Abatido tras asesinar a tres vecinos y a un guardia civil en Herreros de Rueda (León)

La procesión del Corpus Christi de 1996 se convirtió en la peor de las posibles pesadillas para los escasos habitantes de la pequeña localidad leonesa de Herreros de Rueda, que asistieron impotentes al ritual de un loco el día 9 de junio, que sin mediar palabra la emprendió a tiros con su vecinos, asesinando a tres de ellos -además de un agente de la Guardia Civil- y dejando tras de sí un terrible poso de dolor que situó al pequeño pueblo, que hoy cuenta con tan solo 15 habitantes, en el mapa de la crónica negra española. La localidad, situada a poco más de 40 kilómetros al este de León, fue una de las muchas que se fue despoblando en las décadas de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo como consecuencia del incesante Éxodo Rural hacia las ciudades que experimentaron muchos municipios españoles del interior.
De Jesús Andrés Iglesias, de 41 años de edad, abundaban los comentarios acerca de los desequilibrios mentales que supuestamente sufría. Había mantenido discusiones con la práctica totalidad de sus convecinos. De carácter hosco y huraño, lo que nadie se podía imaginar era que aquel día fuese a emprenderla a tiros contra todo el vecindario, aprovechando la tradicional procesión del Corpus Christi, que cada año recorría sus calles y que era seguida por muchos otros que se acercaban a su pueblo de origen en esta festividad.
Uno de los residentes en el pueblo lo divisó en el balcón del inmueble de su propiedad. Sospechó que aquel hombre iba a hacer alguna trastada o tal vez increparlos, pero tal vez no pasase de ahí. Una vecina manifestó cuando ya se había producido la tragedia que el cuádruple asesino le había expresado su desacuerdo en que colocasen la hornacina del Santísimo frente a su vivienda, aunque no le dio mayor importancia, pensando que tal vez obedecería a una de sus muchas rarezas.
Por la espalda
Juan Andrés Iglesias se encontraba en el balcón de su vivienda cuando comenzó a disparar de forma indiscriminada contra sus vecinos, a quienes abatió por la espalda cuando se encontraban totalmente desprevenidos lo que provocaría una desbandada que alertaría a los agentes de la Guardia Civil. Su primera víctima fue una joven de tan solo 22 años de edad Eva González Díaz, hija del alcalde de la localidad, quien murió a consecuencia de un certero disparo que su verdugo le efectuó a la cabeza. La muchacha fallecería en los brazos de su madre, que nada pudo hacer por reanimarla.
Sus otras dos víctimas, que también iban en la procesión, perderían la vida de similar forma. Fueron Victoriano Martínez Bustos y Herminio Martínez Carpintero, de 74 y 73 años respectivamente. Este último fallecería en los brazos de su propio hijo. Fue entonces cuando el vecindario abandonó la procesión y huyeron del lugar ante el inesperado e imprevisible peligro que había provocado un hombre que sufría graves desequilibrios, pero que disponía de armas además de su pertinente licencia, lo cual no dejaba de ser paradójico y contradictorio. Eran muchos lo habitantes de Herreros de Rueda como se había podido permitir semejante dislate que terminarían pagando de una forma demasiado cara y trágica.
Alertada la Guardia Civil de lo ocurrido, se desplazaron hasta el lugar un agente y un sargento para intentar reducir al asesino, quien, bien pertrechado terminaría con la vida del número de la Benemérita Rafael Díez Presa, de 26 años. Su compañero, el suboficial Pablo Álvarez Villacorta resultaría herido de gravedad, aunque salvaría su vida. Ante este panorama, hubieron de desplazarse hasta el lugar una patrulla del vecino municipio de Gradefes, quienes fueron recibidos a tiros por el agresor, aunque sin mayores consecuencias.
Abatido
Ante la imposibilidad de efectuar cualquier negociación con aquel hombre, que se encontraba desnortado y fuera de sí y que se había convertido en un indiscriminado francotirador capaz de cometer las peores atrocidades, los agentes tuvieron que recurrir al sistema más taxativo, pero el que menos les gusta. Uno de los miembros de la Benemérita abatió con su arma reglamentaria a aquel sujeto que había regado de sangre y fuego una pequeña población que casi nunca aparecía en los informativos de radio y televisión, pero que él se había encargado de hacerlo de la peor manera posible, que era tiñéndola de sangre.
Los agentes hubieron de emplear una escalera para acceder a la vivienda de Jesús Andrés Iglesias, dónde lo encontraron ya exangüe a consecuencia de los disparos que se habían visto obligados a efectuar para reducirlo. Mientras tanto, los vecinos se arremolinaban en las inmediaciones de su vivienda con el único afán de lincharlos y liberarse así de un sujeto que había llevado un luto innecesario a una de las localidades que hoy es miembro de lo que comúnmente se ha dado en denominar la España vaciada.
Después de la gran tragedia ocurrida en Herreros de Rueda los vecinos de este pueblo argumentaban a los medios de comunicación de la época que lo acontecido «se veía venir», al tiempo que se echaban las manos a la cabeza por el hecho de que aquel individuo, que debería estar ingresado en un centro de salud mental, no solo dispusiese de armas, sino también del oportuno permiso para su empleo. Todo un despropósito que provocó una enorme tragedia que sigue presente en la memoria de los 15 habitantes que aún residen en esta localidad situada al este de la provincia de León.
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