Dos jóvenes brutalmente asesinadas y más de una decena de violaciones en la sádica carrera de «El violador del ascensor»
Resulta difícil encontrar algún calificativo que pueda definir a un sujeto tan salvaje y despiadado como Pedro Luis Gallego Fernández, un energúmeno que sembró el terror en los lugares en los que dejó huella, principalmente por la provincia de Valladolid, donde cometió muchas de sus agresiones sexuales, así como también un brutal asesinato en la persona de una joven, menor de edad, Leticia Lebrato, de tan solo 17 años.
Nada hacía presagiar en el entorno en el que se había criado quien años después sería conocido como «El violador del ascensor» que en plena juventud iniciase una carrera delictiva como agresor sexual que ha ocupado la práctica totalidad de su vida, exceptuando únicamente el tiempo en que estuvo ingresado en prisión. Era hijo de una familia normal, trabajadora y honrada, que incluso estudió en un centro religioso y que hizo un grado de Formación Profesional en Mecánica donde aprendería a arreglar ascensores, siendo esta práctica la que le permitió abordar a muchas de sus víctimas, pues aparecía con mono azul a las puertas de los elevadores y allí acorralaba a algunas de sus víctimas. Con tan solo 19 años, en 1976 ya había realizado algunos abusos deshonestos a jóvenes de urbanizaciones vallisoletanas que contaban más o menos con su misma edad. Tan solo tres años más tarde, en 1979, pisaría por vez primera las instalaciones de una cárcel para cumplir condena por estos hechos, aunque obtendría la libertad condicional en 1982, valiéndose de un anticuado Código Penal que daba la oportunidad de redimir la condena con trabajos y formación durante la estancia en los establecimientos penitenciarios.
Al año siguiente, 1983, regresaría a lo que terminaría convirtiendo en su hogar a lo largo de los años. En esta ocasión había obligado a un preso a masturbarle. No obstante, pronto recuperaría la libertad y en 1985, aprovechando unas vacaciones en la provincia de Alicante, Gallego Fernández violaría a una turista belga. Juzgado en Burgos sería condenado a 10 años de prisión. Solamente cumpliría cinco gracias a que durante su estancia entre rejas obtuvo el título de graduado en Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) a lo que se sumaba el extraordinario comportamiento que siempre demostraba cada vez que cruzaba la puerta de la cárcel y a la benevolencia de un sistema penal que, ciertamente, permitía muchas alegrías a los penados, tal y como era su caso. Será a partir de este instante cuando se vea magnificada su cruel, sádica y terrible carrera delictiva que llevará el dolor a muchas familias como consecuencia de una mente desnortada que jamás hizo el menor esfuerzo por reinsertarse en la sociedad.
Asesinato de Marta Obregón
Hasta los primeros días de 1992, el tristemente célebre «Violador del ascensor» no inauguraría su sanguinario historial. Por aquel entonces desaparecía en la capital burgalesa una joven de 22 años de edad, Marta Obregón Rodríguez, estudiante de Periodismo, una muchacha de apariencia agradable y muy buen aspecto, con profundas convicciones religiosas, quien era secuestrada a punta de navaja por Pedro Luis Gallego cuando se disponía a tomar el ascensor para subir al piso en el que residía con su familia, quien inmediatamente pondría la correspondiente denuncia por desaparición ante la Policía Nacional.
Forzada a subirse al vehículo de su secuestrador, este la llevaría hasta un descampado situado en Villagonzalo-Pedernales, muncipio perteneciente al área metropolitana de Burgos y situada a apenas una decena de kilómetros de la capital. Cuando ya se encontraban en el paraje que había elegido como lugar para violar y asesinar a su víctima, obligó a esta a desnudarse, quien opuso en todo momento una extraordinaria resistencia a las sádicas pretensiones de su captor. Para rematar la faena cosería literalmente a la joven a puñaladas, encontrándose hasta un total de 14 en su cuerpo, que sería descubierto unos días después, concretamente el día 27 de enero de 1992, en medio de la nieve que había caído aquellos días en la provincia burgalesa. Las pruebas de ADN demostrarían que el brutal crimen había sido obra del conocido psicópata, quien siempre se negó a seguir en las cárceles programas destinados a su recuperación social.
Por este crimen sería condenado a medio siglo de prisión, además de indemnizar con 35 millones de pesetas a los familiares de Marta Obregón, aunque sería declarado insolvente. La joven asesinada, que había dejado muy grato recuerdo en la capital burgalesa, está en proceso de beatificación. Por si fuera poco, Gallego Martínez conseguiría, en aquel momento, en el año 1992, salirse con la suya durante algún tiempo, lo que constituiría una auténtica desgracia, pues le daría tiempo para acometer un nuevo crimen que tendría lugar en Valladolid en julio de aquel mismo año.
Asesinato de Leticia Lebrato
Al igual que había hecho con su primera víctima mortal repitió un modus operandi similar, si bien esta joven no fue abordada en el ascensor, como solía ser habitual en él, sino a la salida de una cafetería situada en el municipio vallisoletano de Viana de Cega, donde su familia disponía de una residencia estival. Leticia Lebrato sería raptada el 19 de julio de 1992, siendo obligada a subir a punta de navaja al mismo vehículo al que había subido la primera víctima de su agresor. Posteriormente la trasladaría hasta un descampado en el que había un pinar. La muchacha habría forcejeado con su verdugo ofreciendo cierta resistencia, pero incapaz de hacerle frente a semejante salvaje, quien le propinaría más de una decena de puñaladas y abandonaría su cuerpo exangüe en medio de unos arbustos en donde sería encontrada tan solo unos días después por el equipo que participaba en su búsqueda.
Pedro Luis Gallego no sería detenido hasta noviembre de aquel año, 1992. Antes de su detención y puesta a disposición de las autoridades protagonizaría un tiroteo con la agentes de la Guardia Civil, consiguiendo escabullirse del cerco al que lo habían sometido. Las pruebas concluyentes llevarían a su detención en el otoño de aquel año en el que se sabe que, al menos, cometió hasta nueve violaciones, la mayoría en la primera mitad del ejercicio de 1992.
Cuando se procedió a la reconstrucción del crimen que le había costado a su segunda víctima mortal, hubo un intento de linchamiento por parte de los vecinos del lugar, quienes llegaron a zarandear el vehículo de la Guardia Civil, al tiempo que solicitaban que lo dejasen en sus manos para aplicar la verdadera justicia. Por el asesinato de esta segunda joven sumaría un total de 42 años de prisión más a los 110 a los que había sido condenado con anterioridad por su larga carrera como delincuente sexual y asesino, a la vez que debía indemnizar con más de 30 millones de pesetas a la familia de su víctima. Sin embargo, como casi siempre sucede con estos sujetos, la insolvencia le libraría de tener que abonarle ni un solo céntimo.
En el año 1995 la Justicia española le había condenado a la escalofriante cifra de 330 años de cárcel, por delitos continuados de violación y asesinato. Sin embargo, el Código Penal impedía que las reducciones de condena se hiciesen con relación a la elevada suma de años que debía pasar en prisión, sino que se veía reducía a tan solo 30. Beneficiado por la anulación de la «Doctrina Parot» saldría de nuevo de la cárcel en el año 2013, cuando apenas había cumplido poco más de veinte años de estancia en prisión.
96 años de cárcel, última condena
Aunque su existencia se había desarrollado básicamente entre los muros de las cárceles, en las que había pasado más de media vida, este sujeto jamás supo o quiso valor el precio de la libertad. Volvería a delinquir, atemorizando a un gran número de mujeres desde el primer instante en que salió de prisión. La sección sexta de lo Penal de la Audiencia Provincial de Madrid lo condenaría a un total de 96 años de cárcel, la petición íntegra que solicitaba el fiscal en octubre del año 2019. Se prevé que con esta condena no salga hasta el año 2039, cuando tendrá para entonces 82 años de edad.
Tras su salida de prisión se había instalado a las afueras de Segovia después de haberse visto obligado a abandonar la localidad vallisoletana de la Honcalada, donde la presión vecinal consiguió que aquel peligroso energúmeno no residiese con ellos, por miedo a la reincidencia, conocedores de sus brutales actos delictivos. En esta ocasión eligió las inmediaciones de la residencia sanitaria La Paz, de Madrid, donde entre diciembre de 2016 y abril de 2017 asaltaría hasta un total de cuatro mujeres, siendo detenido por dos mujeres, agentes de la UDEF, en este último año.
En el transcurso del último juicio que afrontó, visiblemente envejecido y algo decrépito, no negó los hechos que se le imputaban y manifestó que su incapacidad para controlarse, aunque no recordó su negativa a realizar programas de rehabilitación. Con gran cinismo, cuando ya contaba 62 años de edad, expresó su disgusto por haber nacido, un disgusto compartido por la mayoría de sus víctimas, entre ellas las familias de las dos jóvenes a las que asesinó impunemente en el año 1992, el mismo en que muchos españoles se las prometían muy felices por los grandes eventos que se celebraban en nuestro país en el que un energúmeno execrable, repugnante y despiadado teñía de luto a dos honradas familias y violaba a más de una decena de honestas mujeres que seguramente estarán marcadas por las andanzas de un individuo que como él mismo reconocía ante un tribunal no debería haber nacido jamás.
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