Tres jóvenes asesinadas en Burgos en los primeros años de la década de los ochenta

Hubo un tiempo en el que dirigirse al burgalés parque del Castillo suponía un grave riesgo. Allí se daban cita todo tipo de personajes que eran de todo menos ejemplares. El consumo de droga en la época de la heroína estaba a la orden del día y muy pocos eran los osados que se atrevían a pulular por la zona por el temor que despertaba entre los vecinos de la ciudad castellana. Incluso la sangre llegaría al río, en el sentido literal de la expresión, pues en muy poco tiempo fueron brutalmente asesinadas tres jóvenes que no superaba ninguna de ellas los treinta años de edad. Uno de los asesinatos, en teoría jamás sería resuelto, en tanto que los otros dos serían atribuidos a un mismo individuo, J.D.E., un joven de 23 años alto y fórnido, casado y de carácter aparentemente calmado e introvertido. Quizás esos sean los peores, tal como reza algún dicho popular.
La capital burgalesa se vería repentinamente sobresaltada a comienzos del año 1981 al parecer el cuerpo sin vida de una joven en las inmediaciones de la calle Corazas, que une el barrio de La Fuente con el casco histórico burgalés. Era el día 14 de enero cuando fue hallado el cadáver de Gloria Brizuela Ortega, de 25 años de edad y madre de un niño de pocos meses. Presentaba evidentes señales de violencia, en las que el supuesto autor del crimen se había ensañado con ella hasta extremos inauditos debido al gran número de traumatismo que fueron localizados en su cuerpo. En un principio los investigadores sospecharon que se trataba de un crimen cuyo móvil obedecía a motivos sexuales, pero la necropsia realizada al cuerpo de la joven asesinada descartó que hubiese sido violada. Su agresor tampoco se había apoderado de sus pertenencias, por lo que no había móvil del crimen, en teoría, lo que provocaría que se hiciesen muchas preguntas que quedarían sin resolver, pues aunque la Policía sospechó que este asesinato había sido obra de J. D. E., este jamás llegaría a confesar este macabro crimen.
Cuando la Ciudad del Cid no se había repuesto todavía del horrible crimen con el que habían comenzado el primer año de la década de los ochenta, poco más de medio año después de la comisión del primer asesinato se registraba un segundo homicidio que hacía recordar al primero. Una señora que paseaba su perro por las inmediaciones del parque observó en una de las vaguadas del parque forestal un cuerpo semicubierto con ramas, hojas y piedras. Se trataba de una joven francesa, Michele Plante, de 27 años, profesora de español en un instituto de Bruselas, quien tenía pensado regresar a su país al día siguiente y que solía pasar los veranos en la urbe castellana para mejorar su dominio de la lengua española. Al igual que había ocurrido con Gloria, su rostro estaba horriblemente desfigurado, además de estar el torso desnudo y visiblemente ensangrentado. Una vez más, los investigadores sospecharon en el móvil sexual como posible detonante del crimen, pero una vez más la autopsia se encargaría de demostrar lo contrario. La joven no había sido violada, ni tampoco robada. Se encontraban en un dilema similar a lo ocurrido a principios de aquel sangriento año en la capital burgalesa. Dos crímenes sin móviles aparentes. Era todo un enigma de difícil resolución.
El tercer crimen
Todo parecía indicar que los dos crímenes acaecidos en el año 1981 iban camino de ser relegados al más absoluto de los olvidos cuando de nuevo la sangre haría acto de presencia en Burgos. el peligroso criminal que había atemorizado la ciudad volvería a actuar nuevamente en la primavera de 1983, por la zona del parque del Castillo, que se había convertido en un paraje indómito y maldito para muchos de sus ciudadanos. el 24 de marzo de 1983 aparecía asesinada la joven de 19 años, Teresa del Carmen Cuesta Monzón. En esta ocasión el autor del crimen, J.D.E. llegó a la vivienda que compartía con su esposa en estado de ebriedad en plena madrugada, con sus ropas manchadas en sangre, confesándole a su esposa que había sido él quien le había dado muerte a la muchacha.
La noticia, por boca de su propio marido, alteraría profundamente a su esposa, pues al parecer era amiga íntima de la joven asesinada, por lo que decidió presentar una denuncia en la comisaría de Policía de la capital burgalesa. A diferencia de lo que era de esperar, Escribano no huyó de la ciudad y anduvo deambulando por distintas zonas de la misma, siendo detenido en un bar, sin oponer resistencia, pero tampoco sin expresar emoción alguna cuando los agentes le leyeron sus derechos, así como del delito que se le acusaba. En un principio negó que fuese el autor del crimen, pero después confesaría el crimen y encaminaría a la Policía al lugar de autos, donde se hallaba el cuerpo exangüe de Teresa.
El panorama presenciado en la finca de Quintadueñas, donde se había cometido el crimen, marcaría profundamente a quienes acudieron al lugar, pues se encontraron con un escenario tétrico y dantesco. Recordaba de alguna manera a los crímenes acontecidos en el año 1981. Su cuerpo estaba completamente desnudo y la cabeza había sido aplastada, posiblemente con una enorme piedra que se halló al lado del cadáver, pues estaba totalmente embadurnada de sangre.
Ante las preguntas que le formularon los agentes sobre el móvil del crimen, Escribano manifestaría que obedeció a la negativa de la joven a mantener relaciones sexuales con él. Al parecer, el asesino había estado toda la noche de juerga en compañía de unos amigos de Teresa y cuando regresaban en el vehículo a sus respectivos domicilios le hizo la proposición a su víctima, siendo entonces cuando se desató una discusión entre ambos y posteriormente el aberrante crimen que conmocionaría de nuevo a la capital burgalesa.
Confiesa el asesinato de Michelle Plante
Los investigadores de la Policía estaban convencidos que, visto el modus operandi del criminal se hallaban ante la resolución de los otros dos crímenes acontecidos hacía ya dos años. En un plazo de 72 horas, J.D.E. confesaría haber dado muerte a la profesora francesa en 1981. Al parecer, la había conocido en un mesón en el que Michelle trabajaba para ganarse algún dinero mientras tomaba unos vinos y que el móvil había sido muy similar al de Teresa. Sin embargo, aunque estaban convencidos que la autoría del primer crimen también había sido suya, no consiguieron en ningún instante que lo asumiese como tal. A partir de entonces, los burgaleses respirarían algo más tranquilos, aunque al Parque del Castillo siempre le perseguiría la fama de ser un lugar tenebroso y peligroso, que en la actualidad se encuentra debidamente adecentado y cuidado.
J.D.E., que se hallaba recluido en la prisión provincial de Burgos, sería sometido en la residencia sanitaria de esa capital a un estudio encefalográfico del sueño, para averiguar si había cometido los crímenes inconscientemente. Los estudios estaban encaminados a ratificar o rectificar la hipótesis de que Jesús Domingo había cometido los crímenes de los que se declaró culpable, en un estado de epilepsia temporal, con lo que su responsabilidad sería prácticamente nula. La hipótesis fue barajada por José María Movilla, jefe de neurofisiología de la residencia sanitaria y perito médico en las diligencias que se seguían en este caso. Este doctor inició las investigaciones a raíz de los testimonios presentados por los conocidos de J.D.E., que no podían dar crédito a que él hubiera cometido este asesinato; ante su personalidad no agresiva, y, sobre todo, por una frase del acusado que le llamó la atención al explorarle: «Cuando se hizo el silencio me dí cuenta de lo que había sucedido».
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