Asesinada una niña de cuatro años en Granada por un tío suyo
Cuando hay menores de por medio parece que un escalofrío recorre nuestro cuerpo al pensar en que cabeza humana puede caber que haya individuos con tan escasa estatura moral como para dar muerte a niños que se encuentran en los años de su más tierna infancia, incapaces de comprender cualquier asunto del mundo que están descubriendo y desconocedores de que abunda la maldad desde que el hombre hizo su aparición en este planeta. Un suceso en el que una criatura poco menos que recién nacida llevaría a las primeras páginas de los diarios tanto andaluces como del resto de España a la localidad granadina de Huétor Santillán, separada por apenas quince kilómetros de la capital de la provincia, en el mes de mayo de 1985.
La alarma en este término municipal surgiría cuando los padres de la pequeña Anabel Fernández Sánchez denunciaron la desaparición de su hija, una critatura de tan solo cuatro años y media, que desaparecería en la tarde noche del 25 de mayo de 1985. Es entonces cuando tanto los familiares de la pequeña como los restantes vecinos montan un operativo para iniciar su búsqueda. Se da la circunstancia de que en el mismo se encuentra Enrique Sánchez Madrid, el joven de 22 años, tío de la pequeña y que le ha dado muerte. No obstante en ese momento nadie piensa en que sea el autor material de la muerte de Anabel, en tanto los padres, principalmente la madre de la criatura, todavía mantienen la esperanza de encontrarla con vida. Sospechan que tal vez hubiese sido víctima de un secuestro, a pesar de que no son gente de alto poder adquisitivo, pues se ganan la vida con una carnicería familiar.
A la vista de que los rastreos efectuados por los habitantes de Huétor Santillán no dan los resultados esperados, la propia Policía decide traer dos perros especializados en búsqueda y olfateo. Los animales dirigen sus instintos hacia el huerto del «Tío Jacinto», donde olfatean de forma insistentemente en un espacio muy reducido, tan solo distante seis u ocho metros de una tapa que bloquea la poza. A las ocho de la mañana del martes, 28 de mayo, se levanta la cobertura del acuífero y aparece flotando el cuerpo sin vida de Anabel Fernández Sánchez. Su descubrimiento provoca la ira y el enfado de su padre, quien sospecha que ha asesinada por alguno de sus dos tíos, Atananasio y Enrique Sánchez Madrid. En un estao de una gran excitación intenta abalazarase sobre el primero de ellos, recordando que el día anterior los perros adiestrados hicieron constantes recorridos hacia la casa en la que residían, lo que hizo pensar en que tal vez uno de los dos conocía el paradero de la pequeña.
Detención del asesino
Después de que en todo el pueblo se viviesen escenas de dolor, emoción y ante todo una gran crispación por tan vil y sádico asesinato. Unas pruebas efectuadas por especialistas en dactiloscopia determinarán casi con total exactitud que Enrique Sánchez Madrid ha sido el autor material del crimen. Para ello se ha extrajo tierra del lugar en el que había aparecido el cadáver de la pequeña, a lo que se añade que también se han cotejado las pisadas del calzado con unas botas que el asesino poseía en su casa y que coinciden con las que se han hallado en los aledaños de la poza. Igualmente, la tierra que ha quedado incrustada en el calzado resulta determinante para encausarlo. Mientras tanto, la tensión y el dolor crecen en Huétor Santillán,
En un principio, a pesar de las evidencias que lo incriminan Enrique Sánchez se declara inocente, aunque finalmente terminaría confesando su horroroso crimen. Según su versión, en la tarde de aquel sábado vio en la calle a la pequeña Anabel, a quien su madre le había dado un duro para comprar alguna chuchería, aunque jamás pensó que sería la última vez que veía con vida a su propia hija. El pederasta y criminal declararía que llevó a la pequeña hasta los corrales de una casa deshabitada, prometiendo comparle «gusanitos». Allí la trasladó hasta la finca del «Tío Jacinto» donde intentó abusar de la pequeña. Según su propia versión de los hechos intentó violarla y la cría ejerció resistencia. Entonces, le tapó la boca con una mano y la sujetó del pelo con la otra a fin de intentar reducirla. En el pequeño forcejeo que mantuvo con la criatura, está cayó al suelo golpeándose la cabeza y quedando inconsciente. Atemorizado por la situación, pensando que la niña había muerto, la arrojó al interior del pozo, aún con vida, después de levantar su tapa, cuyo peso rondaba los veinticinco kilos. La autopsia dictaminaría que Anabel murió ahogada al encontrase agua y restos de barro procedente del acuífero al que la había arrojado su asesino.
Aquella misma noche, y demostrando una vez más su carácater psicopático y su sangre fría, el autor del crimen tuvo aún el valor suficiente para irse de juerga, yéndose a bailar a una discoteca, después de haber cenado tranquilamente y haber visto la televisión. Al día siguiente, aún iría a regar sus melones como si nada hubiese acontecido. Para rematar la faena, y esto es muy habitual en este tipo de energúmenos con el afán de distraer la atención, se sumaría al dispositivo de rastreo que buscaba infructuosamente el destino de Anabel Fernández Sánchez.
Juicio tenso y suspuesto intento de venganza
Como no era para menos, el juicio se celebraría en Audiencia Provincial de Granada en medio de una gran tensión. Personas que habían participado en la búsqueda intentaron agredir a Enrique Sánchez, quien hubo de ser introducido en un vehículo celular de la Policía con un gran esfuerzo por parte de los agentes de este cuerpo. El padre de Anabel Fernández no se encontraba presente en la sala, temerosa su familia de que intentase tomarse la justicia por su mano. Quien sí estuvo fue el progenitor de Eva María Carmona, Jesús Carmona, una niña que había sido violada y asesinada el 20 de julio de 1985. En el transcurso de la vista reconocería los hechos que se le imputaban, además de confesar que había intentado violarla hasta en dos ocasiones. Acharcaría la muerte de la pequeña a un fatal accidente y que creyéndola ya muerta la arrojó al pozo en el que fue encontrada.
La fiscalía sostuvo desde un principio la petición de un total de 40 años de cárcel para el acusado, a quien imputaba los delitos de asesinato, violación e inhumación ilegal. El abogado encargado de la defensa de Sánchez Madrid rebajaba la petición inicial a catorece daños de prisión, por entender que su patrocinado sufría una psicopatía y negaba la posibilidad de hubiera intencionalidad en la conducta de su defendido. Finalmente se impondrían las tesis del fiscal y el encausado sería sentenciado a la pena de 40 años de prisión, aunque ya hace algún tiempo que se halla en libertad.
El 12 de abril de 2018 se produjo un suceso en la calle Pedro Antonio de Alarcón de la capital granadina que tendría como protagonistas al padre de la pequeña asesinada y al criminal. Las versiones ofrecidas por ambos difieren sustanciamente, ya que, según Juan José Fernández, que al parecer se dirigía a un centro médico en compañía de su hijo, se defendió de un individuo que resultó ser Enrique Sánchez Fernández, quien tenía ya 54 años y que supuestamente intentó asaltarlo, provocándole una herida de arma blanca con un cuchillo que portaba. Sin embargo, este último manifestaría que el agresor le atacó por sorpresa y que le reconoció desde el primer instante. El ya septuagenario padre de Anabel sería detenido por un supuesto delito de lesiones, ya que le provocó cortes en diferentes partes del cuerpo, entre ellas el tabique nasal, al asesino de su hija. No obstante sería puesto en libertada a los pocos días.
Nunca se puede justificar la violencia, independientemente de quien la practique, pero a veces, cuando menos, se comprenden algunas actitudes contra un despiadado y cruel asesino que en la primavera de 1985 llevó el dolor y la crispación a un precioso pueblo de la bella provincia de Granada y marcó para siempre la pacífica convivencia de una familia que veía como perdía de una forma terrible y obscena a una hija -una criatura que se encontraba en su más tierna infancia, el tesoro más preciado que tenían en esta vida.
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