Ejecutado en el garrote vil por asesinar a un sacerdote y a una criada en Quintá de Lor (Lugo)
A comienzos del siglo XX corrían muchos comentarios acerca de la supuesta riqueza que atesoraban muchos sacerdotes, quienes recibían importantes dádivas y diezmos de muchos de sus fieles, muchos de los cuáles hacían algo de fortuna en la emigración americana. El extenso territorio rural gallego era uno de los sitios ideales para los religiosos, pues la distribución de la tierra en pequeñas parcelas llevaba aparejado consigo una multiplicación de las donaciones de los feligreses, quienes aunque no tuviesen que comer lo entregaban voluntariamente al clero para que así al menos se ganase la salvación eterna, ya que este mundo no dejaba de ser más que un valle de lágrimas, tal y como rezan algunas oraciones y salmos que se aprendían en la más tierna infancia.
Los sacerdotes fueron muchas veces el bien más codiciado por los amigos de lo ajeno, dándose la circunstancia que más de un asalto a casas rectorales se saldó con una sangrienta tragedia. Así sucedió al anochecer del día 30 de enero de 1902 en la aldea lucense de Quintá de Lor, en el municipio de Quiroga, al sur de la provincia de Lugo, cuando todavía este pequeño concejo gozaba de una espléndida salud demográfica, la misma que no le acompaña en la actualidad, pues, de sus poco más de 3.000 habitantes, el 40 por ciento ya supera los 65 años y la mayoría de sus escasos jóvenes son reacios a quedarse en su tierra, buscando sus respectivos horizontes en otros lares.
Aquel ya lejano día de invierno en el que no hacía más que alborear el nuevo siglo, un individuo, de muy malos antecedentes y peor reputación, Demetrio Fernández, hijo natural de una mujer del cercano municipio de A Pobra do Brollón y que había luchado en la entonces reciente Guerra de Cuba, sabedor de que el párroco José Casanova, de 48 años, gozaba de una aceptable posición económica -tras haberlo escuchado en las obras de la carretera de Lor, en la que había trabajado-, decidió protagonizar una lamentable hazaña que marcaría profundamente a lo largo de varias generaciones a la pequeña aldea de Quintá de Lor.
A tiros
Con la falsa excusa de una carta apócrifa de su familia, decidió emprender el asalto a la casa rectoral en la que vivía el padre Casanova, en compañía de dos criadas, una de ellas una niña de tan solo doce años, en un tiempo en el que los más pequeños eran carne de cañón para cualquier trabajo. Lo recibió a la entrada el religioso, quien tras mantener una breve conversación con su improvisado visitante, este último le instó, bajo amenazas, a que le diese todo el dinero que guardaba en su casa, a lo que el párroco se negó rotudamente. Sin pensárselo dos veces, Demetrio Fernández, que portaba un arma corta Smith que había traído de su estancia en Cuba, disparó contra el sacerdote una sola vez, suficiente para terminar con su vida.
Al escuchar el jaleo y los disparos que se habían producido en el zaguán de acceso a la rectoral, acudieron hasta el mismo la criada Elvira Vergara, de 34 años de edad y la niña Hermitas Hibra Sánchez, de doce, quien trabajaba al servicio del cura. Ambas fueron recibidas con disparos, alcanzando a cada una de ellas sendos tiros, aunque ninguno de ellos revestía la gravedad suficiente como para ocasionarles la muerte. Las dos mujeres se hicieron las muertas para tratar de sobrevivir a aquel sangriento suceso.
Creyendo que las dos criadas estaban muertas, llamó a su cómplice José Lelo, y juntos revolvieron las habitaciones de la casa en la busca de los supuestos caudales que guardaba el religioso. No obstante, Demetrio Fernández, quiso cerciorarse de la muerte de las dos heridas. Para ello, le propinó tres cuchilladas a la mayor de las mujeres a la altura del pecho, que resultaron ser mortales, acabando así con la vida de Elvira Vergara. Lo mismo haría con la pequeña, a quien propinó dos puñaladas, pero como la había introducido en el interior de un saco, este fue determinante para que las heridas, aunque graves, no fuesen lo suficientemente profundas como para ocasionarle la muerte.
Mientras los dos asaltantes, uno de ellos reconvertido en un terrible asesino, se dedicaban a desvalijar cuanto podían en las habitaciones más alejadas de la salida de la casa, la niña tuvo la suficiente sangre fría para aprovechar esa oportunidad y zafarse del criminal y su cómplice alojándose en la vivienda de un vecino, a quien relataría lo sucedido, dando inmediatamente cuenta de este sangriento episodio a la Guardia Civil. No sabían ambos energúmenos que habían dejado con vida a un incómodo testigo, que iba a resultar clave en la resolución de este sanguinario suceso. Tomaron la salida aparentemente más fácil, la huida, aunque de muy poco les serviría.
Detención
Después de pasar algo más de un mes vagando por los pueblos del sur de la provincia de Lugo, la Guardia Civil capturó al temible Demetrio Fernández, convertido en el enemigo público número uno, y a su cómplice, José Lelo. El primero de ellos sería exhibido en la prisión de Monforte de Lemos al igual que si se tratase de una exhibición de circo. La criatura de doce años no haría más que confirmar que se trataba del mismo sujeto que en una noche fría de invierno, y muy crudo por aquellos lares, había dado muerte al sacerdote y a la criada.
Sometidos a un careo por parte de los agentes de la Guardia Civil, ambos delincuentes se echaban la culpa mutuamente de lo acontecido. Sin embargo, las pruebas más concluyentes incriminaban directamente a Demetrio Fernández, a quien, a pesar de su juventud -no alcanzaba los 30 años-, era conocido por haber cometido diferentes robos en aquella contorna, además de amenazar de muerte a un compañero de las obras en las que trabajaba como consecuencia de una deuda de dos pesetas.
Condena y ejecución
Algo más de un año después de haber perpetrado el doble crimen de Quintá de Lor, se celebraba en la Audiencia Provincial de Lugo el juicio contra los dos encausados de haber dado muerte al párroco y su criada. De nuevo protagonizaran enfrentamientos y contradicciones, negando una y otra vez que fuesen los autores del doble asesinato, a lo que se sumaba un tercero en grado de tentativa. Asimismo, se procesaba también al hermano de Demetrio Fernández, por haber escrito la carta debido a que su familiar no sabía escribir. Para él se solicitaban 14 años de prisión.
Finalmente, el 21 de abril de 1903 se dictaba sentencia en la que se condenaba a la pena de muerte a Demetrio Fernández, en tanto que su cómplice, José Lelo, para quien también se solicitaba la peor de las condenas, era sentenciado a 30 años de prisión. Ahora le quedaba únicamente la apelación al Tribunal Supremo, quien no hizo otra cosa que ratificar la sentencia emitida por el tribunal gallego, que lo había impuesto la pena de muerte después de acusarlo de tres delitos de asesinato y otro de robo. No ayudaba tampoco mucho al encausado los argumentos esgrimidos por la instancia judicial lucense, que hacía hincapié en su oscuro pasado.
Tampoco se apiadó de aquel pobre hombre el Consejo de Ministros, quien en noviembre de aquel mismo año le negó la gracia del indulto, viéndose abocado a morir en el garrote vil. Tampoco llegó esa merced por parte del joven rey Alfonso XIII. Incluso, la propia prensa de la época se atrevía a atibar que la suerte del doble asesino de Quiroga, que no era otra que la de que en breve subiría al cadalso.
En otra fría mañana de invierno, y mucho más en el crudo Burgos donde había sido recluido Demetrio Fernández, en el Penal de Santa Agueda, concretamente en las primeras horas de la mañana del 16 de enero de 1904, el verdugo don Gregorio Mayoral Sandino apretaba con fuerza el tétrico manubrio del garrote vil provocando la muerte del reo que dos años antes había asesinado vilmente a un sacerdote y a una joven mujer. La prensa de la época comentaba que este espeluznante último espectáculo había sido presenciado por algunos oficiales del Ejército y funcionarios judiciales. Añadía también que el criminal no había dado en ningún momento muestras de arrepentimiento, portándose de una forma despectiva como lo había hecho a lo largo de su efímera y ruín existencia.
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