El asesinato de «El Guaza» y dos de sus compinches: un sangriento suceso que aterró a Móstoles (Madrid)
Los primeros años de la Transición constituyeron una de las épocas más complicadas para los habitantes de las grandes ciudades, pues habían de habituarse a convivir con un fenómenos que se denominaba ya «inseguridad ciudadana», motivado principalmente por el tráfico de estupefacientes que ya campaba a sus anchas por aquella nueva España surgida tras el fallecimiento del general Franco. Ya nada era como antes. En cualquier esquina o zona poco transitada podían aparecer aquellos famosos pandilleros que colocaban una navaja al cuello del primero al que pillasen exigiéndole que entregase cuantos objetos de valor llevase.
Normalmente aquellos grupúsculos juveniles solían tener un líder, a quien el resto obedecía. Solía ser un individuo muy joven, pero carismático, bien dotado para ejercer el mando. Actuaban en pandillas o grupos, surgiendo los enfrentamientos entre ellos, que se saldarían casi siempre de forma violenta. Lo peor de todo es que en más de una ocasión la sangre sí llegó al río y dejarían algunas huellas imborrables, tanto por el número de víctimas como por la personalidad de los participantes en aquellas sangrientas reyertas.
Una de esas «legendarias figuras» de la delincuencia juvenil española de la época fue Santiago Sánchez Guaza, alias «El Guaza» quien, con tan solo 17 años, había sido detenido en más de una decena de ocasiones a consecuencia de los múltiples robos y hurtos que llevó a cabo en su corta existencia. Las drogas andaban ya de por medio. Tanto Madrid como muchos de sus pueblos, que eran ya auténticas ciudades por su elevado número de habitantes, se vieron sacudidos por decenas de episodios protagonizados por estas bandas juveniles entre las que los ajustes de cuentas eran muy habituales, casi siempre derivados de problemas surgidos como consecuencia del tráfico de estupefacientes.
Acribillados en Móstoles
Una de las localidades que más sufrió las consecuencias de los pandilleros fue Móstoles, una extensa área urbana que contaba ya con cerca de 200.000 habitantes. En más de una ocasión sus habitantes se vieron en la obligación de refugiarse en sus viviendas como consecuencia de los desmanes provocados por aquellos grupos, entre los que predominaba la denominada «Ley del silencio». Es decir, no se delataban entre ellos aunque sucediesen cosas muy graves.
Uno de esos trágicos capítulos se escribiría en la tarde-noche del día 29 de mayo de 1980 cuando algunos vecinos de la ciudad mostoleña vieron como corría un joven de 24 años, tambaleándose como consecuencia de las heridas sufridas en una emboscada que le había practicado una banda rival. Se trataba de Óscar Luis Sánchez Ramos, quien tras recorrer apenas un centenar de metros terminaba por caer encima de unos vehículos que se encontraban aparcados en una de las calles de Móstoles. Había dejado tras de sí un impresionante reguero de sangre, dándose por seguro que había sido víctima de un episodio sangriento.
Aunque la escena era terrible, los vecinos todavía no habían descubierto la verdadera magnitud del suceso. En un vehículo, SEAT-127, de color blanco, estacionado en las inmediaciones de una iglesia situada en la plaza de Ernesto Peces, contemplarían el resto del espectáculo, para nada agradable y extraordinariamente conmovedor. En el interior del coche aparcado, que había sido alquilado por sus ocupantes y del que había salido la primera víctima mortal, se encontraban los cuerpos sin vida de Santiago Sánchez Guaza, «El Guaza», de 17 años de edad, postrado sobre el asiento del conductor, y Domingo Muro Gálvez, de 18, quien tenía la mirada pérdida clavada en el techo del automóvil.
La Policía se presentó de inmediato en el lugar de los hechos. De como se encontraban los cadáveres dedujo que el tiroteo había sido realizado por un grupo no inferior a seis personas. En un primer momento, Sánchez Ramos, al escuchar las detonaciones de los primeros disparos abandonó el vehículo, aunque fue alcanzado en el costado por una bala que le ocasionó la muerte. «El Guaza» tenía el rostro completamente desfigurado por el impacto de la metralla, al igual que el otro muchacho que ocupaba el asiento trasero del utilitario.
Otros dos acompañantes, entre ellos José Muro Gálvez, alias «El Pipo», de 17 años, y Joaquín García Escudero, de 19, «El Tornero», quien carecía de antecedentes policiales, resultaron con heridas leves, siendo atendidos en un centro sanitario madrileño, siendo dados de alta prácticamente el mismo día en que fueron atendidos de sus respectivas lesiones. En el interior del vehículos de las víctimas la Policía encontraría importantes dosis de hachís así como una navaja de grandes dimensiones.
En el lugar de los hechos, la Policía encontraría casquillos de bala de los calibres 32 y otro semiblindado del 38, siendo estas las únicas pruebas que consiguió recabar. Sin embargo, los códigos no escritos de aquellas peligrosas bandas de delincuentes eran muy rigurosos y no conseguirían la colaboración de ningún ciudadano, a pesar de que la zona donde se había producido el tiroteo era céntrica, aunque solitaria, pues estaba delimitada por dos garajes y una iglesia.
Se sabe que algo más de una hora antes de producirse la matanza, los jóvenes fallecidos y sus acompañantes habían estado en un bar jugando a los dardos en la calle Sitio de Zaragoza. Al parecer, según el dueño del local, abandonaron el mismo en torno a las siete de la tarde, una hora y media antes de ser asesinados. Todos ellos, con excepción hecha de García Escudero, acumulaban ya muchos delitos de pequeña enjundia a sus espaldas.
Detención de «Los Lateros«
Algo más de un año y medio después del triple crimen fue detenido como cabecilla de una banda muy peligrosa José Sánchez Piquero, que contaba con 26 años de edad. Según su testimonio, el triple asesinato habría sido a consecuencia de una pelea que habían mantenido ambas bandas de delincuentes, la de este último conocida como la de los «lateros». Aunque recibiría una dura condena, en su triste currículum no ha dejado de acumular episodios delictivos, algunos de los cuales protagonizados recientemente en compañía de sus dos hermanos.
Además de Sánchez Piquero, serían detenidos en Barcelona Pablo Piquero y Juan José Carreras, quienes habían huido a Cataluña después de la masacre de Móstoles. En cuestión de horas, medio centenar de personas pertenecientes al mismo clan, se habían desplazado y desperdigado por diferentes puntos de la geografía nacional. Cuando la Policía fue a buscarles, se encontró con el panorama de que las cuatro ramas habían desaparecido de Móstoles. Algunos de ellos se cambiaron el nombre, hasta el punto de que uno de sus miembros se bautizaría de nuevo en Bilbao.
Años después, cuando recobró la libertad, se instaló en Zaragoza en compañía de sus dos hermanos. Allí sería el triste protagonista de varios episodios violentos, entre ellos, el atraco a nueve bancos, así como el asesinato de un joven a raíz de un insulto al cruzar una calle. Su última condena data del año 2020, aunque invalidada por la Audiencia Provincial de Cuenca, al invalidar algunas pruebas que les incriminaban, evitándoles así una condena que se acercaba a los 100 años de prisión.
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