Un aristócrata da muerte a sus dos hijos en una pedanía de Salamanca

Gonzalo Aguilera de Munro fue un personaje peculiar en la época en la que le tocó vivir. Independiente, radical y excéntrico, llevó casi siempre la vida que le dio la gana. Amigo personal de Alfonso XIII, fue el undécimo conde de Alba de Yetes, un título nobiliario que había creado Felipe IV para un antepasado suyo, miembro de la Orden de Calatrava. Sus propia estirpe ya fue una rareza en la época en que le tocó vivir, pues sus padres se casaron cuando él ya tenía 13 años. Y estamos hablando de finales del siglo XIX.
Tampoco Aguilera de Munro, hijo de un español y una escocesa comulgó jamás con los distintos cánones de la época, pues su vida estuvo plagada de extravagancias hasta el final de sus días. Aunque no pisó las aulas de ninguna universidad, se educó en Alemania e Inglaterra, convirtiéndose en un gran políglota, lo que le serviría para ser uno de los enlaces con diversas personalidades extranjeras en el transcurso de la Guerra Civil, en la que alcanzaría el grado de capitán de Caballería. En ella afirmó siempre luchar por el retorno del depuesto Alfonso XIII, siendo definida su ideología por un corresponsal estadounidense como «antidemocrática, antisemita y misógina».
Concluido el conflicto, después de haber protagonizado algunos desencuentros con el régimen por manifestar abiertamente sus preferencias monárquicas por el deseo de que regresase el monarca destronado en 1931, se retiraría a su finca de Carrascal de Sanchiricones, una pedanía perteneciente al municipio salmantino de Mantilla de los Caños del Río, una pequeña localidad enclavada en pleno centro de la provincia de Salamanca en la comarca del Campo Charro.
Enfermedad mental y doble crimen
La vida de Gonzalo de Aguilera estuvo plagada de centenares de anécdotas hasta el final de su existencia. De hecho, contrajo matrimonio cuando su hijo mayor contaba con 13 años de edad, al final de la Guerra Civil española, cuando era ya un cincuentón vivaracho que seguía mostrando una independencia total de carácter y se negaba a acatar los cánones de un país atávico y tradicional.
A pesar de su carácter indisciplinado y hasta divertido -como le llegó a definir uno de sus conocidos, en la década de los años sesenta del pasado siglo XX, este hombre comenzó a sufrir una patología mental que le llevaría a cauces extremos. Hasta el punto de que su propia esposa solicitó la ayuda de sus hijos para poder reconducir a aquel hombre que amenazaba constantemente con quitarse la vida. De hecho, agentes de la Guardia Civil le precintaron todas sus armas para evitar que se produjese la desgracia que venía preconizando desde hacía tiempo. Sin embargo, tuvo tiempo para esconder una vieja pistola con su munición, que iba a resultar fatal en toda esta historia.
A finales del mes de agosto de 1964, concretamente el día 28, sus dos hijos Gonzalo y Agustín se desplazaron a la finca de su padre con objeto de intentar, en la medida de lo posible, reconducir la situación de su progenitor, cada vez más desquiciado por la patología mental que sufría. Desgraciadamente, su presencia en la finca de Sanchiricones se iba a convertir en el detonante de una tragedia que conmocionaría a las tierras de Salamanca, en un tiempo en el que España se debatía entre el tibio aperturismo desarrollista y unas arraigadas tradiciones que mantenían al país anquilosado.
Al poco tiempo de llegar a la finca familiar, su hijo Agustín, de 39 años, se dirigió a la habitación en la que estaba su padre, el conde, quien se hallaba sobre su cama con la vieja pistola cargada. Sin esperárselo el hijo y sin pensárselo dos veces su progenitor, este disparó contra su vástago, quien cayó redondo sin vida en el mismo dormitorio que ocupaba su inesperado verdugo.
Al escuchar los disparos, acudió a ver lo que sucedía su hermano Gonzalo, de 47 años, quien prácticamente no tuvo tiempo de dirigirle una sola palabra a su padre, pues este, al igual que había hecho con el hijo que ya yacía muerto, disparó un tiro al pecho de su primogénito, quien cayó exangüe prácticamente al lado de la otra víctima. En ese momento no se hallaban en casa ni la esposa del conde ni tampoco su nieta, lo que tal vez hubiese contribuido a evitar una tragedia todavía mayor.
Detención y muerte
Al conocerse el infortunado episodio acontecido en la finca del aristócrata, se desplazaron hasta el lugar agentes de la Guardia Civil para proceder a su detención. Gonzalo de Aguilera no opuso ninguna resistencia a los miembros de la Benemérita, quien pasaría luego a disposición judicial. En vista del alterado estado de salud y la espiral de autodestrucción que afectaba al excéntrico conde, sería ingresado en el Hospital Psiquiátrico Provincial de Salamanca, en espera de un juicio que no llegaría a celebrarse nunca.
El suceso, aunque muy comentado en tierras salmantinas, apenas alcanzaría repercusión en el resto de España, siendo silenciado por la férrea censura de la época. Pretendía en todo momento evitar ofrecer una mala imagen del país, máxime teniendo en cuenta que detrás del mismo se hallaba todo un personaje de la aristocracia de rancio abolengo. Un hombre que, entre sus muchas excentricidades, destacaba el haber volado en el autogiro con el mismísimo Juan de la Cierva.
Apenas ocho meses después de haber protagonizado el doble crimen, el día 15 de mayo de 1965, fallecía en el centro psiquiátrico en que se hallaba internado Gonzalo de Aguilera y Munro, non sin cometer una definitiva extravagancia que no dejaría indiferente a quienes le atendían. En un lugar de su habitación se hallaron escondidas todas las pastillas que los médicos que le atendían le recetaban, siendo el fiel reflejo de un hombre que se había saltado casi todas las normas a la torera o por el Arco del Triunfo. Incluso las de quienes velaban por su decrépita salud mental.
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