Ejecutados dos delincuentes por asesinar a tres personas de una misma familia en Manzanares (Ciudad Real)
Una oscura, tétrica y hasta macabra historia nos lleva al municipio manchego de Manzanares, situado entre el centro y el este de la provincia de Ciudad Real. Allí, cuando todavía alboreaba el siglo XX, sus vecinos se vieron abruptamente sorprendidos por un sórdido suceso del que todavía se habla en nuestros días, a pesar de que ya han transcurrido más de 110 años, que se dice pronto. La localidad vería interrumpida su tradicional tranquilidad cuando en una mañana del 23 de enero de 1911 uno de sus convecinos, Emilio Amador Durango, amigo de la familia asesinada, les daba cuenta del trágico acontecimiento que provocaría una gran consternación, al tiempo que el lógico pavor y miedo por lo ocurrido.
La persona en cuestión hallaría en la cocina de la casa los cadáveres de sus dueños Doroteo Guerrero Galiani, de 55 años y su esposa Vicenta Gómez, de 42, así como el de la niña de once años Carmen Cano, ahijada de la mujer, a quien habían sacado del hospicio debido a que no tenían descendencia. La sucesión de los hechos comienza en aquella fría mañana del primer mes del año, después de que Amador Durango, como persona de confianza que era del matrimonio asesinado, accediese al interior del domicilio en vista de que la puerta de acceso estaba abierta y no se escuchaba ningún ruido dentro.
Ya, en el interior del inmueble, pudo observar los tres cuerpos de sus moradores, con el rostro completamente desfigurado las dos personas mayores y con un claro gesto de haber llevado una muerte terrible, en medio de impresionantes charcos de sangre. La escena no dejaba lugar a dudas que se hallaban ante un espantoso crimen que todo indicaba que había sido cometido la noche anterior -como así había sucedido en realidad-, aunque ahora la última palabra la tenían las autoridades, que en muy poco tiempo capturarían a la banda que les dio muerte, un grupo compuesto por cinco energúmenos, dos de los cuales se habían fugado el año anterior, 1910, del Penal de Ceuta.
Detenciones y confesión
El día 27 de enero de 1911 eran detenidos Orencio Peinado Rosado, alias «Cañamón»; Miguel Galindo Expósito, «Borguetas»; Francisco Portugués, «el Portus», José Bolaños, «El federal» y un sujeto de dudosas andanzas que respondía al apodo de «Pajarilla». En aquel entonces, la Guardia Civil tenía cancha libre para someter a los detenidos a duras pruebas, conocidas popularmente como «el tercer grado», lo que conllevaría a la confesión de uno de los principales acusados, quien relataría ante el juez, a mediados de febrero de 1911, como se había producido aquel trágico y macabro suceso.
En su declaración «Cañamón», un individuo que frisaba los 40 años y que había sido condenado a cadena perpetua por el crimen conocido como «Pozo de la Serna» -del que había sido coautor en compañía de Borguetas-, manifestaría que habían seleccionado a sus víctimas ya que sospechaban que tenían dinero en su domicilio. Se acercaron hasta el mismo, situado en el número ocho de la Carretera de Madrid, en la noche del 22 de enero de 1911 con la intención de robarlos. Aprovecharon la circunstancia de que la pequeña de la casa dejó la puerta entreabierta cuando salió al exterior.
Inmediatamente después de la salida de la criatura, se internaron los cinco en el interior del domicilio, siendo descubiertos por la mujer, que se hallaba sentada en una silla, quien alertó a su marido sobre la llegada de los ladrones, siendo esta la última frase que pronunció en su vida. Sus agresores no dudaron un momento en cebarse con ella de la forma más brutal y atroz, propinándole golpes muy fuertes con un martillo que la dejarían exánime, con el rostro completamente desfigurado e irreconocible.
El dueño de la casa, Doroteo Guerrero trató de incorporarse y hacerles frente, pero su débil defensa e inferioridad -los atacantes eran un total de cinco- lo impidió. Al igual que habían hecho con su mujer, se ensañarían a golpes con él hasta el punto de destrozarle el cráneo casi por completo. De la misma manera, su rostro también quedó irreconocible a consecuencia de la fiereza exhibida por los asaltantes, uno de los cuales, «Borguetas», negaría haber participado en la fechoría, a pesar de ser uno de los principales cerebros. Dijo que el día de autos ni siquiera se hallaba en Manzanares.
Posteriormente darían muerte a la pequeña Carmen Cano, a quien en un primer instante trataron de entretener, pero uno de los criminales, José Bolaños, manifestó que la pequeña lo conocía, por lo que «Cañamón» volvería a dar muestras de su espantosa crueldad, propinándoles dos certeros golpes en la cabeza que terminaron con la vida de la niña. Su cuerpo sería arrastrado por «Borguetas» hasta la cocina, en la que ya yacían los cuerpos de sus padrinos y tutores.
Después de haber convertido el inmueble en un improvisado panteón, se dirigieron hacia el único piso con el que contaba la vivienda, logrando un cuantioso botín para la época, pues encontraron 2.500 pesetas, que acordaron repartir en días posteriores a la comisión del triple crimen con el fin de evitar las sospechas de las autoridades, siendo el depositario de la cantidad sustraída «Borguetas». Por su parte, José Bolaños se disfrazó con ropas de mujer, propiedad de la dueña de la casa asaltada, para intentar pasar desaparcibido por el pueblo.
Cuatro penas de muerte
El día 12 de noviembre de 1912 se inició la vista contra cuatro de los cinco acusados por el triple crimen de Manzanares en la Audiencia Provincial de Ciudad Real, uno de ellos, «Pajarillas», había fallecido durante el tiempo que estuvo en prisión provisional. Las pruebas eran demasiado abrumadoras y concluyentes contra los restantes cuatro acusados, a lo que se sumaba la mala reputación de «Cañamón» y «Borguetas», quienes habían perpetrado otro crimen en el año 1900 y se habían fugado del Penal de Ceuta en el verano del año 1910, eludiendo de esa forma la cadena perpetua que pesaba sobre ellos.
El fiscal tuvo claro desde un primer instante que todos ellos deberían ser condenados a la pena capital, pues no se entendía que unos individuos de tan mal vivir pudiesen salir airosos después de haber perpetrado uno de los crímenes más espeluznantes que se recordaban en la comarca manchega. No había motivos para la clemencia después de haber dado muerte de una forma tan vil y espantosa a una honrada y trabajadora familia que tan solo vivía de su esfuerzo, siendo propietaria de tres casas, una viña y diversos terrenos.
El tribunal también lo tuvo muy claro. Por unanimidad declararon culpables de asesinato a los cuatro encausados, con las agravantes de nocturnidad, alevosía y superioridad, a lo que se sumaba la muerte de una menor de edad. Solamente les quedaba la gracia del Tribunal Supremo, que hizo oídos sordos al recurso presentado por las defensas y ratificó las sentencias dictadas por la Audiencia Provincial de Ciudad Real. Ahora, solo les quedaba la hipotética clemencia del Rey Alfonso XIII.
Ejecución
En una madrugada de primavera, la del 23 de abril de 1914, el conocido y famoso verdugo burgalés Gregorio Mayoral Sendino, quien ya llevaba un cuarto de siglo en la profesión, se preparaba para ejecutar a cuatro hombres, aunque la gracia concedida por Alfonso XIII a dos de los acusados, José Bolaños y «El Portugués» haría que su trabajo se viese reducido únicamente a dos de los reos, a quienes su pasado jugaba claramente en su contra, a lo que se unía su fuga del penal del Ceuta. Los que recibieron la gracia del indulto lloraban de emoción por haber alcanzado la añorada redención, que era sustituida por una pena accesoria de reclusión perpetua, aunque saldrían en libertad en 1931 con motivo de la proclamación de la Segunda República española.
Sin embargo, tanto «Cañamón» como «Borguetas» tenían un pasado demasiado turbio para poder acceder al indulto y fueron ejecutados sin contemplaciones. La prensa de la época señala que el primero de los reos le dijo a su ejecutor que el collar que le aprisionaría definitivamente la nunca estaba muy flojo. No deja de ser una anécdota curiosa en un momento terrible en el que abandonaba una vida dominada por la sangre y el delito, que fueron las verdaderas señas de identidad de ambos ejecutados.
Síguenos en nuestra página de Facebook cada día con nuevas historias