirige al Cuartel de la Guardia Civil de la capital cordobesa visiblemente excitado, desencajado y titubeante en sus palabras, acertando a decir que «todos están muertos, todos». Los agentes que están prestando el servicio tratan de calmarlo, al tiempo que avisan al teniente Paredes, que va a ser la figura clave en la resolución de este caso.

Montados en caballos se dirigen a la finca «El Jardinito». Tal como les había relatado el denunciante se encuentran en un primer momento con el cuerpo de José Bello con un disparo en el pecho. A unos pocos metros más de distancia localizan el cadáver del arrendador del predio Rafael Balbuena en las mismas condiciones. La última persona adulta muerta es Antonia Córdoba, quien todavía conserva un soplo de vida y llegan a escuchar unas balbuceantes palabras entrecortadas en las que aciertan a escuchar «Cintas verdes» o eso deducen. El teniente ya tiene un hilo del que tirar, pero todavía les queda lo peor por ver.

Dos niñas brutalmente degolladas

Si el panorama le había horrorizado, la escena que le queda por contemplar al teniente Paredes no es precisamente agradable. El cabo que le acompaña lo llama para que contemple aquella dantesca estampa en la que dos niñas aparecen brutalmente degolladas. Son las hijas de la casera, Antonia y su marido, quien se encuentra en la feria, que cuentan con tan solo tres y seis años respectivamente. A todo ello se añaden los llantos desolados que salen de una tinaja pertenecientes a la más pequeña de las criaturas, que ha salvado la vida milagrosamente. La niña acierta a pronunciar unas palabras que son similares a las de su progenitora asesinada y que allanarán el camino de cara a la resolución de aquel brutal crimen. «Cinta verde malo» -llega a pronunciar la pequeña. Llegan a la conclusión de que lo de «cinta verde» probablemente obedezca al mote del autor de la masacre.

Revisan la vivienda y encuentran prácticamente todo en orden, salvo el dormitorio del matrimonio, cuyos cajones de los armarios han sido desvencijados. Allí hay un pequeño arcón que todo indica que es para guardar dinero. El experimentado teniente Paredes llega a la conclusión que el autor de los asesinatos son personas que conocen la vivienda, así como sus costumbres, pues está enterado que el patrón de la casa se encuentra en la feria cordobesa. También asocia la matanza con la monumental corrida de toros que se celebra esa tarde en la capital del toreo por excelencia.

Su olfato profesional le lleva a la conclusión que el asesino se encuentra entre los más de 10.000 aficionados que esa tarde se darán cita en la antigua Plaza de toros de los Tejares. Les dice a sus hombres que pregunten por un tal «Cinta verde o Cintas verdes» e inopinadamente obtiene sus frutos casi de inmediato. Allí se encuentran con sus colegas de la Guardia Municipal cordobesa, a quienes les preguntas si conocen al sujeto en cuestión. Uno de los agentes de este cuerpo les responde que con ellos ha trabajado Pepillo Cintabelde, a quien define como un crápula que ha sido expulsado de la policía local por ladrón.

Después de facilitarles su dirección, se dirigen a una humilde vivienda que comparte en compañía de una mujer con la que convive amancebado, denominación costumbrista de la época. La compañera de Cintabelde les explica que se ha ido a los toros, que ni siquiera ha querido comer. Al registra la casa encuentran una camisa y un pantalón manchados de sangre, así como un pistolón burdamente escondido, que huele a pólvora debido a que ha sido empleado hace poco tiempo. No hay ya duda alguna que se encuentran en el camino correcto. La detención del asesino es cuestión de muy pocas horas.

De uno en uno

El dato facilitado por la Guardia Municipal resultará trascendental para la resolución del caso. Paredes le explica lo sucedido al Gobernador Civil y le pide que al final de la corrida salgan los espectadores de uno en uno del coso taurino para apresar al criminal. Así se hace, aunque con las lógicas molestias para todos los que se han congregado en el espectáculo. Finalmente, José Cintabelde es detenido y conducido al Cuartel de la Guardia Civil.

En un principio muestra sus resistencias en los interrogatorios que le practican los miembros de la Benemérita, pero finalmente acaba derrumbándose y se declara el autor del terrible crimen que sacude los cimientos de la Ciudad de las Tres Culturas. El olfato profesional del teniente Paredes no le han engañado. El quíntuple criminal declara que aquella mañana se había dirigido a la hacienda «El Jardinito» y le había pedido dinero para los toros a Antonia Córdoba, quien se lo había negado, por lo que decidió matarla para hacerse con el dinero. Asimismo ha liquidado al guarda jurado y el arrendatario para no dejar testigos de lo ocurrido.

Muy afectado por la dantesca escena de las muertes de las dos pequeñas degolladas, Paredes, un hombre rudo y con bastante temple, no quiere quedarse con las ganas de saber porque aquel despiadado asesino les había dado muerte. Su respuesta chulesca y desafiante es bastante frívola cuando no patética y traumática. «Como tienen lengua como los mayores, también tenía que eliminarlas». Esta expresión define a las claras ante que clase de sujeto se encuentran los agentes, acostumbrados a lidiar con los peores energúmenos de la sociedad.

Cinco penas de muerte

Sin ninguna posibilidad de salir airoso de aquel trance, en el mes de noviembre de 1890, Pepillo Cintabelde se enfrenta a un juicio en el que las cartas parecen estar marcadas de antemano. Aún así se muestra otra vez chulesco y retador, dando muestra de un carácter arrogante y pendenciero. Sin embargo el día 26 de la penúltima treintena de aquel año recibe la noticia de que ha sido condenado a cinco penas de muerte. Es entonces cuando se percata de la verdadera gravedad del gran crimen que ha protagonizado y sufre un desvanecimiento. Le quedan todavía algunos recursos ante el Supremo o la gracia del Consejo de Ministros.

En esta ocasión ninguno de los dos organismos muestran piedad alguna con un hombre que ha desconcertado y descorazonado a los siempre tranquilos y pacíficos habitantes de Córdoba, que han sido testigos del peor crimen que ha vivido la ciudad a lo largo de su dilatada historia. El brutal asesino subirá antes de la llegada del verano al patíbulo. Mientras tanto, recluido en el Alcázar de los Reyes Cristianos, comienza una nueva vida llena de misticismo y entregado a la religión católica, manifestando el arrepentimiento por la brutalidad que ha sembrado entre sus convecinos.

El día 6 de junio de 1891 Pepillo Cintabelde será ejecutado en presencia de numeroso público en la cordobesa Puerta de Sevilla, donde se ha instalado el patíbulo que pondrá fin a su corta y mísera existencia. Con tan solo 28 años el verdugo de la Audiencia Territorial de Sevilla, conocido como «El tío Pepe», apretará el manubrio del collarín del tétrico garrote vil que le oprimirá definitivamente el cuello en torno a las nueve menos cuarto de aquella primaveral mañana que anticipaba un tórrido verano. Se iba un crápula, pero mal que nos pese era un ser humano a pesar de lo incalificable que fue su horrorosa matanza.

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Acerca de

Soy Antonio Cendán Fraga, periodista profesional desde hace ya tres décadas. He trabajado en las distintas parcelas de los más diversos medios de comunicación, entre ellas el mundo de los sucesos, un área que con el tiempo me ha resultado muy atractiva. De un tiempo a esta parte me estoy dedicando examinar aquellos sucesos más impactantes y que han dejado una profunda huella en nuestra historia reciente.