Se suicida después de dar muerte a tres personas en un bar de Orihuela (Alicante)
Paco «El patillas», como era conocido entre sus convecinos, tenía fama de ser un donjuán, pendenciero y no ocultaba para nada su prepotencia haciendo alarde de una pistola Astra, la misma que emplearía en el triple crimen que perpetraría en la primavera del año 1986. A raíz de ese exhibicionismo, la Guardia Civil terminó por retirarle la licencia para armas de fuego, con lo cual cuando cometió la matanza la había realizado bajo el supuesto delito de tenencia ilícita de armas. En aquel momento, Francisco López Blas contaba con 57 años de edad y era padre de cuatro hijos. Hacía diez que había interrumpido su matrimonio y buscaba nuevas sensaciones junto a mujeres mucho más jóvenes que él, pero le traicionaba su excesivo orgullo, achacándose a los celos la tragedia que se desencadenaría en el Bar Zapata de Orihuela a últimas horas de la mañana de aquel 15 de marzo de 1986.
Era muy frecuente ver a «El Patillas» en el establecimiento hostelero en el que protagonizaría la terrible tragedia, pues se rumoreaba que mantenía relaciones con alguna de sus camareras, aunque otras fuentes apuntaban a cuestiones económicas como el desencadenante de un triple homicidio que sobrecogería a la localidad alicantina en la misma primavera en la que el principal foco de atención de los españoles estaba siendo el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN. Habían transcurrido poco más de 48 años del plebiscito cuando los alicantinos y los oriolanos en particular se vieron sorprendidos por un hecho que acapararía portadas de la prensa de la época, así como también decenas de informativos de radio y televisión.
Francisco López Blas trabajaba como guarda jurado en la urbanización Montepinar, aunque muchos de los propietarios de inmuebles habían prescindido de sus servicios debido a su fuerte carácter. Aún así, seguía con este mismo empleo y llevaba consigo el arma de fuego para la que no estaba capacitado después de la retirada del permiso por parte de la Benemérita. Sin embargo, parecía no importarle. Así lo haría el día de autos cuando entró en el Bar Zapata y pidió a las camareras que le pusieran un vino, la bebida que casi siempre pedía. Le atendió Beatriz Moreno Martínez, de 28 años de edad, con quien se decía que quien se iba a convertir en su verdugo mantenía una relación sentimental, aunque otras fuentes apuntaban a que la mujer tenía una hija de tan solo tres años, fruto de la relación que mantenía con el propietario del establecimiento en el que trabajaba
Discusión
Según manifestaría posteriormente la única superviviente de aquella horrible matanza, Rosi Escámez Gutiérrez, de 17 años y oriunda de Ciudad Real, entre ambos, Beatriz y Paco se suscitaría una fuerte discusión en relación a las relaciones que la primera mantenía con el propietario del bar en el que trabajaba en presencia de una docena de clientes que en aquel momento se encontraban en el interior del bar. Sin pensárselo dos veces, haciendo de nuevo gala de la prepotencia y arrogancia que le caracterizaba, «El Patillas» empuñó el arma que portaba y disparó dos veces contra su víctima, dejándola exangüe prácticamente en el acto, dando así comienzo al rosario de muertes que protagonizaría.
Un joven de 21 años de edad, Francisco Mateo Pacheco, interfirió en lo que era más que una sencilla discusión, lo que le equivaldría a una sentencia de muerte, pues aquel energúmeno, completamente fuera de control, tampoco dudó en disparar en contra suya. Un solo disparo que le atravesó el corazón fue suficiente para terminar con la vida de un muchacho que se ganaba la vida como leñador. Las balas asesinas del criminal alcanzaron también a Martina Martínez López, de 23 años, quien malherida trató de refugiarse en una habitación en la que se encontraba durmiendo su hija de tan solo tres meses de edad. Sin embargo, su verdugo la perseguiría hasta la alcoba y allí la remataría con un arma blanca, completando así su horrible ritual de terror y sangre.
La cifra de víctimas pudo ser aún mayor. De hecho, la otra persona que fue alcanzada por las balas, Rosi Escamez, quien presentaba tres heridas por arma de fuego en una pierna, consiguió escapara del agresor refugiándose bajo una mesa. También corrió mejor suerte otro hombre que se encontraba en el local, Jesús Sola, quien tuvo la inmensa fortuna de que a Paco se le encasquillase la pistola en el momento en el que le estaba apuntando con el mismo arma con la que ya había dejado tres muertos, una gran tragedia en toda regla.
El autor del triple crimen huiría del lugar de los hechos a bordo de su vehículo, un SEAT-133 de color amarillo, no sin antes pronunciar a uno de los clientes una lapidaria frase que resultó ser profética: «No me volverá a ver jamás». Durante 24 largas horas se mantendría el misterio de lo que le podría haber ocurrido al hombre que había teñido de luto a Orihuela y más concretamente a El Escorratel, una barriada en la periferia compuesta básicamente por trabajadores y personas de origen humilde, pero por encima de toda pacífica y tranquila que jamás pudo llegar a imaginar que un suceso de semejantes características los haría saltar a las primeras planas de los principales diarios españoles.
Suicidio
Presa del remordimiento o tal vez del hecho de sentirse acorralado, además de señalado e incluso denigrado el resto de su vida, Paco «El Patillas» se dirigió hacia un almacén agrícola de Orihuela, situado a unos tres kilómetros del Bar Zapata, con la decisión ya tomada de terminar con su propia existencia. Antes de poner fin sin a vida, cerró todas las puertas y ventanas del local para introducirse después en el interior de su automóvil, donde, de un solo disparo se descerrajó la cabeza. Allí mismo, sería encontrado en la mañana del día siguiente al que había perpetrado el triple crimen por efectivos de la Policía, quienes lo hallaron tendido sobre el asiento del conductor. En una de sus manos aún se encontraba el mismo arma que había servido para dar muerte a tres personas el día anterior y que también le serviría para terminar con su vida. En el cargador aún tenía otras siete balas más.
Con el hallazgo del cadáver del triple asesino de El Escorratel se ponía fin a uno de los episodios más oscuros y trágicos que se han vivido en Orihuela en los últimos tiempos, la capital de la Vega Baja del Segura, conocida universalmente por su maravilloso patrimonio artístico-histórico así como por la exquisitez de los productos de su huerta, a pesar de que un hombre, tal vez desnortado, la situase en el mapa de la crónica negra española un ya lejano día de primavera.
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