El cuádruple crimen de «O Garabelo»
A lo largo de la historia los lindes de tierras en Galicia siempre fueron una cuestión problemática que ocasionaron más de un muerto. El minifundismo que provoca la existencia de infinidad de marcos y lindes para delimitar microparcelas de terreno, a lo que se añade cierto carácter desconfiado de algunos moradores del interior gallego, viejos rencores y rencillas que jamás llegaron a ser superados, tuvieron no poca culpa de estos terribles y dramáticos sucesos que desolaron pueblos y aldeas, quedando tópica y falsamente marcadas a lo largo de décadas, con apelaciones y adjetivaciones que jamás se correspondieron con la realidad. El pueblo gallego, y concretamente sus extensas áreas rurales, son lugares extraordinariamente seguros y pacíficos. Sus habitantes gozan de una magnífica calidad de vida, además de un no menos magnífico y colorido paisaje que parece invitar a un franco y sincero optimismo. Sin embargo, estas circunstancias pueden verse alteradas por la enajenación mental de alguno de sus residentes cuando menos se lo espera, tal y como es el caso del que les hablaré a continuación.
La aldea lucense de Gomesende, perteneciente al municipio de Pol, muy cerca de donde ven la luz las primeras aguas del caudal del río Miño, vio alterada su ancestral tranquilidad un ya lejano 19 de noviembre de 1983. Aquel sábado de un lluvioso otoño cinco hombres se encontraban tranquilamente talando cuatro robles que, supuestamente, eran suyos, una vez aprobada la concentración parcelaria de la comarca por parte del Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA). En el momento en que talaban los árboles fueron sorprendidos por otro hombre que aseguraba que era a él a quien le pertenecía la propiedad de los trágicos matorrales de la discordia, tras ser alertado por un criado que trabajaba en la hacienda de su casa. Se trataba de Marcelino Ares Rielo, quien, al parecer -según relataría en el transcurso del juicio que se celebró en su contra- mantuvo una agria y ácida discusión con quienes consideraba usurpadores de aquellos árboles. Según su versión, los robles que estaban talando habían sido permutados por otros árboles en otra finca.
Según Ares Rielo, conocido como O Garabelo, aquellos hombres, además de increparlo, lo agredieron con una azada, en un intento de justificar su injustificable y brutal actitud. Posteriormente, se dirigió a su casa para proveerse de un rifle de repetición, al que le había instalado munición suficiente para deshacerse de los presuntos usurpadores de su propiedad. Comenzaba así una terrible orgía de sangre en una lluviosa, pero aparentemente apacible mañana del mes de noviembre. Sin pensárselo dos veces, Marcelino, un consumado y experto cazador, no dudó en imponer su razón por la fuerza disparando cinco tiros de forma indiscriminada, y a muy corta distancia, contra quienes estaban talando los árboles que consideraba suyos. En apenas unos minutos, caían al suelo Cándido Llanes, de 53 años; industrial maderero, que era quien había adquirido los robles a sus legítimos dueños. Igual suerte corría José Díaz Folgueira, de 67 años, conocido como «O Mexistro», quien aseguraba ser el legítimo propietario de la madera talada. Asimismo, moría también víctima de los disparos un hijo de este, José Luis Díaz Vila, de 28 años, que era padre de dos niños de corta edad. La cuarta víctima de este dramático suceso fue Manuel Vila Feijóo, de 55 años, cuñado de «O Mexistro» y tío de su hijo.
Solamente se salvó de perecer masacrado en aquella matanza Javier Llanes Doval, de 24 años y que era hijo del empresario que supuestamente había adquirido los árboles. La suerte milagrosa que corrió este último obedeció al parecer al encasquillamiento que sufrió el rifle que portaban las manos asesinas de O Garabelo. Algunas fuentes aseguran que el joven, padre de dos niños de corta edad, se refugió en la cabina del camión en el que se transportaría la madera y que, una vez dentro, suplicó por su vida al criminal que había asesinado a su padre y a otras tres personas, miembros de una misma familia. Al parecer, cuando iba a completar la última ejecución, este joven le imploró clemencia, a lo que el autor de la masacre supuestamente accedió, no sin antes advertirlo -y no con muy buenos modales- que abandonase inmediatamente el lugar.
Poco tiempo después de la brutal matanza, se sucedieron las escenas de pánico. Nadie en toda la comarca encontraba una explicación racional -si es que tiene alguna- a lo acontecido. Todo el mundo se lamentaba y preguntaba como había podido acaecer semejante tragedia, pero nadie encontraba una respuesta mínimamente razonable. La ancestral y sepulcral paz de una remota aldea gallega se veía bruscamente interrumpida en una aciaga mañana de otoño, al tiempo que una menuda lluvia, conocida como calabobos, parecía querer oscurecer el ya de por sí aciago día, que se tornaría como trágicamente inolvidable para las comarcas de Meira y Terra Chá. Del autor material del crimen, comenzaron a rondar posteriormente algunos comentarios en los que se le calificaba de hombre reservado y de pocas palabras, incluso algo huraño y hasta se atrevían a calificarlo de vago, pero que tampoco daban crédito a su actitud. Marcelino Ares Rielo se entregaría posteriormente en la comisaría de la Policía Nacional de Lugo, inculpándose como autor de la masacre.
Luto y consternación
En Meira, su Ayuntamiento decretaría tres días de duelo oficial tras conocer la matanza. El día posterior a la misma, el tercer domingo de noviembre, se celebró el tradicional mercado mensual, popularmente conocido como feira o feria en Galicia. A pesar de lo concurrido que se encontraba como suele ser habitual en este tipo de eventos, entre los asistentes al mismo reinaba un ambiente de consternación e incredulidad, al tiempo que nadie hallaba una explicación racional a una tragedia sin precedentes en la siempre pacífica y verde comarca de Meira que vio como perdía su inocencia por unos aterradores y atroces crímenes que remitían a épocas pretéritas y que todo el mundo daba ya por superadas.
Días más tarde, tuvo lugar la reconstrucción de los hechos, en los que el autor material de la matanza en compañía de su abogado, peritos y autoridades policiales y judiciales regresaron al escenario del crimen. Cuentan quienes acudieron al lugar que sorprendió la frialdad del asesino en el momento en que se reconstruía la patética y dramática escena. Incluso, llegó saludando a los presentes de forma cordial y amistosa. Eso sí, sin expresar emoción alguna, lo que resultó asombroso tanto para las autoridades como los medios de comunicación que allí se congregaban. Marcelino portaba una muleta en su brazo derecho, aduciendo que la empleaba a consecuencia de los golpes que le habían propinado sus víctimas antes de iniciar su indiscriminada matanza.
En el juicio, que se celebró en la Audiencia Provincial de Lugo, Marcelino Ares Rielo sería condenado a 53 años de prisión, así como al pago de unas cuantiosísimas indemnizaciones a los familiares de las víctimas. Sin embargo, y para asombro de todo el mundo, O Garabelo apenas llegaría a cumplir poco más de quince años de cárcel. En 1998 ya gozaba del tercer grado penitenciario. En 2003 su libertad era ya definitiva.
Polémicas memorias
En su estancia por los distintos penales en los que estuvo ingresado, Marcelino Ares descubrió su vena literaria. Fruto de la misma publicaría en el año 2003 un libro de memorias que se convertiría en trending topic de ventas en la provincia de Lugo, a pesar de ser duramente recriminado cuando inició su distribución en Meira, localidad en la que había perpetrado la brutal matanza. En el mencionado libro, que curiosamente firma como Marcelino Arés, con acento en la e de su primer apellido, explica con todo lujo de detalles los motivos que le llevaron a provocar aquella barbarie.
Al contrario de lo que había mantenido en el transcurso del juicio, no expresa en ningún momento arrepentimiento alguno por tamaña masacre. Se limita a decir que «se vio obligado a matar para defenderse». Añade en uno de los párrafos de un capítulo en los que explica el trágico suceso que él «tan solo se limitó a apretar un hierro». No contento con ello, solamente lamenta la pérdida de su encomiable patrimonio que el cifraba en 50 millones de pesetas (300.000 euros actuales). Asimismo, responsabilizaba también a las víctimas de la desgraciada suerte que corrieron, al tiempo que las acusaba de haberle destrozado la vida¿?. No faltan otras graves acusaciones y revelaciones contra terceras personas, entre ellas su ex-esposa, de quien se había separado durante su estancia entre rejas.
También son objeto de su ira alguno de sus hermanos, así como también vecinos y viejos amigos o conocidos, entre ellos un afortunado quinielista de la comarca, de quien destaca las visitas que le hacía a la prisión en un automóvil de lujo, aunque le recrimina el hecho de que se hubiese aprovechado de él. Respondiendo a su carácter de psicópata, O Garabelo, responsabiliza a la sociedad de haberle arruinado la vida, de haberlo vilipendiado, sin reconocer en un solo momento el más nimio error. Como curiosidad, cabe decir que su libro de memorias está dedicado a la reina emérita doña Sofía, a quien también dedica una curiosa poesía.
Ya en libertad, Marcelino Ares reharía su vida con una mujer 30 años más joven que él, instalándose en el municipio madrileño de Buitrago de Lozoya, aunque realizaría visitas periódicas a su localidad natal, principalmente con motivo de la publicación de sus más que controvertidas memorias. En su edición del 14 de septiembre de 2008, el diario La Voz de Galicia, daba cuenta de su óbito. Se suponía que este había acontecido dos años antes. En Meira, el lugar más próximo a dónde cometió sus atrocidades, la mayor parte de su vecindario ya tenía constancia de su deceso, pero nadie sabía cuando había ocurrido ni tampoco cómo. De la misma forma, se desconocía el lugar exacto donde había recibido sepultura. Todo hacía indicar que su óbito se produjo de una forma fulminante y rápida, ya que en 2005 aún se le había visto por el pueblo donde manan las primeras aguas del caudaloso y pacífico río Miño.
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