El secuestro y asesinato de Anabel Segura: un caso que conmovió a toda España
La España de los noventa sufriría distintos episodios en los que los medios de comunicación se volcaron masivamente a causa de las circunstancias que los envolvían. Uno de esos trágicos acontecimientos tendría como protagonista principal a una joven madrileña, de tan solo veintidós años, Anabel Segura, una chica simpática y agradable que estudiaba cuarto curso de Ciencias Empresariales en la prestigiosa institución académica ICADE. Sin embargo, una pareja de desgraciados que buscaban dinero fácil, cuando no vivir del cuento, se cruzaron de manera funesta en su vida en la mañana del 12 de abril de 1993, siendo secuestrada y finalmente asesinada, tan solo seis horas después de haber sido privada de su libertad.
A media mañana del día de autos, la joven salió de su casa, en la urbanización Intergolf, en pleno barrio de La Moraleja, una de las zonas más exclusivas de Madrid. Iba ataviada con un chándal y llevaba también un reproductor de música. Fue entonces cuando dos extraños se dirigieron a ella con la excusa de preguntar por una dirección de aquel entorno, aunque no dejaba de ser una vulgar treta para entretener a la muchacha, que recibió un empujón de alguno de aquellos dos extraños y fue introducida en una furgoneta de color blanco. Nadie vio nada, salvo un jardinero de 62 años quien intentó socorrer a Anabel cuando escuchó sus gritos. Aún así, pudo hacer una descripción precisa del vehículo. Solamente le faltó tomar el número de matrícula, algo que no pudo hacer por no llevar en ese momento las gafas consigo.
Es a partir de entonces cuando se inicia un largo peregrinar en torno al destino de aquella joven que mantendría en vilo a todo un país durante dos años y medio, en los que se sucedieron las llamadas y los interrogantes, así como un sinfín de incongruencias que contribuirían a que se resolviese el caso. Lo único cierto es que Anabel Segura fue estrangulada por sus captores el mismo día de su secuestro. Sin embargo, estos no hicieron otra cosa que entretener en falso a toda una sociedad que buscaba respuestas en torno al paradero de la joven.
Falta de profesionalidad
Una de las peores cosas que le puede suceder a cualquier secuestrado es que sus raptores no sean profesionales ni hayan planificado el secuestro previamente. Así ocurrió en el caso de Anabel Segura. Sus dos captores eran unos chapuceros que desconocían hasta las normas más elementales en un suceso como el que pretendían llevar a cabo. Ni siquiera habían previsto el lugar en el que albergarían a su futura víctima. Su plan fue torpe e improvisado. Aquella misma mañana un repartidor en serias dificultades económicas, Emilio Martínez Guadix, de 38 años, se puso en común acuerdo con un viejo amigo de la infancia, Cándido Ortiz Añón para dar un golpe, quien era tres años más joven que el anterior. El lugar elegido era la lujosa urbanización madrileña de La Moraleja, una exclusiva colonia habitada por personas con un elevado nivel económico. Pensaban que la trama sería bastante sencilla y solamente se trataba de secuestrar a la primera persona que se encontrasen.
El hecho de no ser auténticos profesionales, sino tan solo un par de desalmados, hizo que las cosas comenzasen a torcerse desde el primer instante. Para empezar, su víctima les había visto el rostro cuando la secuestraron y también cuando se dirigieron hasta una gasolinera a repostar. Todo ello contribuía a que pudiesen ser reconocidos en cualquier momento. Durante aquella ingrata jornada de primavera estuvieron dando vueltas con la furgoneta por la capital de España y sus alrededores hasta que los amenazó la noche y no sabían que hacer con su rehén. Optaron por la solución más sencilla, y también la peor, que no era otra que darle muerte. Lo hicieron también de una manera macabra y obscena, pues la estrangularían y abandonarían su cadáver en la localidad toledana de Numancia de la Sagra, a 42 kilómetros de Madrid y a tan solo dos del domicilio de uno de los captores,
A partir de ahí comenzaría un largo rosario de patrañas que no hicieron otra cosa que entretener en falso a todo un país, que aún vivía con la lógica esperanza de que pudiese ser encontrada con vida la joven madrileña. En la memoria colectiva estaba presente todavía el largo secuestro de la farmacéutica de Olot, cuyo desenlace final con final feliz tras 500 días de cautividad hacía albergar las esperanzas de gran parte de los españoles que seguía expectante a las noticias que le llegaban acerca del incierto futuro que podría Anabel Segura.
Cinta magnetofónica
Para darle realismo y credibilidad al esperpéntico schow montado por los dos secuestradores, no se les ocurrió mejor idea que enviar una cinta magnetofónica con la supuesta voz de Anabel a los padres de la muchacha. En ella, Felisa García Campuzano se hacía pasar por la secuestrada. Sin embargo, después de analizar la grabación hasta la saciedad, los investigadores le restaron credibilidad y comenzaron a ver puntos oscuros en aquel truculento montaje que no parecían conducir a ninguna parte. No obstante, la cinta sería decisiva en la resolución del caso, pues algunas de las voces que se escuchaban en la misma serían reconocidas por algunas personas, entre ellas una expresión del área de Toledo en la que residía uno de los captores. «Sabes más que los ratones coloraos», siendo esta frase la que marcaría un punto de inflexión en aquella cruda historia que la totalidad de los españoles creyeron, aunque no así quienes estaban investigando el caso.
La Policía requirió la colaboración ciudadana y llegó a recibir hasta 30.000 llamadas. Igualmente se haría eco del trágico hecho el programa de TVE ¿Quien sabe dónde?, dedicado a buscar personas desaparecidas y en el que se reprodujo aquella famosa cinta magnetofónica que pareció llevar cierta tranquilidad a muchos ciudadanos, aunque quienes se encontraban a pie de obra indagando en la hipotética suerte de Anabel Segura habían dirigido sus miradas hacia otros derroteros. Gracias a la ayuda de los ciudadanos, fue identificada la voz de Emilio Martínez Guadix, el autor material de la muerte de Anabel.
Previamente, a ser localizados, los supuestos secuestradores -reconvertidos ya en asesinos- exigieron importantes sumas de dinero a la familia de su víctima, llegando a solicitar hasta 150 millones de pesetas (900.000 euros al cambio actual). Sin embargo, jamás se atrevieron a dar la cara, dado que nada podían ofrecer a cambio y aquello no dejaba de ser una macabra y vulgar tomadura de pelo. Hasta un total de quince llamadas recibieron en su domicilio los progenitores de la joven que ya había sido asesinada. Asimismo, la Policía llegaría a frustrar dos hipotéticas entregas del dinero exigido, al tiempo que el padre de Anabel había hipotecado su vivienda para poder supuestamente liberar a su hija.
Las llamadas a la familia, así como las comunicaciones que mantenían con la misma, parecían proceder de un mismo entorno, que se situaba la provincia de Toledo, por lo que los investigadores centraron su atención en esa zona. A todo ello se sumaba el hecho de que un ciudadano anónimo fue quien identificó la voz del hombre que dio muerte a la joven madrileña.
Detenciones y hallazgo del cadáver
Con todos los cabos atados y bien atados, el día 27 de septiembre de 1995 eran detenidos en el madrileño barrio de Vallecas, Emilio Martínez Guadix y su esposa Felisa Muñoz Campuzano, en la vivienda que poseían los padres del primero en el populoso distrito madrileño. Prácticamente y al mismo tiempo, era detenido Cándido Ortiz Añon en la madrileña calle Orense. Los tres detenidos confesarían de inmediato su participación en los hechos y cual era el paradero de la joven a la que habían secuestrado hacía dos años, cinco meses y 16 días. Se confirmaba así la tesis que siempre sostuvo la Policía. Los autores del rapto de Anabel Segura eran delincuentes comunes
Todo el relato y la parafernalia que habían montado se vendría abajo por su propio peso en cuestión de minutos. Se dice que las mentiras tienen las patas muy cortas, pero esta, desgraciadamente, fue demasiado larga. El día 28 de septiembre de 1995 era hallado su cadáver en las dependencias de una vieja fábrica de cerámica abandonada en la localidad toledana de Numancia de la Sagra. Se ponía así fin a un larguísimo culebrón que mantuvo en vilo a todo un país y cuyo final no pudo ser más desgraciado y horrendo. El cadáver de la joven, cuando fue hallado, aún conservaba parte del chándal que había utilizado para hacer deporte cuando fue secuestrada.
90 años de cárcel
Si mediático fue el secuestro, no menos mediático fue el juicio, que se celebraría a comienzos del año 1998. Con la indignación generalizada de todo un país, se esperaba que la Justicia fuese contundente con aquellos tres viles canallas, que habían levantado una expectación inusitada en un hecho que ponía los pelos de punta. No obstante, depararía un agria sorpresa, que ocasionaría las contrariedades de la familia de Anabel Segura, quien recurriría al Tribunal Supremo para incrementar las condenas de los tres implicados.
En un primer momento Emilio Martínez Guadix y Cándido Ortiz Añón serían condenados a 39 años de prisión cada uno de ellos, acusados de un delito de asesinato con alevosia. Sorprendía la escasa pena a la que fue sentenciada Felisa Muñoz Campuzano, pues tan solo debería cumplir seis meses de cárcel por la colaboración que había prestado a los dos asesinos. Asimismo, debían indemnizar conjunta y solidariamente con veinte millones de pesetas (120.000 euros al cambio actual) a la familia de Anabel Segura.
Insastisfechos con la condena que habían recibido los asesinos de su hija, los padres de Anabel Segura recurrieron al Tribunal Supremo, quien elevaría la condena de los dos asesinos de 39 a 43 años de cárcel, en tanto que la de Felisa Muñoz Campuzano pasaba del medio año a dos años y cuatro meses de prisión.
En el año 2009 la llamada «Justicia Poética» recaería sobre uno de los acusados, Cándido Ortiz Añón, para quien aquella condena se convertiría en prisión perpetua al fallecer en prisión a la edad de tan solo 51 años. Mejor suerte corrió el «cerebro» de la operación, Emilio Martínez Guadix, quien saldría de prisión en 2013, después de haber penado tan solo 18 años por uno de los delitos más horrendos de la historia reciente de España. En sus primeras declaraciones ante los medios manifestaría «estar arrepentido» de su fechoría. Se sabe que no regresó a la localidad toledana de Pantoja, a donde había ido a parar después de comprar un chalet adosado que fue la causa de una locura que se plasmó con el asesinato de una inocente, pues las deudas de los impagos y las letras le acuciaban.
También es conocido que la relación entre Emilio y Felisa se haría añicos como consecuencia del nefasto episodio que mantuvo en vilo a un país durante casi dos años y medio. La mujer también ha regresado a Vallecas abandonado la churrería que había montado en el municipio toledado al que había emigrado en compañía de su marido. Según algunos medios, prefiere «pasar página» y tratar de ahuyentar los fantasmas de un pasado, que según sus propias manifestaciones, «le marcó profundamente». Y al resto de los españoles también.
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